Llegamos a la final de la Copa del Mundo Qatar 2022 tras más de un mes de buscar coincidencias que nos llevaran a sostener las expectativas del triunfo final de la Selección Argentina. Quienes arribamos a la Antártida argentina para cubrir la presentación de un programa conjunto de los Ministerios de Cultura y Defensa de la Nación, encontramos una similitud en particular que vino a duplicar nuestra esperanza bien fundada en el juego: Lionel Scaloni nació en la localidad de Pujato, provincia de Santa Fe. Pujato es el apellido de quien impulsó el programa fundamental para el desarrollo de la presencia nacional en la Antártida.
Pujato nos une aquí, en la base Marambio, donde pudimos ver el partido entre Argentina y Francia. Adicionalmente, al despedirnos en Buenos Aires, el General de Brigada Edgar Calandín nos aseguró: “En la Antártida no hay grieta”. Como con esta Selección. Entonces, llegamos seguros de que nada podía fallar.
Así como el “Dibu” Martínez logró estirar la pierna lo suficiente cuando expiraba el tiempo suplementario, ante lo que podría ser el triunfo francés –y que a los veteranos nos recordó el tiro de Rensenbrink en el minuto 90 del Mundial de 1978-, llegamos a volar a la Base Marambio del sector antártico argentino después de cerca de 20 horas de esperar que estuvieran las condiciones meteorológicas para poder cruzar desde Río Gallegos.
Llegamos a las 3:30 de una noche que, en verano, es pleno día, y ya a las 4:00 el Comodoro Federico Vasallo, jefe de la base, nos anunció que a partir de las 11:30 nos encontraríamos en el comedor para armar la previa del partido, almorzar en el entretiempo y “festejar”, aclaró, luego, aunque el resultado fuera adverso. Por supuesto que muchos sabíamos que eso no iba a ocurrir.
Llegada, traslado en helicóptero a la Base Esperanza, donde toda la población, militar y civil esperaba a los representantes de ambos ministerios, el secretario de Gestión Cultural del Ministerio de Cultura, Federico Prieto, y la directora de Gestión Cultural del Ministerio de Defensa, Pilar Giribone. Regreso, otro pequeño acto en la Base Marambio y luego a prepararse para el partido.
En la previa, lo sorprendente para quienes llegamos aquí por primera vez fue que la mayoría de los que tienen cargos o varias campañas en la Antártida, deseaban ver el partido en sus ciudades, cerca de sus familias o amigos y festejar en las plazas de sus lugares. Por el contrario, quienes debutamos en esto de pisar suelo antártico argentino, estábamos convencidos que, salvo Qatar, no había un mejor lugar en el mundo para vivir esta final.
No había un plan especial, según el propio Vasallo le comentó a Infobae. A lo sumo, explicó, habría un festejo en la noche. Sabido es que los sábados es el día en que el permitido es tomar algo de alcohol mientras se comparten unas pizzas. Lo único diferente, según indicó el Comodoro, es que siempre los mundiales se juegan en época invernal y la dotación que habita la base es menor a las cerca de 100 personas que estuvimos hoy presentes en el comedor, atentos durante 120 minutos al partido.
El menú consistió en un delicioso vacío al horno, acompañado de una ensalada de papas, zanahoria y arvejas. ¿El postre? Peras al Malbec. Aunque el Comodoro había avisado que no iba a haber nada especial por el partido, finalmente hubo una botella de vino tinto y una de blanco por mesa.
Si el fútbol es una cultura argentina, no hay duda que en la Antártida se expresa en su total dimensión. Hay personal con muchas campañas y varias invernadas, científicos que tienen siete o más estadías en esta base y personas llegadas en el mes de noviembre que se quedarán hasta fines del próximo año. Y cerca de 20 individuos que, como nosotros, estaremos menos de 48 horas en esta isla de la Antártida.
Acá, el fútbol expresó algo que rápidamente se reconoce al llegar al mundo antártico: la capacidad de reconocerse en la otra persona, la empatía, y, cuando ocurre la fortuna de los goles, el deseo de darse un gran abrazo con otro.
Una pantalla grande y un televisor en paralelo nos permitieron vivir el partido. En el comedor tuvieron que romper una cábala que acompañó parte de la primera ronda y las sucesivas series eliminatorias. Esta vez no pudieron sentarse en el mismo lugar que lo hicieron en cada uno de esos cotejos. El resto demostraba una prolijidad muy propia de una unidad militar.
La aparición de un bombo y un saxo rompió el hielo y comenzaron los cantos. Se armó la tribuna y pudimos detectar algunos capaces de motorizar los cánticos. Un joven con una camiseta de Rosario Central, un científico especialista en rayos cósmicos, un vicecomodoro que acompañó a nuestra comitiva, y un hombre que rotaba de posiciones y terminó mirando los penales cerca de la pantalla, pero de costado a las figuras que se vislumbraban.
El juego de Argentina fue impecable durante los primeros 75 minutos. Como ocurrió con Países Bajos, al llegar a ese momento algunos jugadores fallaban en jugadas y pases a partir de un desgaste físico evidente. Hasta ese momento, el trabajo de Di María –muy aplaudido por la platea marambiana- tuvo una efectividad difícilmente igualable. El cambio posicional: pasó de pararse como extremo derecho a hacerlo por la izquierda, lo que le permitió jugar con una dinámica muy incisiva donde Francia no lo esperaba. Le cometieron un penal e hizo un gol tras una jugada maravillosa, en la cual se demostró que un equipo que toca de primera y en velocidad es casi imparable.
El comedor de la base Marambio era una tribuna que alentaba, cantaba el estribillo del hit del mundial “Muchachos” y otros cantos clásicos. La certeza del triunfo: la alianza de los Pujatos resultó ser invencible, y nos permitió saber que el final de todo serían los festejos bajo el cartel que señala la localización de la base.
Pero, así como por razones meteorológicas no siempre se puede asegurar cuando el avión Hércules nos puede hacer entrar o salir de la Antártida, tampoco podía haber certeza de cuándo sería el momento de decir que este mundial sería para Argentina. Así fue que el sufrimiento y la ansiedad fueron ganando a muchas y a muchos. Y, por supuesto, el llanto de la emoción de un triunfo que parecía seguro en los 90 minutos, porque realmente nadie esperaba que una pelota perdida por el mismísimo Messi terminara en un penal y que eso cambiara el rumbo de la final.
Lo incierto no es definitivo, como nuestro el viaje que no se suspendió y las estrellas que no estaban cuando imaginábamos. El hincha es quien agregó dramatismo a la cuestión. Como quienes lloraron o, como Augusto, que afirmó que su corazón tenía movimientos absolutamente inconsistentes e irregulares. La pregunta “¿estás vivo?” fue común. Seguramente todo esto ocurrió también en cientos de lugares del país, y no es raro, porque la Base Marambio es Argentina y la pasión por el futbol nos iguala.
Dos cosas son diferentes. La primera es la rara unión entre lo íntimo y lo multitudinario. Íntimo, porque los que estuvimos aquí cenaremos juntos y compartiremos habitaciones y baños y ciertas tareas de orden, al menos por un par de días más. Y multitudinaria porque había 100 personas cantando como una hinchada, gritando y aplaudiendo a los jugadores. Y convirtiendo la alegría en un silencio sepulcral después del segundo gol de Kylian Mbappé.
La segunda diferencia es que todos sabíamos que, al momento de definirse que Argentina era la selección ganadora del título, todos saldríamos al cartel que dice “Base Marambio” como estuviéramos, con o sin abrigos, con o sin botas adecuadas, pero con las banderas y las camisetas que trajimos para la ocasión.
Tal como esperábamos, eso ocurrió. Y fue uno de los momentos más conmovedores, emotivos y felices de mi vida. Aquí, en la Antártida Argentina, se expresa como en casi todos los territorios del resto del país. En un paisaje subyugante y con una historia y un presente de dedicación y pertenencia que no hay en muchos otros lugares. Estoy seguro que eso, y el abrazo argentino que nos unió, también hizo inolvidable a este festejo.
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