Temprano a la mañana, el sábado 10 de diciembre de 1977, Azucena Villaflor de De Vincenti se asomó por la puerta del dormitorio de su hija Cecilia y le preguntó:
–Nena, ¿qué querés comer, carne o pescado?
–Pescado, mamá -contestó Cecilia, que recordaría siempre esa conversación mínima, íntima, la última que tuvo con su madre.
Azucena se había levantado temprano para comprar el diario La Nación porque ese día las Madres de Plaza de Mayo habían logrado publicar –con mucho trabajo– la primera solicitada reclamando la aparición con vida de sus hijos desaparecidos.
Era un gran paso en la lucha de las Madres, pero a Azucena la euforia que había sentido por ese logro se le había esfumado hacía dos días. La noche anterior, Cecilia la había notado triste, con los ojos llorosos.
–¿Qué te pasa, mamá? -le había preguntado.
–No sé cómo decirle a tu padre que se llevaron de la Iglesia a Esther y a Mary -le contestó Azucena.
Hablaba de otras dos de las primeras Madres que se habían empezado a reunir en la Plaza de Mayo para organizarse en la búsqueda de sus hijos. Esther Ballestrino de Careaga y María Eugenia Ponce de Bianco.
El jueves 8 un grupo de tareas las había secuestrado al salir de una misa en la Iglesia de la Santa Cruz, luego de ser señaladas con un beso por el represor Alfredo Astiz, infiltrado entre las madres haciéndose pasar por el hermano de una militante desaparecida.
Junto a las dos madres, el grupo de tareas de la Escuela de Mecánica de la Armada se había llevado a otras ocho personas: Angela Auad, Remo Berardo, Raquel Bulit, Horacio Elbert, Julio Fondovilla, Gabriel Horane, Patricia Oviedo y la monja francesa Alice Domon, que colaboraban con ellas en la búsqueda.
Al dolor por esos secuestros, a Azucena se le sumaba la preocupación por cómo decírselo a su marido. Pedro le venía cuestionando que se expusiera tanto en la búsqueda de su hijo Néstor, temía que también le pasara algo a ella.
Habían discutido fuerte por eso unos meses atrás.
–¡Basta, Azucena, si vos seguís buscándolo a Néstor yo me voy de casa!, le había dicho, casi gritado con desesperación, Pedro De Vicenti a su mujer.
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Era tarde en una noche de mediados de 1977 y Pedro había esperado ansioso su llegada, en medio de las penumbras, sentado en un sillón del living de la casa de Avellaneda. Parada en medio de la habitación, con la cartera todavía en la mano, Azucena Villaflor había mirado a su marido a los ojos, desafiante, al responderle:
–¿Querés que te prepare la valija?
La primera de las primeras Madres
El 30 de noviembre de 1976 un grupo de tareas de la dictadura había secuestrado uno de los cuatro hijos de Azucena y Pedro, Néstor De Vicenti. Con él se habían llevado a su novia, Raquel Mangin. Desde entonces, nada se sabía de ellos. Solo que se los habían llevado vivos.
Azucena había empezado la búsqueda de Néstor en soledad, recorriendo comisarías, cuarteles y reparticiones oficiales. Siempre le daban la misma respuesta: no sabemos nada. En ese peregrinaje había encontrado a otras mujeres que, como ella, querían saber dónde estaban sus hijos desaparecidos.
Decidieron organizarse y buscar juntas. Se citaron el 30 de abril de 1977 en la Plaza de Mayo para exigir que alguien las recibiera en la Casa Rosada.
Eran trece mujeres: Azucena Villaflor de De Vincenti, Josefa de Noia, Raquel de Caimi, Beatriz de Neuhaus, Delicia de González, Raquel Arcusín, Haydee de García Buela, Mirta de Varavalle, Berta de Brawerman, María Adela Gard de Antokoletz y sus tres hermanas, Cándida Felicia Gard, María Mercedes Gard y Julia Gard de Piva.
Cómo única respuesta, mientras esperaban infructuosamente en la plaza, se les acercó una patrulla policial y el oficial al mando les ordenó:
–¡Circulen!
Obedecieron la orden, pero en lugar de irse empezaron a “circular” alrededor de la Pirámide de Mayo. Ese día habían nacido las Madres de Plaza de Mayo.
La noche que Pedro esperó a su mujer en medio de las penumbras y, desesperado, la amenazó con irse de la casa, la Madres de la Plaza ya eran muchas más y Azucena era su presidenta. Corría peligro, pero no estaba dispuesta a detenerse.
“Una líder natural”
Desde el principio, Azucena se mostró como líder del primer grupo de Madres. “Cuando investigué para mi libro entrevisté a muchas de sus compañeras de la primera hora y todas, sin excepción, la elogiaron y resaltaron el papel fundamental que cumplió en esos primeros tiempos”, cuenta el periodista y escritor Enrique Arrosagaray, autor de Los Villaflor de Avellaneda.
Una de las fundadoras, Haydee de García Buela, le contó, no sin algo de vergüenza, un entredicho que tuvo en esos primeros días con Villaflor, cuando eran menos de veinte mujeres.
Azucena aportaba ideas constantemente sobre qué hacer y dónde reclamar, a veces de manera un poco impetuosa. Eso molestó a Haydee, que en una de las reuniones la interrumpió de mal modo:
–Pero vos quién te creés que sos que venís a dar órdenes -la cortó y discutieron fuerte.
Más tarde, Haydee le pidió disculpas a Azucena. “Por suerte me di cuenta pronto de la calidad de mujer que era Azucena y entendí que ella conducía naturalmente porque tenía una gran capacidad para organizarnos”, le contaría años después a Arrosagaray.
Otra Madre de aquellos primeros días, María del Rosario Carballeda de Cerruti, la definió con cuatro simples palabras: “Era una líder natural”.
Un problema para la dictadura
Después de aquel 30 de abril de 1977, cuando la policía les ordenó circular y ellas comenzaron a dar vueltas alrededor de la Pirámide, las “locas” de Plaza de Mayo –como se las llamó para descalificarlas– se transformaron en un problema para la dictadura.
Junto a otros militantes de derechos humanos comenzaron a reunirse en iglesias y parroquias. También en bares, adonde fingían celebrar el cumpleaños de alguna de ellas, e intercambiaban datos y documentos, disfrazados en paquetes que parecían de regalo.
El grupo fue creciendo y se fortaleció con el apoyo de otros organismos de derechos humanos. El 14 de octubre de 1977, realizaron una marcha en la Plaza que congregó a cientos de militantes de derechos humanos y familiares de desaparecidos. Azucena Villaflor y muchos de los participantes fueron detenidos por la policía, pero los liberaron pocas horas después.
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Por entonces, Alfredo Astiz, bajo el nombre falso de Gustavo Niño y haciéndose pasar por hermano de una persona desaparecida, se había infiltrado en las Madres para detectar a quiénes las lideraban y cortar de raíz un movimiento del cual ya se empezaba a hablar en el mundo. Señaló a Azucena como una de ellas.
El 8 de diciembre, cuando secuestraron a Esther y María Eugenia en la Iglesia de la Santa Cruz, Azucena Villaflor se salvó porque no pudo ir.
El secuestro y las torturas
Los grupos de tareas de la Escuela de Mecánica de la Armada que habían perpetrado los secuestros en la Iglesia de la Santa Cruz no dieron por terminada su labor de descabezar a las Madres de Plaza de Mayo. Les faltaba Azucena, y también otras más a las que Astiz había señalado, entre ellas otra monja francesa, Léonie Duquet.
El 10 de diciembre a la mañana, Azucena Villaflor salió de su casa para hacer las compras y buscar el diario La Nación, para ver si había salido una solicitada de Madres. Caminó hasta la avenida Mitre, la principal de Avellaneda, para comprarlo en el kiosco al que iba siempre.
Cuando cruzaba la avenida, un grupo de tareas integrado por hombres de civil que se movilizaban en varios Ford Falcon se la llevó.
“Ella se resistió, gritó para que la vean, un colectivo que pasaba por ahí paró, pero los militares sacaron armas largas y le dijeron que siga. Unos vecinos vieron y vinieron a contar lo que había pasado”, reconstruyó Cecilia.
Pedro y los hijos creyeron al principio que lo de Azucena iba a ser “un susto”, porque para ese momento ya eran muchas mujeres las que habían empezado a ir a la Plaza de Mayo. Creyeron que en dos o tres días la iban a liberar.
La esperanza los engañaba. Azucena fue trasladada al centro clandestino de detención y tortura de la Escuela de Mecánica de la Armada, donde ya estaban todos los secuestrados del 8 de diciembre y también la monja Léonie Duquet, secuestrada casi al mismo tiempo que la presidenta de las Madres de Plaza de Mayo.
Del paso de Azucena por las mazmorras de la ESMA se supo muchos años después, por el testimonio de exdetenidos desaparecidos que la vieron allí. “Una de las detenidas recordó que le habían alcanzado un mate y ella les había dicho que seguramente le iban a dar un susto, que hicieran la lista de los que estaban ahí para informar a sus familiares cuando la liberaran”, recordó Cecilia en una entrevista de hace pocos años.
Los testimonios coinciden en que un día después de haber llegado a la ESMA tenía muchos moretones en su cuerpo porque había sido torturada.
Vuelo de la muerte
El 17 o el 18 de diciembre, Azucena, Mary y Esther, las monjas francesas Alice Domon y Léonie Duquet, junto con el resto de los secuestrados en la Iglesia de la Santa Cruz, fueron subidos a un vuelo de la muerte y arrojados vivos al mar.
El 20 de diciembre de 1977 comenzaron a aparecer cadáveres provenientes del mar en las playas de la provincia de Buenos Aires a la altura de los balnearios de Santa Teresita y Mar del Tuyú.
Los médicos policiales que examinaron los cuerpos en esa oportunidad registraron que la causa de la muerte había sido “el choque contra objetos duros desde gran altura”, como indicaban el tipo de fracturas óseas, sucedidas antes de la muerte.
Sin realizar más averiguaciones las autoridades locales dispusieron de inmediato que los cuerpos fueran enterrados como NN en el cementerio de General Lavalle.
Allí quedaron, sin identificar, los restos de los muertos que había traído el mar hasta que fueron exhumados en 2003. El 8 de julio de 2005 el juez Horacio Cattani recibió un informe del Equipo Argentino de Antropología Forense donde se establecía que uno de los cadáveres individualizados pertenecía a Azucena Villaflor.
El 8 de diciembre de 2005, al culminar la 25° Marcha de la Resistencia, las cenizas de Azucena Villafor de De Vincenti fueron sepultadas en la Plaza de Mayo, al pie de la Pirámide, alrededor de la cual las Madres empezaron a marchar para no detenerse jamás.
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