Estuvo seis meses metido en un calabozo de cuatro por cuatro metros, adentro de una comisaría del continente africano, con otros seis hombres, extranjeros, hablantes de otras lenguas, atrapado no sólo entre los muros de la Policía de Malí sino en su propia desesperación.
Sin colchones, dormía sobre el piso de tierra caliente como brasa en una zona de África conocida como “La Olla” porque no hay lugar del planeta con más temperatura promedio. Sin baño, sólo podían salir a hacer sus necesidades una vez al día. Sin teléfonos, aislado de su familia, amenazada por la incertidumbre allá lejos, en la ciudad bonaerense de Mercedes, los días pasaron como una sola secuencia de pesadilla interminable.
Desde fines de mayo hasta hace apenas unos días, Nicolás Bossié atravesó un calvario. Después de un tercio de su vida como viajero, tras una década durante la cual cruzó de Perú a Australia, de Afganistán a la India, de Marruecos a Nigeria, este argentino de 32 años quedó atrapado en Malí, considerado por las autoridades de esta nación como un “indocumentado” y “vagabundo”.
El 19 de mayo pasado, la policía de Malí detuvo a Nicolás cerca de la frontera con Senegal. El joven, profesor de Educación Física y, como lo define su propio padre, “un trotamundos”, venía “bajando” por África desde Europa.
Llegó al continente por Túnez, saltó a Marruecos, de allí bajó a Nigeria, luego Senegal y entró finalmente en Mali en algún momento de mayo. Ya dentro de ese país -con un conflicto interno creciente por las presencias y ataques yihadistas e islámicos- agentes policiales de la ciudad de Kayes le pidieron los documentos y Nicolás descubrió que no los tenía, y que sólo conservaba los que tenían vencida la validez.
“Le agarró la desesperación. Los había perdido. Ahí empezó el suplicio. Lo detuvieron y lo acusaron de indocumentado y vagabundeo. Eso está penado con entre seis y ocho meses de prisión”, contó Oscar, su papá, a Infobae.
“En ese país las personas trotamundos no son reconocidas. Son consideradas malas personas, una cosa así. Él se enteró después, si no no hubiese entrado”, supone su padre, que contó que Nicolás está acostumbrado a viajar por lugares inhóspitos donde se sostiene trabajando en gastronomía: “Sabe siete idiomas, ahí en esa zona aprendió un dialecto, es un políglota innato, por eso se desenvolvió tan bien en todo el mundo”.
Te puede interesar: Viaja solo por el mundo en bici: su pasado doloroso, la pérdida de su compañero de ruta y sus ángeles en el camino
Oscar recuerda cómo se enteró de la situación de Nicolás. Lo llamó el cónsul argentino en Nigeria, Nicolás Battagliotti, le preguntó varios de sus datos y, antes que nada, le aclaró que su hijo estaba bien. Después vino el “pero”: “Pero está demorado en Malí”, le advirtió. Simultáneamente llegó una carta documento del consulado que avisaba del problema.
“Queda detenido porque tenía el pasaporte vencido. Mi hijo hace diez años que recorre el mundo. Conoce todos los lugares habidos y por haber. Estuvo en las dos Corea, ningún drama, en Vietnam, en Afganistán. Estuvo en lugares perdidísimos del mundo y no tuvo problemas. Entró en Malí, un gobierno militar y se le acabó la buena suerte”, relató Oscar.
Te puede interesar: Lo acusaron de ser espía estadounidense en Irán y Maradona lo salvó de morir en la cárcel: “Pasé de ser carne de cañón a rey”
La familia de Nicolás no supo hasta su liberación que el lugar de alojamiento de su detención era espantoso. “Estaba preso en una cárcel infrahumana. Una habitación con seis personas, dormían en el suelo, comían de vez en cuando arroz o polenta, les daban medio litro de agua por día, una vez por día iban al baño y si no se hacían ahí mismo”, contó el padre.
Pero antes se desarrolló una desesperante secuencia que tuvo -y no tuvo- a Cancillería como intermediario para lograr que el gobierno de Malí entendiera que Bossié no era ningún delincuente. Según la familia del joven, al principio el Gobierno se ocupó de la situación: gestionó reuniones diplomáticas y concertó una audiencia con un abogado de Malí para comienzos de agosto. Ese encuentro se canceló, nunca se explicó por qué pero se especuló que tuvo que ver con los conflictos internos de ese país.
Durante dos o tres meses la comunicación entre la embajada argentina en Nigeria y las autoridades de Malí (entre ambas trabajaron diplomáticos de Brasil, que sí tiene sede en territorio maliense) se cortó. La tía de Nicolás, Karina Lombardo, consiguió contactarse con un asistente social que orbitaba los calabozos donde el argentino estaba preso.
Gracias a esta persona pudieron saber que el mercedino se encontraba “física y moralmente bien, aunque ansioso”. Así Nicolás pudo recibir los primeros gestos de afecto y cercanía de su familia. El 28 de agosto pasó su cumpleaños 32 en prisión y el asistente social le pasó videos con saludos de su papá, su mamá, su tía y sus hermanos.
“Todos los días imagino el día que aparezcas en la ventana y me digas: ‘Hola, mamá, acá estoy’. Te quiero mucho, mucho. No te olvides nunca de eso. Te pido que te cuides y que seas muy, muy fuerte. Siempre, siempre te estoy esperando”, vio Nicolás a su mamá, entre lágrimas, en uno de los videos.
Con la ayuda de Cruz Roja y una ONG local la familia pudo finalmente contratar a un abogado que comenzó a trabajar para sacar a Nicolás de prisión. Para octubre pasado, el embajador en Argelia, Mariano Simón Padros, concretó reuniones con el Ministerio Público Fiscal maliense. Una de las prioridades para las autoridades argentinas fue conseguir el traslado a una prisión más amigable, fuera de Kayes.
A los pocos días trasladaron a Nicolás a Bamako, la capital administrativa de Malí, y el panorama comenzó a aclararse un poco. Semanas más tarde, finalmente obtuvo la libertad condicional. “En ese momento el embajador en Argelia les llevó a las autoridades de Malí el pasaporte argentino que le hicieron y finalmente lo liberaron, pero no puede salir de allá hasta el juicio. Y su abogado tampoco lo deja hablar con los medios por las dudas”, comentó su papá.
Al salir, Nicolás con la ayuda de su abogado consiguió alquilar una habitación en una casa de Bamako. La embajada de Brasil en ese país le prestó dinero y un teléfono celular desde donde Nicolás le dio la sorpresa a su familia en la mañana del 22 de noviembre, unas horas después del debut con derrota de la Selección argentina en el Mundial.
A las 9.45 Oscar recibió un mensaje a su Whatsapp de un número desconocido. Era Nicolás. Inmediatamente lo llamó. “Estuvimos charlando un buen rato. Fue muy emocionante, quería preguntarle todo y que hablara siempre. Ahí me contó que estuvo en esa celda, que gracias a Dios lo pasaron a otro lugar, en Bamako, ahí ya no estaba en una cárcel sino que en un puesto de gendarmería, estaba más desahogado, estaba solo, tranquilo, lo controlaban pero tranquilo”, describió Oscar, docente jubilado.
Recuperada la libertad, Nicolás espera ahora el juicio, la absolución y poder volver a su país. La habitación de la casa la tiene alquilada por tres meses, el tiempo que esperan que transcurra hasta que tenga la libertad total para salir de Malí. “Está muy contento, tranquilo, porque duerme en una cama. Estuvo durmiendo en pisos de tierra, andá a saber en qué condiciones. Fue una cosa de locos, un calvario, un desastre”. A Oscar las palabras se le juntan en la boca, entre la desesperación y el alivio.
Oscar y Nicolás no se ven desde 2018, bastante antes de la pandemia. Luego, durante el parate del mundo por el Covid, el joven argentino quedó “atrapado” en Francia y Alemania. Cuando se levantaron las restricciones, volvió a salir a recorrer el mundo, su gran pasión. Pero jamás volvió a la Argentina.
Oscar se emociona al pensar en el momento en el pueda reencontrarse con su hijo. “Le voy a dar un abrazo que me lo voy a meter adentro del cuerpo. Me va a tener que sacar a patadas”.
Seguir leyendo: