“Piquetes y cacerolas, la lucha es una sola”, fue el eslogan que sintetizó uno de los rasgos que identificaron a aquellas jornadas ardientes de diciembre.
La derrota a todo campo del gobierno del radical Fernando de la Rúa en las elecciones legislativas del 14 de octubre de 2001, aceleró la agonía de los últimos meses y precipitó la renuncia del ministro de Economía, Domingo Cavallo, el 20 de diciembre y horas después, del propio Presidente en medio de una ola de saqueos, protestas y movilizaciones protagonizada por una inédita coalición social, que unió a los pobres del Gran Buenos Aires —bastión electoral del peronismo— con los sectores medios de la Capital Federal, que venían votando a De la Rúa desde hacía casi treinta años.
Luego de la debacle electoral de octubre, Estados Unidos y el FMI pusieron en práctica —aunque solo con la Argentina— la teoría del riesgo moral de la que venían hablando. Cada uno tenía que hacerse cargo de las decisiones que había tomado. Y ya no hubo ningún desembolso de dinero fresco.
De la Rúa agrega un argumento sobre esta actitud, que se refiere solo al número uno del Fondo: “Horst Köhler estaba molesto, como buen alemán, porque anulé el contrato con Siemens para la provisión de los DNI. Por eso, me llamó dos veces el canciller de su país, Gerhard Schröder. Siemens es un símbolo en Alemania”.
Claro que el gobierno argentino hizo sus aportes a esta nueva postura. Cuando finalmente llegó una misión del FMI —recién el 26 de noviembre, en plena corrida bancaria— Cavallo admitió que tampoco habían cumplido con la meta fiscal del “déficit cero” prometida en julio y que necesitaban un “perdón” formal de ese organismo.
Un banquero, que en 2001 dirigía uno de los principales bancos extranjeros en el país y no quiere que su nombre se conozca, evalúa que “podríamos haber evitado la crisis de diciembre, pero para eso necesitábamos —sí o sí— un financiamiento puente; y no era mucho dinero el que necesitábamos, en especial visto desde el presente. Pero, el Fondo había cambiado, estaba inflexible. Es cierto, además, que la Argentina tendría que haber usado bien el dinero que nos habían prestado antes”.
De la Rúa se enteró de primera mano de ese giro crucial, durante su entrevista con el presidente George W. Bush en Nueva York el 11 de noviembre de 2001, dos meses después de los atentados de Al Qaeda y en el marco de la asamblea general de las Naciones Unidas. Ése era el tema que preocupaba realmente a Bush, a sus funcionarios y a todos los estadounidenses, de acuerdo con las tapas de los diarios locales de aquel domingo, que informaban sobre la más reciente amenaza de Osama Bin Laden: “Tenemos armas químicas y nucleares”.
Tres días antes de ese encuentro, la asesora para la Seguridad Nacional, Condoleezza Rice, anticipó que Bush le diría a De la Rúa que ya no debía esperar ninguna ayuda de Estados Unidos ni del Fondo, y que, por lo tanto, debía arreglárselas solo y concentrarse en cumplir con la Ley de Déficit Cero.
Aquel 8 de noviembre, Bush había recibido al presidente brasileño, Fernando Henrique Cardoso. Muchos analistas especulaban que Estados Unidos y el Fondo no le soltarían la mano a la Argentina porque su default contagiaría a la región, a Brasil en primer lugar. Pero, a la salida de esa audiencia, Cardoso se preocupó por asegurar que su país no tenía nada que temer si se agudizaba la crisis de su principal socio en el Mercosur: “Le dije al presidente Bush que estamos contentos de que los mercados financieros distingan entre la situación en Brasil y la situación en la Argentina”.
En ese marco, De la Rúa lanzó por decreto la primera fase de la reestructuración de la deuda pública nacional y provincial, que fue garantizada con la recaudación por el impuesto al cheque. Esa etapa terminó el 15 de diciembre, y, según Cavallo, “entraron al canje 55 mil millones de dólares de capital de un total de 100 mil millones de dólares; la deuda sumaba 140 mil millones de dólares, pero 40 mil millones eran con el FMI, el Banco Interamericano de Desarrollo y el Club de París”.
“El canje —evalúa Cavallo— fue un éxito: extendimos los plazos de todas las cuotas de amortización en cuatro años, a partir de 2005, a una tasa de interés no mayor al 7 por ciento anual”.
Para la segunda etapa —que comenzaría el 15 de enero de 2002— quedaban 45 mil millones de dólares en bonos en poder de acreedores externos. La parte más difícil ya que necesitaba, como garantía, el dinero que el FMI se negaba a desembolsar. Nunca fue lanzada; el gobierno terminó antes.
El último intento de Cavallo en 2001 para conmover a Köhler y lograr que el FMI rescatara a la Argentina del pantano en el que se hundía fue apelar a un reciente galardón:
—Ustedes están destruyendo a la Argentina. Después de que dijeron que éramos el alumno ejemplar del Fondo por las reformas que hicimos, nos obligan a un default y a la destrucción del sistema financiero —asegura él que le dijo a Köhler el 7 de diciembre durante un almuerzo frugal y tenso con la cúpula del Fondo.
—Si el Congreso aprueba el Presupuesto para 2002 y ustedes envían al Senado un proyecto de ley de coparticipación federal de impuestos para discutirla durante el próximo año, se rehabilita el programa y les enviamos la cuota de 1.260 millones de dólares —le contestó Köhler.
—Y también los 3 mil millones de dólares para que terminen la reestructuración de la deuda —completó Anne Krueger, número dos del Fondo, siempre según Cavallo.
Él había viajado a Washington de urgencia luego de que Köhler anunciara que el Fondo no enviaría la cuota de 1.260 millones de dólares prevista para noviembre en el “blindaje” del año anterior porque la Argentina no había cumplido con el “déficit cero”.
Esa negativa del Fondo fue leída como la puñalada final: bloqueaba la llegada de cualquier otro préstamo al país y lo ponía más cerca del default dado que la Argentina tenía vencimientos que afrontar el 20 de diciembre, una fecha que entraría en la historia nacional, pero por otras razones.
En realidad, Cavallo volvió de Washington con las manos atadas, listo para el fusilamiento: el presupuesto que exigían Köhler y Krueger no podía ser aprobado por un Congreso donde el peronismo se preparaba para la toma del poder mientras el radicalismo cuestionaba la política económica del gobierno.
“Luchamos contra la hostilidad del FMI, lo que no contó con el apoyo de los tradicionales ´progres´ radicales y peronistas, que callaban”, se queja De la Rúa.
El FMI reclamaba para 2002 un recorte de gastos por 4 mil millones de pesos/dólares —Ricardo López Murphy se había ido en marzo por un ajuste que no superaba la mitad de esa cifra— y una quita del capital o, más probablemente, de los intereses prometidos a los acreedores externos de 5 mil millones de pesos/dólares.
En tanto, a las intrigas de políticos y empresarios se sumaba el malestar social, que era avalado por los datos oficiales: la recesión llevaba ya 41 meses y se había agudizado a mediados de 2001; el desempleo trepaba al 18,6 por ciento y el subempleo, al 16,3 por ciento, y la pobreza afectaba al 39 por ciento de la población, 14 millones de personas.
EL DETONANTE
Pero, al finalizar la primera semana de diciembre de 2001, el ingrediente que haría detonar ese cocktail explosivo todavía pasaba desapercibido para la mayoría de los políticos, los empresarios y los medios: la furia que iba invadiendo a los estratos medios porteños contra De la Rúa y Cavallo por el “corralito” en el que habían quedado atrapados todos los depósitos bancarios, incluidos los sueldos.
Desde el lunes 3 de diciembre, los depositantes solo podían sacar mil pesos/dólares por mes, 250 por semana. Esa medida tomó por sorpresa a la gente, que se sintió traicionada, estafada, con el “corralito”, una palabra inventada por el periodista Antonio Laje, que, además, anticipó esa medida.
Los números lo demuestran: en 2001, la fuga de ahorros bancarios alcanzó a más de 15 mil millones de pesos/dólares, el 18,7 por ciento del total de depósitos. Pero, la caída fue mucho mayor en los depósitos en pesos que en dólares, 37,3 por ciento contra 8,3 por ciento; eso indica que los ahorristas temían mucho más a la devaluación que al bloqueo de sus fondos.
Por eso, la bronca de los depositantes, que crecía a medida que tomaban nota de todas las molestias e incertidumbres que les provocaba el inesperado “corralito”. Pertenecían a la clase media, que nunca había imaginado que un gobierno al que consideraba propio la perjudicaría de esa manera.
No alcanzaba con que De la Rúa y Cavallo le explicaran que podían pagar sus gastos con la tarjeta de débito o de crédito y también movilizar sus depósitos dentro del sistema bancario, ni que le aseguraran que era una medida temporaria —por noventa días— hasta que el gobierno terminara la reestructuración de la deuda.
En un discurso por la cadena de radio y televisión, el domingo 2 de diciembre por la noche Cavallo le dio un tono épico a las medidas del gobierno al identificar como los “enemigos” del país a “los fondos buitres —los mismos que se enriquecieron a costa de los rusos en 1998— que apostaron a la devaluación del peso, pero no se saldrán con la suya”.
Y agregó: “Durante todo el año 2001, han querido derrotar a la Argentina, obligarla a la devaluación y al default. Pero, serán derrotados”. Para el ministro, los “buitres” estaban acompañados en su cruzada antinacional por “los opinadores que se alquilan”, en alusión a los economistas y analistas que criticaban sus medidas.
Cavallo fue el primero en el país en hablar de los “fondos buitres”, una figura que sería muy utilizada luego por Néstor y, en especial, Cristina Kirchner.
Para De la Rúa y Cavallo la prioridad era salvar a los bancos de la corrida desatada en noviembre, en especial durante la última semana de ese mes, cuando a las declaraciones de funcionarios del Fondo y de Estados Unidos que anticipaban una devaluación, la cesación de pagos o medidas para restringir la devolución de dólares en los bancos, se sumaron las versiones de que algunas entidades bancarias de primera línea se quedaban sin liquidez.
En total, en noviembre se fugaron 2.917 millones de pesos/dólares.
Cavallo recuerda que los bancos más afectados por esta nueva fuga de depósitos fueron “los que más dinero habían prestado a los gobiernos provinciales. Entre los cuales estaban el Banco Provincia, el Banco Nación y el Banco de Córdoba, pero también el Galicia, un banco privado nacional. También habían prestado el Banco Francés, el Banco Santander y el Citibank, pero de ellos no se retiraban tantos depósitos porque se pensaba que sus casas centrales los asistirían”.
“No era que al corralito —afirma Cavallo— lo vinieran a pedir Carlos Ruckauf, José Manuel De la Sota o Escasany (el dueño del Galicia) porque ellos, además, no sabían cómo se resolvían estos temas. El problema de ellos era que sus bancos se habían quedado sin liquidez: la gente quería retirar sus dólares, pero ya no tenían billetes para devolvérselos. Algunos dicen que tendríamos que haber cerrado los bancos en problemas; es decir el Banco Provincia, el Banco de Córdoba, el Banco Nación, el Galicia y algunos otros bancos privados. Ahora, si nosotros llegábamos a cerrar todos esos bancos ¿qué le íbamos a decir a la gente? ¿Qué perdieron los depósitos que tenían en esos bancos? Además, cuando la gente viera que se cerraban todos estos bancos, ¿por qué no iban a pensar que se iba a terminar cerrando a los otros bancos también? No había otra alternativa; el corralito era absolutamente imprescindible”.
Según el banquero que no quiere que su nombre sea revelado, “en la corrida también hubo mucho fly to quality (vuelo a la calidad): depósitos que salían de algunos bancos, pero quedaban en el sistema porque se iban a los bancos extranjeros creyendo que allí estarían a salvo porque las casas matrices garantizarían en cualquier caso la devolución de los ahorros en el dinero en el que habían sido depositados”.
“El Galicia —añade— tenía muchos bonos provinciales, pero no porque los había elegido sino porque había sido poco menos que obligado a comprarlos. Su dueño, Eduardo Escasany, llegó a sospechar que la corrida se debía a una operación nuestra, de los bancos extranjeros, y me lo dijo. ´Me estás jodiendo: sería como pegarse un tiro en los pies´, le contesté. Es que esa avalancha de depósitos aumentaba drásticamente nuestro riesgo crediticio”.
Quienes en lugar de un “vuelo a la calidad” prefirieron retirar directamente sus dineros de los bancos fueron las AFJP —las empresas privadas que administraban los fondos aportados por los asalariados para sus jubilaciones— “y otros grandes depositantes”, afirma Cavallo. Empresas y particulares que tenían mejor información y más medios para proteger sus dólares.
Es decir que el corralito atrapó principalmente a los medianos y pequeños ahorristas. Perdieron, pero salieron a las calles de la Capital y le dieron el golpe de gracia a De la Rúa y al gobierno que habían ayudado a elegir, hacía apenas dos años y diez días, cuando el futuro parecía seguro y próspero.
*Periodista y escritor, extraído de su libro Doce Noches, reeditado en diciembre 2021.
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