El 80% de las mujeres sufrió violencia física, sexual, psicológica o económica. Pero vivirla no es lo mismo que verla. Para muchas mujeres si su marido le dice que ella no puede salir con sus amigas porque son una mala influencia, que su plata no vale nada y que mejor que no vaya a trabajar o que si no está nunca disponible en la cama él va tener que ir a buscar afuera lo que no encuentra en su casa para muchas de ellas no es machismo, es normal.
El 36% no reconoce haber vivido violencia por su condición de género. No se sale de un túnel si la luz está apagada y no se busca la salida. Por eso, de no verla a no pedir ayuda hay un paso. El 25% de las víctimas de violencia hablo con alguien de su entorno (amigas, familiares, compañeras), personal de salud o de instituciones. Y apenas el 11% pidió directamente ayuda a su mamá, su hermana, su psicóloga, su médica o la maestra de sus hijos e hijas.
Solo 1 de cada 10 mujeres que son violadas, violentadas o maltratadas se anima a pedir que la ayuden a irse de su casa, a que se vaya el violento o a terminar con la relación o a ver la forma de cortar con la dependencia emocional y económica con su pareja. La relación entre víctimas y denuncias es ínfima: el 5% de las víctimas de violencia inició una denuncia contra el agresor ante la policía, la justicia o autoridades locales.
Hay un enorme problema con la enorme cantidad de mujeres que sufren violencia y la enorme cantidad de mujeres que no lo reconoce, no lo cuenta, no pide ayuda y no denuncia. Pero, lo peor, es que las pocas que denuncian no se encuentran con las puertas abiertas sino con obstáculos, barreras y otras formas de maltrato. Entre las que se animan a señalar al agresor un tercio considera que su situación no recibió el trato adecuado.
Hay muchas mujeres que ni siquiera saben que lo que les pasa no está bien. Están en su casa y, aunque sean maltratadas, no ven en el espejo señales de alarma. Otras las ven pero no saben como abrir la puerta ni llamar por teléfono para pedir auxilio. Son menos las que salen y en la calle piden ayuda o van decididas a denunciar para irse a otro lado o volver a su casa pero sin el peligro del maltrato.
El problema es que ya no se trata de generar conciencia sobre la violencia machista o alentar a la denuncia, sino que cuando, por campañas públicas, marchas, educación sexual, una sociedad comprometida, la Ley Micaela, la aplicación de la incorporación de la violencia de género en el Programa Médico Obligatorio (PMO) la mujer abre los ojos en la ruta se puede encontrar con tantos obstáculos para denunciar que puede volver al lugar del peligro sin animarse a dejarlo asentado en un acta policial o en una declaración judicial o sintiéndose desprotegida o maltratada por haber denunciado.
Esa secuencia se conoce como ruta crítica. ¿Por qué? Porque no es un camino fácil en el que no solo hay baches, también se cobran peajes (demasiado caros), faltan puestos de auxilios (demasiado pobres) y puede resultar en un viaje de ida, con amenazas y persecuciones. “La ruta crítica son todas aquellas decisiones que toma una mujer que está atravesando una situación de violencia de género para salir. Decimos ruta crítica porque en ese proceso de pedir ayuda, de salir, que no siempre es rápido, que en general es complejo, que involucra muchos actores, con quiebres de comunicación entre un actor y otro muchas veces no saben para donde seguir, a quién acudir”, explica Ana Inés Alvarez, Directora Ejecutiva de Fundación Avon, a cargo de la encuesta regional entre 2.000 mujeres en América Latina, con datos sobre Argentina, Colombia y México, y con 24 entrevistas en profundidad.
Entre las barreras para pedir ayuda 7 de cada 10 consideran que tener personas a cargo las frena. Si tienen que mantener a sus hijos y no tienen el dinero suficiente (en un país donde separarse es sinónimo de padres que en un 70% de los casos incumplen con la responsabilidad legal de sostener a sus hijos e hijas) para pagarles la comida (en un país que nunca se sabe cuánto dinero es suficiente ni cuánto va a valer la comida) y, mucho más difícil, la cuota de la escuela, de fútbol o de danza, la inseguridad financiera es un gas paralizante a la hora de pensar un cambio de vida que pueda generar mayor zozobra económica. Cuatro de cada diez mujeres tienen miedo de no poder subsistir económicamente.
La violencia de género afecta a las mujeres y a sus hijos e hijas. Si los chicos y chicas la padecen de forma directa, si son abusados y su mamá tiene que escucharlos, creerles y hacer una denuncia contra el progenitor y si ven los golpes, los insultos o el maltrato a su mamá. En todas las situaciones son víctimas. Por eso, es tan importante que se proteja a la infancia de ser víctima directa o testigo de maltratos verbales, físicos, sexuales o económicos.
Sin embargo, las mujeres se inhiben por sus hijos e hijas y se paralizan por el miedo a no poder sostenerlos. En ese sentido, las políticas de cuidado son fundamentales para las víctimas. El 16% dice que no sabe con quién dejar a cargos a los chicos y un 11% siente que si los dejan a cargo de otra persona (mamá, hermana, tía, prima, compañera, amiga) esa persona podría correr riesgo . ¿Si no pueden dejarlos para ir a denunciar a la comisaría como van a ir a trabajar o a continuar un juicio por lesiones o amenazas?
Es fundamental lograr políticas más efectivas para que los padres separados se hagan cargo de la alimentación de sus hijos e hijas. En general, si viven con ellos y cenan o almuerzan también les dan de cenar. Pero si se van a vivir a otro lado y no los miran a los ojos, se desentienden, en una gran cantidad de casos, de su salud, educación, alimentación y bienestar. El 14% de las mamás tiene miedo a que el vínculo con los chicos y chicas se podría ver afectado negativamente (14%) si denuncian al progenitor.
El miedo no es un factor inhibitorio no realista. Es un problema con bases sólidas: el informe de la Fundación Avon destaca que el 64% de las mujeres que se divorciaron manifestaron que sus ex parejas no cumplen con la responsabilidad del pago de la cuota alimentaria afectando el derecho de sus hijos/as. Tal es así que 4 de cada 10 víctimas de violencia de género no hablan por temor a no poder subsistir económicamente.
El otro punto es la vergüenza. El qué dirán sigue jugando, pero también los cuestionamientos que se reciben: “por qué lo dejaste” o “por qué no lo dejaste”, “vos no eras fuerte”y sin embargo resultaste tan débil”, “no seas exagerada”, “mira que tenías tan buen futuro con él” o “qué pena una mujer inteligente resultara tan tonta y una familia tan linda arruinada porque te dejaste llenar la cabeza en contra de los varones”. La vergüenza es la segunda barrera más mencionada por el 43% de las entrevistadas.
La vergüenza puede aparecer al intentar pedir ayuda a los familiares que pueden juzgarla (“vos algo le hiciste”, “en una pareja hay que aguantar cosas que no nos gustan”; “no te habrán llenado la cabeza esas feministas”, “no vas a encontrar otro novio”, etcétera) y otro freno para avanzar en las denuncias es que las víctimas tampoco quieren exponer su privacidad al realizar una denuncia.
Una de las entrevistadas argentinas señaló que “ir a la comisaría es vergonzoso, tener que estar hablando de tus problemas delante de otras personas, contar, porque te preguntaban así, delante de todo el mundo”. Este testimonio también demuestra que hay que mejorar y unificar los protocolos de intervención para no desalentar las que se animan, ni castigar a las que pueden estar ante un papel que evite un femicidio o un maltrato que las haga volver con quién puede volver a golpearlas, acuchillarlas, dispararles o denigrarlas.
También se constata un retroceso después del auge de Ni Una Menos, en 2015 y el MeToo y Yo Te Creo Hermana, en 2017 y 2018, en Estados Unidos y España. Ahora 3 de cada 10 mujeres tienen miedo que no les crean. ¿No estaba superada la etapa donde una mujer que denuncia violencia era tildada de mentirosa, fabuladora o exagerada? No. Todavía -o de vuelta- a las mujeres no les creen y eso es un freno para salvar sus vidas o apostar a vivir mejor.
Pero si una joven que es obligada a tener relaciones sexuales con su novio cuando no quiere o una mujer a la que le arrojan el plato de comida si a su marido no le gustó juntó coraje para pedir ayuda después de una cachetada, un cabezazo, una penetración sin consentimiento o insultos delante de los chicos. Pero necesita todavía más coraje para denunciar y para animarse a ir a la justicia hay que sobreponerse al temor.
La mitad de las víctimas de violencia tiene miedo a las consecuencias. Pero, para no paralizarse, tiene que existir contención y respuestas efectivas. Sin embargo, el 30% de las víctimas siente que no van a darle una respuesta o a ayudarla. Un tercio de las que sufrieron gritos, golpes, penetraciones no deseadas, robos o represión sobre sus decisiones no sabe a dónde ir para pedir ayuda. Pero, si se animan, si encuentran a donde ir, si están dispuestas a afrontar la denuncia, tienen que enfrentar un conflicto real y cada vez más graves: los que exacerban la violencia cuando la víctima quiere cortarles el poder de la violencia. Una de cada tres mujeres recibió amenazas.
Ana Inés Alvarez, Directora Ejecutiva de Fundación Avon, resalta: “Es importante volver visible qué está pasando que muchas mujeres no llegan a poder hacer la denuncia, pedir ayuda y efectivamente dejar de vivir en una situación de violencia. Esta encuesta busca abrir conversaciones que interpelen a los que forman parte de este camino que las mujeres tienen que atravesar al decidir dejar de vivir esta situación. Pero no es una decisión que una puede tomar y al otro día cambia la realidad. Hay que pensar qué no estamos haciendo bien para que las mujeres puedan vivir una vida sin violencia”.
Por su parte la Comisión Interamericana de Mujeres (CIM), promueve la campaña #RutaViolenciaCero y resalta: “Pese a los grandes avances en la región, en materia de diseño y aprobación de leyes, recomendaciones y declaraciones, la amplia visibilización de la problemática, el debate público, las movilizaciones y reclamos, no se han logrado la erradicación de estas conductas, existiendo claras limitaciones para la prevención y el tratamiento de la violencia contra las mujeres”.
A partir del 25 de noviembre y hasta el 10 de diciembre se llevan a cabo 16 días de activismo contra la violencia de género. La CIM propone combatir estereotipos que perpetúan la violencia hacia las mujeres, niñas y adolescentes; garantizar a las mujeres el acceso a la justicia; medidas de protección para las sobrevivientes; un trato adecuado y no revictimizante en los procesos judiciales y administrativos y reparar las violaciones a los derechos de las mujeres.
Desde la campaña #RutaViolenciaCero subrayan: “Necesitamos nuevos caminos para viejos problemas, el derecho de las mujeres a vivir una vida libre de violencia, es un derecho humano básico y fundamental. No podemos detenernos ahora”.
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