Inventó “el cosito de la pizza” y vio cómo todos copiaban su idea: la historia detrás de la patente

Claudio Troglia patentó en 1974 el separador de pizzas, al que denominó “SEPI”, pero al año y medio ya se fabricaba de manera clandestina haciendo caso omiso a los derechos de autor. Incluso una mujer se adjudicó la creación del producto en Estados Unidos, pero gracias a la documentación que quedó registrada en el INTI pudo demostrar que él once años atrás ya había diseñado la matriz

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Claudio Troglia sosteniendo en su
Claudio Troglia sosteniendo en su mano la primera versión del separador de pizzas, y a la derecha una reversión modernizada (Instagram: @sepitroglia)

“Muchos creen que el inventor del SEPI –separador de pizza- está en una reposera sentado en el Caribe, pero no, sigo laburando sin parar hace 50 años”, es lo primero que dice Claudio Troglia cuando recibe a Infobae en el restó bar de Belgrano donde trabaja junto a su familia. El argentino que diseñó lo que muchos llaman “el cosito de la pizza”, recuerda aquel 28 de febrero de 1974 en que patentó el producto, y cuenta qué fue lo que pasó después de que se masificó la fabricación haciendo caso omiso a los derechos de autor.

Se sienta en una de las mesas del Bakerloo, el local que abrió junto a su hijo Gastón hace tan solo tres meses, en Vuelta de Obligado al 1800. Trae consigo un frasco de vidrio donde guarda el primer modelo del trípode de plástico, que tenía como objetivo evitar el enchastre que ocurría cada vez que la tapa de la caja se pegaba a la muzzarella. “En casa éramos muy consumidores de pizza, y antes no existía el delivery, entonces si llegabas a pedir dos pizzas era un problema, porque no existía el cartón corrugado; eran cajas parecidas a las que hoy se siguen envasando los ravioles, de un cartón muy blandito, y cuando ponías una arriba de la otra infaliblemente se pegaba”, detalla.

Así quedaban las pizzas cuando
Así quedaban las pizzas cuando no se usaba el SEPI: se pegaba el queso con la tapa de la caja

Café mediante, repasa la charla que tuvo con su padre cuando tenía 22 años, que fue el comienzo de una verdadera odisea. “En esa época le ponían 25 escarbadientes para ayudar a que no se pegue la tapa, pero te los encontrabas cuando estabas comiendo la pizza, y era poco higiénico, un desastre”, explica, recordando los tiempos en que había que ser cuidadoso en cada mordisco. “Hablando con mi viejo le digo: ‘Habría que inventar algo para que esto no pase más’, y se me ocurrió hacer el SEPI”, cuenta.

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A sus 70 años, se define como “un busca”, por el espíritu de superación que lo acompaña desde su juventud. “A los 20 trabajaba en un banco del tesoro clasificando los billetes que iban a la quema y era muy desagradable porque traían todos los billetes sucios, doblados, que no eran como los de ahora, era otro papel, otra tinta, se desgastaban mucho y se hacía la clasificación en un sótano”, revela. Durante cinco años esa fue su rutina, y tampoco había podido ejercer su primera profesión: piloto de avión.

La captura de pantalal de
La captura de pantalal de la patente del INTI (Instituto Nacional de Tecnología Industrial) registrada el 28 de febrero de 1974 comprueba que es anterior a la que presentó Carmela Vitale en Estados Unidos en 1985 (Gentileza Gastón Troglia)

“Fui tres años a la escuela de aviación. Estudié aviación civil, pero para llegar a comercial y entrar a una compañía aérea había que tener 700 horas de vuelo y era carísimo; hasta hoy sigue siendo muy caro”, explica. Las ganas de dejar el trabajo del rubro bancario lo llevaron a reinventarse, y en ese contexto diseñó el primer separador de pizza. Sin embargo, el camino no fue fácil, y tuvo una compañera de equipo excepcional para la etapa de investigación: su esposa, María Inés. “Fue bastante engorroso, porque no había computadoras en el Registro de Patentes, así que tenías que revisar cientos de libros para comprobar que no existiera algo similar y dejarlo asentado mediante una declaración jurada”, indica.

Casado hace 43 años con la madre de su único hijo, asegura que sin su apoyo hubiera sido imposible clasificar todo el material bibliográfico para avanzar y lograr la patente. “Estaban todos como en otro mundo, y me decían que estaba loco, que no se lo iba a poder vender a nadie; la única que se fue autoconvenciendo fue mi señora”, admite con humor. Durante varias semanas revisaron los 20 rubros que involucraban la pizza, y también las categorías que indirectamente estuviesen asociados a la gastronomía, como bazar y vajilla. “Buscamos de todas las formas posibles: ‘separador de pizza’, ‘aplicación para pizzería’, y fue muy complicado; pasaron más de cuarenta años y todavía me acuerdo. No se me borran de la mente todas esas horas y horas de dedicación”, expresa.

Claudio se casó con María
Claudio se casó con María Inés hace 43 años, y juntos fueron padres de Gastón

El asesoramiento era nulo, porque nadie lo había hecho antes, así que como autodidacta aplicó el método de prueba y error. Contactó al matricero que en aquellos años hacía los muñecos de Billiken, e hicieron una matriz rápida de aquel modelo triangular: “Teníamos que economizar el costo del plástico, que era carísimo, y tenía que ser un material que aguantase el calor, que no se deformara cuando lo ponías sobre la muzzarella caliente recién salida del horno. Algunos se abrían las patas, no aguantaban”, comenta. Cuando encontraron la combinación de “resistente y liviano”, dieron con el SEPI definitivo, que pesaba solo un gramo.

Era hora de salir a venderlo, y ese fue otro desafío. “Había que convencer a los pizzeros de que era más barato que poner 25 escarbadientes, y la pizzería que estaba a la vuelta de mi casa en Villa Crespo, la Nápoles, fue la primera que lo tuvo. Les dije: ‘Te lo dejo para que lo pruebes’, porque en realidad empecé así, dejando bolsas y bolsas en los negocios para que vieran que funcionaba”, manifiesta. Con la misma alegría que sintió en ese momento, rememora el día que su padre recibió por primera vez la pizza con el separador que tanto se necesitaba.

"Mi esposa me acompañaba para
"Mi esposa me acompañaba para entregar las bolsas de los separadores de pizza, y nadie quería comprarlos al principio", explica Claudio Troglia

“Mi viejo pudo ver todo el proceso de creación, y después disfrutó del SEPI durante muchos años más”, celebra. Dejó el trabajo en el banco y arrancó su nueva faceta de emprendedor, un talento innato que lo llevó nada más y nada menos que hacer historia. Todos los días subían al auto con su esposa, y repartían las bolsas con 1000 unidades en todas las pizzerías de Capital Federal.

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“Teníamos un buen cálculo: sabíamos que por mes se vendían un millón y medio de pizzas entre Capital y Gran Buenos Aires. Era rentable, pero también había que tener una red de distribución muy grande, porque teníamos que llegar a 500 locales mínimo”, aclara. Durante casi dos años la venta mensual alcanzó los 150.00 a 200.000 separadores. Hasta que empezaron a fabricarlo clandestinamente, y una vez más, Claudio tuvo que reinventarse.

Explica que al vender solo el SEPI, como pequeño comerciante estaba en desventaja con la superproducción que empezó a ocurrir de manera paralela al año y medio de que patentara el invento. “Yo llegaba a las pizzerías a ofrecer el producto y resulta que ya lo tenían; y de repente había 300 lugares que lo recibían junto con la caja, porque se los ofrecía el mismo fabricante”, cuenta con indignación. Y sostiene: “Era imposible hacerle juicio a todos los que la fabricaban por más que yo tuviera la patente”.

Cada vez fue más difícil competir con un circuito que tenía penetración en todas las pizzerías, y fue testigo de cómo se infligieron los derechos de autor. “Después de cinco años si no renovás la patente ya es de dominio público, la puede usar cualquiera, y decidimos no renovar por todo ese contexto”, remarca. Once años después de que registrara su creación, una mujer norteamericana llamada Carmela Vitale se adjudicó la invención de “el cosito de la pizza”.

En familia, Claudio, María Inés
En familia, Claudio, María Inés y Gastón

“En 1985 lo patentó con la misma foto, el mismo diseño industrial, todo lo que yo había presentado originalmente. Se choreó todo, y lo explotó un tiempo”, revela. Cuando se enteró pensó en iniciar acciones legales, pero al ser en el exterior implicaba ir en contra de otra legislación, un proceso largo que conllevaría también una inversión monetaria, y desistió. Bajo la errónea autoría de Vitale, el SEPI llegó a Los Simpson y se vio también en una ceremonia de entrega de los Premios Oscar, cuando Meryl Streep probó un bocado de una pizza que trajeron a su mesa.

“Lo más emocionante que me pasó es que gracias a mi hijo se pudo hacer una corrección en Wikipedia respecto de quién lo había inventado, porque el artículo decía que lo había inventado ella, y él subió la documentación de la patente de 1974 para demostrar que no fue la inventora, y dejó asentado que el SEPI es un invento argentino”, detalla con la sensación de reivindicación a flor de piel. Y agrega: “Un poquito de justicia se hizo con el tiempo, y mi hijo fue el autor de esa redención, y gracias a eso por lo menos surgió toda esta historia”.

Claudio tiene 50 años de trayectoria en el rubro gastronómico, pero también fue pionero en otro aspecto. “Abrimos las primeras canchas de tenis, que funcionaron muy bien durante casi 12 años, con muy buenos sponsors, como Guillermo Vilas y Gabriela Sabatini; pero como en todo, cuando tuvo éxito inauguraron otras 50, y dejó de ser rentable para todos”, rememora.

El dibujo con el que
El dibujo con el que la neoyorquina Carmela Vitale patentó en Estados Unidos lo que denonimó "package saver", que luego Claudio Troglia demostró que es el mismo que él había presentado once años atrás
El modelo triangular fue el
El modelo triangular fue el que patentó Claudio Troglia en 1974: en la imagen una versión moderna (Instagram: @bakerloo.belgrano)

Tuvo muchos aciertos en sus innovadoras ideas a lo largo de la vida, pero no siempre tuvo el reconocimiento que merecía, y supo lidiar con eso. Otra anécdota data de 1982, cuando inauguró un pub inglés: “Tuve muy mal tino ahí, porque abrimos el 4 de abril, dos días después de que se declarara la Guerra de Malvinas, y le había puesto el mismo nombre que este local, Bakerloo, por una estación de subte de Londres”. Sin embargo, revela que como el pueblo argentino no comprendía del todo qué era lo que estaba ocurriendo en las islas, no sufrió la desaprobación de los clientes, y siguió con el negocio durante un buen tiempo.

Como el invento del SEPI fue rentable solo por un año y medio, el resto de su vida tuvo que encontrar sustento en otros emprendimientos. Se dedicó al servicio de catering para casamientos y eventos. “Diez años atrás los fines de semana diez teníamos tres bodas con 300 invitados en cada fiesta, y trabajamos como familia muchísimo”, explica, mientras su hijo coordina la entrega de pedidos de cada mesa y demuestra que se pone al hombro el negocio familiar.

Luego de las restricciones por la pandemia de coronavirus, pensaron en cuál sería el próximo paso. “En este local había una fiambrería que cerró, y se nos ocurrió alquilarlo para poner un restaurante, pero tampoco fue fácil porque poco después de que alquilamos renunció el Ministro de Economía y los precios eran una locura”, explica. “Hubo seis meses de obra, y preguntaba un sillón cuánto salía y a la semana costaba el doble”, señala con preocupación. Tampoco fue sencillo afrontar económicamente la contratación de empleados, sumado a otras dificultades que fueron sorteando sobre la marcha como pudieron.

"Tengo 70 años, y como
"Tengo 70 años, y como arranqué a los 20 ya tengo medio siglo de trayectoria en el rubro de gastronomía, que se derivó del invento del SEPI", explica Claudio sobre su espíritu emprendedor

Las largas jornadas con un pequeño corte a la tarde para reponer energías forman parte de la rutina de Claudio, que no pierde la amabilidad en ningún momento, y apela al humor para enfrentar las adversidades. “Ya le avisé a mi hijo que el próximo Día del Inventor Argentino yo no vengo a trabajar, por motivos obvios”, bromea, haciendo referencia a la fecha que se celebra cada 29 de septiembre.

“Lo más paradójico es que acá en el local no usamos SEPI, directamente entregamos las pizzas en cajas de cartón de tapa dura, que aguantan bien”, revela. Y explica: Me rehúso, me da no sé qué, porque encima son carísimos ahora; antes se vendía en bolsas de 1000 y ahora solo de a 200, que se terminan enseguida, y sinceramente hoy con las nuevas cajas no se necesita”.

Prefiere no ceder frente a la injusticia de tener que comprar algo que él mismo inventó, y se refugia en que poco a poco más personas empiezan a conocer cómo surgió el separador de pizzas. “Cuando leen que se patentó en 1974 me dan todos por muerto, y lo llaman a mi hijo para preguntarle si su papá está vivo, pero acá sigo, en los fuegos de la cocina trabajando hasta dónde se pueda”, expresa. En su momento coleccionó muchos tipos de SEPI, desde circulares, hexagonales hasta con la cara de Homero Simpson. Y se divierte cuando descubre algunos memes con los miles de usos que le dieron: mesita ratona miniatura, banquitos, entre muchos otros.

Con la primera matriz del
Con la primera matriz del SEPI en la mano, el inventor argentino posa frente al restobar que inauguró hace tres meses en el barrio de Belgrano

“Algunos creían que era la guía para cortar las porciones, porque la pizza no venía cortada, pero la función real era la de separar el queso de la tapa de la caja, y me sorprendo hasta el día de hoy con las repercusiones”, sostiene. “Incluso me llamaron de Australia por un libro de inventos que están haciendo”, cuenta. Se despide para seguir trabajando en el restó bar, y aclara que en el variado menú que incluye minutas y promociones para las cuatro comidas del día, no pueden faltar las pizzas. “Son muy ricas, y además me contaron que está el inventor del SEPI”, cierra con una sonrisa, como garantía de que cada comensal queda en las mejores manos.

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