Tras la caída de Puerto Argentino el 14 de junio de 1982 el presidente de facto Leopoldo Fortunato Galtieri perdió el apoyo de los altos mandos del Ejército y debió abandonar el poder. Días más tarde, el general ( R ) Reynaldo Bignone, por decisión del teniente general Cristino Nicolaides, asumió en la sede del Congreso Nacional. Horas después, en la Casa de Gobierno le tomó juramento a su gabinete. No llegó para continuar indefinidamente la gestión castrense. Lo hizo para administrar la huida, el final, lo más decorosamente. No tenía ningún plan aunque debía enfrentar los serios resultados logrados por seis años de fracasos. En lo interno, la situación económica era agobiante, la cuestión de los desaparecidos y la política de los Derechos Humanos generaban sorpresa y escalofríos.
En el marco externo, tras la derrota con Gran Bretaña, las relaciones con los Estados Unidos y Europa Occidental estaban al borde del congelamiento. Antes de irse del poder, los militares intentaron desmalezar el camino hacia la democracia. Primero, bajo la conducción del canciller Juan Ramón Aguirre Lanari, la Argentina logró un éxito notable para un país que cinco meses antes había perdido una guerra: el 5 de noviembre de 1982, la Asamblea General de las Naciones Unidas aprobó la resolución 37/9 que llamaba a la reanudación de las negociaciones sobre la soberanía de las Islas Malvinas con Gran Bretaña (90 votos a favor, 52 abstenciones y 12 en contra). La resolución fue aprobada con el voto favorable de Estados Unidos. La misma tomaba en cuenta la existencia de un cese de hostilidades de facto en el Atlántico Sur (Aguirre Lanari hablaba de “un cese de hostilidades de hecho”) y la manifiesta intención de ambas partes de no renovarlas. El canciller venía de la política, no era un diplomático profesional, pero supo hacer una digna gestión siguiendo las líneas que se habían profundizado durante la guerra de Malvinas: continuó con la política de acercamiento a Latinoamérica y acrecentó la pertenencia argentina al bloque de Países No Alineados. Su innato sentido común y su sensatez generaron el apoyo inmediato del Palacio San Martín.
En el caso del conflicto del Beagle, entre 1976 y 1982 se puede decir:
El 2 de mayo de 1977, se comunicó oficialmente el fallo arbitral sobre el litigio con Chile del canal de Beagle. El fallo de los cinco jueces de la Corte “ad hoc”, representantes de los Estados Unidos, Reino Unido, Francia, Suecia y Nigeria, resultó francamente favorable a las aspiraciones chilenas de extender su presencia al océano Atlántico. Así nació un conflicto que llevaría al país en 1978 al borde de la guerra con Chile. La resolución de la Corte Arbitral causó indignación en el gobierno militar, y también entre la clase política: por ejemplo, el 4 de octubre de 1977, varios dirigentes solicitaron públicamente el rechazo del fallo del Beagle, entre otros Raúl Alfonsín y los peronistas Miguel Unamuno, Eloy Próspero Camus y Roberto Ares. La Cancillería se preparaba en todos sus niveles a rechazar el fallo de la Corte Arbitral y mientras se trabajaba en esta dirección, el jueves 19 de enero de 1978, Jorge Rafael Videla y Augusto Pinochet se encontraron en la base de El Plumerillo, Mendoza, sin llegar a ningún atisbo de solución después de ocho horas de reuniones entre los mandatarios y sus equipos de colaboradores. El 25 de enero de 1978 la Argentina rechazó de plano el Laudo Arbitral del Beagle.
El 8 de noviembre de 1978, Videla le escribió una carta a Pinochet en la que le expresa que “la vía de la negociación no se halla agotada y que una sincera voluntad de persistir en ella de buena fe permitirá superar los obstáculos que aún restan para un acuerdo integral”. Desde Chile, mientras tanto, se insiste con una mediación sin considerar nuevas negociaciones, ya que estas quedaron totalmente agotadas. Entre los posibles mediadores, los más nombrados eran el Rey de España y el Papa Juan Pablo II. Como una última oportunidad, los gobiernos de Argentina y Chile decidieron establecer un encuentro de cancilleres en Buenos Aires, para dirimir quién sería el mediador y cuáles las diferencias a dirimir ante el mismo. En una reunión previa al encuentro de cancilleres, el Comité Militar había resuelto apoyar y promover la mediación papal. De fracasar dichas gestiones, se acordó, se promoverían operaciones militares entre el 15 y el 20 de diciembre (ocupándose las islas Evout, Barnevelt y Hornos). Y si existía una “respuesta militar” de parte de Chile, entonces los operativos militares se centrarían sobre Punta Arenas, Puerto Williams y Porvenir. Se había decidido focalizar el conflicto, reforzando el TOA (Teatro de Operaciones Austral), al mando del general Antonio Vaquero con 25.000 efectivos y 250 tanques.
Con una gran expectativa, el martes 12 de diciembre de 1978 se produjo el encuentro de cancilleres, en medio de los más variados rumores y corrida bancaria. En el Salón Verde del Palacio San Martín se sentaron frente a frente Carlos Washington Pastor y Hernán Cubillos Sallato. Al lado de Pastor lo hicieron Moncayo, Gutiérrez Posse y Federico Mirré (salvo Mirré, los restantes no tenían ni formación ni trayectoria diplomática). Durante las conversaciones, por la mañana, ambas delegaciones coincidieron en una serie de ideas que los asesores de los cancilleres, por la tarde, concretaron en un borrador. Una vez que el documento fue aprobado por los dos jefes de las delegaciones, Pastor lo llevó al Comité Militar, que lo rechazó. Del lado argentino, el temario debía contener un punto fijo terrestre donde apoyar la división territorial.
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El domingo 17 de diciembre de 1978, viajó secretamente a Chile el brigadier Basilio Lami Dozo. Fue a entrevistarse con el jefe de la Fuerza Aérea, Fernando Matthei. Al escuchar la propuesta del militar argentino, Matthei contestó que a él no le correspondía intervenir en el manejo de las relaciones exteriores, ya que es una actividad privativa de Pinochet.
Lo que ocurrió entre el 18 y 21 de diciembre linda entre la diplomacia y la historia militar. Los gobiernos de Chile, Brasil y Estados Unidos manejaron la información que el 21 se produciría la invasión argentina a los territorios insulares en disputa. El jueves 21 por la noche, llegaban a Roma las respuestas de Videla y Pinochet aceptando al Papa como mediador. Lo que fue informado el 22 al mediodía (8 y 7 de la mañana en Buenos Aires y Santiago, respectivamente). El 22 de diciembre de 1978, el Papa hizo llegar un mensaje invitando a la paz a los gobiernos de Argentina y Chile, y el cardenal Antonio Samoré llegó a Buenos Aires el domingo 26. El 8 de enero de 1979 se volvieron a encontrar Pastor y Cubillos con el mediador del Vaticano. La paz había triunfado esta vez. El 22, la intervención de Juan Pablo II puso término a una de las semanas más largas del año. Fue también en ésta que el régimen militar lució lo peor que anidaba en su interior. Sus flaquezas y miserias, en medio de una población que observaba silenciosa cómo cualquier cosa podía suceder. Días como estos sólo se conocerían en 1982.
Desde 1978 a junio de 1982 se realizaron agotadoras reuniones sin ninguna solución, y si había un atisbo de arreglo la Junta Militar lo rechazaba. Después la atención se centró en la cuestión Malvinas y si se lograba un éxito el siguiente paso (militar) sería sobre las relaciones con Chile.
En diciembre de 1983 asumió la presidencia de la Nación Raúl Ricardo Alfonsín y nombró canciller a Dante Mario Caputo. Entre las tantas cuestiones que debió atender en el Palacio San Martín la cuestión del Beagle era prioritaria. Como no comulgaba en nada con el gobierno chileno se designó embajador argentino en Santiago de Chile a José María Álvarez de Toledo, un diplomático de carrera de gran prestigio. Por las mismas razones, el diplomático Raúl Quijano fue designado en Paraguay. El nombramiento clave fue la del embajador Marcelo Delpech como subsecretario de Asuntos Australes y titular de la delegación argentina en las negociaciones con Chile en el Vaticano.
Tras varios meses de trabajo, el 18 de octubre de 1984 se firmó un acta de consolación de un texto de acuerdo. El paso siguiente de Alfonsín fue convocar a la población a una consulta popular no vinculante para conocer su opinión. La misma se realizó el 25 de noviembre de 1984 y el 81% de los votantes apoyó al gobierno. Dirigentes políticos de distintos partidos se pronunciaron en un sentido u otro. Del peronismo, Carlos Menem y Eduardo Duhalde se inclinaron por aprobar el acuerdo. El hecho más llamativo de esas semanas fue el debate televisivo entre el canciller Caputo y el senador peronista Vicente Leónidas Saadi. El legislador pasará a la historia como el exponente de un papelón propio de una política sin sentido y vieja. Tras la aprobación en el Parlamento, el 2 de mayo de 1985, con la presencia del Papa, Caputo firmó con su par chileno, en el Consistorio del Palacio Apostólico en El Vaticano, el Tratado de Paz y Amistad con Chile.
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