Casablanca es una suma –gloriosa- de accidentes, improvisaciones, alguna decisión desganada y mucho talento. Ninguno de los involucrados confiaba demasiado en ella. Había sido un trabajo más. Algo arduo, desangelado, del que nadie creía que podía pasar a la historia. Un producto más de los cientos que producía anualmente Hollywood.
¿Cuál es el género de Casablanca? Puede ser una película bélica, de amor, una solapada buddy movie, un melodrama, un tímido musical. Posiblemente sea todo eso junto. De esa mezcla riesgosa, casi casual, podía surgir un híbrido sin alma o un clásico invencible.
Aljean Harmetz, en The Making of Casablanca, su libro sobre cómo se hizo la película, dice que cualquiera de los otros estudios de ese momento podrían haber hecho la película. Que más allá de las diferencias obvias en los protagonistas (Gary Cooper hubiera sido el actor de Paramount, Clark Gable el de MGM o Tyrone Power el de Fox) ningún otro la hubiera filmado como lo hizo Warner. Algo menos ambiciosa y realizable. Estricto blanco y negro, bastante cinismo, sin opulencia.
La Segunda Guerra Mundial era el tema ineludible. Warner tenía siete películas bélicas en producción. Pero ese bélicas podría estar entre comillas. Las historias transcurrían durante la guerra, imponía su clima, sus preocupaciones, pero no trataban de batallas, grandes misiones, la vida en un regimiento o espectaculares enfrentamientos aéreos. La guerra todavía no lo permitía: ni por evolución ni por posibilidades económicas. Así que proliferaban historias de espías y de grupos clandestinos de resistencia.
La IWO (Information War Office), el organismo que autorizaba los fondos para que se filmaran películas en tiempos de la contienda mundial, solía hacer una pregunta a los productores: “¿Esta película ayudará a ganar la guerra?”.
En las primeras semanas de 1942, Warner compró los derechos de una obra teatral que todavía no se había estrenado: Everybody Comes to Rick´s. El de Rick era un café en Casablanca, una ciudad bajo el dominio del gobierno de Vichy y de los nazis. La tensión de la guerra, un viejo amor que reaparece, un hombre repleto de cinismo enfrentado a su destino y a un héroe de la resistencia. A cargo del proyecto quedo Hall B. Wallis, un productor que encadenó varios éxitos en esos años. Encargó un guión a los gemelos Julius y Phillip Epstein. Un par de meses después, ellos dejaron el proyecto en manos de Howard Koch. Se fueron a trabajar para Frank Capra. Al final seis personas diferentes participaron del guión. Y algunos frases, entre ellas una de las más famosas, fueron escritas, varias semanas después del rodaje.
Le idea del estudio era repetir el éxito que unos años antes habían tenido con Argel protagonizada por Charles Boyer y Hedy Lamarr. Querían aprovechar el interés que provocaba el avance de la campaña de los Aliados en el norte de África. Tanto influía la intención de asociar la película con las noticias de la Segunda Guerra, que apuraron la premiere para fines de noviembre de 1942 para que coincidiera con el ingreso de las tropas norteamericanas en la ciudad marroquí. El estreno masivo en el resto de las salas se dio un mes y medio después.
La película se filmó, casi en su totalidad, en orden cronológico. No fue una decisión artística del director. No lo hizo para que el conflicto fuera creciendo en los actores escena a escena. No le quedó más remedio. El guión era escrito y reescrito cada noche. Así que varias jornadas finalizaron con lo último que tenían escrito y no sabían cómo sería el siguiente día de rodaje. Una de las excepciones fue la del primer día del rodaje. Otra vez la decisión se tomó por obligación de las circunstancias. Como en esos años los actores enganchaban una película con otra (en especial los secundarios), sólo estaban disponibles Bogart y Bergman para esa primera jornada. Filmarían el flashback del bar en París (todas las escenas excepto una se rodaron en interiores). Ese día todo fue más lento y menos brillante que lo imaginado. Wallis se quejó en un memo con amargura de que Arthur Edeson hubiera tardado casi dos horas en iluminar una escena tan sencilla y que el resultado fuera tan pobre. Edeson, finalmente, un gran trabajo.
Ingrid Bergman no estaba interesada en encarnar a Ilsa Lund. Su desvelo era el protagónico de la adaptación de Por Quién Doblan las Campanas, la novela de Ernest Hemingway. Su agente le había dicho, con razón, que ese papel era de los que le daban un Oscar a una actriz. Pero en su lugar fue elegida Vera Zorina, una bailarina y actriz noruega. Con la frustración y con tiempo libre, Ingrid aceptó el papel aunque ella creía que ya había interpretado roles similares varias veces. No había desafío en Ilsa. De todas maneras, Ingrid Bergman siempre prefería trabajar a estar ociosa.
Cuando terminó su compromiso con Casablanca y cuando Por Quién Doblan las Campanas llevaba diez días de rodaje, Zorina fue echada. Bergman recibió el llamado proponiéndole el papel anhelado mientras se sacaba las fotos promocionales de Casablanca. No ganó el Oscar por esa película – se llevaría el primero de sus tres recién al siguiente año- pero sí su primera nominación.
La actriz sueca no fue la primera opción. Los productores habían tentado a Anne Sheridan pero no aceptó. Como querían a una europea, buscaron a la francesa Michelle Morgan que venía de protagonizar un éxito. Lo que hoy parece una elección obvia no lo era en ese momento. Bergman venía de protagonizar tres películas que habían pasado desapercibidas. Pero Morgan pidió 55.000 dólares como salario. Los productores ni siquiera realizaron una contraoferta. Bergman arregló por 25.000. Antes tuvieron que arreglar con el estudio que la tenía contratada y además del dinero, Warner debió prestar a Olivia de Havilland. Casablanca convirtió a Ingrid Bergman en una estrella mientras que la carrera de la francesa se apagó muy rápido.
A Bergman no le causaba mucha gracia que el público le recordara siempre esta película. A ella le gustaba preparar los personajes, construir su actuación, y en Casablanca iba a ciegas sin saber qué pasaría con Ilsa porque las escenas siguientes ni siquiera estaban escritas. Antes de la escena del aeropuerto, Ingrid Bergman le rogó al director que le dijera de quién estaba enamorada su personaje, cuál de los dos hombres le importaba más. Michael Curtiz le respondió: “Hacé de cuenta que ama a los dos”.
Bogart, por su parte, se reía un poco de sí mismo, en especial cuando hablaban de su sex appeal en esa película. “Hice lo mismo en veinte películas anteriores. Y recién descubrieron mi atractivo en Casablanca. Eso tiene una explicación: cualquier hombre es sexy cuando es mirado por Ingrid Bergman”.
Eso no implica que las dos estrellas hubieran vivido un affaire durante el rodaje. Bergman tuvo varios a lo largo de su carrera pero no parece que uno de ellos haya sido con Bogart. Ella, en sus memorias, sólo reconoció haber tenido, mientras estaba casada con su primer marido, un solo amorío: con el fotógrafo de guerra Robert Capa. Sus biógrafos, en cambio, nombran alrededor de una decena de posibles casos. Gary Cooper alguna vez dijo que nunca una mujer había estado tan enamorada de él como Ingrid Bergman mientras rodaban. Pero que ese estado persistía sólo hasta que terminaban de filmar. “A partir del día siguiente a la última jornada en el set nunca más logré que ni siquiera me atendiera el teléfono”, concluyó el actor.
Bogart y Bergman se vieron por primera vez unos días antes del inicio del rodaje. En un almuerzo acordaron unificar fuerzas e imaginar estrategias para evitar embarcarse en el casi inevitable desastre en que se convertiría el proyecto que estaban por encarar en común. Cuando presentaron sus quejas a Hal B. Wallis, el hombre fuerte de la producción, este las desestimó y los envió a trabajar. Durante el rodaje la química entre ellos no fue la mejor aunque ambos eran muy profesionales y eso no impidió que sacaran adelante las escenas.
Humphrey Bogart estaba casado con Mayo Methot, la tercera de sus cuatro esposas actrices. Todavía faltaban un par de años para que conociera a Lauren Bacall. Mayo era alcohólica y muy celosa. Irrumpía en el set y hostigaba a su marido y a sus compañeras. Para evitar problemas –y por su misantropía natural- Bogart se pasaba gran parte del tiempo encerrado en su austero camarín fumando y jugando partidas al ajedrez contra él mismo.
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Humphrey Bogart fue la primera opción para encarnar a Rick. O, al menos, una de las primeras. Porque en Variety se había anunciado el proyecto diciendo que la dupla principal sería la Ronald Reagan y Anne Sheridan. Bogart ya era una estrella. Pero una reciente a pesar de actuar desde hacía diez años y en 42 películas. Recién en 1940 con High Sierra y el año siguiente con El Halcón Maltés había adquirido ese status. La crítica Pauline Kael escribió: “Con nuestros amigos siempre nos preguntábamos cuándo los directivos de los estudios iban a descubrir y aprovechar el potencial estelar de Bogart”.
Michael Curtiz asumió la dirección del proyecto luego del rechazo de Howard Hawks y de William Wyler. Parecía una opción obvia. Un artesano muy eficaz, que entendía las reglas de la industria, y que sabía cómo sacar partido de las carencias. Era un húngaro exiliado de mano dura, difícil en el trato y que perseguía a todas las mujeres que estuvieran en la filmación. Antes de llegar a Hollywood –unos 15 años antes de la Segunda Guerra- ya había triunfado en el cine de Hungría, Austria y Alemania.
El Código Hays ejerció su trabajo censor también sobre Casablanca. Se debieron eliminar varias líneas de doble sentido y sobre las actividades sexuales de Rick y del Capitán. Pero su mayor influencia fue en la resolución de la película. Según el Código no existía posibilidad alguna de que Ilsa dejara a Viktor Laszlo por Rick. Una mujer casada no podía tener un amorío ni privilegiar a su amante por sobre su marido. Ante esta dificultad los guionistas contemplaron la posibilidad de que los nazis mataran en la ciudad marroquí al héroe de la resistencia checa para dejarle así el camino libre a la pareja protagónica para que terminara junta. Las restricciones, como tantas veces en el arte, hicieron que la resolución final superara las imaginadas anteriormente. El sacrificio de Rick, liberando su amor pero entregando un líder al mundo libre, es un gran final (aunque todavía falte algo más para el final).
Los productores supieron muy pronto que no contarían con un avión para la escena final. Estaban todos destinados a la guerra. Debieron recurrir a una maqueta y a personas de talla baja filmadas en perspectiva. Para que la escena tuviera algún viso de verosimilitud debieron crear esa neblina espesa para disimular las imperfecciones.
La película tiene varias frases que se grabaron en la memoria colectiva. Pero la más célebre es la que cierra el film, la de los sospechosos de siempre. Esa línea de diálogo apareció algunas semanas después del fin del rodaje y fue propuesta por el productor Wallis. Bogart grabó la voz cuando estaba por empezar otro proyecto (en 1942 protagonizó 4 películas).
A Max Steiner, el encargado de la música del film, nunca le gustó As Time Goes By. Insistió durante semanas para reemplazar esa vieja canción por una que él había compuesto. Finalmente convenció a Michael Curtiz. Pero cuando convocaron a Ingrid Bergman para volver a rodar algunas escenas, ella ya se había cortado el pelo para su siguiente proyecto, el guión basado en la novela de Hemingway. En la obra de teatro original ya estaba incorporada la canción que había tenido un breve suceso en 1931 pero que había sido rápidamente olvidada hasta que Sam la toca en Casablanca. Sam fue interpretado por Dooley Wilson, que era baterista y cantante, pero no pianista. Así que necesitó de un doble para cuando Sam, su personaje, tocaba ese instrumento.
La otra gran escena en la que interviene la música es el momento en el que en el café de Rick, se canta La Marsellesa y acalla la canción nazi que los oficiales alemanes entonaban con orgullo. Una escena icónica y emocionante que fue copiada (en Escape a la Victoria, por ejemplo), homenajeada y parodiada decenas de veces.
Lo sorprendente de Casablanca es que el éxito (algo) inesperado en el momento de su estreno se debió, entre otras cosas, a que representó y entendió casi a la perfección el clima de época. Eso se vio en que ganó el Oscar a la mejor película, al guión y a Curtiz como director. Además fue la séptima película que más recaudó en el año de su estreno. A pesar de eso, de dialogar de manera tan eficaz con su presente, no envejeció y a ochenta años de su estreno, ya convertida en clásico, sigue entreteniendo, emocionando y deslumbrando al espectador actual.
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