“La verdad es un bajón porque Argentina perdió, pero también es un aprendizaje para los chicos”. La frase ante Infobae es de Vanina Casali, la directora de la escuela primaria bilingüe Número 9 Juan Lafinur, de Palermo. A su alrededor, las caras tristes de grandes y chicos no se pueden disimular. Sin embargo hay un tibio aplauso final pese a la derrota, una vez que los jugadores que conduce Lionel Scaloni dejan la cancha cabizbajos, después de sufrir un duro golpe en el debut mundialista.
Vanina pone todo su esfuerzo y les remarca como consuelo: “Lo importante es participar”. Les pide ese reconocimiento antes de recomendarles que en orden pasen al comedor para desayunar. La rutina de cada familia se adelantó ya que la escuela suele abrir a las 7.45 y unos 40 alumnos eligieron ese ámbito para estar desde el arranque del partido. Muchos se sumaron en el entretiempo y obligaron a sumar lugares cerca de la pantalla de la tele, otros llegaron incluso durante los últimos 45 minutos, con Argentina en desventaja.
Todo estaba preparado para que fuese una fiesta. Nadie contaba con este factor sorpresa. Los chicos fueron llegando desde temprano, antes de las 7, algunos acompañados por su papá y su mamá para compartir el momento en familia frente a la pantalla del televisor ubicado en el hall, en el que llegan las imágenes a través de TyC Sports. Hay filas de sillas plásticas multicolores e incluso colchonetas en el piso para que vean rodar la pelota cómodamente. Los gritos chillones de aliento suenan desde el primer minuto y estallan con el gol de penal de Messi. A pocos les importa discutir si fue falta o no. El comienzo es prometedor, a pura euforia. El volumen de relator y comentarista queda a un lado, por un rato, aunque después reine la calma.
El ritmo de esa mini tribuna explota con los goles que se gritan, pero que después quedan atragantados por obra del VAR, que no los convalida por centímetros. Hasta algunas docentes llevaron cañones lanzapapelitos de aire comprimido de los que se usan como cotillón, que se emplearon a la hora del festejo frustrado. Abundan las caras pintadas con los colores de la bandera, globos, gorros de todos los tamaños, cornetas y varios usan la camiseta celeste y blanca con la 10 en la espalda. En las paredes pueden verse dos grandes carteles que rezan “Vamos Argentina”. Otro, muy grande, está en un rincón, y exhibe los nombres de cada país y los colores de sus banderas.
Benjamín, de sexto grado, es uno de los más eufóricos, en la tercera fila. Es hincha de River, se muestra bastante inquieto, y a su lado tiene a Brian, también de River, que está en quinto grado y protesta: “Deberíamos estar ganando 4 a 0″. Mientras comen magdalenas y toman jugo después de un primer tiempo favorable, se atreven a cuestionar al árbitro esloveno -“Está comprado”, dice uno de ellos-, sonríen porque confían en la “Scaloneta” y coinciden en que hay posibilidades de “ganar el Mundial por Messi, que es el más grande de todos”.
Todavía no saben que en el complemento llegarán las decepciones. Confundidos, algunos hasta gritan el empate de Arabia. “Se nos viene la noche”, anticipa un padre de inmediato, viendo las flaquezas de la defensa albiceleste. Se nota que algo entiende de fútbol. El desconcierto es mayor cuando un par de minutos después todo parece desmoronarse con el segundo gol rival. Daniela, la vicedirectora, repite varias veces “no lo puedo creer” y promete que no verá más los partidos porque sufre mucho. Otros ya no quieren ni mirar.
Van 12 minutos del segundo tiempo y se ve a Scaloni tragando saliva en el banco de suplentes mientras ensaya cambios en el equipo para revertir la historia. A más de 13.800 kilómetros de distancia, surge espontáneo el grito de “Argentina, Argentina”, aunque los deseos de empujar a la distancia no se concreten.
Cuando Messi se para frente a la pelota a punto de patear un tiro libre en la puerta del área árabe, aunque falta bastante para el epílogo crece la expectativa. También se alienta. “Messi, Messi”, suena a modo de ruego, pero el remate saldrá lejos y alto. “Ni a él le sale una”, dice Juan Pablo, el maestro de música, que en las semanas previas trabajó con sus alumnos repasando letras y melodías de las canciones de Mundiales anteriores para ir empapando a todos del clima futbolero.
Aumentan los nervios a medida que el reloj avanza y el empate no asoma. Se escucha algún insulto al pasar que obliga a las maestras a intervenir. Antes de que se marque el tiempo de descuento, un perro caniche ladra a modo de queja desde la entrada y alterado por el sonido de una corneta. “Tengo un nudo en el estómago”, se sincera una de las auxiliares mientras a nadie se le ocurre entonar ninguna de las canciones que habitualmente suenan en las canchas cuando juega la Selección.
Son los últimos segundos, empieza a consumarse la desesperanza. Un chico de campera azul junta las manos a modo de rezo. tampoco da resultado. “Si se puede, si se puede”, se escucha gritar en ese final decepcionante. No es un hit habitual del hincha común argentino, sino que parece remitir a una campaña política.
“Ahora hay que ganarle a México”, expresa con cierta obviedad Marcelo, uno de los padres, con la tristeza a flor de piel. La misma que sintieron miles en otros lugares, en una ciudad con calles desiertas palpitando el debut en Qatar. Guarda la bandera, se va con paso apurado. Imaginando que el sábado vivirá la revancha que siempre suele dar el fútbol.
Seguir leyendo