Nadie creyó una palabra. Con los años, lo que había prometido ser la investigación más rigurosa de la historia sobre el asesinato del siglo, del pasado siglo, el del presidente de Estados Unidos John Kennedy, pasó a ser una especie de fantochada sostenida con alfileres por quienes dijeron buscar una verdad que resultaba demasiado pesada para ser revelada en toda su dimensión.
El de Kennedy fue un crimen de Estado. Las balas que el 22 de noviembre de 1963, en Dallas, Texas, destrozaron la cabeza del trigésimo presidente americano fueron disparadas quién sabe por quién o por quiénes, quién sabe cuántas balas se dispararon y desde dónde y, tal vez, algún día, los documentos clasificados que todavía no vieron la luz, la echen sobre quienes planearon el crimen y sobre quienes apretaron el gatillo. O los gatillos.
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En 2017, Donald Trump prometió desclasificar toda la información secreta sobre el caso: lo hizo con dos mil ochocientos documentos sobre el que trabajan ya siete documentalistas. Sin embargo, Trump mantuvo en secreto una cantidad no determinada de documentación a pedido del FBI y de la CIA, sospechados ambos de haber tenido participación en el asesinato.
La misma tarde de la muerte de Kennedy, la policía detuvo a Lee Harvey Oswald a quien acusó, ya al caer el día, de asesinar a Kennedy. Según la policía, Oswald había disparado tres balazos desde la ventana del sexto piso del Depósito de Libros de la ciudad, tres únicos balazos, con un rifle Mannlicher Carcano, 6.5 milímetros, accionado por cerrojo. Huyó, llegó a su casa, asesinó a un policía, J. D. Tippit que pasó a verlo nadie sabe con cuáles intenciones y luego se metió en un cine, donde fue apresado.
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Oswald negó siempre haber hecho los disparos, pero no tuvo mucho tiempo para fundamentar su negativa: el 24 de noviembre fue asesinado de un balazo en el estómago por el hampón Jack Ruby, en los sótanos del cuartel central de la policía de Dallas, a la vista de un medio centenar de detectives, agentes y periodistas, y cuando era trasladado, esposado y custodiado por dos hombres, a la cárcel de la ciudad.
Muerto Kennedy y muerto el sospechoso de su asesinato, el flamante presidente de Estados Unidos, Lyndon B. Johnson, nombró una comisión de notables para que investigaran el asesinato de su antecesor.
La comisión pasó a la historia como “Comisión Warren”, porque su titular era el presidente de la Suprema Corte de Justicia, Earl Warren, que el 20 de enero de 1961 había tomado juramento a Kennedy. El 27 de septiembre de 1964, diez meses después de Dallas, Warren entregó a Johnson las conclusiones de su investigación: eran veintiséis volúmenes, y un informe final, que decretaron lo que acaso haya sido el primer caso documentado de “historia oficial”. Tanto, que muchos detractores de la Comisión la acusan de haber encubierto el asesinato del presidente, más que buscar esclarecerlo.
La Comisión Warren pretendía una imparcialidad que no tenía y que acaso no podía tener. Entre sus miembros estaba Allen Dulles, ex jefe de la CIA, un tipo que odiaba a Kennedy desde la fracasada invasión mercenaria a Cuba de abril de 1961: el presidente había prometido “atomizar la CIA” después de que la agencia de espías pronosticara un alzamiento popular anticastrista en la isla y ni bien sonaran los primeros disparos contra Fidel Castro. Cosa que no ocurrió, más bien todo lo contrario. Con los años, hay evidencia más que clara de que Dulles cuidó las espaldas de la CIA en la investigación del crimen por la Comisión que integraba.
También la conformaba un entonces joven congresista, Gerald Ford, que llegaría a reemplazar a Richard Nixon en la presidencia luego de su renuncia el 8 de agosto de 1974. Ford fue los ojos y oídos del FBI que dirigía Edgard Hoover, otro enemigo declarado de Kennedy y de su hermano Robert, asesinado en junio de 1968.
Otra de las figuras de la comisión era Arlen Specter, que fue uno de los fervorosos sostenes de la increíble teoría de la “bala mágica” (uno de los disparos que hirió a Kennedy y, según la Comisión. describió una increíble trayectoria). Años más tarde, y cuando estaba asediado por la justicia a raíz del escándalo Watergate, Nixon le pidió a Specter que asumiese su defensa legal. Specter tuvo el tino de negarse.
También integraba la Comisión Warren John McCloy, ex presidente del Banco Mundial y ligado a Nelson Rockefeller. McCloy, en principio, fue muy escéptico sobre la teoría que afirmaba que Oswald había sido un tirador solitario. Pero un viaje a Dallas con su viejo amigo Dulles, el ex jefe de la CIA, lo convenció de lo contrario. Defendió la teoría de la “bala mágica”, negó que el asesinato de Kennedy hubiese sido fruto de un complot y, para evitar un informe disidente en minoría, negoció la cuidadosa redacción del informe final: afirmó que cualquier posible evidencia de una conspiración estaba “fuera del alcance” de todas las agencias de investigación de Estados Unidos, en especial, la CIA y el FBI. Mucho tenía que torcerse el destino para que esos notables hallaran la verdad, siquiera la verdad jurídica, del asesinato de Kennedy.
La Comisión Warren llegó a doce principales conclusiones.
1) Los disparos fueron hechos desde una ventana del sexto piso del Depósito de Libros de Dallas, “Texas School Book Depository”.
2) Se hicieron sólo tres disparos contra Kennedy.
3) La misma bala que hirió al presidente en el cuello hirió al gobernador Connally, que viajaba en el asiento delantero del Lincoln presidencial. Es la famosa “bala mágica”.
4) Los disparos fueron hechos por Lee Harvey Oswald.
5) Oswald asesinó a un policía 45 minutos después del ataque al presidente.
6) Oswald se resistió al arresto y quiso disparar contra otro policía.
7) El trato dado a Oswald por la policía fue correcto, excepto en la permisividad que mostró en el acceso de la prensa al acusado y que fue contraproducente.
8) El asesinato de Oswald por parte de Jack Ruby fue realizado sin apoyo de nadie de la policía y se critica a este cuerpo por la decisión de trasladar al acusado a la cárcel a la vista del público.
9) No hubo conspiración ni de Oswald ni de Ruby en los hechos que se investigan.
10) Ningún agente del gobierno ha estado involucrado en conspiración alguna respecto a los hechos.
11) Oswald actuó solo, sin apoyo alguno para asesinar al presidente, y su única motivación se basa en sus propias situaciones personales.
12) El Servicio Secreto, encargado de la protección del presidente, no ha actualizado sus procedimientos de acuerdo a las nuevas necesidades de movimiento del presidente de los Estados Unidos y recomienda reestudiarlos.
Poco de todo esto era verdad. Los disparos fueron más de tres. La mujer del gobernador Connally, Nellie, creyó siempre que existió un “fuego cruzado”, que su marido fue herido por un balazo que no fue el mismo que hirió a Kennedy en el cuello y salió por su garganta. Decenas de testigos juraron que el disparo que destrozó la cabeza de Kennedy llegó de frente, desde un parapeto conocido como “grassy knoll” (loma de hierba) en la Plaza Dealey y a la derecha del auto presidencial.
Los testigos citados por la comisión dijeron haber escuchado tres disparos, u ocho, o cuatro, o sólo uno. La controversia sobre la cantidad de balazos disparados aquel mediodía radica en que muchos testigos juzgaron como disparos el eco de los disparos originales. Pero Nellie Connally, que sintió cómo rozaban su humanidad, calculó siempre que fueron más de tres y que llegaron todos de diferentes direcciones.
Existe también una evidencia temporal que atenta contra las conclusiones de la Comisión: los tres disparos que le adjudican a Oswald fueron hechos en un lapso de poco entre seis y ocho segundos. No hay casi tiempo material para que el más hábil tirador, y Oswald no lo era según sus registros en el Cuerpo de Marines, haya accionado el cerrojo tres veces, haya apuntado otras tres y haya acertado dos en un blanco a la distancia y en movimiento: la cabeza de Kennedy en el Lincoln azul con patente número 300.
Y son los disparos, tres, los que hacen tambalear a los veintiséis volúmenes de la Comisión Warren. Desde el momento de conocida la muerte del presidente, llegó ya casi sin signos vitales al Parkland Hospital, se fijó la cantidad de disparos en tres: dos habían acertado a Kennedy y una tercera bala había herido al gobernador Connally. Eso era Dallas para la Comisión Warren: tres balazos y dos heridos. Pero los heridos no eran dos. Eran tres. El tercer herido, de modo indirecto, se llamaba James Tague. Estaba parado a ciento cincuenta y ocho metros del coche de Kennedy, cerca del llamado “triple underpass”, que corría bajo un puente ferroviario. En el momento de los disparos contra Kennedy, Tague sintió un dolor en la mandíbula: le había pegado un pedazo de concreto que había levantado del cordón de la vereda una bala perdida.
Si hubo más de un tirador y más de tres disparos, Tague no hubiese pasado a la historia. Pero si la Comisión Warren se empeñaba, y se empeñó, y cómo, en la azarosa evidencia de tres disparos y dos heridos, ahora tenía una bala que había fallado. De manera que tenía dos balazos y dos heridos. Así nació la “bala mágica”.
La Comisión Warren sostuvo que el primer disparo de Oswald desde el sexto piso del Depósito de Libros hirió a Kennedy en la espalda, atravesó su cuello, salió por su garganta, entró por la espalda de Connally, salió e hirió su muñeca y se alojó luego en el hueso del muslo izquierdo del gobernador de Texas. Ya de por sí, esto era milagroso.
El segundo milagro consistió en dar como cierta el extrañísimo recorrido que hubo de hacer el proyectil para cumplir con el destino que le adjudicaban.
Y el tercero, aunque no el último de los milagros, consistió en que el proyectil, de una pulgada de largo, (2,54 centímetros), recubierto por una funda de cobre atravesara los cuerpos de Kennedy y de Connally, quince capas de ropa, cuarenta centímetros de tejido humano, diera en el nudo de la corbata de Kennedy, arrancara diez centímetros de costilla de Connally, se alojara en el muslo… y saliera intacta. Pues intacta la hallaron en la camilla del gobernador, en el Parkland Hospital.
La “bala mágica” fue joya y sepulcro de la Comisión Warren. Convertida en estrella, se la clasificó como evidencia CE399 (Warren Commission Exhibit 399). En su informe final, la Comisión encontró “evidencias persuasivas” por parte de los expertos sobre la posibilidad cierta de que una bala hubiese causado la herida en el cuello de Kennedy y las heridas de Connally, después de seguir una alocada trayectoria. También admitió que hubo una “diferencia de opinión” entre los miembros de la Comisión “en cuanto a esta probabilidad”, pero afirmó que la teoría no era esencial para sus conclusiones y que ninguno de los integrantes del equipo tenían dudas de que los disparos se realizaron desde la ventana del sexto piso del Depósito de Libros de Dallas.
Los hechos parecen apuntar hacia otro lado. La herida en la mandíbula de Tague por un pedazo de concreto desprendido por una bala perdida, no sólo acotaba el margen de los disparos, ponía en evidencia que habían sido más de tres.
Tague dijo que el balazo que dio en el cordón, que desprendió un trozo de concreto que lastimó su mandíbula, fue disparado desde detrás del “muro de concreto”, que cercaba la famosa lomada de césped, el “grassy knoll” de la Plaza Dealey. Numerosos testigos afirmaron que hubo un inicial disparo perdido que fue a dar en la calle Elm, por detrás de la limusina presidencial. Si así fue, se dispararon más de tres balazos. Más de tres disparos colocaban en el escenario a más de un tirador. Y la Comisión no parecía muy dispuesta a aceptar ese argumento, pese a sus cuidadas “diferencias de opinión” de las que habla su informe final.
El historiador Robert Groden, autor de un revelador libro fotográfico The killing of a President (El asesinato de un presidente), accedió a un documento secreto en la que, en una reunión cerrada del 27 de enero de 1964, los miembros de la Comisión discutieron la posible relación de Oswald con el FBI y la CIA y que expresaron su consternación sobre esa implicación: “(...) and were dismayed about the implications”. También admitieron ese día ser conscientes de que la herida de entrada de bala en la espalda de Kennedy estaba bastante más abajo que la herida de salida en la garganta. Una herida de entrada más baja que la de salida, hacía imposible un disparo desde el sexto piso del Depósito de Libros de Dallas, porque la trayectoria debía ser entonces al revés: herida de entrada alta y de salida más baja. “Sin embargo -señala Groden- cuando fue publicado el informe final, incluyó un diagrama de la espalda del presidente en la que la herida fue colocada seis pulgadas más arriba de su real ubicación”.
Las teorías conspirativas que rodean al asesinato de Kennedy son fascinantes y parte de otra historia, como lo es la vida de Oswald y el minucioso Informe Warren, donde cada pieza encaja en su casillero lógico. Sólo que es una lógica del disparate.
A cincuenta y siete años de su publicación, páginas en las que no creyó nadie, ni siquiera aquella sociedad lejana y acaso ingenua de los felices años 60, es hoy más importante lo que la Comisión Warren calló, que lo que admitió saber, o dijo haber averiguado.
Unos meses después del asesinato de Kennedy le preguntaron al juez Warren si alguna vez se haría pública la documentación completa del caso. Y Warren, que de ingenuo tenía poco, contestó: “Sí, llegará un momento. Pero no mientras vivamos”. Warren murió el 9 de julio de 1974.
(Una versión de este texto se publicó en Infobae en el 2021)
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