ueEs casi el mediodía del lunes y, a esta altura del año, el sol golpea con fuerza en el campo “La Argentina”, situado en un paraje llamado Bajada Grande, departamento Belgrano, San Luis. Liliana Moyano, que se levantó al alba y trabajó toda la mañana con sus animales, apura a Milena (7) y Melisa (9), sus dos hijas menores, que siguen entretenidas con los chivos y las cabras.
Es hora de partir a la escuela y repiten el mismo ritual de siempre: las dos mayores, Marian (18) y María de los Angeles, (16) esperan, montadas en sus caballos, que Liliana despida a las “chiquitas”. Les da un beso, las alza para subirlas detrás de sus hermanas y emprenden la marcha rumbo a la escuela 8-363 “Estanislao del Campo”, que tiene modalidad albergue y está ubicada en la ruta 153, km 105, en una pequeña población llamada Arroyito, en el secano de Lavalle, Mendoza.
Hasta los caballos conocen a la perfección el trayecto que cumplen religiosamente todos los lunes hacia la margen puntana del río Desaguadero, el límite entre San Luis y Mendoza. Los animales, incluso, saben que allí deben dejar --o retirar, según corresponda-- a Milena y Melisa, quienes concurren a segundo y quinto grado, respectivamente, y se albergan en el establecimiento con un régimen de ocho días corridos por seis de descanso.
Atravesarán paisajes desérticos y polvorientos más parecidos a los del lejano Oeste del siglo XIX que a los de la Argentina moderna. Pasarán por caminos prácticamente intransitables y llegarán, poco después, al sector más ancho y, por lo tanto, menos profundo del Desaguadero. Es casi una rutina: dos pares de botas de agua están siempre allí, en la orilla. Ya con el calzado adecuado para cruzar el río, las hermanas menores se cuelgan de las espaldas de las mayores y las cuatro comienzan a desandarlo. Si bien el río lleva poca agua debido a las escasas precipitaciones, el barro o la costra, una capa de sal muy rígida que en algunos tramos se convierte en cristal, muchas veces complica el cruce.
Te puede interesar: Iba a caballo a una escuela rural del Chaco, se recibió de médica y es “guardiana” de la voz de Serrat
Paso a paso llegarán al otro extremo donde las espera el maestro y director, Alberto Campos, con su camioneta Chevrolet S10 modelo 98 para continuar en el vehículo los restantes cuatro kilómetros.
El trayecto para ir a la escuela tiene sus particularidades. “Es cierto”, asume Alberto, en diálogo con Infobae, y aclara: “Sin embargo, en esta zona desértica es casi habitual, y siempre está la posibilidad de enterrarse en el barro o la arena. Cuando llueve, ni las 4x4 pueden pasar”.
“Aunque toda la vida me dediqué a enseñar en zonas rurales me sigo emocionando cuando veo cruzar a las hermanas y eso es, justamente, lo más lindo, lo que me mantiene unido a esta actividad”, reflexiona.
“Una de ellas, morocha de pelo largo, cruza el río como Pocahontas, la protagonista de la película de Disney. En esta zona los chicos hacen grandes sacrificios para ir a la escuela y todos los días hay anécdotas diferentes, muy distintas a las que pueden suceder en las grandes ciudades”, asegura Alberto, que también es como un papá para los 33 alumnos albergados de la primaria.
Agrega que el sistema es de una perfecta coordinación y confianza entre el maestro y la familia, mientras repasa vivencias como las que se cumplen siempre en diciembre, cuando hay comuniones y bautismos en la capilla del pueblo porque los docentes asumen el padrinazgo.
“Ayer –ejemplifica—pasamos el día en Cacheuta, una población termal que, si bien está a escasos kilómetros de aquí, ninguno conocía. Compartimos gastos entre dos escuelas cercanas y les cumplimos el sueño a 60 alumnos”.
Liliana también toma como algo natural que sus niñas acudan a la escuela como si vivieran en la época de Laura Ingalls, la pequeña criada en las praderas que protagonizó la icónica serie durante los ‘80. Debutó con su hijo mayor, Marcelo, hoy de 19 años, que hizo el mismo trayecto toda la primaria y la secundaria, siempre a caballo y atravesando un río que aumenta su caudal según las lluvias.
La mujer dice que a unos 20 kilómetros del campo donde vive junto a sus hijos, en San Luis, se emplaza otra escuela. “Pero no hay transporte y, además, la enseñanza es mejor en Arroyito. Siento que hacemos un esfuerzo porque el trayecto no es fácil, los caminos están muy malos y ni hablar cuando llueve y se vuelven intransitables. Pero siempre les digo que es la única manera de llegar a ser alguien en la vida. Yo no tuve esa posibilidad, apenas terminé la primaria y pasé mi vida en el campo. No sé hacer otra cosa, por eso deseo un futuro mejor para ellos”, confiesa.
Sin embargo, en esta época las lluvias escasean y los animales mueren. Es un panorama triste y difícil de modificar, explica Liliana, para agregar que durante la pandemia el gobierno de San Luis intentó ayudar a la gente de campo alentándola a que permaneciera en las zonas rurales. Incluso fue allí cuando pudo comprar una antena y los chicos pudieron realizar actividades escolares gracias al wifi que, aunque con dificultades, funciona.
De todos modos, insiste, a esta altura ella ni siquiera piensa en hacer otra cosa. Como hija única, heredó una porción de tierra y su vida transcurre entre los corrales, los chivos, las vacas y los caballos. Claro que, como contrapartida, aclara, llevan una vida tranquila.
“Acá no hay inseguridad. Incluso en las noches de mucho calor solemos dormir afuera”, cuenta, mientras sigue hablando del clima, de las fuertes heladas del invierno y del viento zonda que a veces hace estragos.
“Por eso soy una agradecida, especialmente al maestro que siempre está esperando del otro lado del río, firme al pie del cañón. Le mando un mensaje cuando las nenas van saliendo y a los pocos minutos está con su camioneta en el margen mendocino. Es un poco maestro, otro poco padre, director, portero… Cumple muchos roles dentro de la escuela y eso lo valoro mucho”, relata.
Liliana se crió en otra época, cuando la actividad rural era más redituable, llovía más seguido y el río tenía más caudal. Además, no existía la tecnología, por eso todos los niños estaban en igualdad de condiciones. Hoy sus hijos deberán afrontar un mundo mucho más competitivo. Y ella lo sabe.
Enseñar en el secano
“No cualquiera es maestro alberguero. Uno tiene que tener vocación, porque la enseñanza es muy diferente y se deben cumplir varios roles a la vez, estar atento si los niños se enferman y dar clases al mismo tiempo para varios niveles educativos”, señala Alberto, que cumple el mismo régimen que los alumnos: ocho días de clases por seis de descanso.
Tiene 58 años y vive en Las Catitas, departamento de Santa Rosa, en el este mendocino. Cuenta que tiene cinco hijos y fue maestro de cuatro de ellos en otra escuela rural de La Paz, cerca de su casa. También tiene cinco nietos, cuatro de los cuales fueron sus alumnos en la misma escuela de Arroyito donde hoy trabaja.
“Soñaba con ser abogado, pero como no tuve posibilidades pensé en el magisterio, que se dictaba en San Luis, a 120 kilómetros de La Paz, donde vivíamos. Ibamos y veníamos a dedo junto con otros cuatro compañeros”, recuerda.
La práctica, con el correr de los años, hizo que se fuera enamorando cada vez más de su trabajo. Un trabajo que trasciende la docencia y siempre está repleto de historias, como la que vivió días atrás.
Te puede interesar: Día de la niñez: tiene 7 años y todos los días camina 10 km entre el barro y la nieve para ir a la escuela
“Dos hermanos, también alumnos, deben transitar unos 12 kilómetros de huella en moto para llegar a la parada del colectivo que los deja en la escuela. La moto se les rompió a mitad de camino y aún quedaban unos 80 kilómetros hasta la escuela. Gracias a un vecino que pasaba por allí, que se pudo comunicar cuando encontró un punto wifi, pude ir a rescatarlos…”, cuenta.
Su camioneta, de todos modos, nunca podrá cumplir las exigencias de la RTO por el mal estado e intransitabilidad de los 105 kilómetros de tierra y ripio sin conservación que separan su domicilio de la escuela. No es algo que lo sufre solo él, sino todos los habitantes del sector.
Un video de Marcelo Alcaraz--hermano mayor de Milena y Melisa— yendo a caballo rumbo a la misma escuela cuando era niño, se viralizó en YouTube años atrás. Fue así que el gobierno prometió algunas obras en el río, como un azude, es decir un dique de baja altura. El azude permitiría el paso sin tener que usar un caballo o botas de agua. Incluso se podría atravesar en bicicleta o moto, pero esas obras finalmente nunca se concretaron debido a diferencias políticas entre La Paz y San Luis.
Lo cierto es que a veces, para salir del paso, se colocan cubiertas de vehículos para poder atravesarlo. Todo depende del caudal.
“Es un río muy salinizado, fangoso, resbaladizo. En algunos sectores tiene una costra muy rígida que lastima los pies”, describe Alberto. Y remata: “El paisaje a veces da pena”.
Un policía, un enfermero y una calle polvorienta
“Un policía sin movilidad, una enfermera, un agente sanitario y unas pocas casas emplazadas en una calle ancha y polvorienta componen el más exiguo paisaje urbano que jamás conocí”. Así describió a Arroyito el profesor de inglés Fabián Rodríguez, que da clases en la escuela.
Bajo el título “Mi lugar en el mundo”, redactó en su blog personal que el pueblo se encuentra en pleno desierto lavallino, a unos 5 kilómetros del límite entre Mendoza y San Luis. “Para llegar solo hay que ir por la ruta panamericana hasta la localidad de Las Catitas, en Santa Rosa, girar hacia el norte y desandar los 105 kilómetros de tierra, piedras, pozos y animales peligrosamente sueltos en la escasamente mantenida calle Guiñazú”.
El agua, señala Alberto, se cuida hasta la última gota y así lo detalla también Rodríguez: “En Arroyito y particularmente en la escuela-albergue cuidar el agua es algo que se toma muy en serio ya que se trae desde el departamento de La Paz y una vez que se acaba, no hay de donde conseguir más, por lo menos hasta que vuelva el camión tanque. Por cierto, toda el agua se deposita en una cisterna, casi a cielo abierto”.
Hoy hay algunos cambios pero no es muy diferente: una cisterna alimenta la escuela (para sanitarios e higiene personal) y otra alimenta la planta potabilizadora de donde saca agua toda la comunidad y la escuela. Toda provisión de agua depende de La Paz.
El profesor de inglés concluye que todo queda bastante lejos e incómodo de llegar. Dice que la calidad de vida no es la mejor, ni la más alta.
“Pero también es cierto que la experiencia vale la pena. Hay historias pequeñas a cada momento, hay vínculos muy fuertes entre los alumnos, hay problemas como en todos lados, hay sueños, hay expectativas y, por sobre todo, hay un gran respeto por las costumbres de ése: su lugar”.
Seguir leyendo: