El 20 de noviembre es para los argentinos el “Día de la Soberanía Nacional”, jornada en que se homenajea a aquellos que pelearon en el combate de la Vuelta de Obligado contra las fuerzas británicas y francesas en 1845. La fecha de instauración de la conmemoración es relativamente cercana. Fue durante el gobierno de María Estela Martínez de Perón y se oficializó a través de la ley N° 20.770 bajo el influjo del historiador José María Rosa, en ese momento embajador argentino en Paraguay. Mientras se recordaba a los que batallaron en la Vuelta de Obligado, la figura que gobernaba la Confederación Argentina aún esperaba en Gran Bretaña un gesto nacional de ponderación. Estamos hablando del Brigadier General Juan Manuel de Rosas. Como bien destacó el profesor Adrián Pignatelli en Infobae, luego de haber sido derrotado en la batalla de Caseros, el 3 de febrero de 1852 por la noche, acompañado por el Encargado de Negocios británico Robert Gore, partiría en un buque inglés hacia su exilio en el Reino Unido, donde terminaría viviendo en el campo en condiciones muy modestas (con la ayuda de Justo José de Urquiza). Durante su exilio la legislatura porteña lo declaró “reo de lesa patria”. A Rosas solo lo aquejaba el olvido de su Patria. El 14 de marzo de 1877, casi con 84 años, moriría en compañía de su hija Manuelita y fue enterrado en el cementerio de Southampton.
Varios fueron los mandatarios que imaginaron repatriar sus restos pero cualquier idea era obstaculizada con la lo expuesto en la Ley 139, del 20 de junio de 1857 y el testamento del propio Rosas en el que condicionaba el traslado a “que en mi patria se reconozca y acuerde por el gobierno la justicia debida a mis servicios”. Sin subterfugios, el gobierno debería admitir que en su larga gestión hubo aspectos positivos, cuando para muchos era un “tirano sanguinario”. La Argentina de 1972 daba la sensación de estar cambiando. En septiembre del año anterior los restos mortales de María Eva Duarte le habían sido entregados en Madrid a su esposo. En agosto de 1972, el gobierno de facto del teniente general Alejandro Agustín Lanusse incorporó al Salón de los Bustos de la Casa de Gobierno a Juan Domingo Perón y Arturo Frondizi. Fue un gesto realizado en el marco del Gran Acuerdo Nacional durante el tercer tramo castrense de la Revolución Argentina. En esos días de agosto ya se podía hablar de Perón, sin tratarlo como el “tirano prófugo”. Como se sabe el ex presidente constitucional había retornado el 17 de noviembre de 1972 y aún estaba en Buenos Aires. El 24 de noviembre de 1972, entre las 17.40 y las 21.35 horas, la Junta de Comandantes en Jefe, más algunos ministros y jefes militares, consideraron diferentes asuntos del momento. Entre otros aspectos se analizó un llamado del general (RE) Miguel Iñiguez a un alto funcionario del gobierno “con el deseo de ponerse en comunicación con el Secretario de Planeamiento y Acción de Gobierno o alguna otra alta autoridad del gobierno” para tratar la situación de Perón. En aquellos días el peronismo consideraba realizar un desfile, que no contaba con el entusiasmo de varios dirigentes gremiales y se llegaron hasta los militares para que lo prohíban. Según consta en el Acta de la reunión, Lanusse y los demás comandantes en jefe consideraron que ni siquiera había que contestar el pedido. A continuación el brigadier general Carlos Alberto Rey expresó que “le sorprende que Perón y el grupo que lo rodea, no hayan previsto la actual situación de desgaste de Perón, acción que se está produciendo en forma evidente”. El punto 7 trata sobre un pedido de audiencia a la Junta de Comandantes en Jefe por parte de algunos partidos políticos y agrupaciones sociales cercanos al peronismo. Dado el “nivel” de los solicitantes se acordó que los recibiera el Ministro del Interior Arturo Mor Roig acompañado por jefes militares de la Comisión Coordinadora del Plan Político.
Te puede interesar: Rosas en el exilio inglés: comía lo que cosechaba, le daba miedo la soledad y recibía la ayuda de un viejo enemigo
El punto 8 del Acta llevaba como título “Posibilidad de repatriar los restos de Juan Manuel de Rosas”. La idea había sido considerada por el canciller brigadier Eduardo Mac Loughlin y el gobernador de Buenos Aires, brigadier Miguel Moragues. La primera opinión de Lanusse fue que el tema podría concretarse ya que “la Junta de Comandantes no tiene inconvenientes, en caso de que los parientes así lo soliciten, en acceder a la repatriación de los restos de Rosas”. Es decir, el gobierno argentino le abría las puertas al Brigadier General.
Como se observa en el Acta N° 42/72 el acto de repatriación ahora dependía de “que los parientes de Rosas lo soliciten… no obstante lo cual, en su oportunidad se analizará detalladamente la cuestión”. Para que eso pueda resolverse, según el brigadier Moragues, sería necesario derogar la Ley N° 139. Sin embargo, el brigadier Rey estimó que la repatriación se podía hacer “sin mayores dificultades y sin derogar la ley, basta que los familiares lo soliciten.” A continuación, en lo que parecía una contradicción, Rey estimó que lo que se debía “tener en cuenta es la rehabilitación histórica de Rosas, para lo cual sí hace falta derogar la ley”.
El jefe de la Armada, almirante Carlos G. Natal Coda, expresó que “hubiera sido más conveniente dejar la resolución sobre este problema al próximo gobierno constitucional, en razón de la trascendencia histórica del suceso. Y que “sería necesario analizar la posible repercusión del suceso, como concitador de la atención pública a fin de desviarlo de la desmedida repercusión con que se ha recibido a Juan Domingo Perón.” Además, Coda estimó que habría que instrumentar bien la decisión para “evitar que la antinomia federales-unitarios no sea transformada luego en peronistas-antiperonistas. Finalmente, se trazó un paréntesis dejando la decisión en manos de los familiares. Frente al delicado momento que se vivía un medio periodístico aseguró que “los familiares se mostraron cautelosos y discrepantes frente a qué actitud tomar.”
Tras esta sesión de la Junta Militar, el tratamiento de la repatriación de los restos de Rosas entró en una bruma donde ningún mandatario resolvió nada. Entre 1972 y 1989 desfilaron por la Casa Rosada ocho mandatarios, entre constitucionales y de facto. El 8 de julio de 1989, al asumir la Presidencia de la Nación, Carlos Saúl Menem en su discurso inaugural enviaría la primera señal de lo que él y la Iglesia denominaban “la reconciliación” ante un país que recibía en estado “quebrado, devastado, destruido, arrasado”. Como premisa para salir del atolladero Menem dijo:
“Yo proclamo solemnemente ante mi pueblo, que a partir de este momento se inicia el tiempo del reencuentro entre todos los argentinos. El tiempo de una gran reconquista nacional. Hombre a hombre, metro a metro, pedazo a pedazo, comunidad a comunidad, institución a institución, alma a alma. Pueblo a pueblo. Se terminó el país del “todos contra todos”. Comienza el país del “todos junto a todos”.”
Te puede interesar: El horror después de Caseros y la huida de Rosas: ejecuciones, asesinatos a sangre fría y revanchismo
Con el conocimiento de muy pocos funcionarios y bajo el impulso del embajador Manuel de Anchorena se constituyó una junta consultiva para tratar la solución del caso, se dicto un decreto reconociendo los servicios de Rosas al país, y se tomaron las decisiones finales. El embajador argentino en Francia, Carlos Ortiz de Rozas, pidió un lugar en el aeropuerto de Orly para recibir los restos y más tarde llevarlos a una funeraria para cambiar el féretro, darle custodia por unos días antes de su definitivo traslado a Buenos Aires. Fue en esas horas que se observó un dato de “color”, cuando un servicio de inteligencia extranjero advirtió que uno de los personajes que integraban la delegación argentina para la repatriación se trasladó a otro lugar de Europa para mantener un encuentro con Licio Gelli. Los extranjeros no entendían a qué se debía y si había algún tipo de relación. Para certificar lo que informaban tenían una foto del encuentro y las copias de los pasajes de avión hacia el lugar de la reunión con “el titiritero” y se respondió que era un acto individual. Menem desconocía todo y nada se le dijo al respecto. Poco más tarde, el “personaje” sería Ministro.
El 30 de septiembre de 1989, los restos de Juan Manuel de Rosas llegaron a Rosario en un avión Hércules de la Fuerza Aérea, siendo esperado por el presidente de la Nación, una agrupación de las tres Fuerzas Armadas, funcionarios nacionales y provinciales y numeroso público. En su discurso, el embajador Ortiz de Rosas hablo de los ciento treinta y siete años de exilio del “Restaurador de las Leyes” y que “esperaba que al fin pudieran cerrase así las heridas de la guerra civil que ensangrentó al país tantos años.” Tras la recepción, los restos fueron embarcados en un navío de la flota de río y al pasar por la Vuelta de Obligado los acompañantes arrojaron flores al agua en homenaje a quienes habían combatido. Al llegar a Buenos Aires, el féretro fue ubicado en una cureña y con la escolta de entidades tradicionalistas fue acompañado hasta el cementerio de la Recoleta. Tras una misa de cuerpo presente hablo el Padre Alberto Ezcurra, un sacerdote de fuerte raigambre nacionalista recordado por haber sido el fundador del Movimiento Nacionalista Tacuara: “Señor, te damos gracias porque Juan Manuel ha vuelto a su Patria, porque ha vuelto por la puerta grande con el reconocimiento y el honor que San Martin le deseara. Al enterrarlo estamos enterrando también más de cien años de leyenda negra e inexactitudes. Te pedimos Señor que Juan Manuel con su honradez, su patriotismo y su firmeza sea un ejemplo para nuestros hombres de gobierno. Te pedimos, Señor, por la unidad de todos los argentinos y el descanso eterno para Don Juan Manuel.” Finalmente, los restos del “Restaurador de las Leyes” fueron depositados en el panteón familiar al lado de su esposa Encarnación Ezcurra.
Seguir leyendo: