Un par de asuntos antes de comenzar con esto. Coinciden las biografías de Miles Davis en el entuerto producido una noche en la televisión americana. Invitan al bueno de Miles a un exitoso late night, conducido por un exitoso simpático, que con buen uso de la ironía cautivaba al público televidente. Ni que hablar de los que estaban en las gradas del estudio que festejaban las ocurrencias del simpático a carcajada plena. Un sujeto que rompía la cuarta pared todo el tiempo en las entrevistas, empatizando con el que lo estaba mirando desde un sillón del living mirando fijo a cámara. Cómplice, pillo, un poco soberbio quizás, pero lo valía. Anuncia al invitado levantando los brazos, la gente aplaude, Miles Davis entra brillando, callado, despacio, en guardia como siempre, tan fan del box que era. Antes de estar face to face, el host del programa ya en actitud de ir a abrazar a nuestro hombre, grita que está con nosotros nada menos que el inigualable, el extraordinario músico de jazz... ¡¡Miles Davis!!
Cuando paran los minutos de aplausos, el conductor se pone de frente a Miles, que aprovechando el silencio momentáneo y el close up que los monitores le mostraban, le dice al tipo simpático, muy claramente, antes de decirle hola: “Soy músico, ¿si?, lo de jazz o lo que sea son tus prejuicios, no los míos...”. Sentando un inigualable precedente respecto de como manejarte en la televisión, sobre qué tiene que hacer el entrevistado cuando el host se sobrepasa conceptualmente. Así son las cosas.
Pasando a otro tema, un híbrido es el resultante de la mezcla de dos elementos que juntos no conducen a nada. Aun perteneciendo a la misma especie. Digamos, mezclar aceite con una gaseosa termina en nada. Quizás puedas disfrutar de ambos elementos en contexto, pero juntos es nada. Ahora, quizás se lo des a uno que ignora, mas allá de un montón de situaciones, el origen de la bebida resultante y le encuentre algo bueno. Allá él y sus deplorables papilas gustativas, podrá ser un excelente tipo, pero jamás confiarías en su criterio. Hasta acá la intro.
Este pintoresco paraje del mundo, llamado Argentina, ha sido pródigo despilfarrando talento for export. Sin hablar de gustos personales, más allá de Borges, el Papa, Piazzolla, Messi y Maradona, la reina de Holanda o Martha Argerich, entre muchos otros, hemos aportado algunos trascendentes ejemplos a seguir. De un pueblo que comienza su himno nacional diciendo " Oíd, mortales...” no se espera menos. También hemos intentado fracasos. Sin hablar de esas situaciones tan naturalizadas entre nosotros, argentinas y argentinos, ciudadanas y ciudadanos, por las que hemos dejado de ser un mal ejemplo para convertirnos en una advertencia espantosa.
Hablaremos de música.
Estoy refiriendo que como decíamos ayer nomás “acá se grabó el primer recital de música contemporánea unplugged de la historia discográfica” o como dicen los de Coldplay, los de Metallica, un montón, “este es el mejor público del mundo”. Acá nació el tango que se bailó en París, se baila en Hollywood, fascina a mucho público en Oriente. Tenemos el teatro Colón abierto todas las semanas y los boliches abiertos todas las noches albergando cientos de diferentes propuestas para disfrutar de saludables shows.
Acá hemos visto nacer a una Mercedes Sosa, un Julio Bocca, a don Atahualpa Yupanqui, al Gato Barbieri y a Soda Stereo, solo para mentar a algunos de los que saltaron las fronteras a través de sus canciones, desde sus movimientos armoniosos o desde su postura ante lo establecido simplemente. Aquí donde se terminó la dictadura, un miércoles y el sábado ya había más de 100 shows de música en Buenos Aires, para sacarle la lengua a los apologistas de infiernos mostrándoles como jamás los veríamos volver.
Aquí mismo, donde un joven hace una canción en la que la letra es el abecedario, y a pesar de eso su carrera no solo no se detiene sino que casi podríamos afirmar que crece. Acá, en este país pródigo en pionerismo, algunos intentaron imponer ese invento llamado Jazz-Rock. Y murieron intentándolo.
Aunque jamás el estilo traspasó las puertas de unas cuantas disquerías de barrio, llegó a hablarse de ello como si hubiese sido tendencia mundial. Muchos tuvieron su tajada del híbrido, disqueros y empresarios casi diría obviamente. Pero en todo caso tajadas económicas, nunca artísticas.
Esto será duro, áspero más bien, pero me corresponde. Por haber tomado seriamente en algún momento esas reseñas de la revista Pelo, que como siempre opinaba sin que nadie necesitara su opinión de cualquier cosa, sobre lo que sea. Porque yo también fui a ver a Weather Report en el Luna Park vestido de cuero. Me costó, pero lo superé con el tiempo. El Jazz-Rock no existe. Nunca existió en ningúna otra ciudad del planeta excepto en Buenos Aires en los años de la dictadura.
Quizás fue una operación orquestada, o tal vez el fruto de mezclar lo poco que acá nos llegaba del resto del mundo. Un producto nacido en la imaginación de algunos jóvenes talentos de altos estudios y pocos escenarios, o de algunos vendedores de discos que a falta de punk o músicas funk con discos llenos de negras en bikinis y negros de afro con vinchas y plataformas, algo tenían que inventar.
En los estados opresivos siempre pasa lo mismo. Todas esas músicas que se alejan un tanto del atrio de la parroquia son catalogadas como degeneradas. Los nazis llamaban al jazz, ese estilo creado por negros y judíos para regocijo de humanos con oídos refinados y mentes abiertas, “Músicas Degeneradas” (“Entartete Muzik”). No deja de estar buena la etimologización de “Músicas degeneradas”, mi próximo programa debería llamarse así.
No dejo de ver esa cronología como insólita pero lógica. A los militares ya les costaba con el rock, imagínate amalgamado al jazz. Nada más alejado de una mentalidad rígida que el rock, y nada más lejos de un cerebro básico que el jazz. Me imagino que a esos dictadores ya el solo descular la etimología del término jazz-rock los desquiciaba. Imagino que deberían pensar que “bueno, total cantan poco” así que pasaban el control de la censura.
Que te censuraran una obra era la antesala de que te persiguieran. Así como que te persiguieran era la antesala de que te mataran, o en el mejor de los casos que te encerraran. Algunos, con suerte, podrían exiliarse bien lejos.
Así es como un día, alrededor de 1976, hace su ingreso triunfal al rock´n’roll business gallery el Jazz-Rock. Pasó aquí que el rock´n roll ya había evolucionado bastante. De las bases erigidas desde afuera por Chuck Berry, Los Beatles, Rolling Stones y Bob Dylan, hasta las autóctonas de Almendra, Sandro, Los Gatos o Manal, empezaban a asomarse otras voces, influencias nuevas y otras estructuras melódicas. Ciertamente los músicos de jazz han hecho grande al rock sin hacer de eso una bandera. Nunca desde la alianza, siempre desde la mística. Más bien era algo que inevitablemente sucedería.
El baterista de Sandro era Néstor Astarita y el bajista “Mojarrita”; salían de grabar con Sandro y se iban a tocar con el Gato Barbieri. El enorme solo de viola en Copado por el diablo del gran disco debut de David Lebón es ejecutado por David obviamente, acompañado a la par por el inolvidable cool cat del jazz Walter Malosetti, quien también solía hacerle la segunda a Luis Alberto Spinetta. Quienes acompañan a Litto Nebbia en ese disco glorioso llamado Muerte en la Catedral fueron Astarita y el Negro González, gran bajista que tocó con toda la vanguardia jazzera porteña. Ejemplos hay cientos, si nos ponemos a hablar de jazz cats y rockers en comunión musical. De hecho, las dos escuelas juntas nos han dado obras eternas, imborrables, únicas.
Pasó que las revistas baratas de rock y las disquerías barriales necesitaban nuevas atracciones para atraer clientela. Ni hablar de los sellos grabadores chicos y los programas de radio peseteros. Aclaro que lo de “baratas”, “barriales”, “chicos” y “peseteros” lo escribo para diferenciar a las publicaciones serias, las disquerías consagradas, los sellos importantes y los programas de radio serios estaban preocupados por asuntos un tanto más saludables.
De manera que este nuevo invento fue más que bienvenido por la mersa informada por la tele y las revistas de chismes. Se trataba el nuevo movimiento de espejar una tendencia que estaba haciéndose muy popular en el hemisferio de arriba. Bandas como Blood Sweat & Tears o Chicago eran de la preferencia masiva en cuanto escenario se encendiera. Eran bandas de rock que a la sombra del novedoso rock sinfónico, con estructuras musicales menos complejas y arreglos más trabajados, se las ingeniaban para oscilar entre los boliches de jazz y los festivales de rock con comodidad manifiesta en ambos ambientes. Pero no eran anunciados como grupos de jazz rock.
Eran simplemente bandas con elementos del rock y del jazz, que más allá de su procedencia convivían en armonía, como corresponde a una banda de músicos. Chicago eran músicos provenientes del ámbito jazzístico liderados por el pianista Robert Lamm, el guitarrista Terry Kath más el eximio baladista Peter Cetera. Todos componían y arreglaban. Fueron la banda del año en el 76 en USA junto a los Eagles.
Alma y Vida eran algo así aca. Se juntaron el cantante Carlos Mellino junto al saxofonista Bernardo Baraj y Juan Barrueco. Ellos tomaron la posta llenando de jazz el ambiente rocker de esos tiempos. No estaban solos de ninguna manera los muchachos.
Por allá sonaban tambien Weather Report de Joe Zawinul, Jaco Pastorious y Wayne Shorter nada menos; Return To Forever que de la mano de Chick Corea y Stanley Clarke hicieron el que para todas las encuestas en el mundo fue Disco del Año, Romantic Warrior. En esos terrenos del rock con reminiscencias jazzeras también metían a Santana, que desde Caravanserai estaba en todas las bateas de jazz-rock porteñas. O a Steely Dan, Donald Fagen y Michael Becker, quizás el grupo más influyente en la escena rock local. Escena que no se quedaba atrás de ninguna manera.
Metían en la misma batea a Spinetta, que con A 18´del sol, un álbum casi instrumental, hacía historia. También al pianista de jazz Jorge Navarro quien recién vuelto de unos años en New York y New Orleans graba Navarro con polenta, disco instrumental que abría con una noble versión de Black dog de Led Zeppelin simplemente brillante.
Pinché el sábado pasado en mi programa de radio un tema del disco de Jorge Navarro pegado a Artic Monkeys y encajaron perfectamente, como si las hubiesen hecho el mes pasado. El de Artic Monkeys sí, el de Jorge Navarro es de 1977.
Siempre sospeché que el jazz rock era un invento argentino. Lo comprobé en Río de Janeiro, en París, en Londres, en Lima , en New York, en Bogotá y en Los Ángeles. En ninguna disquería de esas grandes ciudades encontré alguna batea que dijera Jazz-Rock. Acá en Buenos Aires sí. Lo que me confirma lo de siempre, etiquetar la música solo lleva al prejuicio.
Y el prejuicio nunca favorece.
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