En 2013 la Asamblea General de las Naciones Unidas dictaminó el 19 de noviembre como el Día Internacional del Inodoro, con la intención de concientizar sobre la crisis sanitaria a nivel mundial, un problema silencioso que parece quedar oculto porque ocurre bajo tierra. Sin embargo, los efectos que conlleva el inadecuado saneamiento de las aguas subterráneas y las consecuencias que representa para la salud de las 6 millones de personas que viven en nuestro país y no tienen baño en sus casas, lo traducen en una problemática visible que invita a un llamado a la acción.
Matías Nicolini tiene 34 años, es ingeniero civil y cofundador de la organización social Módulo Sanitario, que surgió en 2015 junto a un grupo de amigos. Desde hace siete años construyen baños a familias que no cuentan con uno, promueven los hábitos de higiene y visibilizan la realidad social. Actualmente se desempeña como coordinador general, y batalla pare reducir las cifras del déficit sanitario, con la ayuda de voluntariado, donaciones y empresas que aportan materiales.
“Nosotros nacimos de la Fundación Horizonte de Máxima, que en septiembre cumplió 10 años, porque estábamos interesados en poner nuestra profesión al servicio de las familias más vulnerables”, cuenta en diálogo con Infobae. Asegura que fue una búsqueda activa, porque no dejaban de actuar mientras indagaban sobre diferentes situaciones de nuestro país, y encontraron una respuesta dolorosa frente a sus ojos. “Cuando íbamos a sus casas a veces teníamos ganas de ir al baño en medio de una charla con las familias, y no había, o había algo que era muy lejano a un espacio sanitario, como un excusado, o una letrina que está afuera, muy precaria”, explica.
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“Las paredes por ahí son de chapa dura, o no tienen techo; falta la mochila, y a veces ni siquiera hay un inodoro. Así que no tenés dónde lavarte las manos ni dónde poner un vasito con los cepillos de dientes para la higiene bucal diaria”, agrega. Al volver a su hogar y darse una ducha de agua caliente, ese momento se convertía en la comprobación empírica que iluminaba el camino a seguir.
“Empezamos a informarnos, y cuando vimos el dato que hay un 15% de la población en la Argentina que no tiene baño, nos pareció tremendo”, sentencia. Concentró las energías en buscar una solución, y consultó con amigos que tenían el mismo deseo de utilizar sus conocimientos para ayudar a otros. “Uno de los chicos es ingeniero industrial, otro ingeniero ambiental, hay una arquitecta, y nos unimos para estandarizar el proceso y hacer un baño que sea económico, fácil de ensamblar, y rápido, porque muchas veces los voluntarios tienen solamente un fin de semana para ayudar”, detalla.
Rememora los tiempos en que vendieron cajas de vino de la bodega de un amigo, y con las ganancias consiguieron los fondos para el primer módulo sanitario. “Al principio ni mi mamá nos creía que podíamos hacer un baño en dos días”, se sincera con humor Nicolini. A lo largo del 2015 construyeron tres, en 2016 llegaron a 23 en distintos barrios del conurbano, y fueron creciendo hasta alcanzar los 200 por año.
“Al ritmo en que venimos, por las problemáticas que hay hoy, tenemos como 6000 años de trabajo por delante solo en la Argentina. Hacemos lo que podemos, pero con la alegría de saber que aunque el objetivo gigante, ya llevamos casi 1000 módulos sanitarios construidos, que son 4500 personas beneficiadas”, revela sin perder el entusiasmo. El combustible de la vocación social de todo el equipo son los testimonios de quienes resultan beneficiarios, que se emocionan desde el día en que les confirman que son una de las familias elegidas, hasta que rompen en llanto cuando ven el resultado final.
“Uno ve los números y todo lo que falta y se quiere largar a llorar, pero después hablás con Rosa, que te cuenta que sus hijos de 7 años van a poder ducharse con agua caliente por primera vez y meterse a la cama, y decís: ‘Bueno, ya está, todo valió la pena’”, expresa. Pone como ejemplo también otra situación que quedó sellada en su memoria: “Hemos conocido señoras de 60 años que era su primer baño, y nos preguntamos cómo puede ser que alguien viva sesenta años sin un inodoro y sin una ducha adentro de su casa”.
Así surgió la iniciativa, de la mano de jóvenes que buscaban desarrollar sus respectivas profesiones con pasión social. Lo que era un proyecto se volvió tangible gracias a la dedicación de 14 personas, la mitad trabaja full time en la ONG y la otra medio tiempo. Se sumaron 100 voluntarios que colaboran de manera permanente, y más de 2500 que donan de manera esporádica o ayudan en las actividades mensuales a las que convocan a través de sus redes sociales.
“Según la ONU hay 3600 millones de personas, casi la mitad de la población mundial, que no tienen saneamiento seguro, y eso se traduce en 1 de cada 3 personas”, remarca Nicolini. La problemática además está relacionada con la contaminación de suelos y fuentes de agua dulce, ya que un sistema inadecuado implica el riesgo de esparcir excrementos humanos en los recursos hídricos subterráneos. Los datos repercuten también en las causas de la mortalidad infantil, siendo una de las preocupaciones que lidera la emergencia mundial.
La Organización Mundial de la Salud (OMS), por su parte, informa que cada día más de 800 niños y niñas menores de cinco años mueren por enfermedades diarreicas relacionadas con el consumo de agua insalubre, un saneamiento inseguro y una higiene deficiente. “Ojalá la gente pueda enterarse, tratar de entenderlo, e incluso sorprenderse de que hay proyectos para poblar Marte y todavía la gente de este planeta Tierra no tiene un lugar a dónde ir al baño”, resalta el coordinar de Módulo Sanitario.
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Una combinación de factores interviene en la realidad de muchas familias: los costos elevados de los materiales de construcción, los artefactos, el sistema de agua caliente y ducha, la falta de conocimiento técnico, la contratación de un plomero, entre otros. “Algunos quizás empezaron con una vivienda muy precaria que pudieron mejorar, tal vez hasta la revocaron, pusieron aberturas, las puertas, las ventanas, pero al baño no llegan o lo dejan para el final”, manifiesta. Y aclara: “Cuando debería ser lo primero que una familia tenga, sobre todo porque una buena higiene previene un montón de enfermedades”.
Desde la organización analizan las carencias de manera integral, y reflexionan sobre todo lo que implica la falta de un baño: “No es solo ir a hacer las necesidades, sino la imposibilidad de la higiene femenina durante la menstruación, la higiene sexual, los riesgos de acoso para mujeres y niñas cuando deben salir de sus casas para ir a un baño o usar letrinas donde las pueden espiar”. Explican que afecta el desarrollo de las personas y su bienestar, representando un obstáculo para la integración en la sociedad, la nutrición y su asistencia al trabajo.
“También es un lugar para ponerse lindo para salir, mirarse al espejo, sonreír, cosas que hacen a la persona, a la belleza, y a sentirse bien con uno mismo”, añade. Cuenta que algunas empresas se ofrecen a colaborar cuando conocen la misión de Módulo Sanitario, y que hasta el momento funcionan sin ayuda estatal. “Si tuviésemos convenios, no sería como una ayuda, sino como una forma de abordar la problemática; y creemos que tal vez llegaríamos a más familias más rápido”, expresa.
“Es una decisión que no depende de nosotros; a veces intentamos impulsarla, pero sabemos que lleva sus tiempos. Se pueden lograr convenios con distintos gobiernos o municipios, y podríamos hacer el trabajo con más velocidad, pero mientras tanto lo hacemos con nuestro equipo y la metodología que aplicamos”, señala.
De los siete años que llevan al servicio de la construcción de módulos, dos estuvieron atravesados por las restricciones en torno a la pandemia de coronavirus, pero el trabajo no se detuvo, y aplicaron otro enfoque durante los primeros meses. “Entregamos kits de higiene con una palangana, un jabón, un desinfectante, un alcohol en gel, una lavandina, para que por lo menos tengan algo dónde lavarse las manos, porque nuestra apuesta siempre es fomentar los hábitos de higiene”, asegura. Y enfatiza que las visitas tenían un doble objetivo.
“Fuimos para recordarles que seguíamos pensando en ellos, porque lo que más nos dicen las familias es que se sienten olvidadas, que la sociedad no los tiene en cuenta”, se lamenta. Con más razón, destaca el trabajo de los voluntarios que durante un fin de semana ayudan en las obras, y luego de la experiencia se convierten en futuros agentes de cambio. “No hay que irse muy lejos para ampliar los horizontes, ni tampoco requiere tanto tiempo siempre, porque a veces con dos días al servicio uno ya logra transformar la vida de otras personas”.
Algunos de los modelos son prefabricados, para situaciones habitacionales precarias, y otros son con piezas que preparamos antes y se ensamblan en el lugar. “Uno de los módulos tiene cocina también, para que puedan lavar los platos en la bacha y tener un lugar para cocinar; hay distintas prestaciones, pero el foco está puesto en el baño”, subraya.
—¿Cómo es el proceso de selección de las familias?
—Trabajamos en distintos barrios de Buenos Aires, y en la provincia de Córdoba también, que fuimos llegando a través de los trabajos de otras organizaciones. Como es tan grande la problemática, estamos establecidos como voluntariado en algunos barrios, donde detectamos a las familias, les contamos lo que hacemos y les explicamos que si quieren ser beneficiarios tienen que cumplir con ciertas condiciones: hacer un aporte económico al módulo, que es alrededor del 10% del valor; antes de la construcción tienen que hacer un pozo de más o menos metro y medio, para ayudarnos a poner el sistema de saneamiento; y nos tienen que ayudar a construir el día que vamos a descargar todos los materiales en el camión con los voluntarios.
—Ya construyeron baños en nueve provincias, ¿sueñan con llegar a todo el país?
—Por supuesto, la intención es ir por los 6 millones de baños que faltan en la Argentina. Yo creo que tenemos un país preparado para que todos podamos tener todas las oportunidades. Seguimos yendo a los barrios, principalmente acá en Buenos Aires y en la provincia de Córdoba. Recientemente hicimos convenios en el partido de Bragado, porque una empresa escuchó lo que hacemos y nos ayudó con los fondos para empezar a construir ahí. En Tucumán también hay una ONG que cada tanto vamos para allá. Lo vamos gestionando en la medida en que otros se interesan y quieren llevar nuestra asociación a sus provincias o ciudades.
—Quien quiera ser voluntario durante un fin de semana, ¿dónde se tiene que anotar?
—Nos pueden escribir a nuestro sitio web, o a través de nuestras redes sociales: estamos en Instagram, Facebook, Twitter, y también en LinkedIn. Nosotros cuando surge una convocatoria les mandamos mail, y de esa forma tenemos una base de datos de gente que quiere sumarse a las actividades. Si el lugar donde vamos a construir le queda lejos a la persona, y por ahí no puede ir, a veces hacen un aporte económico como donación. Se puede donar desde el valor de un cepillo de dientes por mes, y hay otros que aportan casi lo que sale un baño. Nos ayuda muchísimo porque siempre hay materiales por comprar y hay que financiar la logística.
—El lema de este año es “Un balde no es un baño”, ¿qué actividades están haciendo en el mes del inodoro?
—A través de las redes sociales estamos compartiendo contenido con el hashtag #UnBaldeNoEsUnBaño, para todos los que se quieran sumar a viralizar con mensajes, y la idea es visibilizar el recurso insalubre que utilizan las familias sin baño en nuestro país y todos los efectos que esto tiene. En el día mundial del inodoro además estaremos presentes en un lugar que se volvió costumbre para nosotros: las escalinatas de la Facultad de Derecho de la UBA, de 9 a 21, y ojalá que a la gente le llame la atención, que frene y pregunte, porque siempre estamos dispuestos a ofrecerles información y contarles con hechos la realidad de todas las familias que conocimos en este tiempo.
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