Perón en Argentina después de 17 años, una pistola apuntándole a la espalda y la insólita “guía” para hablar con él

El 17 de noviembre de 1972 a las 11.08 de la mañana, el avión de Alitalia que lo trajo al país luego de un largo exilio aterrizó en Ezeiza. El confinamiento en el Hotel Internacional. La ametralladora de Frondizi. Las disparatadas instrucciones para establecer un diálogo con los militares. “El reloj cucú” de Gaspar Campos. Y la reunión con Balbín

Luego de 18 años de exilio Juan Domingo Perón regresa a la Argentina Foto: Domingo Zenteno

Eran las once y ocho minutos de la mañana del lluvioso viernes 17 de noviembre de 1972, cuando el avión de Alitalia apagó sus turbinas y comenzó el momento del desembarque. El vuelo Roma-Dakar- Buenos Aires se había desarrollado sin inconvenientes, y no hizo falta echar mano a los siguientes planes alternativos: A) descender en Asunción y B) Montevideo. Antes de pisar tierra argentina, Perón conversó con Santos y Jaime sus custodios españoles, como bien recordó Norma López Rega al autor. No había armas arriba del avión porque Perón dijo que iba como “prenda de paz” y antes de decolar de Fiumicino se hizo revisar los bolsos de viaje.

El vicecomodoro René Salas subió al avión por la escalerilla de la Primera Clase y pidió hablar con el recién llegado. Antes de ordenar requisar todo, le dijo que las instrucciones que él tenía eran que bajara acompañado por no más de cinco personas; que no podía acercarse a los invitados especiales, ni a los periodistas, y que serían trasladados al Hotel Internacional de Ezeiza. Así se hizo, aunque se sumaron los dos españoles. Perón bajó primero y atrás lo siguieron Isabel, Héctor Cámpora y José López Rega. Al pié de la escalera lo aguardaba una caravana de automóviles que encabezaba un Ford Fairlane, color claro. A partir de ese momento Perón estaba bajo el cuidado especial del comisario Díaz, quien en algún momento, para darle más dramatismo a lo que se vivía, o para ejercer algún tipo de presión, “llegó a apuntarlo al General, con un revólver en la espalda (cuando amagó con abandonar el hotel) …y los restantes íbamos detenidos, todos cagados en las patas, y cuando llegamos al cuarto del hotel el General se sentó en la cama y dijo: ‘Que bueno, al fin me puedo sacar los botines, y nos hizo aflojar la tensión a todos.’”

Título de La Opinión del 17 de noviembre de 1972

Todo era seguido en directo por la televisión. A los pocos minutos, el automóvil que lo conducía se detuvo y el general Perón se bajó para saludar con su característico dos brazos en alto a los invitados especiales. La imagen congelada, simbólica, de ese día, retrató a Perón con su traje azul oscuro. A su derecha López Rega; Jorge Osinde que había corrido a su encuentro; Isabel con su tapado sobre los hombros y el Delegado observando el momento. A su izquierda, José Ignacio Rucci cubriéndolo de la llovizna con un paraguas y Juan Manuel Abal Medina imperturbable, viviendo el momento, con el dedo índice de su mano derecha tocando su mentón. La sonrisa de Perón no pudo tapar la tensión del momento argentino que se vivía detrás de las cámaras. El ex presidente Arturo Frondizi –que horas antes había opinado que no se debía realizar el viaje – apareció, así dicen algunos, con un impermeable beige que camuflaba la ametralladora que portaba.

Hasta la mañana siguiente, dentro del Hotel Internacional de Ezeiza y sus calles adyacentes, se suscitaron una serie de hechos que, observados muchos años más tarde, manifestaban la fragilidad institucional del momento, la violencia contenida. El principal personaje apuntado con una pistola; otro ex presidente de la Nación con una ametralladora; colimbas camuflados; Perón impedido de dirigirse a su casa en Vicente López, con dos ametralladoras antiaéreas 767 apuntando a las puertas del hotel; el secretario de la Junta de Comandantes, brigadier Ezequiel Martínez presionando para que vaya a reunirse con sus jefes; unos pocos miles de adherentes que habían intentado acercarse desoyendo la prohibición del Estado de Sitio; una chirinada o sublevación en la Escuela de Mecánica de la Armada y la población que observaba lo que le mostraban los canales oficiales. El recién llegado en son de paz estaba recluido en su habitación por “razones de seguridad”. Una radiografía de la impotencia y el desencuentro. Una imagen lamentable.

Brigadier Ezequiel Martínez

Cuando se habla del despliegue castrense en la zona del aeropuerto de Ezeiza hay que decir que se desplegaron “aproximadamente 6.000 hombres de Ejército; 1.900 de la Policía Federal y 3.500 de la policía bonaerense”, según una exposición del jefe de Inteligencia del Primer Cuerpo, comandado por el general Tomás Sánchez de Bustamante. Salvo detalles, hasta aquí todo es conocido y los historiadores lo han contado a su manera. Infobae, con las limitaciones de espacio, revelará con documentos nunca publicados lo que pensaba, decía e intentaba hacer frente al panorama que se vivía el gobierno de Alejandro Lanusse.

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Del lado del gobierno militar, el personaje central será el brigadier Ezequiel Martínez, secretario de la Junta de Comandantes en Jefe. La Opinión, en su contratapa, anunciaba que el brigadier Ezequiel Martínez, por decisión de la Junta de Comandantes, se entrevistaría con Perón. Una cosa es lo que la Junta imaginaba y otra el deseo del general Juan Domingo Perón. El brigadier intentará llegar a Perón y establecer un “modus vivendi” que permita un encuentro al más alto nivel político. Martínez no fue improvisadamente, la Junta lo orientó a Ezeiza con un documento “ejemplar único, estrictamente secreto” que contenía una guía a la que debía regirse en su encuentro con el recién llegado. Hoy se diría que estaba coucheado. Todo con la intención de “cristalizar la conciliación”, en pos de “una definitiva solución nacional”. En el punto 3 se le debía recordar a Perón que, como ha llegado como “prenda de paz”, “el gobierno desea que ese propósito se materialice con hechos concretos y está dispuesto, en lo que corresponda, a adoptar todas las medidas que sea menester para facilitar el logro con el fin de contribuir al éxito de esta misión de paz.” El punto 4 estimaba que durante el encuentro se debía “conocer detalladamente cómo ha planeado Ud. la concreción de sus objetivos; que actividades desea realizar como aporte a la pacificación” y otros ligeros interrogantes porque “Ud. debe saber que el Gobierno trató oportunamente de esclarecer estos aspectos, pero sus representantes –a nivel del movimiento justicialista—expresaron que era privativo de Perón todos esos aspectos, etc.”

Inicio de la Guía que se le dio al brigadier Martínez

Además de la “guía” Martínez tenía un libreto, un listado, de “reflexiones para tener en cuenta en el momento oportuno del diálogo”. Debía recordársele a Perón cuál era “la situación del país al 23 de marzo de 1973″ (día del derrocamiento del presidente de facto general Roberto Marcelo Levingston, el sucesor del general Juan Carlos Onganía). También el “objetivo que se autoimpuso la Junta Militar, al reasumir el poder político” y los “pasos concretos dados para alcanzar la meta”. Entre los puntos que intentaría exponer debía hacer una “obvia enumeración” de los objetivos establecidos. Entre otros, “recordar la coherencia demostrada a lo largo de 19 meses de gobierno” para llegar a “la necesidad de alcanzar la conciliación”, “sin trampas ni componendas ni exclusiones”. También debería recordarle a Perón que el objetivo era la “institucionalización”, la “unión nacional” con un previo acuerdo”; “la participación de las FF.AA. y un programa de coincidencias”. Debía alcanzarse una “solución concertada, jamás un salto al vacío”. Todo era una crónica del disparate y para no ser menos, se le debía recordar a Perón: “Premisa básica: perdonar, no olvidar; mirar hacia el futuro sin abdicar del patrimonio ético y moral. A esto no se está dispuesto, simplemente porque anularía cualquier acuerdo desde el comienzo. El pueblo ya no puede ser engañado y las FF.AA. no lo van a tolerar”.

El recordatorio para Perón

Hasta aquí las instrucciones que portaba el brigadier Martínez. Lo sigue otro documento “secreto” mucho más largo que contendrá un relato de sus gestiones en Ezeiza a la Junta de Comandantes con todas las páginas inicialadas por el jefe aeronáutico. En síntesis, Lanusse, los comandantes de la Armada y la Fuerza Aérea, el representante del Estado Mayor Conjunto, el Ministro del Interior y otros altos oficiales pasaron gran parte del tiempo escuchando que Martínez quería hablar con el ex presidente (para eso llevaba su “guía”) y Perón no lo recibía. Que Perón deseaba irse a su casa de Vicente López y los militares se lo impedían por razones de “seguridad”. Del lado peronista se discutía si debía considerárselo preso y la respuesta era que en las primeras horas del sábado 18 podía salir del hotel. Profundizando la desorientación reinante, Cámpora manifestaba que no podía adelantar cuánto tiempo se quedaría en la Argentina, ni cuál iba a ser su agenda de entrevistas. Luego se sumó la discusión de dónde y cómo Perón iba a tomar contacto “con el pueblo”. Se hablo de un acto en Ezeiza, la cancha de Nueva Chicago o el Autódromo, dando la impresión de un gran desorden organizativo.

Debate sobre la situación de Perón en Ezeiza

A la mañana siguiente, Perón y sus acompañantes fueron autorizados a salir de Ezeiza y se fueron a la casa de la calle Gaspar Campos 1065, haciendo caso omiso a las presiones para lograr una cumbre con la Junta Militar. A partir de ese momento, la gente y la dirigencia tomarían a ese lugar como un obligado punto de referencia. Solo en ese primer día, Perón debió salir siete veces por una ventana para saludar a una muchedumbre que lo vitoreaba, principalmente plagada de jóvenes que no habían vivido su primera etapa de gobierno (1946-1955). El domingo 19 se vio obligado a asomarse 25 veces a partir de las 6.55 de la mañana. Un vecino con un ácido sentido del humor comparó a Perón con un “cucú” por la cantidad de apariciones. En esa jornada, recibió a los dirigentes del Encuentro Nacional de los Argentinos y La Hora del Pueblo.

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En otra desgrabación de las reuniones militares, el general Hugo Miatello, Secretario de la SIDE, informó que “en la superficie hay un clima de tranquilidad, con una sensación de tensión expectante en distintos sectores, incluido el justicialismo, por no saberse dónde puede desembocar la situación.” Al mismo tiempo informó el crecimiento en la opinión pública de la figura de Perón en esas horas. Seguidamente el general Miatello da cuenta de la posibilidad de un acto de intento de toma del poder, caída del gobierno, y la nula posibilidad de que Perón tome contacto con el gobierno.

Otros párrafos del informe de situación del 19 de octubre de 1972

En la misma cumbre el general Eduardo Betti sostuvo que Perón “tenía intenciones de regresar a Madrid después del primer día de permanencia en Ezeiza pero luego se comenzó a ‘agrandar’ y no sólo él sino todos los que lo rodeaban.” Habló de la reunión Perón-Balbín y expresó que “Enrique Vanoli (secretario de Balbín) quedó muy fastidiado por la reunión de la Hora del Pueblo con Perón y el justicialismo, el que, según el radicalismo, les hizo trampa, por no cumplir la reunión previa con Balbín”. Aquí debe decirse que la reunión no se hizo porque el jefe radical llegó tarde y que al día siguiente conversarían a solas. Sobre esta primera reunión, Vanoli dijo que “Perón no estaría en capacidad personal de manejar el proceso y se encuentra prisionero de algunos dirigentes, tales como Cámpora, López Rega, Díaz Bialet, Abal Medina o Isabel Martínez.” Betti también comentó que “en la reunión con la Hora del Pueblo se le preguntó si iba a tomar contacto con el gobierno; la respuesta fue que no, que no había motivo; que si se producía el documento que se pensaba, no había necesidad.” Fue en ese momento que intervino Lanusse: “El Señor Presidente de la Nación coincide con lo expuesto y señala que su idea es que si Perón avanza en sus contactos con los políticos y llega a una coincidencia, la Junta de Comandantes en Jefe no debe recibirlo, sino hacerlo con él y el grupo de políticos con los cuales coincidió, por cuanto él no es Jefe de ningún Estado.” Pese a todas las especulaciones que se realizaron sobre la estadía de Perón en Buenos Aires, el ex presidente se marchó rumbo a Asunción del Paraguay el 14 de diciembre de 1972 y, como era de prever, no se encontró con la Junta de Comandantes en Jefe.

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