Lola Mora, la artista que escandalizó a la sociedad de su época, murió en la pobreza y el tiempo reivindicó

Nacida un 17 de noviembre hace 156 años, creó las más célebres esculturas de nuestro país: la Fuente de las Nereidas y los grupos que ornan la entrada del Congreso Nacional. Debió enfrentar la incomprensión y la pacatería de quienes exigían esconder su obra. Olvidada y con su salud mental deteriorada, cuando falleció sus sobrinas quemaron cientos de bosquejos de su autoría

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Regina Vega Sardina era una rareza para su época. Era mujer y estanciera, estaba casada con Romualdo Alejandro Mora y vivían cerca de la ciudad de Tala, en la provincia de Salta. Dicen, quienes la frecuentaban allá por la mitad del siglo XIX, que tenía un carácter fuerte y jamás se dejaba avasallar por quienes mostraban prejuicios por su condición de género.

Con su esposo tuvieron 7 hijos. A la tercera, que nació el 17 de noviembre de 1866 en Tala, la bautizaron Dolores Candelaria Mora Vega en la parroquia de San Joaquín de Trancas, en la provincia de Tucumán. Tres años más tarde, la familia se afincó definitivamente en San Miguel, la capital tucumana. El nombre, así mencionado, no dice nada. Pero esa niña, con los años, se transformó en una de las artistas más grandes de la Argentina. No solo por su talento, sino por su lucha para vencer -como lo hizo su madre- todos los prejuicios y la falsa moralina de su época. Y fue conocida como Lola Mora.

(Wikipedia)
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A pesar de haber nacido en Salta, Lola Mora siempre se definió como tucumana. En 1874 comenzó sus estudios en el Colegio de Ntra. Sra. Del Huerto de esa ciudad. Su niñez y adolescencia transcurríeron sin sobresaltos, pero cuando tenía 19 años, en 1885, la familia sufrió cinco días de desgracias. Doña Regina murió de pulmonía y su padre Romualdo, no pudiendo soportar la pérdida de su esposa, sufrió un infarto y falleció al otro día del sepelio. Romualdo murió de amor, se le partió el corazón por el dolor de perder a la mujer que amaba. Lola quedará al cuidado de sus familiares.

Dos años más tarde, en 1887, arribó a Tucumán el pintor y escultor Italiano Giacomo Doménico Alfonso María Falcucci. Lola, ya de 21 años, tomó clases de escultura y pintura con él y las financió pintando óleos y carbonillas de las personalidades de la sociedad tucumana. Así llegó a retratar en carbonilla, por ejemplo, al gobernador de Salta Delfín Leguizamón. Este quedó impactado por el talento de la joven y le pidió una colección de veinte retratos de los gobernadores tucumanos desde 1853, luego fueron adquiridos por la legislatura de la provincia.

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Gracias a su talento y a su determinación, Lola comenzó a ser conocida en el ámbito de la sociedad política e intelectual. Con el ímpetu que la caracterizó a lo largo de su vida, viajó a Buenos Aires para pedir una beca de estudios. Y el presidente José Evaristo Uriburu se la otorgó. Una vez que la obtuvo, se despidió de nuestro país y viajó a Roma para perfeccionar su arte.

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En 1897 llegó al puerto de Ostia y de allí a Roma, donde estudió con el pintor Francesco Paolo Michetti, quien había sido escultor en su juventud. Más adelante tomó clases de escultura en terracota con el maestro Constantino Barbella. Pero su destino quedó marcado a fuego cuando conoció al escultor Giulio Monteverde, un gran maestro del trabajo en mármol, emblema de la escuela de la Grecia clásica y el Renacimiento. Él será su guía y ella su mejor alumna. Pronto comenzaron los frutos de esa sociedad. Lola hizo un autorretrato en mármol para la “Exposición Universal de París” de 1889 y ganó una medalla de oro. Su popularidad creció en Europa.

(Wikipedia)
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Dado que su fama crecía, la llamaron desde su provincia adoptiva, Tucumán, para esculpir el monumento a Juan Bautista Alberdi. Pero al mismo tiempo la convocaron para hacer la estatua de la reina Victoria para ser ubicada en la capital de Australia, Melbourne; y la estatua de zar Nicolás I para la ciudad de San Petersburgo. Su prestigio crecía, pero para hacerse cargo de esas obras debía nacionalizarse británica o rusa, lo que rechazó de cuajo.

Desde nuestro país comenzaron a lloverle pedidos: el busto del presidente Roca, la escultura de Aristóbulo del Valle y grandes altorrelieves para poner en el “templete” que custodiaba el salón de la jura de la Independencia en Tucumán. Dicha obras se llevó a cabo en una fundición de Roma, y representan al Cabildo Abierto del 25 de mayo de 1810 y a la declaración de la Independencia de 1816. Lola se tomó una licencia y retrató a uno de los congresales con el rostro de Julio Argentino Roca, su mecenas, protector, y algunos historiadores argumentan que fue también su amante. Empero, su sobrino bisnieto, el profesor Pablo Solá, desmiente de plano esa posibilidad.

(Wikipedia)
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Siempre fiel a su espíritu libre, a los 42 años se casó con Luis Hernández Otero, 17 años menor e hijo del ex gobernador de la provincia de Entre Ríos Sabá Zacarías Hernández. Unos años más tarde se separaron. Para la pacatería de la época, ambas cosas resultaron un escándalo. Se la acusó de vivir con “demasiada libertad para ser mujer”. Ni siquiera la ropa que usaba se salvó de la crítica: a menudo se la veía con pantalones babucha, camisa de hombre y pañuelo al cuello, mientras sus congéneres lucían faldas con polisón, corsés y amplios sombreros con enormes adornos.

Sin dudas, a Lola Mora se la identifica principalmente por su obra la fuente de las Nereidas, hoy ubicada en la Costanera Sur. La realizó por encargo del intendente de la ciudad de Buenos Aires, Adolfo J. Bullrich en 1900, pero el intendente pasó por alto la aprobación del Consejo Deliberante, lo que en su momento fue motivo de críticas. Lola, para zanjar este inconveniente, la ofreció en forma gratuita y sin cargo a la municipalidad de Buenos Aires. “Las Nereidas” representan el nacimiento de la diosa Venus, es asistida y sostenida por dos criaturas que dan nombre a la obra: las nereidas, ninfas del océano. La fuente la completan tres tritones montados en sus caballos, emergiendo del agua. La fuente es una escultura de aproximadamente 6 metros de alto y 13 de ancho, construida totalmente con mármol de Carrara y realizada por la artista en su taller de Roma.

La obra se iba a ubicar en la Plaza de Mayo, frente a la catedral de Buenos Aires, pero sus desnudos causaron la ira del clero católico porteño. Los religiosos y algunas damas de las cofradías y archicofradías sugirieron que fuera colocada en el barrio de Mataderos, que por aquella época era solo casi todo campo, o en Parque de los Patricios. Ella misma contestó por carta a los constante agravios a su persona: “…No pretendo descender al terreno de la polémica; tampoco intento entrar en discusión con ese enemigo invisible y poderoso que es la maledicencia. Pero lamento profundamente que el espíritu de cierta gente, la impureza y el sensualismo hayan primado sobre el placer estético de contemplar un desnudo humano, la más maravillosa arquitectura que haya podido crear Dios”.

En 1902, un grupo de prestigiosos ciudadanos, entre ellos Bartolomé Mitre, solicitó que se instalara en la intersección del Paseo de Julio (actual Avenida Leandro N. Alem) con la calle Cangallo (hoy Juan Domingo Perón), a poca distancia de la Casa Rosada.

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En 1918 la obra fue trasladada a la Costanera Sur. No fue, como muchas veces se quiere instalar, un destierro: en ese momento, el lugar daba hacia el río, y era el sitio preferido de las clases altas porteñas para los paseos vespertinos desde el comienzo de la primavera hasta el final del verano. Allí se encontraban los más famosos balnearios de la ciudad y las cervecerías. Además, fue Lola quien eligió el lugar.

Uno de los dos grupos
Uno de los dos grupos escultóricos de Lola Mora que se encuentran en el Congreso Nacional. Son calcos de los originales, que están en la provincia de Jujuy (Patrimonio Legislativo)

No fue, por supuesto, el único trabajo que le causó un profundo dolor. La convocaron para realizar las esculturas alegóricas para el nuevo edificio del Congreso Nacional. Para ello, en 1903 firmó un contrato con el gobierno nacional en 1903. Las esculturas fueron colocadas en sus pedestales a mediados de 1907. En 1921 los presidentes de ambas cámaras del Congreso resolvieron retirarlas argumentando ‘razones de estética y perspectiva’. Aunque el diputado Luis Agote expresó en forma increíble que esas esculturas eran “un adefesio horrible y no demuestran nuestra cultura ni nuestro buen gusto artístico”.

Entonces, decidió donarlas a la provincia de Jujuy. En 1922, la propia artista viajó para determinar su nuevo emplazamiento. Muchos años después, cuando Julián Domínguez asumió la presidencia de la cámara de diputados de la Nación, las esculturas fueron recuperadas para el frente del Congreso. Entre el 2012 y 2014 se realizaron calcos de las obras originales, que permanecen en Jujuy. Hoy se pueden disfrutar los dos grupos escultóricos en el frente del Congreso de la Nación, junto a la escalinata que da sobre la avenida Entre Ríos, que representan la libertad, el comercio, la fuerza, la paz, el trabajo y la justicia. También el tintero de bronce que se luce en la presidencia del Senado de la Nación es obra de su cincel.

En 1909 la “Comisión de festejos del Centenario” contrató a Lola Mora para erigir el monumento a la Bandera en la ciudad de Rosario, provincia de Santa Fe. Diseñó una obra imponente. Comenzó a trabajar varias esculturas en su taller de Roma, pero cuando se dieron cuenta que eran demasiados los desnudos, la obra, que había sido aprobada, fue cancelada. Las esculturas que envió peregrinaron por toda la ciudad de Rosario, hasta que, por fin lograron su cometido: formar parte del actual monumento a la bandera. Son ocho las esculturas emplazadas en el llamado “Pasaje Juramento”: La libertad o república; la Gloria; el Gaucho; la Madre y el hijo; el Soldado; Belgrano y la jura de la Bandera; Pbro. Gorriti bendiciendo la bandera; y los Granaderos.

En su vejez, Lola Mora
En su vejez, Lola Mora comenzó a padecer problemas mentales, que propiciaron la creación de crueles mitos sobre sus conductas (Wikipedia)

Alrededor de 1920 vendió su palacete de Roma y abandonó la escultura para sumergirse en otros proyectos. Impulsó el dispositivo llamado “cinematografía a la luz”, que permitía ver cine sin necesidad de oscurecer una sala, pero no logró introducirlo en el mercado.

Además, fue contratista en la obra del tendido de rieles del Ferrocarril Transandino del Norte, más conocido como Huaytiquina, por donde hoy transita el tren a las Nubes, en la provincia de Salta. También es la autora del primer proyecto de subterráneo y galería subfluvial para la Argentina, previstos para la Capital Federal, y del trazado de calles de la ciudad de San Salvador de Jujuy.

Lola Mora murió el 7
Lola Mora murió el 7 de junio de 1936

A principios de la década del 30 regresó a Buenos Aires con la salud mental muy deteriorada. La sociedad Sarmiento de Tucumán realizó una muestra a beneficio de la empobrecida artista. Por esa época comenzó a circular un mito urbano: decían que antes de cada lluvia, se la veía pidiendo a los transeúntes paraguas para cubrir con ella su obra Las Nereidas, y que más de una vez se la habría visto trepada a esta fuente sosteniendo un paraguas. Pero no es más que una leyenda mal traducida de un hecho real: en 1932, Lola fue a ver su escultura, y se quedó todo el día contemplándola. Sus sobrinas, al regresar a su casa y ver que su tía no estaba, dieron parte a la policía. La noticia llegó a los periódicos vespertinos y fue encontrada de pie mirando su fuente.

En 1935, el Congreso de la Nación aprobó una pensión para ella de 200 pesos mensuales. Falleció el 7 de junio de 1936 rodeada por sus tres sobrinas, que la asistieron durante toda la enfermedad. Estas, al morir su tía, quemaron cientos y cientos de notas, bosquejos, cartas y demás pertenencias de Lola, por lo cual parte de su vida se convirtieron en cenizas. Sus restos descansan en su amada Tucumán, en el cementerio del Oeste, y en 2010 su tumba fue declarada bien de interés histórico-artístico.

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