En la avenida publicitada como “la más ancha del mundo”, aunque haya quien discuta esta afirmación, todo ocurre. Circulan autos, ómnibus, pasean turistas, y las circunstancias la transforman en un corsódromo sin fin de cortes, festejos, actos y protestas, fue un proyecto a larguísimo plazo. Desde fines del siglo XIX, ya se hablaba de una avenida que recorriese de norte a sur una ciudad que había incorporado a su distrito a los entonces pueblos de Belgrano y Flores, que así pasaron a ser barrios porteños.
Primero el ingeniero Emilio Mitre en 1908 -uno de los primeros especialistas en obra pública en el país- y luego el médico y diputado Pedro Luro al año siguiente impulsaron proyectos legislativos que proponían expropiar 33 manzanas entre Pellegrini, Bernardo de Irigoyen, Cerrito y Lima, desde el Paseo de Julio (actual Leandro N. Alem) y la avenida Montes de Oca, a pesar de los dolores de cabeza que habían provocado el sistema de expropiaciones para abrir la Avenida de Mayo.
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Se formaría una arteria de 33 metros de ancho y dos laterales de 17 metros, con una rotonda en el cruce con la avenida de Mayo, rodeada de construcciones de estilo francés. Para fundamentar el proyecto, argumentaban razones de higiene urbana, estética edilicia y más fluidez del tránsito. Se calculó que el monto total de expropiaciones ascendía a 194 millones de pesos.
Para ello, en la Cámara de Diputados se formó la “Comisión Especial de Avenidas”.
Es que la tendencia que acá se copiaba del modelo francés, iba en ese sentido. Joseph Bouvard, urbanista francés contratado por el municipio porteño, recomendaba abrir avenidas y diagonales, para terminar con la monotonía, lo que originaron largas discusiones a favor y en contra. Unos sostenían que aligeraría el tránsito y que redundaría en mayores espacios abiertos, mientras que otros argumentaban que se privilegiaba el lujo y lo superfluo contra lo necesario.
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En enero de 1912 se aprobó la ley 8855 que disponía la construcción de la Avenida Norte-Sur. Se autorizaría un empréstito para las expropiaciones de la Diagonal Sud y las aperturas de las avenidas Santa Fe y Corrientes.
En 1925 la Comisión de Estética Edilicia había propuesto acortar la avenida, entre Córdoba y Plaza Constitución. El paisajista francés Jean Nicolas Forestier, que integró el grupo de trabajo, quería que la 9 de Julio fuese más ancha.
La aparición del ingeniero Carlos María della Paolera fue clave en la cuestión. Había nacido en Buenos Aires el 7 de septiembre de 1890, se formó en el Colegio Nacional de Buenos Aires y en 1912 obtuvo el diploma de ingeniero civil en la Universidad de Buenos Aires. Fue el primer latinoamericano en graduarse en el Instituto Superior del Urbanismo en París, donde se había formado con los mejores exponentes de esta corriente. “Era un hacedor”, lo definió su nieto Gerardo della Paolera. “La 9 de Julio fue parte de un plan regulador diseñado por él, que fue el primero hecho de manera científica. Es más: su tesis doctoral fue sobre un plan regulador para la ciudad de Buenos Aires”.
Concebía a la futura traza como “el verdadero desahogo del centro de Buenos Aires” y defendía la idea de que fuera una avenida-parque.
En 1932 se creó la Oficina del Plan de Urbanización que estuvo a su cargo. En el trazado de la avenida, alertó sobre las cuestiones a considerar: transporte, zonificación, abastecimiento, loteos, áreas industriales, vivienda obrera, urbanización regional y espacios libres.
Lo que ocurría era que, tal como se refleja en el libro “Carlos María della Paolera y el urbanismo científico en la Argentina”, de reciente aparición, varios proyectos colisionaban y pugnaban por espacios para ser desarrollados. Tal fue así que desde 1933 el Ministerio de Obras Públicas tenía en carpeta el proyecto de “Ciudad de Gobierno”, localizando los edificios estatales sobre la futura avenida, algo así como un Centro Cívico, plan que della Paolera rechazaba.
Había proyectos de armar un “Centro de Gobierno Nacional” a lo largo de la avenida Sarmiento, en Palermo, mientras que el “Centro Municipal” se levantaría en Parque Centenario: se buscaba evitar la dispersión y dejar de pagar alquileres y construir edificios acordes al crecimiento de la burocracia.
Della Paolera, que tomaba a la ciudad como un “organismo viviente”, advirtió sobre la inconveniencia de los proyectos que no poseían “una base sólida de estudios y pacientes investigaciones”, sino que debían respetarse parámetros geográficos, sociales y culturales.
Mientras continuaban las discusiones, en 1931 había concluido la traza de Diagonal Norte y se habían ampliado las avenidas Alem, Santa Fe y Callao, que contaban con nuevos lugares de estacionamiento. Se tomó conciencia que la traza de 33 metros dispuesta en 1912 para la futura avenida, había quedado chica.
Della Paolera quería que la 9 de julio fuera una arteria maestra del tráfico, abriéndola a todo el ancho de la manzana, con parques, ya que entonces era consciente de los riesgos de la polución. Insistía en que no había que cubrir todos los espacios con edificación. “El vio a Buenos Aires muy denso y se propuso abrirlo”, señaló su nieto a Infobae.
Cuando estableció un ancho de 140 metros, le respondieron que era utópico y desproporcionado. Sin embargo, prestigiosos urbanistas de proyección internacional le dieron la razón.
Contempló grandes áreas de estacionamiento subterráneo, jardines laterales y hasta una calzada a bajo nivel para tránsito rápido. En ese esquema, se habló de ampliar la avenida de Mayo, pero no pasó de un proyecto por todos los problemas que había traído el tendido de esta arteria y sus expropiaciones.
En la Plaza de la República, della Paolera había imaginado instalar una fuente, y solo quedaron los planos. Primó la idea de erigir un obelisco, con el que no estuvo de acuerdo. Este monumento anuló la construcción de una vía bajo tierra, que además se complicaba con el tendido de la línea de subterráneos.
Se oponía a instalar los edificios públicos a lo largo de la avenida, al mostrarse partidario de la descentralización. De la misma manera, estuvo en desacuerdo cuando a comienzos de la década del 30 comenzó la construcción, en el cruce con Moreno, del descomunal edificio en medio de donde iba a pasar la avenida, hoy el conocido edificio de Desarrollo Social y que preveía la construcción de uno mellizo sobre Bernardo de Irigoyen, cosa que nunca se hizo.
Dijo que esa mole era “un rascacielo”, algo así como un producto neoyorkino implantado en Buenos Aires. Su altura de sesenta metros se oponía a la línea de altura de 24 metros que fuera en consonancia con las diagonales y en esa puja entre distintos sectores, lo habían levantado por donde debía pasar la avenida.
Della Paolera también promovía un centro religioso en los terrenos de la Penitenciaría de la avenida Las Heras para trasladar allí la Catedral, la sede del Arzobispado y crear un museo religioso.
Su equipo estaba conformado por Carlos Thays, Director de Paseos; José Estévez, Director de obras públicas; ingenieros Federico Zamboni y José Rabuffi, especialistas en infraestructura urbana.
En medio de discusiones sobre la destrucción del patrimonio histórico -desaparecieron edificaciones de la época colonial, como fue el caso de la iglesia de San Nicolás de Bari, el circo del payaso Frank Brown, el Teatro del Pueblo y la jabonería de Vieytes entre tantos otros- la obra comenzó por el tramo de Tucumán a Bartolomé Mitre, con manzanas que afectaban a 138 propiedades cuyos escombros fueron vendidos por la Municipalidad en subasta pública. En futuras ampliaciones, hubo recolección de diversos objetos que se resguardaron en el Museo de la Ciudad.
La municipalidad ayudó con viviendas gratuitas a los que se quedaban sin techo. La primera tanda afectó a un total de 13 edificios. Las demoliciones fueron a piqueta y no por derrumbe.
El martes 12 de octubre de 1937 el presidente Agustín P. Justo inauguró el primer tramo. La segunda etapa comprendía hasta la avenida Belgrano, aunque aún se proponía llevarla solo hasta Santa Fe.
Della Paolera nunca se quedó quieto y llevaba al dibujo sus sueños e ideas. Otros de sus desafíos fue el de resolver los problemas que planteaban la relación entre el distrito federal con el conurbano. Su obra no se limitó a la avenida, sino que se ocupó de la Costanera y del aeroparque, de un plan regulador para la ciudad de Rosario y de la defensa de la costa pública en Mar del Plata, entre tantos que se conservan en los archivos del Instituto Superior de Urbanismo de París. Fue el creador de la cátedra de urbanismo en la UBA y en la Universidad del Litoral y su casa fue un imán donde lo visitaban arquitectos y urbanistas de todo el mundo. Fue por su propuesta que el 8 de noviembre se instituyó el Día Mundial del Urbanismo. Falleció en 1960.
La 9 de julio se hizo en larguísimas etapas, llevadas adelante en 1941 y 1968. Su apertura total fue en 1982. No se logró la homogeneidad urbana soñada, su desarrollo fue heterogéneo y descontrolado, pero los porteños tuvieron un motivo más de orgullo, al vanagloriarse de contar con la “avenida más ancha del mundo”, que tal vez no la sea, pero qué linda es.
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