Villa Epecuén, el pueblo que emergió del agua y el único habitante que vive en sus ruinas legendarias

El 10 de noviembre de 1985, hoy hace 37 años, una inundación cambió para siempre el destino de Villa Epecuén. Los relatos de ese día de terror para los pobladores y el testimonio de Pablo Novak, el hombre de 92 años que se resiste a dejar el pueblo

En 1985 la Villa entera quedó sepultada por el Lago Epecuén. Sus aguas saladas, diez veces más que el océano atlántico, y solo comparable con el Mar Muerto, sepultaron las casas, la municipalidad y hasta el edificio de “El Matadero”, realizado por el arquitecto Francisco Salamone

Era una tarde de primavera más en Epecuén. Los 1.500 habitantes ya empezaban a prepararse para lo que sería la temporada de verano con las actividades en la laguna, la principal fuente de ingresos de la mayoría de los que vivían en la localidad. Pero las jornadas de calor dieron paso a una lluvia torrencial el 10 de noviembre de 1985, hoy hace 37 años. A eso se sumó las obras inconclusas en la regulación de canales que provocaron la inundación de este pueblo del suroeste de la provincia de Buenos Aires.

En 1985 la Villa entera quedó sepultada por el Lago Epecuén. Sus aguas saladas, diez veces más que el océano atlántico, y solo comparable con el Mar Muerto, taparon las casas, la municipalidad y hasta el edificio de “El Matadero”, realizado por el arquitecto Francisco Salamone.

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Todos los habitantes debieron abandonar la pequeña ciudad y la mayoría se afincó en Carhué Luego de pasar unos 10 años bajo el agua, las ruinas de Epecuén resurgieron desde las profundidades como barcos encallados en la costa. Tras su reaparición se usaron decenas de veces como escenario natural apocalíptico para videoclips, youtuber que fueron a transmitir desde allí y hasta Los Fundamentalistas del Aire Acondicionado, la banda del Indio Solari, dio un recital en las ruinas para un streamer por Internet.

Todos los habitantes debieron abandonar la pequeña ciudad y la mayoría se afincó en Carhué Luego de pasar unos 10 años bajo el agua, las ruinas de Epecuén resurgieron desde las profundidades como barcos encallados en la costa

Se viene el agua

“Estábamos trabajando y en eso vemos que viene una camioneta del lado de Epecuén y era el delegado que nos dice ‘vayan rápido que se reventó el terraplén’, entonces dejé lo que estaba haciendo, formé al cuartel y me fui para allá”, expresó el fundador de Bomberos Voluntarios de la localidad, Miguel Ángel ‘Lito’ Sottovia en una entrevista a un medio local cuando se cumplieron los 30 años de la inundación. Mientras recordaba el momento de la llegada del agua, al hombre le empezó a correr un frío por el cuerpo que no lo dejó seguir.

El terraplén se había comenzado a construir en 1977 con el objetivo de proteger al pueblo de un ciclo húmedo que atravesaba no sólo por las lluvias sino también por el Canal Ameghino -que se había cavado por un problema de sequías- el cual regulaba el caudal de agua del sistema de lagunas Las Encadenadas, del que la de Epecuén es la última y más baja.

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Esa tarde primaveral había arrancado soleada y calurosa para la época. Pero por la noche arrancó la lluvia que desbordaron los terraplenes que para esos momento se ubicaban ya a unos cinco metros de altura. Primero fue una pequeña filtración, pero una vez que el agua empezó a pasar ya no hubo vuelta atrás y Epecuén empezó a inundarse.

El trabajo fuerte de evacuación duró 15 días y no hubo ninguna fatalidad. La peor parte fue cuando el agua llegó al cementerio de la ciudad. Los ataúdes empezaron a flotar (Getty Images)

“El agua venía por la calle principal y en ese momento pensé en cómo iba a hacer porque no me daba una idea de la magnitud que tenía hasta que en un momento algo reventó, no sé qué fue, y el agua empezó a venir de adentro de los patios junto con televisores, sifones y mesas”, recordó Sottovia.

Epecuén se fue cubriendo de agua lenta y paulatinamente y dos años después de la mañana del 10 de noviembre de 1985 llegó a su pico máximo de inundación; así quedó bajo el agua durante una década y sus casi 1.500 residentes estables perdieron todo.

El trabajo fuerte de evacuación duró 15 días y no hubo ninguna fatalidad. La peor parte fue cuando el agua llegó al cementerio de la ciudad. Los ataúdes empezaron a flotar. Los bomberos entraron al campo santo con gomones y rescataron a los cajones uno por uno para llevarlos a su nuevo destino en Carhué.

En Carhué -un destino que actualmente atrae a turistas nacionales y extranjeros no sólo por las propiedades curativas de la laguna sino para recorrer las ruinas- también se alojaron la mayoría de los residentes de Epecuén, como Mirta Stoessel quien tenía un hotel en el pueblo que quedó bajo el agua.

Una foto de cómo era el pueblo antes de la inundación de 1985 y las ruinas actuales (AFP)

“Realmente me mueve mucho esto, son tantos los recuerdos dolorosos que se me vienen a la cabeza a pesar de que pasaron 30 años”, expresó la mujer un año después de la inundación a un medio local, mientras recorría las ruinas de su hotel y distinguía lo que alguna vez fue lo que hoy son escombros. Stoessel se paró frente a lo que había sido la entrada de su hotel, que se colmaba de turistas durante el verano. Por su cabeza, mientras recorría las ruinas con la mirada, habrán pasado miles de escenas, aromas a bronceador mezclado con la sal de la laguna y sonidos de chicos jugando en las tranquilas calles del balneario.

“Siento que revivo cosas, a mí me gusta ser optimista y tirar siempre para adelante pero venir acá y ver cómo quedó esto que era tan lindo es muy triste; porque no sólo se perdieron las amistades y las propiedades sino también el trabajo”, lamentó la ex residente. Stoessel tenía 32 años cuando comenzó la inundación y su marido –con quien había “trabajado mucho” en la construcción del hotel- falleció un año después de la tragedia, “quizás por el disgusto”, expresó la mujer.

“Hay mucha gente que no falleció en la inundación pero sí después por el tema de la tristeza y por la impotencia de haber perdido todo, salías con una mano atrás y otra adelante”, manifestó Stoessel quien ahora tiene un apart hotel en Carhué y pudo retomar su vida.

El último habitante de Epecuén

Pese a estar en ruinas y ser un pueblo fantasma que revivió desde el fondo de las aguas, Epecuén tiene un habitante que apenas el pueblo emergió se volvió a afincar para nunca más retirarse. “Nací acá el 25 de enero de 1930 y con mis 12 hermanos hicimos toda nuestra juventud en este pueblo, y también el colegio”, recordó Pablo Novak, mientras miraba la laguna de Epecuén y hablaba por teléfono con Infobae desde su casita frente a la laguna.

Infobae accedió a Pablo, de 92 años, a través de su hija Liliana que esa tarde le había llevado provisiones a su papá desde Carhué

Infobae accedió a Pablo, de 92 años, a través de su hija Liliana que esa tarde le había llevado provisiones a su papá desde Carhué. El hombre trabajó gran parte de su vida de ladrillero por los pueblos del corazón de la Provincia de Buenos Aires. Durante la pandemia el hombre se quebró la cadera mientras circulaba en bicicleta por las calles vacías de Epecuén. Entonces la cuarentena la pasó en un geriátrico en Carhué. Apenas se recuperó volvió a su casa de Epecuén. “Su lugar en el mundo”, como suele decir. “Eso si, mis familia me prohibió andar en bici -relata Novak, mientras se ríe- Ahora, camino por las ruinas y me acuerdo las personas que vivían en cada una de las casas”.

Pablo recorre en silencio su pueblo. Hasta hace poco lo hacía con su perro Chozno, pero murió y ya no quiere tener otra mascota. En su mente se le aparecen como una película imágenes de Epecuén en otros tiempos. Por ejemplo recuerda cuando, Salamone llegó al pueblo, él estaba en la escuela primaria y lo llevaban a ver la obra. “Subimos hasta las terrazas y se veía toda la ciudad desde arriba -recuerda Novak con una precisión que asombra- . El arquitecto nos regaló caramelos y nos fuimos todos contentos para nuestras casas”.

Una clave del crecimiento del turismo en Epecuén fue el rumor de que las aguas tenían poderes sanadores (Jorgelina do Rosario)

El habitante de Epecuén tiene un secreto para su longevidad. Gran parte del año no toma el mate con agua. Entonces cuenta la receta: “Derrito miel y le agrego un chorrito de caña. Lo tomo todo el invierno para templar el espíritu”, deja como consejo. El resto del tiempo toma mucho mate común y solo dos pastilas por día: una por un tema gástrico y otra para fortalecer los huesos. “Duermo muy bien todas las noches, sin ninguna medicamento -resalta Novak-. Hay un silencio que nunca pude igualar el tiempo que viví en el geriátrico en Carhué. Sólo se escuchan algunos pájaros al amanecer que es cuando me levanto”.

Novak arranca su día muy temprano, “cuando empiezan a cantar los pájaros”, y la mayor parte del día se la pasa con su radio a pilas y leyendo. “Nunca me enganché con la televisión, me resulta una pérdida de tiempo”, explica. Sus hijos y nietos le llevan provisiones, los diarios, libros y también le hacen un rato de compañía. acompañan, pero gran parte de la semana la pasa en soledad, tiene un teléfono celular, al que voluntariamente no le presta atención. En una mesa tiene recortes de notas, revistas y libros donde ha salido; son incontables. “Nunca pensé en hacerme famoso”, sonríe.

Novak se cocina todos los días. Su alimentación es a base de guisos con verduras y bien condimentados. “Le agrego un pedazo de carne y me gustan bien picantes”, explica Novak.

Infobae le consulta si alguna vez sintió miedo ante tanto silencio y tanta inmensidad. La pequeña luz de su casa es la única en kilómetros a la redonda. “Nunca vi nada raro como eso de la llorona o la luz mala que le dicen -relata Pablo-. A veces si se ven estrellas fugaces que caen sobre la laguna, pero no pasa nada”.

Los visitantes apenas llegan lo primero que preguntan es dónde está la casa del único habitante de Epecuén (Jorgelina do Rosario)

Aguas milagrosas

Una clave del crecimiento del turismo en Epecuén fue el rumor de que las aguas tenían poderes sanadores. Los turistas volvían de sus vacaciones en la laguna salada y contaban que se les habían aliviado los dolores una vez que se sumergían en sus aguas. Esta característica fue tomando fuerza entre los turistas, hasta que en 1909 la Provincia de Buenos Aires envió un equipo de expertos para investigar sus propiedades.

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El estudio científico llevado a cabo por los especialistas detalló que las aguas poseían una alta concentración de minerales. La laguna contenía hipermarina y, según los investigadores, solo era comparable con la del Mar Muerto. El informe detalló que tenía la capacidad de sanar enfermedades reumáticas y de la piel.

Epecuén se fue cubriendo de agua lenta y paulatinamente y dos años después de la mañana del 10 de noviembre de 1985 llegó a su pico máximo de inundación; así quedó bajo el agua durante una década y sus casi 1.500 residentes estables perdieron todo

“Desde la etapa indígena ya era utilizada, esto hizo que alguien decidiera fundar un pueblo y que esos turistas que venían a buscar salud, tuvieran comodidades y servicios. A partir de allí todo fue creciendo y en los años 70 había 5 mil plazas hoteleras estables, 250 establecimientos de distinta categoría, 25 mil turistas durante la temporada de verano y una población estable de 1200 personas”, explicó a Infobae Gastón Partarrieu, escritor que le dedicó varios libros a Epecuén.

Tras la retirada del agua, las ruinas que emergieron se convirtieron en un gran atractivo turístico. Los visitantes apenas llegan lo primero que preguntan es dónde está la casa del único habitante de Epecuén. Pasan y se sacan fotos. En enero del 2020, la Municipalidad de Alsina nombró a Novak como “Embajador Cultural y Turístico” del Distrito por “el reconocimiento mundial que con su figura ha colaborado en dar a Carhué y Lago Epecuén”.

Así, el pueblo se reinventó a si mismo tras emerger tras la retirada del agua. Tiene una nueva vida turística para cientos de visitantes que todos los años lo visitan para recorrer sus calles abandonadas y encontrar los vestigios de lo que fue. De paso, se dan un baño en en la laguna para probar sus poderes curativos.

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