Tres días después de la batalla de Yatay, librada el 17 de agosto de 1865 cerca de Paso de los Libres, Ricardo Gutiérrez, aún siendo estudiante de medicina, llegó al frente de batalla junto a los doctores Mallo y Caupolicán Molina. Integrante el cuerpo de sanidad, tuvo su bautismo de fuego en Tuyutí, el 24 de mayo de 1866, multiplicándose con otros colegas en la asistencia de los heridos y sufriendo la falta de medios para evitar las infecciones, especialmente el tétanos que entonces se desconocía qué lo provocaba.
Conformaba un grupo que no contaba con una experiencia acabada en el tratamiento de heridas, y hubo que perfeccionarse en un ambiente donde todo se reducía a extraer balas y amputar miembros. Estaban a las órdenes del experimentado Francisco Javier Muñiz, jefe del cuerpo de cirujanos.
El jugado papel de los médicos en ese ataque sorpresa paraguayo al campamento aliado, que desencadenó un feroz combate de cuatro horas, fue destacado por el general José Ignacio Garmendia: “…después de combatir como soldados, trataban de arrancar a la muerte vidas preciosas, y cuando todos dormían el cansancio de la batalla, ellos velaban el sueño de sus enemigos suficientes, y consolaban su aflicción derramando la piedad de las almas generosas en esa hora tan triste”.
Hacía un tiempo que Ricardo Gutiérrez había descubierto su verdadera vocación. Un 10 de noviembre de 1836 había nacido en Arrecifes, en un lugar donde la ruta 191 hace una curva sobre una loma alta. Junto a sus hermanos José María, Eduardo y Carlos compartirían la pasión por las letras y el periodismo. Estudió en el Colegio Nacional de Buenos Aires cuando lo dirigía el entrañable Amadeo Jacques y luego estudió Jurisprudencia en la Universidad de Buenos Aires, que abandonó en el tercer año para volcarse a la medicina.
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Participó como médico tanto en Cepeda en 1859 y en Pavón en 1861 bajo las órdenes del general Bartolomé Mitre y en 1865 fue uno de los tantos alumnos de medicina que se alistó como voluntario en el ejército en la guerra de la Triple Alianza.
En una de las licencias se doctoró con la tesis “Supresión de los dolores de parto por medio del cloroformo”, lo que lo convirtió en el pionero de la anestesiología en parturientas.
En la guerra contra el Paraguay, en sus horas descanso se dedicaba a atender a la población civil, especialmente niños, y multiplicó sus esfuerzos cuando en 1867 estalló una violenta epidemia del cólera, agravada por el agua infectada de cadáveres.
Gutiérrez no solo era médico sino un talentoso poeta lírico, de escritura sencilla y de una “honda riqueza sentimental”, según la descripción de Juan Antonio Argerich, que señaló que fue el poeta de la tristeza, la angustia y la piedad. “Todo lo vemos a través del llanto, cuando se pierde la esperanza”, rescata un pensamiento de Gutiérrez.
Su primer poema fue La fibra salvaje y tiene dos series de poesías líricas; El libro de las lágrimas y El libro de los cantos. Durante la guerra escribió La Victoria y El Misionero, dedicado al capellán Tomás Onésimo Canavery, su compañero de carpa. Esos versos elogian el comportamiento del religioso durante el combate de Lomas Valentinas.
Cuando tu pecho late / Bajo la noble cota del soldado, / Yo te sigo a la brecha del combate / Con la sandalia de mi pie llagado; / Y entre el humo y la sangre y la metralla / Que ocultan a los cielos tus despojos, / ¡Te hago besar la Cruz en la batalla / Y te cierro los ojos!
Gutiérrez fue quien le dio la idea a su amigo Estanislao del Campo para que su personaje Fausto lo ubique en un ambiente gauchesco.
En 1879 participó, junto a sus hermanos, de la fundación del diario La Patria Argentina, donde publicó su novela Cristian.
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Cuando regresó de la guerra, insistió en la necesidad de que la ciudad contase con un hospital de niños. Debió luchar contra las ideas de la época, en que el asilo para niños se encargaba del tema de la salud en la infancia. Logró comprometer a las damas de la Sociedad de Beneficencia -entidad fundada por Bernardino Rivadavia en 1823- para llevar adelante su proyecto.
También se involucró en el combate contra la epidemia de fiebre amarilla de 1871. El presidente Domingo Sarmiento autorizó una beca para que pudiese perfeccionar sus estudios en Europa. En la capital de Francia se orientó a la clínica infantil. Cuando volvió a la Argentina se convirtió en el primer pediatra del país.
El 30 de abril de 1875 abrió en la calle Victoria 1179 (hoy Hipólito Yrigoyen 3420) el primer hospital de niños al que bautizaron “San Luis Gonzaga”. Como aún Gutiérrez estaba en el exterior, su director provisorio fue Rafael Herrera Vegas. Los médicos del primer plantel hoy son nombres de hospitales, como es el caso Ignacio Pirovano, jefe de cirugía y José María Ramos Mejía, primer practicante.
En agosto de ese año asumió la dirección, que la ejerció durante 21 años sin cobrar un solo sueldo.
Era inconfundible su alta figura, al pie de la cama del enfermo, con su reloj en la mano y con su mirada fija en la criatura. Incorporó algunas prácticas novedosas para la época, para el tratamiento del niño “que no se sabe explicar”. Decía que era importante que la criatura contase con algún juguete, ya que había comprobado que mejoraba su estado de ánimo. Una anécdota que circuló por la época daba cuenta que Gutiérrez curó a un niño que vivía en un conventillo, con el método de llevarle juguetes. A la madre le dijo que su hijo no estaba enfermo, sino triste.
Lo deprimía profundamente cuando fallecía uno de sus pacientes, lo que lo llevaba a recluirse.
En 1876 el hospital fue trasladado a Arenales 1462, siete años después se transformó en un hospital en el que se hacía docencia y en 1893 se colocó la piedra fundamental del edificio que se levanta en Gallo 1330.
Fue inaugurado el 29 de diciembre de 1896, pero Gutiérrez -que en 1891 había abandonado definitivamente las letras luego de la muerte de su hermana Elena- ya no estaba. Había fallecido tres meses antes, el 23 de septiembre.
El diputado socialista Juan Antonio Solari propuso en 1935 que el hospital llevase su nombre, lo que se concretó en 1946.
En La cuna vacía, película de 1949 que cuenta su vida y escrita por el entrañable Florencio Escardó, Ángel Magaña da vida a este médico que decía que había que salvar en la cuna el porvenir de la Patria.
Fuentes: Ricardo Gutiérrez – Poemas. La fibra salvaje. Lázaro. Estudio crítico de Juan Antonio Argerich; Miguel A. De Marco – La Guerra del Paraguay; Adolfo H. Venturini – Doctor Ricardo Gutiérrez: pediatra, poeta y cloroformista, en www.anestesia.org.ar; película “La cuna vacía”, 1949.
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