Los ceibos tiñen de rojo la Ciudad: curiosidades y leyendas de la flor nacional

En Buenos Aires hay diversas plantaciones en espacios verdes como el Rosedal de Palermo o en Costanera Sur; también hay ejemplares históricos que reciben cuidados especiales. El origen del nombre, las leyendas y los usos que se dan a la madera y flores de esta especie arbórea

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Ceibo florecido del Parque Tres
Ceibo florecido del Parque Tres de Febrero

Declarado flor nacional en 1942, el ceibo constituye una de las especies más singulares de la ciudad. El rojo intenso de sus flores brota por estos días en ejemplares distribuidos desde los bosques de Palermo a la Costanera Sur y los expertos revelan algunas curiosidades y particularidades sobre esta emblemática variedad.

Nuestra flor nacional florece por estas fechas y nos agasaja con su encantadora tonalidad junto a la irrupción violácea de los jacarandás”, señaló Julia Domeniconi, secretaria de Atención Ciudadana y Gestión Comunal de la Ciudad.

Popularmente, se lo conoce como ceibo, seíbo, bucaré, árbol de coral o cachimbo, la especie Erythrina crista-galli, perteneciente a la familia de las Fabaceae, debe su nombre a los términos erythrina (del griego erythros), que significa rojo, y del latín crista-galli, que alude a la cresta del gallo, ambos alusivos a la coloración y forma de sus flores.

“Es una especie característica de la formación denominada bosques en galería, crece en la ribera de los ríos, arroyos, lagunas y humedales, y forma comunidades denominadas ceibales. Es originaria de América del Sur y se distribuye especialmente en el litoral de Argentina, el este de Bolivia, el sur de Brasil y gran parte de Uruguay y Paraguay”, explica Marcela Palermo Arce, catedrática especializada en Arbolado Urbano de la Ciudad.

Por su porte y floración, el ceibo es una especie ornamental apta para paseos, parques y plazas. En la ciudad, se destacan ejemplares a orillas del lago de El Rosedal en el Parque Tres de Febrero, en la orilla del río en la Reserva Costanera Sur y otros tantos repartidos en diversos espacios verdes de la ciudad, donde destacan algunos ejemplares históricos.

Actualmente, se contabilizan 1.936 ceibos en la ciudad, 69 de la variedad denominada falcata junto a escasos individuos de las variedades americana y poepiggiana. Del total, 630 se ubican en veredas, concentrados mayoritariamente en la Comuna 8 (con 141 ejemplares), la 9 (con 59) y, en menores proporciones, en las comunas 10, 11, 12 y 4.

Su declaración como Flor Nacional en nuestro país se realizó el 22 de diciembre de 1942, aunque recién en 2008 se nombró al 22 de noviembre como Día Nacional del Ceibo. También es la Flor Nacional de Uruguay.

El árbol

Se trata de un árbol “de gran porte, fuste corto, tortuoso y de corteza de color pardo grisáceo gruesa, rugosa y con profundos surcos. Tiene un ramaje profuso y espinoso, que da forma a una copa extendida e irregular y un follaje semi persistente, que en Buenos Aires se comporta como caduco”, explica Marcela Palermo Arce.

La experta añade que es una especie longeva, de crecimiento moderado, muy sensible al frío y que no tolera la sequía. Su fruto es una legumbre parda y seca y sus semillas de color marrón son transportadas por el agua germinando en la ribera y los bancos de arena, donde ayudan a estabilizar la tierra y a formar islas nuevas.

Su madera, blanca amarillenta y muy blanda, se utiliza para fabricar diversos artículos, entre ellos el bombo “legüero”. También es apta para la producción de pulpa de celulosa.

De la especie Erythrina crista-galli,
De la especie Erythrina crista-galli, se contabilizan 1.936 ceibos en la ciudad, así como 69 de la variedad denominada falcata junto a escasos individuos de las variedades americana y poepiggiana (Prensa GCBA)

La especie está catalogada como planta de uso medicinal por sus particularidades como antitusígena, anticaspa y cicatrizante. Además, sus grandes flores de color rojo se utilizan para teñir telas, y son melíferas, por lo que atraen a aves e insectos. También, se utilizan sus flores para teñir telas.

Ejemplares históricos

El denominado Ceibo de Jujuy es un árbol histórico que fue plantado en 1878 durante la reinauguración de la actual Plaza Lavalle (entonces Plaza del Parque por Don Torcuato de Alvear), cuando el prócer era miembro de la Comisión de Fomento.

Este añoso ejemplar ha sido testigo de las transformaciones del paisaje y padecido prácticas anticuadas hoy consideradas inapropiadas por la arboricultura, que han producido una pérdida progresiva de la madera del interior del fuste.

El Ceibo de Alvear, de
El Ceibo de Alvear, de la especie erythrina falcata, se encuentra protegido por la Ordenanza 20745

Hasta el momento, se desconocen los motivos de su inclinación, que se observa ya en fotografías de mediados del siglo XX. Florece y fructifica todos las primaveras y veranos. El actual sistema de apuntalamiento fue diseñado para ofrecer soporte mecánico al árbol en función de una moderna gestión de riesgo del arbolado patrimonial.

Un ejemplar erythrina crista-galli se encuentra en la plaza frente a Tribunales y corresponde al árbol plantado para conmemorar la celebración de la declaratoria de la especie como Flor Nacional Argentina.

El Ceibo de Alvear, de la especie erythrina falcata, se encuentra protegido por la Ordenanza 20745.

La emotiva leyenda

Cuenta la tradición oral que en las riberas del Paraná vivía una joven llamada Anahí, que en las tardes veraniegas deleitaba a su tribu guaraní con canciones inspiradas en dioses y en el amor a la tierra, hasta que llegaron los invasores y esos seres de piel blanca les arrebataron las tierras, los ídolos y su libertad.

Anahí fue apresada cautiva junto a otros indígenas. Pasó días de sufrimiento y noches en vigilia, hasta que un día en que el sueño venció a su centinela, logró escapar, pero, al hacerlo, el centinela despertó y ella, para lograr su objetivo, hundió un puñal en el pecho de su guardián y huyó a la selva.

El grito del carcelero despertó a los otros españoles, que salieron a perseguirla. Al rato, la joven fue alcanzada por los conquistadores. Estos, en venganza por la muerte del guardián, le impusieron como castigo morir en la hoguera. La ataron a un árbol e iniciaron el fuego, que pareció no querer alargar sus llamas hacia ella. La doncella, sin murmurar palabra, sufría en silencio con su cabeza inclinada hacia un costado. Al crecer el fuego, Anahí se fue convirtiendo en árbol.

Al amanecer, los soldados se encontraron ante el espectáculo de un hermoso árbol de verdes hojas relucientes y flores rojas aterciopeladas en todo su esplendor, como símbolo de valentía y fortaleza ante el sufrimiento.

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