Antes de meterse a fondo con el diseño del que probablemente sea el robo más fascinante de la historia Fernando Araujo se obsesionó con el cannabis. Estudió todo de la planta y oculto un placard, en un monoambiente de 50 metros cuadrados en Olivos, fabricó un cultivo para nunca le falten flores barnizadas con un poderoso THC holandés.
Fue hace 25 años (muy pocos se arriesgaban a tener plantas en casa) y mientras escribía obsesivamente un libro sobre cómo hacer crecer y multiplicar marihuana en el hogar, en un estado cannábico de creación permanente, también pintó cuadros, enseñó karate y todo se detuvo y cambió de rumbo con un “eureka” que lo llevó hacia la gran performance de su vida: el atraco al Banco Río de Acassuso, universalmente conocido como el Robo del Siglo.
Araujo maneja su exposición con discreción. El cerebro de la banda que en 2006 se llevó -sin disparar y con la manzana rodeada por un ejército de policías- 15 millones de dólares nunca había dado una entrevista en vivo y ayer sábado habló por primera vez en la Expo Cannabis, ante unas 300 personas.
De pantalón gris, camisa negra y con anteojos un poco noventosos de vidrios celestes que lo protegían de la iluminación del escenario, Araujo apareció con una notebook desde donde a lo largo de una hora disparó imágenes relacionadas a muchas de los temas que le apasionan: el cannabis, por supuesto, pero también las ondas electromagnéticas, las artes plásticas y las marciales y la tecnología aplicada a la aventura de su vida. Una combinación de arrojo, curiosidad y alteración de la conciencia como herramienta para la expansión de la existencia.
En ese plan, acompañado por los periodistas de la revista THC Sebastián Basalo y Martín Armada, contó sobre cómo la marihuana le permitió pensar de una manera diferente. “Aprendí a usar el cannabis para pensar”, contó.
“El cannabis me marcó la vida desde la primera vez que lo probé”, agregó y tuvo que hacer un mínimo silencio porque algunos de los asistentes lo aplaudieron. Araujo relató que probó por primera vez un porro “bastante grande”, cerca de los 20 años, y que al principio sólo eran risas.
Hasta que comenzó a consumir en soledad (o mejor dicho, mano a mano con su mente volcánica): “Uno no tiene la necesidad de hablar y entonces pensás. Ahí me empezó a romper la cabeza el cannabis. Fumaba solo, viajaba en el tren desde Acassuso a Tigre, Retiro, flasheando con la observación de la gente. Empecé a usar el cannabis para pensar”.
Digresivo pero certero, huidizo para sus entrevistadores como alguna vez lo fue para la Policía, Araujo contó que empezó a sentir que el cannabis podía ayudarlo para otros desafíos de la vida cuando la combinó con la práctica de karate.
Lo que para muchos sería someterse a la distracción y la imposibilidad de lanzar una patada a un rival, para él era un beneficio mental supremo: “Yo fumaba antes de entrenar o de pelear y lo veía lento al otro, veía en cámara lenta a mi oponente. Tenía todo el tiempo del mundo. Me focalizaba en lo que quería. Lo mismo si estoy pintando un cuadro. No hay presente ni pasado. Es loco pero es lo interesante. Yo no sabía quién ganaba, no sabía el marcador de mis peleas, era el momento presente y mi velocidad e ideas explotaban”.
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Cuando Martín Armada quiso indagar en la relación que él encontraba entre las artes marciales y las plásticas, Araujo fue a su computadora y mostró un croquis dibujado por él mismo de su atelier de Olivos. Luego uno del cultivó oculto que diseñó y se llevó aplausos.
Los colegas le preguntaron si pensó el “robo del siglo” como una obra de arte y el artista del delito respondió: “Lo pensé con la locura que tenía con respecto a las artes. Yo era feliz haciendo arte en 50 metros cuadrados. Fue como una película. Pensamos el guión, los roles. De ahí, el concepto de arte lo hace la gente. Y más cuando salen libros. El arte es energías positivas que se van construyendo”.
Sebastian Basalo apuntó a la revelación que tuvo Araujo, la epifanía marihuanera y el instante en el que supo que quería robar el banco con un método quasi romántico.
-Hay algo en el desarrollo de tu robo que es la revelación. Hiciste de la revelación la base de tu obra cumbre, preguntó el colega.
-Fue un momento heurístico. No hay dos entidades diferentes, el bien y el mal no son cosas distintas. Uno pone la línea y cuando te se mueve muy cerca de la línea, el espectador queda confundido y no sabe de qué lado de la línea pararse, devolvió Araujo.
Araujo hizo un silencio y agregó: “Creo en el capitalismo como un sistema que lleva la historia de la humanidad. Yo sólo quería un cachito de su negocio”. Y estallaron las risas del público.
Le recordaron que el negociador de la policía Miguel Sileo lo tildó de “fumón”. Sin embargo, lo recordó con cariño y también con ironía, lo que le valió otra ola de aplausos. “Le tengo aprecio al negociador del robo. En la película lo puse como el más bueno de los malos. Pero no entendió la nota que le dejé en el banco, veo cierto rencor”.
Se refería a la frase “En barrio de ricachones, sin armas ni rencores, es sólo plata y no amores” que los ladrones dejaron en el Río antes de escapar por las alcantarillas. “La nota la pensé dos días antes con un amigo. No era para tocarle la oreja a la Policía. Era para que se den cuenta lo adelante que estábamos de ellos”, comentó, menos como una chicana que como una prueba de lo perfecto y estudiado que estaba el plan.
Y agregó: “Toda la Brigada de San Isidro, cuando me detienen en San Juan, me dieron la mano y me felicitaron. A nivel investigativo es un hito en sus carreras. Los desafió para investigar e investigaron muy bien”.
Entonces retomó lo que venía diciendo de la importancia de la marihuana, ante la supuesta chicana de Sileo de que Araujo es apenas un “fumón”. Así que dijo: “Todos los días estoy en un estado cannábico. Me di cuenta que podía ser padre, deportista, generar negocios y artista en estado cannábico”. Y generó otra ovación, quizás la más grande de la noche.
Contó que del grupo de ladrones, sólo él consumía cannabis. Que apenas alguna vez Beto de la Torre probó. “Yo fumaba solo. Beto a veces. Los demás no fumaban y no entendían por qué le tenían que dar bola a un fumón. Después empezaron a ver que lo que les decía eran tangible”, rió con gesto de campeón.
Sin embargo, explicó que al robo propiamente dicho asistió sin cannabis en su organismo. “Al robo fui totalmente lúcido”, advirtió, y enseguida aclaró que tomó un armodafinilo, una clase de medicamentos llamados “agentes promotores del estado de vigilia”.
Lo que derivó en un rato largo de Araujo explicando las ventajas de los psicofármacos, cómo algunas pastillas nos pueden hacer rendir más y mejor, la historia del primer estudio de este tipo de medicamento como prueba piloto en los soldados de la guerra de Irak, en 1991. “En ese momento prefería estar con un no trópico para estar focalizado. Los corredores de F1, los programadores, los camioneros, no te dormís y estás focalizado. Los antidepresivos me parecen muy buenos si estás bien”.
Araujo relató cómo intentó dar clases de karate al resto de los reclusos durante el año y medio que estuvo preso en diferentes penales pero que las autoridades del Servicio Penitenciario temían que armara su propio ejército y escapara, que allí también fumaba cannabis todos los días y que su psicólogo, a quien le fue contando el paso a paso del diseño del robo del siglo, lo diagnosticó con TDA (Trastorno de Déficit de Atención): “Me puedo concentrar en lo que me interesa”.
Entonces empezó a contar todo su aprendizaje enloquecido sobre electromagetismo. Mostró fotos, gráficos, ejemplos: “Me volé a la radioastronomía, ver las cosas en diferentes frecuencias”.
Hasta que en un momento, Sebastián Basalo interrumpió su explicación. Ya habían pasado las 20, el horario de cierre de la Expo y de la Rural misma. “Fer, tenemos que entregar la Rural. ¿Qué hacemos?”, lo invitó a concluir el director de la THC.
Antes de que Fernando Araujo pudiera responder algo, alguien del público le gritó: “¡Robala”.
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