La increíble historia de Anchorena, el millonario que junto a Newbery cruzó en globo el Río de la Plata

En 1907 fue una verdadera hazaña. Acompañado por Jorge Newbery, que había descubierto en Europa la pasión por volar, Aarón de Anchorena entró en la historia de los hombres que decidieron imitar a los pájaros. El 5 de diciembre, fecha de su nacimiento, se instituyó como el Día de la Aviación Civil en nuestro país

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Aarón de Anchorena pertenecía a una tradicional familia porteña. Ganó la primera carrera de autos que se corrió en el país y en Europa se contagió la pasión por volar
Aarón de Anchorena pertenecía a una tradicional familia porteña. Ganó la primera carrera de autos que se corrió en el país y en Europa se contagió la pasión por volar

El francés que lo acompañaría en el cruce del Río de la Plata estaba fuera de sí. Trataba de explicarle que el gas para el alumbrado público con el que se estaba inflando el globo no servía. Como Aarón no entró en razones, este técnico -un experto en ese tipo de vuelos que había sido contratado especialmente- se lo explicó con lápiz y papel: la fuerza en kilos por metro cúbico era de solo 0,725, muy lejos de 1,203 del hidrógeno. En esas condiciones, advirtió el francés, que ni loco se subiría para intentar cruzar el ancho río.

Era la mañana del miércoles 25 de diciembre de 1907 y un gentío se había dado cita en el campo de la Sociedad Sportiva Argentina, donde actualmente se levanta el Campo Argentino de Polo. La gran atracción era un globo de 1200 metros cúbicos, hecho de algodón, que el millonario Aarón Félix Martín de Anchorena Castellanos había comprado en Francia, donde ya lo había volado.

Ante la negativa de su compañero por ser parte del cruce, que no se había hecho nunca por aire, Aarón no se amilanó. Preguntó, a viva voz, si alguien deseaba acompañarlo en la aventura en el globo al que había bautizado “Pampero”. Hubo uno que dio un paso al frente: Jorge Newbery. De 32 años, se había recibido de ingeniero electricista en Estados Unidos y como tal se había empleado en la Armada. En 1900 renunció para convertirse en Director General de Instalaciones Eléctricas, Mecánicas y Alumbrado de la municipalidad porteña. Era un enloquecido por los deportes y por volar. Los presentes se entusiasmaron con su decisión, ya que por entonces era una persona conocida.

María Mercedes Castellanos, la primera de la izquierda, la madre de Aarón. Hizo lo imposible para que su hijo no volase más (Fotografía revista Caras y Caretas)
María Mercedes Castellanos, la primera de la izquierda, la madre de Aarón. Hizo lo imposible para que su hijo no volase más (Fotografía revista Caras y Caretas)

Ambos estaban por emprender una aventura increíble.

Anchorena había nacido en Buenos Aires el 5 de noviembre de 1877. De entonces 30 años, se desempeñaba desde 1902 como secretario honorario en la embajada argentina en Francia. Miembro de la elite porteña, el 16 de noviembre de 1901 participó de la primera carrera automovilística corrida en el país. Con un Panhard Levassol de 8 HP a nafta salió primero en la competencia organizada en el viejo hipódromo del Bajo Belgrano, cuyos restos de pistas pueden adivinarse en las calles semicirculares en las inmediaciones del estadio de River.

Un gigante dormido. El globo a medio inflar, y uno de los tripulantes, Jorge Newbery (Fotografía Revista Caras y Caretas)
Un gigante dormido. El globo a medio inflar, y uno de los tripulantes, Jorge Newbery (Fotografía Revista Caras y Caretas)

Por 1904 hizo un viaje a caballo de cuatro meses por la Patagonia, acompañado por un variado equipo, que incluía un guía, un fotógrafo, un taxidermista y algunos perros. Llegó hasta la isla Victoria y se encontró con el Perito Moreno. Tan maravillado quedó que a su regreso le pidió al gobierno el usufructo de la isla para convertirla en un parque nacional. Llevó diversas especies y animales, construyó un muelle y dependencias, pero en 1911 desistió de ese proyecto. Incansable, años después recorrió Formosa, y tomó contacto con comunidades indígenas.

Su papá Nicolás Hugo Anchorena Arana había fallecido en 1884 y la fortuna familiar era inteligentemente administrada por su madre María Mercedes Castellanos de la Iglesia. Ella hizo lo imposible para que desista de la locura que se proponía hacer. Para convencerlo, le dijo que si dejaba de lado ese fanatismo por volar, le regalaría una estancia.

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Los últimos cálculos antes del ascenso. Al lado, Anchorena pensativo (Fotografía Revista Caras y Caretas)
Los últimos cálculos antes del ascenso. Al lado, Anchorena pensativo (Fotografía Revista Caras y Caretas)

Él, que ya había volado en Francia con el brasileño Alberto Santos Dumont, le tomó la palabra, con la condición que él elegiría las tierras. Pero ahora debía concentrarse en el viaje que emprendería.

Eran las 12:45 cuando los dos hombres, ubicados en la canasta, dieron la orden de soltar las sogas. Se había demorado horas en inflar el globo, y no se había logrado hacerlo en su total capacidad.

Comenzó a elevarse y gracias al viento que soplaba a veinte kilómetros del sudoeste encaró hacia Uruguay. Por precaución, el yate “Pampa”, propiedad de Anchorena, seguía el trayecto, y dos lanchas torpederas lo hicieron hasta el límite con el país vecino.

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La estrella de la histórica jornada. El globo Pampero había sido adquirido por Anchorena en Francia, donde ya lo había volado (Fotografía Revista Caras y Caretas)
La estrella de la histórica jornada. El globo Pampero había sido adquirido por Anchorena en Francia, donde ya lo había volado (Fotografía Revista Caras y Caretas)

El globo llegó a los tres mil metros. En el medio del río se percataron que perdían altura. Primero arrojaron las bolsas de lastre y los efectos personales. Como no alcanzó se echaron por la borda las dos anclas, la de tierra y la de agua, las sogas y todo el instrumental. También terminó en el río la cámara fotográfica con la que Newbery había tomado imágenes de la ciudad de Buenos Aires desde el aire.

Pero no hubo caso. Tomaron una drástica decisión. Se colgaron de la red del globo y desprendieron la canasta en la que viajaban.

Estaban casi al ras del río.

No todo estaba perdido, ya que sobrevolaban tierra uruguaya, en un campo de la estancia Bell, cercano a Conchillas, al oeste del departamento de Colonia. Allí, la parsimonia donde nunca pasaba nada se vio alterada por un griterío inusual. Cuando los pobladores se asomaron, vieron que una gigantesca mole inflada amenazaba con caer sobre los ranchos.

No solo eso. Dos hombres, tomados de sogas, pataleaban frenéticamente, se supone para acompañar el aterrizaje forzoso. El globo, cuando tocó tierra, rebotó un par de veces y continuó unos metros más hasta que por fin sucumbió al perder la poca energía que le quedaba. Todos vieron como los dos hombres se incorporaban, sacudían el polvo de sus ropas y se abrazaban.

Todo listo. Los dos hombres en la canasta, del que cuelga un salvavidas con el nombre de la embarcación de Anchorena, que acompañó el trayecto del globo (Fotografía Revista Caras y Caretas)
Todo listo. Los dos hombres en la canasta, del que cuelga un salvavidas con el nombre de la embarcación de Anchorena, que acompañó el trayecto del globo (Fotografía Revista Caras y Caretas)

Lo primero que preguntaron, con total naturalidad, dónde podían conseguir un teléfono.

Les dijeron que en el pueblo había un aparato. Ellos amagaron con ir caminando las cinco leguas, pero les facilitaron un carruaje. Antes de irse, ataron el globo para que no continuase dando vueltas.

Regresaron a Buenos Aires en el yate de Anchorena, en el que cargaron el globo, que aún tenía reservado muchos más vuelos.

Para el millonario, fiel a la promesa que le había hecho a su madre, fue el final de su carrera en el aire, a pesar de que sería uno de los fundadores del Aero Club, conformada entonces por 41 socios. El fue presidente y su compañero de vuelo el vice segundo. A esa entidad cedió el “Pampero”.

Para Newbery fue el inicio de años de conquistar los cielos. En 1911, con el globo “Huracán”, –volando sobre Argentina, Uruguay y Brasil- logró el récord sudamericano de duración y distancia, al recorrer 550 kilómetros en 13 horas.

Aarón, gracias al acuerdo que había llegado con su madre, compró 11 mil hectáreas no muy lejos de donde había caído con el globo, en tierras de las que se enamoró apenas las vio, en la desembocadura del río San Juan.

Es en la zona donde Sebastián Gaboto levantó el 15 de febrero de 1527 un mísero fuerte que luego abandonó. Casi treinta años después Juan Romero, por orden de Irala, levantó la ciudad de San Juan que sería destruida por los charrúas. Aarón de Anchorena, legó en su testamento al gobierno uruguayo unas 1400 hectáreas para destinarlas a fundar un parque nacional que llevase su nombre. Levantó un castillo estilo Tudor, una estancia y un parque de 800 hectáreas. La vivienda suelen usarla los presidentes del país vecino como casa de descanso.

Anchorena falleció el 24 de febrero de 1965. Pidió que sus restos descansasen en la torre de piedra con un faro, que construyó en esas tierras que había visto por primera vez desde el aires durante aquel arriesgado vuelo en globo, y a la que había conocido a puro porrazo.

Fuentes: Aarón de Anchorena. Una vida privilegiada, de Napoleón Baccino Ponce de León – Presidencia de la República de Uruguay; Jorge Newbery, el señor del coraje, de Danilo Albero; colección revista Caras y Caretas años 1907 y 1908

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