El 12 de junio de 1988 a las 9.16 de la mañana, el vuelo 46 de Austral se preparó para su descenso en el aeropuerto de Posadas. Había poca visibilidad e instantes después, la aeronave golpeó contra un bosque de eucaliptos, y terminó a tres kilómetros de la pista, incendiada. Las 22 personas que iban a bordo, entre pasajeros y tripulantes, murieron. Entre ellos viajaba una gloria del San Isidro Club y del rugby argentino, Carlos “Veco” Villegas, de apenas 43 años, junto a su esposa, María.
Unos años antes, en 1974, “Veco” se había conocido con Carlos Contepomi, que era el presidente del subcomité de selección de la Unión Argentina de Rugby (UAR) y lo llamó para que se hiciera cargo de Los Pumas. Tenía apenas 29 años y como entrenador del SIC había ganado 12 títulos. Aceptó y fue un ciclo de crecimiento del equipo, cuya cumbre fue un partido épico con Gales en 1976, cuando los británicos eran, por lejos, el mejor equipo del mundo. Pero, en realidad, más que Los Pumas, lo que creció en esos años fue la amistad entre los dos Carlos. Alguna vez, Contepomi definió: “Fue mi ídolo y como mi hermano”.
Más allá de sus conocimientos sobre el deporte, “Veco” Villegas dejó muchas frases que lo definen: “El rugby educa porque en un mundo materialista es muy difícil desenvolverse sin tener que caer en ventajas personales, permanentemente se está marcando al jugador y se le demuestra que por bueno y brillante que sea, no podrá hacer nada sin la ayuda de su equipo. Se le enseña que en el rugby vale más la persona que el jugador”.
La noche anterior al accidente, los dos, junto a sus esposas -”Maricha” y “Malele”-, se reunieron a cenar. Hablaron mucho, en especial de lo que esperaban de sus hijos y la educación que les darían. Los Contepomi eran padres de ocho: los varones de la familia iban al colegio Cardenal Newman y jugaban rugby allí. Los Villegas, de cuatro: Mercedes, la mayor, y Santiago, Francisco y Joaquín, los tres pequeños rugbiers en el SIC.
Cuando la noticia explotó en el alma de los cuatro niños, allí estuvieron los familiares directos, los amigos, todos quienes querían y admiraban a “Veco” Villegas se acercaron para consolarlos. Pero Carlos Contepomi fue un poco más allá: les abrió la puerta de su casa. Les ofreció adoptarlos como si fueran sus propios hijos. Al principio, los Villegas vivieron con su abuela materna. Pero cuando ésta falleció, otra vez Contepomi les ofreció que vivieran con ellos. Y aceptaron.
Santiago Villegas tiene hoy 45 años. Y recuerda aquel momento: “Nos fuimos a vivir con ellos de un día para el otro. La forma en que se dio fue de una naturalidad absoluta: ‘Venganse’, no hubo muchas más vueltas. La que más incentivo la ida fue mi hermana más grande, ya se había convertido en tutora, tenía que firmar los boletines, y estaba en una edad que tenía que hacer otras cosas. Pomi era el mejor amigo de mi padre, mi madre era amiga de su esposa, un vínculo de años”.
Así, de tener 8 hijos, los Contepomi pasaron a criar 12. Con una salvedad: el respeto al amigo fue tan grande, que los Villegas continuaron yendo al mismo colegio que habían elegido sus padres, el Godspell y siguieron jugando en el SIC.
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“Con los Contepomi sentí que tuve ocho hermanos más. Se que los padres les dijeron que estaba la posibilidad que nosotros fuéramos a vivir con ellos, se hizo algo así como una votación y todos dijeron ‘si’. Hoy, si me preguntan cuántos hermanos somos, digo 12″, añade Santiago.
Por suerte, dice, “la casa tenía varias habitaciones, pero igual era un caos… un lindo caos. Me acuerdo de estar durmiendo con Bebe y los mellizos Manuel y Felipe (que llegaron a jugar en Los Pumas), con quien tengo un mes de diferencia, de cada lado”.
Desde el primer momento, los Contepomi integraron a los hermanos Villegas a su rutina. “El primer viaje juntos lo hicimos a Mendoza. Habíamos ido a esquiar a Los Penitentes. Llegamos y no había nieve. Nos fuimos a dormir y dejamos los esquís afuera… Al día siguiente nos los habían robado. Pasamos muchas cosas juntos. Carlos siempre fue muy deportista. Nos llevaba los veranos a Bariloche y hacíamos bicicleteadas”.
Santiago se fue de la casa a los “27 o 28 años de la casa”. Estudió marketing y administración de empresas, hoy trabaja en el rubro de los seguros y es papá de dos hijos, Cirilo y Simona, que es ahijada del conductor Bebe Contepomi. “Fijate como estuvimos de integrados en la familia, que el último de los 12 que se quedó fue Joaco. Era la época en que Malele se enfermó de alzheimer y siempre estaba con cuidados y enfermeras. Lo cómico es que todos nos habíamos ido a hacer nuestras vidas y se quedó un Villegas. Eso te marca que no había diferencias”.
Y aunque los años pasaron, los 12 se siguen viendo. “Es más, a veces veo más a Bebe o a Manuel que a mis hermanos Villegas. Y nos juntamos siempre a festejar los cumpleaños y las navidades. Malele murió en 2017, pero Carlos está genial y siempre sigue mirando rugby. Hoy desayuné con él, como un hijo y un padre cualquiera”
Por supuesto, también el rugby unió a los hermanos. “Por ahí dormíamos, nos levantábamos y cada uno se iba para su club. En las divisiones juveniles jugábamos en contra y volvíamos juntos a casa. Obvio que a los mellizos era imposible ganarles jaja… Tengo recuerdos buenísimos. Yo me hice muchos amigos de Newman y ellos del SIC”.
El contraste de esta hermosa historia, donde se une un apellido ilustre del SIC como Villegas como uno de Newman, Contepomi, con lo que sucedió hace una semana después de la semifinal del torneo de la Unión de Rugby de Buenos Aires (URBA) entre esos equipos, es brutal. Lo que cantaron la hinchada y algunos jugadores del SIC contra sus rivales indignó al ambiente de la ovalada. Y hasta la carta de disculpas que el SIC envió a sus pares de Newman pareció insuficiente. Por lo menos, eso sintieron muchos de quienes vivieron otros códigos de comportamiento en ese deporte. Hoy se juega la final de la URBA. El SIC será protagonista frente a Hindú. Es una pena que las nuevas generaciones de rugbiers no conozcan historias como esta.
Tampoco a Santiago Villegas le cayó bien lo sucedido: “No me gustó nada lo que pasó. Lo hablé con amigos de Newman y de SIC, y a nadie le gustó. Se puede decir que es folklore, pero no me gusta”.
Si bien Santiago hace la diferencia con respecto a su padre (“entiendo lo que generó en el rugby, pero lo veo como quien fue mi papá, no como una institución dentro del deporte”), asume que “si estuviese vivo, no le habría gustado tampoco”.
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