Un grupo de arqueólogos pertenecientes a la Universidad Nacional de Catamarca revelaron en un documento el contenido de una serie de pinturas rupestres que se hallan en el parque “La Tunita”, en la Sierra del Ancasti, en la provincia de Catamarca. El estudio representa un avance en la interpretación de estas expresiones pertenecientes a civilizaciones antiguas que vivieron en ese territorio.
Inmóviles, plasmadas en piedra, pero a la vez llenas de vida, así son las pinturas rupestres que estudia un grupo de investigadores en este sitio arqueológico de Catamarca. Ubicados en numerosos abrigos rocosos del “Parque Arqueológico La Tunita”, en la Sierra de Ancasti, las obras de los pueblos prehispánicos cuentan secretos, rituales y hasta costumbres pasadas.
Con todos esos desafíos se topó un grupo de investigadores de la Escuela de Arqueología de la Universidad Nacional de Catamarca y el Instituto Regional de Estudios Socio Culturales (IRES)-Conicet. El equipo busca develar cómo eran las sociedades en aquellos tiempos. La zona, ubicada en la región oriental de la provincia de Catamarca, cuenta con bosques nativos, cuevas y aleros que utilizaron los pueblos prehispánicos para plasmar sugerentes pictografías.
Respecto de los trabajos, la Universidad Nacional de Catamarca publicó un documento en el que señala que la Tunita es el nombre que los arqueólogos han dado a un conjunto de grandes pinturas antropomorfas y felínicas ubicadas en el sector medio de la cuenca de los ríos Chico y Los Molinos, caracterizado por la asociación del felino con la figura humana, en base a una propuesta iconográfica compartida con la cerámica del Período Medio (ca. 600-1100 DC). A raíz de los estudios se da cuenta de un lenguaje visual profundamente ritualizado y accesible al medio social, los cuales se reflejan en una gran cantidad de artefactos que participan de la vida cotidiana: cerámicos, textiles, líticos, metálicos y óseos.
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Los estudios de los investigadores recalcan que estas costumbres y rituales encontradas en La Tunita tenían el objetivo de reforzar aspectos sensitivos inherentes a los mismos y a su vez explorar las dimensiones del cuerpo, el movimiento, la vulnerabilidad y el dolor.
A su vez también destacan la utilización de sangre en estos rituales, ya que constituían un símbolo de importancia. “La vemos fluir por la espalda de un chamán que danza con una flecha incrustada e impregnar las fauces felínicas de un personaje que porta armas y cabeza-trofeo”, explican los especialistas.
En relación a estas costumbres y ceremonias la figura del chamán cobra un rol preponderante, ya que era la persona capaz de interconectar mundos y seres diferentes. Incluso puede coincidir con la del artista, que traduce imágenes de un mundo de seres invisibles percibidos en el viaje chamánico, el poder mágico-religioso del rojo, utilizado para denotar la sangre, también se expresa en armas (flechas y cuchillones), tocados, prendas y en el rostro de algunos personajes (especialmente en sus ojos).
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Catamarca, tierra de hallazgos
La provincia también fue lugar del hallazgo de una pequeña escultura con forma de animal y confeccionada con un raro mineral denominado “jadeíta”, que podría haber sido elaborado por pueblos andinos que habitaron la zona.
“La pieza tiene 7 centímetros de largo, por 4 centímetros de ancho, 4,5 centímetros de alto, posee un aspecto zoomorfo (forma de animal), y está realizada de jadeita, que es un mineral de color verde bastante raro”, manifestó el docente Emilio Villafañez, encargado de llevar adelante la investigación, en el portal web de la Escuela de Arqueología de la Universidad Nacional de Catamarca (UNCA).
Desde la institución indicaron que la misteriosa figura fue encontrada por Leandro Carrizo, un adolescente de 15 años que estaba con su padre arando la tierra para el cultivo en la localidad catamarqueña de Balcozna y vio “un pequeño objeto con forma de animal confeccionado con un tipo de mineral de color verde, que sobresalía sobre los terrones de tierra” que le llamó la atención, por lo que lo recogió y se lo llevó a su casa.
Al cabo de unas semanas, el joven y su padre se comunicaron con la universidad y le llevaron este elemento a Villafañez, quien constató que era una pieza única por su confección, significado y material del que está compuesto.
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