Fue hace siete años, en Teherán. La empresaria logística Delia Flores estaba de vacaciones en Teherán con su marido, después de un congreso en Turquía. Habían parado en el café del imponente Palacio Golestan junto a su guía cuando escucharon un canto de mujeres que llegaba desde abajo, como encerrado. “Entonces el guía se adelanta, baja al subsuelo, y le cuenta a esas mujeres que estaban con nosotros, que éramos turistas argentinos y queríamos ver si podíamos pasar a escucharlas. Ellas se negaron, asustadas: se escondían para cantar porque, si alguien las denunciaba, podían ser avergonzadas en público y hasta detenidas por la policía religiosa. No sólo eso, sino que fueron saliendo, de a una. Nos saludaron con un ademán y se dispersaron, calladas”, cuenta Flores a Infobae ahora. Es una de las imágenes que le quedaron grabadas de aquel viaje como una metáfora patente y dolorosa del silenciamiento de las mujeres iraníes en su tierra.
La empresaria está acostumbrada a las barreras de género: nacida en Paso de los Libres, Corrientes, abrió su primera oficina como despachante de aduanas en 1982, con sólo veinte años y cuando las mujeres en su oficio eran muy pocas, y hoy, además de liderar una compañía de transporte de cargas, es una de las directivas fundadoras de GEMA, la asociación que desde 2009 nuclea a empresarias y emprendedoras para promover la igualdad y el empoderamiento. Su trabajo la llevó a recorrer el mundo e incluso muchas capitales de Oriente en donde las mujeres son tuteladas por hombres, pero nunca -asegura- vio algo parecido a la opresión que sufren las iraníes.
En esos veinte días en que recorrió por tierra y aire el país donde, hasta 1979 -cuando el fundamentalismo islámico impuso la sharía-, las mujeres adoptaban libremente las costumbres occidentales y que, desde hace un mes y medio, tras el asesinato de la joven Mahsa Amini, es escenario de una revolución sin precedentes en las calles contra el uso del velo obligatorio, ella misma se vio forzada a usar la hijab: “Hay carteles en los museos y en los hoteles que recuerdan todo el tiempo -como los de las enfermeras pidiendo silencio en los hospitales- que hay que ponerse el velo por respeto”. Otra metáfora del modo en que se acalla la voz de las mujeres en Irán.
Flores acaba de cumplir cuarenta años ininterrumpidos -casi los mismos que lleva la imposición de la ley islámica en Irán- al frente de la empresa que creó casi por cuestiones prácticas: quería ser contadora, pero estudiar en Resistencia, que era donde deseaba hacerlo, no era una opción segura en plena dictadura cuando terminó la secundaria, y pensó en ser despachante porque en la frontera de Paso de los Libres está el puente comercial más importante de la Argentina, el principal puerto seco de Sudamérica. Era una profesión muy bien remunerada y, por lo mismo, de hombres.
“Desde chica me rebelé contra el machismo y los roles que estaban asignados para nosotras. Crecí en una provincia muy conservadora y me acuerdo que cuando terminamos séptimo grado, mi papá nos dijo a mí y a mi hermana: ‘Bueno, ustedes vean si quieren seguir estudiando, porque si no se quedan a ayudar a su mamá en casa’. Yo lo viví como una ofensa”, dice la empresaria, que el año pasado publicó su primer libro, Abriendo caminos, donde narra la experiencia y los desafíos de ser mujer en el mundo corporativo argentino desde los años ochenta hasta nuestros días.
Dice que, además de práctica, fue muy perseverante y tuvo mucha fuerza de voluntad, aunque no fue fácil: “Desde el primer momento me di cuenta de que el trabajo de la mujer, pese a ser muchas veces más profesional, era menos valorado. Los estereotipos estaban demasiado arraigados y me costaba ser creíble y que confiaran en mí en un ámbito que en esa época era totalmente masculino. Después estaban todas esas cuestiones típicas, el clásico ‘algo habrá hecho para estar ahí’; o las invitaciones: yo no podía, por ejemplo, tener cenas y ni siquiera almuerzos de negocios -menos en un pueblo chico como Paso de los Libres-, porque enseguida te señalaban. Socialmente se cuestionaba hasta la ambición de las mujeres: ‘No, Delia es muy ambiciosa’, decían como si fuera algo malo”.
Esa ambición y la perseverancia fueron claves para mantener su empresa a flote durante las sucesivas crisis económicas que atravesaron el país y el mundo. A mediados de los noventa, cuando se instaló en Buenos Aires, comenzó a participar de congresos internacionales de mujeres y por primera vez sintió que no estaba sola: “Todo lo que yo había vivido y los inconvenientes con los que me había encontrado en mi carrera, de pronto tenían palabras. Hacía falta agruparnos para poder generar un cambio en la cultura, inclusive en nosotras mismas, porque había cosas muy internalizadas, como el tema de la culpa, esto de trabajar todo el día y después tener que seguir trabajando en nuestras casas”, dice Flores. El resultado fue la creación de GEMA, en 2009; para entonces hacía años que venía trabajando estos temas y cada vez estaba más comprometida con lograr la equidad.
Por eso el shock de llegar a Irán fue todavía más fuerte, desde que puso un pie en el aeropuerto, donde las mujeres tenían que hacer una fila separada. Flores recuerda otras anécdotas dramáticas de su paso por Irán, “un país con una increíble riqueza cultural y económica, de las ruinas de Persépolis a los pozos petroleros, donde la gente se esforzaba por hablarnos en español porque querían saber cómo era la vida afuera y sobre todo, que era lo que se decía sobre ellos en el resto del mundo”.
Así conoció por ejemplo a una mujer que le presentó a su hija adolescente para que le contara cómo era vivir en libertad: “La chica tenía unos 16 años y acababa de hacerse una rinoplastía, que es un procedimiento habitual para las mujeres de determinado estatus, igual que depilarse las cejas o maquillarse muchísimo, porque la cara es lo único que pueden tener a la vista. Me preguntaba cosas que acá nos parecerían insólitas, como cómo era tener amistades de otro género, cómo era ir a bailar y salir libremente”, cuenta.
La visita a una peluquería es otra cosa que recuerda con tristeza. Su guía tuvo que explicarle a la peluquera por una hendija de la puerta qué era lo que quería hacerse en el pelo, porque los varones no tienen permitido el ingreso. “Adentro me encontré con que las mujeres que estaban atendiéndose, estaban vestidas súper modernas y hasta muy sensuales. Todas me miraban con curiosidad y algunas llamaban contentas por teléfono a sus amigas para contarles que había una argentina en el salón; era la curiosidad de ser libres”, dice Flores.
Una noche dos amigas de su guía, estudiantes de psicología, los invitaron a comer a su casa: “Mientras comíamos, sentados en camastros y descalzos, me preguntaban sobre todo a mí cómo vivíamos las mujeres el sexo. Eran jóvenes y querían saber cómo era tener relaciones que no estuvieran reguladas por la religión”. En la mesa no había alcohol, que también está terminantemente prohibido por la ley islámica: “Venden unas botellitas que imitan muy bien a las del champagne y otras bebidas, pero adentro tienen jugos de fruta”.
Esa noche, para homenajearlos, las anfitrionas pusieron música y les contaron que escuchaban a sus cantantes favoritas, que habían emigrado a Occidente, con códigos que se pasaban en forma clandestina para buscarlas en Internet, que también tiene un acceso muy restringido. “Entonces vi cómo funcionaba la policía de la moral: tocaron el timbre y fue una situación horrible. Tuvieron media hora a una de las chicas afuera cuestionándola porque se escuchaba música en la casa. Sólo se fueron cuando ella nos hizo salir para mostrarles que éramos turistas argentinos y lo habían hecho porque estábamos nosotros. De otro modo, la hubieran llevado presa simplemente por escuchar música”, relata la delegada argentina en ONU Mujeres CSW 60 y 61, ante el G20 y W20 Alemania (2007) y única delegada representante latinoamericana en el G20 de Arabia Saudita en el Consejo Activo Women In Business.
Volvió convencida de algo que repite ahora a Infobae: “No podemos mirar para otro lado, es una cuestión de humanidad, ni siquiera de feminismo. Por eso me preocupa que incluso las organizaciones de mujeres hablen tan poco de eso. Una cosa son la religión o las tradiciones, pero el extremo del fundamentalismo no puede ser tolerado porque es coartar la libertad, y eso va a seguir generando violencia y muerte”.
Flores dice que tiene la esperanza puesta en las iraníes que ahora se alzan en las calles, pero que lo que no podemos hacer es quedarnos tranquilos con eso: “El fundamentalismo no conoce razones, la única manera de acompañarlas es seguir haciendo visible su reclamo. Nosotras sí podemos hablar y quedarnos calladas sobre lo que ocurre en Irán es abandonarlas a su suerte frente a los tiranos”.
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