Algunos personajes e historiadores de la época se lamentan porque no pudieron evitar que la Argentina se convirtiera en un capítulo más de la Guerra Fría. Son los mismos que no comprendieron que el enfrentamiento entre Washington -más sus aliados- y Moscú ya había comenzado poco después de la caída de Berlín en 1945. A diferencia de muchos, incluso de los que se decían sus seguidores, Juan Domingo Perón era consciente de que su patria se había convertido en un escenario de la batalla. Bajó el 20 de junio de 1973 en la Base Aérea de Morón, controló el plan que tenía por finalidad su asesinato, y se encontró con el vertedero menos imaginado.
Al día siguiente, durante una breve caminata por la residencia presidencial, le comentó a un joven oficial de Granaderos: “Hay que esperar que las burbujas lleguen a la superficie”. Inmediatamente abandonó Olivos y se fue a su casa de Gaspar Campos; lo echó a Héctor J. Cámpora; ganó las elecciones del domingo 23 de septiembre de 1973 con el apoyo del 62% del electorado; al día siguiente (lunes 24) mandó a un “enviado especial” a Chile para brindar su solidaridad y apoyo a la Junta Militar y el martes 25 sufrió cuando asesinaron a José Ignacio Rucci; avaló las directivas para impedir que el Movimiento fuera infiltrado por los comunistas, durante su largo exilio nunca aceptó instalarse en La Habana; se vistió con su uniforme de teniente general y asumió la presidencia de la Nación el 12 de octubre de 1973.
Este era el Perón real, no novelesco o inventado. A partir de aquí comenzó a gobernar y en esas semanas aconsejó a los que parecían no escuchar: “Ninguna simulación o encubrimiento por ingeniosos que sean podrán engañar. Por eso deseo advertir a los que tratan de infiltrarse que, por ese camino, van mal… a los enemigos embozados, encubiertos o disimulados les aconsejo que cesen en sus intentos, porque cuando los pueblos agotan su paciencia suelen hacer tronar el escarmiento”.
El 19 de enero de 1974 el ataque del PRT-ERP a la Guarnición Militar de Azul puso en la superficie la contradicción de una guerrilla que luchaba por la “liberación popular” mientras el Presidente era Juan Domingo Perón. Se derrumbó aquel andamiaje intelectual-ideológico que se basó en la “violencia de abajo” como respuesta a “la violencia de arriba”. El asalto en Azul representó un escalón más de “la guerra popular prolongada” de la que tanto hablaban los grupos terroristas hasta ese momento. “A estos tipos hay que exterminarlos”, le dijo Perón a Jorge Mones Ruiz, un joven oficial de Granaderos que oficiaba el 20 de enero de jefe de servicio de la guardia presidencial. Julio Santucho, hermano del líder del PRT-ERP, dirá en su libro Los últimos guevaristas que durante “el último año de su vida, más que gobernar, Perón lo dedicó a combatir a la izquierda. Para ello desplegó una estrategia basada en la utilización combinada de métodos legales e ilegales”.
En esas horas se pensó en designar al general Alberto Samuel Cáceres como Jefe de Policía, en virtud de sus conocimientos sobre la “guerrilla” ya que había cumplido las mismas funciones en épocas críticas durante el último tramo del gobierno de facto de Alejandro Agustín Lanusse e investigado el asesinato de Pedro E. Aramburu. Cáceres no fue porque permaneció en la fuerza como Comandante de Gendarmería Nacional. También Perón habló con el general (r) Ibérico Saint Jean. El día 24 de enero de 1974, en horas del mediodía, el Ministro del Interior, Benito Llambí, recibe al comisario mayor (r) Alberto Villar, conocido como “Tubo”. El viernes 25, en su página 4, La Nación informó sobre cambios en la jefatura de la Policía Federal. Volvía a la institución, como subjefe, el comisario mayor Alberto Villar y el comisario inspector Alberto Margaride, como subjefe de la Superintendencia de Seguridad Federal. Ambos estaban en situación de retiro y fueron convocados y ascendidos “a través del presidente de la República”. Con respecto a las designaciones, Mario Eduardo Firmenich dijo: “Estamos en total desacuerdo” (revista El Descamisado, 5 de febrero de 1974).
Según testigos, el comisario Alberto Villar fue citado a Gaspar Campos, se encontró con un Perón enojado y se sintió impactado. Al poco rato, tras unas amenas e introductorias palabras, el dueño de casa le expresó su preocupación sobre el desarrollo del “fenómeno subversivo” y le pidió que se hiciera cargo de la subjefatura de la Policía Federal, con amplios poderes para designar a sus colaboradores. Según sus íntimos, Villar le dijo “no soy peronista” y Perón le respondió que lo sabía, pero que lo convocaba porque “la Patria lo necesita” y le palmeó la rodilla (según relató el jefe policial a Jacinto Fernández Cortés, fundador de Radio Rivadavia). Pero esta es una versión muy incompleta. En realidad, Villar no fue solo a la reunión con Juan Domingo Perón en Gaspar Campos, llevó a dos personas más porque sabía lo que le iban a ofrecer y necesitaba hacerle una pregunta al Presidente de la Nación. A su vez, el dueño de casa no se podía exponer a un desplante, por lo tanto conocía de antemano que el jefe policial iba a aceptar el ofrecimiento. El Ministro Llambí ya se había entrevistado con él.
¿Por qué fue acompañado a Gaspar Campos? Según adelantó Villar “yo necesito que ustedes lo escuchen, y lo necesito porque me van a secundar y él va a dar las órdenes y quiero que las escuchen de manera directa”. En un momento del encuentro se desenvolvió el siguiente diálogo:
Villar: -Señor Presidente, ¿tenemos mano libre para terminar con la subversión?
Perón: -Para eso lo he llamado, necesito poner orden.
Villar: -Señor Presidente, ¿me permite una pregunta? Necesito hacérsela.
Perón: -Pregunte. Estamos en confianza.
Villar: -Usted me está ordenando que nosotros lo ayudemos a poner orden y vamos a cumplir. Ahora, con el respeto que se merece, ¿usted sabe que hay gente con la que usted trata que no está de acuerdo con la convivencia democrática? Algunos hablan en su nombre pero en la intimidad dicen de usted barbaridades.
Perón: -Comisario, en mi gobierno nadie tiene “coronita”. ¿Usted está al tanto de quiénes son todos los jefes del terrorismo?
Villar: -Sí, señor. Aquí tengo algunos antecedentes.
Y en ese momento el jefe policial le entregó una carpeta de tapa azul marino y letras doradas que dice “Policía Federal, Superintendencia de Seguridad Federal. Dirección General de Inteligencia”. Perón abrió la carpeta, la observó un rato en silencio y, guiñando un ojo, le dijo: “Pensé que habían quemado todos estos expedientes, según una orden de la época de Cámpora”.
Villar: -Señor Presidente, si me permite, le voy a responder con una gran enseñanza suya. No quemamos nada porque “los hombres son buenos, pero si se los vigila son muchos mejores”.
Perón no tuvo otro remedio que reírse y, palmeándolo le dijo: “Bueno Villar, lo he convocado para que me ayude a poner orden. Cuenta con mi confianza: Proceda…y déjeme la carpeta”. Villar se retiró sin antes decir, elevando un poco la voz, “sí, mi general”. A la salida, el jefe policial le pregunto a uno de sus acompañantes: “¿Escuchaste bien Negro? Entonces, ahora, piña, patada y máquina”.
Bajo la mirada del presidente la lucha contra el terrorismo se dio sin respiros. Tras la muerte de Perón, al jefe policial le quedaban cuatro meses de vida y su relación con Isabel Perón y José López Rega no tuvo la fluidez ni la confianza anterior. El Ministro de Bienestar Social tenía mucha más confianza con Margaride, pero Villar nunca dejó de ser sincero y frontal con la presidente. Además contaba con el apoyo de las Fuerzas Armadas. Según relató posteriormente su amigo el comisario Jorge Silvio Colotto, durante una de esas pugnas que Villar mantenía con José López Rega, se entrevistó con Isabel Perón.
Isabel: -Comisario, ¿cómo anda el país?
Villar: -Como la mierda, señora Presidente, tanto en lo económico, en lo político, como en lo social. Aquí le dejo una carpeta donde le detallo lo expresado.
Isabel: -¿Sabe Villar con quién está hablando?
Villar: -Sí señora, con la Presidenta de la Nación, pero esta es mi forma de ser y desde este momento usted tiene mi cargo a su disposición.
Isabel dio por finalizada la reunión y al salir del despacho presidencial se encontró con López Rega quien lo increpó por ver directamente a Isabel sin su consentimiento. Villar lo miró de frente y le contestó: “No te olvides que fuiste un botón que estuviste diez años subordinado a Colotto y a mí y que nosotros te llevamos a la custodia presidencial en la calle Agüero en el año 1951, cuando el general (Arturo) Bertollo era el jefe de la Policía Federal, y vos te ocupabas de la recepción de la correspondencia del Palacio Unzué”.
Poco tiempo después, el 1° de noviembre de 1974, Villar sería asesinado con su esposa por una carga explosiva cuando su modesto crucero comenzaba a navegar por el arroyo Rosquete, en el Tigre. Según los servicios de inteligencia de la época, Villar era seguido por el PRT-ERP pero cedió el “blanco-objetivo” a Montoneros porque no tenía experiencia anfibia ni cargas subacuáticas. La cesión data del primer semestre de 1974, en vida del General Perón. En el asesinato de Villar y su señora, actuó como entregador el subcomisario Alberto Washington Ouvide, secretario privado de Villar, quien había sido instigado por una “militante”. Primero fue detenida la mujer y luego se allanó la casa de Ouvide, donde se encontró un fichero de “blancos” de la Policía Federal. Washington Ouvide, cuya placa se encuentra en el Parque de la Memoria, entregó la información al PRT-ERP.
Norberto Ahumada (a) “Beto” hizo la inteligencia del “blanco”. Atracó la carga el buzo táctico Máximo Fernando Nicoletti (a) “Gordo Alfredo”, con apoyo de Carlos Laluf (a) “Nacho”, la compañera de éste “Nacha”. También intervino Carlos Lebrón, ex teniente de navío, echado de la Armada, especialista en Ingeniería y Control de Tiro. Integró Montoneros con el nombre de guerra de “Teniente Antonio” o “El Sordo” y es el mismo que junto con Rodolfo Walsh, “Paco” Urondo y otros robó el féretro con el cadáver de Pedro Eugenio Aramburu del cementerio de la Recoleta). Pulsó el control de la bomba Carlos Andrés Goldenberg, entrenado en Cuba, (a) “Andresito” (a) “Tomasito”. Según el historiador Jorge Muñoz, la zona del atentado estaba liderada por María Antonia Berger, indultada en mayo de 1973. Cuando el comisario Villar aceptó reincorporarse a su fuerza intuía cuál podía ser su destino. “No sé si a su vuelta me va a encontrar, por lo tanto ahora me despido de usted”, le dijo al embajador Benito Llambí poco antes de partir a Canadá, una vez que dejó de ser Ministro del Interior. En 1976, cuando Llambí volvió, el jefe policial había sido asesinado.
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