El domingo 30 de octubre de 1983 Raúl Ricardo Alfonsín se coronaria como presidente electo de la Nación por la voluntad del electorado del país. En esas mismas horas, Ítalo Argentino Lúder pasaría a convertirse en el primer candidato peronista derrotado en elecciones absolutamente libres y claras. Sin embargo, desde semanas antes Alfonsín tenía la impresión de que obtendría el triunfo. Lo observaba en las caras de los ciudadanos y ciudadanas, lo presentía por la actitud del simple votante hacia su persona. Tras la derrota de la guerra de Malvinas, el 17 de julio de 1982 se lanzó a la presidencia con un acto en la Federación Argentina de Box. Un año más tarde pudo concretar su sueño por el que había jugado fuerte, sin descanso, desde la década del setenta.
Pero todo tiene un comienzo y los actos inaugurales siempre guardan un secreto. A principios de 1983 el Servicio de Inteligencia Naval (SIN) todavía se mantenía en pie, activo y vigilante. Controlaba todo aquello que consideraba necesario saber, incluidos a los personajes que no consideraban “enemigos” pero sí adversarios. Entre éstos vigilaban los pasos que estaban dando algunos operadores del Ejército. Los “caminaban” y también los controlaban telefónicamente. Especialmente a uno que se comunicaba con algunos generales de su amistad, entre otros José Vaquero, ex jefe de Estado Mayor de Galtieri, y Oscar Bartolomé Gallino, ex gobernador de Buenos Aires entre 1981 y 1982. Fueron muchos momentos de charlas, análisis y confesiones. Así, de a poco, el quinto piso (SIN) del “elefante blanco”, como se le decía al edificio de la Armada, se fue enterando de una trama que olía a secreta, que los más altos mandos navales que se ubicaban en el piso 13 no contaban a sus subordinados. Era un acuerdo, un pacto, entre dirigentes sindicales y políticos justicialistas con altos oficiales de las Fuerzas Armadas con el fin de trazar un manto de olvido en lo que se denominaba la lucha contra la subversión, y que sería conocido como el “pacto militar-sindical”. No fueron muchos los miembros del quinto piso que escucharon esas cintas aunque fueron reconvenidos que no debían hablar del tema. Para ser más preciso, fueron citados y apretados en unas oficinas que albergaban, en la zona del puerto, a ex miembros de la Escuela de Mecánica de la Armada.
No todos los altos mandos de la marina coincidían con esa “trama” ni eran partidarios de un triunfo del peronismo. En abril de 1983, dos altos oficiales de la Armada visitan a un amigo abogado, con estudio en la avenida Diagonal Norte, y le relatan el enredo que se estaba tejiendo. Una vez que los marinos se fueron, el abogado habló con su socio, un buen abogado y un eximio operador político. Así Alfonsín –que ya había escuchado algo un tiempo antes durante una reunión en un departamento de Carlos Pellegrini casi avenida Santa Fé—maceró la información (que se le dio por escrito) y el lunes 25 de abril de 1983 la hizo a conocer a los medios durante una reunión que se llevo a cabo en un departamento de avenida Figueroa Alcorta y Tagle. Desde ese día hasta el 30 de octubre, la cuestión del pacto fue un tema central de campaña. También saltó a los medios el nombre del general Jorge Ezequiel Suárez Nelson, jefe del Batallón 601, como uno de los hacedores del plan.
Dentro de la agitada y larga contienda electoral, Alfonsín va a tener otro acierto cuando, bajo la atenta mirada de su jefe de campaña (Raúl Borrás), va a recitar en sus actos cada día más masivos el Preámbulo de la Constitución Nacional. La primera vez que lo hizo fue durante su visita a Misiones el sábado 23 de octubre de 1982.
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El acto final en la Capital Federal fue multitudinario y el cierre de la campaña se realizó el viernes 28 en el Monumento a la Bandera de Rosario. Las encuestas de opinión no merecían tanta atención como en estos tiempos tecnificados y algunos de sus ayudantes preferían la pregunta personal, el mano a mano. Enrique “Quique” Fernández Cortés, miembro de la intimidad del candidato radical, fue uno de los responsables de organizar el acto final en Santa Fe. Sospechaba que se ganaba pero quería estar seguro. Por las noches recorría los bares rosarinos más frecuentados y hablaba con las chicas que hacían “presencias” o “trabajaban” en las noches. Eran las que escuchaban a sus clientes y le hablaron. “La gente dice que gana el macho” le contaban. “¿Quién Luder?” Preguntó. “¡No! Alfonsín” respondían. Al volver a Buenos Aires para cerrar los detalles del acto final, le dijo a su jefe: “Preparate porque ya ganaste. Las chicas de la noche dicen que ganas vos”.
Faltaban pocos días para el cierre de las campañas. En esas mismas horas el equipo va a elegir el lugar donde iba estar Alfonsín el día de la elección y por iniciativa de “Milo” Gibaja se eligió una quinta en Boulogne propiedad del empresario televisivo Alfredo Odorisio. Buscaban su tranquilidad y aislamiento. El día de la elección se instalo en la quinta una pequeña infraestructura para la recepción de información: seis líneas telefónicas, tres aparatos de televisión y varias radios. Inicialmente, apenas unas treinta personas lo acompañarían. Después de las 18 horas comienzan a llegar los primeros resultados, la Antártida le da la primera alegría. Entre otros, festejan Borrás, Dante Caputo, Germán López, Fernández Cortés y sus hijos. Después de las 19 horas, tras el paso de las horas, le dirá al cordobés Víctor Martínez su compañero de fórmula: “Víctor estamos ganando”, recibiendo como respuesta un “¡Raúl no me haga eso!”. Enfundado en su habitual campera azul, se lo ve más gordo (dice que aumentó 15 kilos), tranquilo pero cansado a pesar de una larga y reparadora siesta.
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A veces sale a caminar por el parque de la quinta en compañía de una de sus hijas, luego se tira en la cama principal para mirar el televisor. Bajo la atenta mirada de Astigueta, su médico personal, habla poco, apenas unos comentarios y alguno que otro movimiento de cabeza frente a las noticias que arrojan los canales de televisión. Aparecen Bernardo Grinspun, que será su primer Ministro de Economía, y Conrado “Cacho” Storani (será Secretario de Energía). Luego comienzan a llegar los primeros cómputos de la provincia de Buenos Aires. En tres mesas de Lanús el radicalismo 500 votos y 100 para Lúder. “No puede ser”, exclamo Alfonsín, Alejandro “Titán” Armendáriz estaba ganando la gobernación. En Córdoba el radicalismo iba a delante. La tendencia general era muy favorable, el radicalismo aparecía como la primera minoría. Cerca de las 22 horas se le sirvió una cena en compañía de su esposa María Lorenza Barreneche, quien había llegado con el traje gris que se pondría más tarde para ir al comité nacional de la calle Alsina.
El peronista cordobés Bercovich Rodríguez ya reconocía su derrota mientras las imágenes de la TV mostraban a la gente que iba saliendo a la calle a festejar una victoria que estaba al alcance de la mano y en la calle Reconquista 1016, cuartel general del peronismo, todo era silencio. A las 23,20 Alfonsín se atreve a anunciar su triunfo a los presentes pero pide que no se haga público. El radicalismo ya llevaba un millón de votos de ventaja. “¿Cómo toma todo esto?” le pregunta un periodista. “Con mucha modestia” respondió. Más tarde se escucharon algunas frases altisonantes, como las de Armando Balbín, el hermano del histórico Don Ricardo, “El Chino”: “Esta no es una puja entre dos partidos. Hoy se definen dos estilos de vida en la Argentina”. Tampoco faltaron algunas espontáneas consignas, como en Avellaneda: “Que papelón, que papelón, Alfonsinazo en la provincia de Perón”. Los otros candidatos presidenciables casi no hablaban porque se los había devorado la polarización: “Paco” Manrique, Oscar Alende, Rogelio Frigerio.
En la madrugada del lunes 31 el presidente electo llegó a la calle Alsina, rodeado por una multitud que apenas lo dejaba avanzar. Con gran esfuerzo llegó al primer piso y después de infinidad de abrazos, salió al balcón acompañado por Víctor Martínez para anunciar lo que ya se sabía. “Hemos ganado, pero no hemos derrotado a nadie…hoy comienza una nueva etapa en la Argentina”. Horas más tarde, el derrotado Lúder lo fue a visitar y reconocer su fracaso al presidente electo. Intentando dar una señal a la sociedad, Alfonsín le ofreció ser presidente de la Corte Suprema de Justicia. Con su habitual frialdad y parsimonia, Lúder no aceptó.
Al día siguiente el presidente electo de la Nación y la plana mayor del radicalismo se juntaron en la estancia “La Encarnación” de Alfredo Bigatti a pocos kilómetros de Chascomús, donde comenzó a confirmarse el futuro gabinete presidencial. Una semana más tarde llega a Buenos Aires desde los Estados Unidos el economista Raúl Prebisch y se encuentra con Alfonsín, Grinspun, Enrique García Vázquez, Alfredo Concepción y Roque Carranza en la quinta de Boulogne con “el ánimo de prestar colaboración”. Intentará a encarrilar una de las cuestiones más pesadas y delicadas para el futuro gobierno, nada menos que la cuestión de la deuda externa. En esos días, todo era optimismo.
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