Juanita, la cacique guaraní que empodera a través de las artesanías y la defensa de la biodiversidad en Misiones

Tiene 54 años, nueve hijos y fue elegida para conducir a la comunidad guaraní Yvytú Porá, que tiene 200 habitantes. Juanita González es una de las ocho mujeres que conducen poblaciones de pueblos originarios en la provincia de Misiones. El proyecto de ecoturismo que sostiene y el arte de la cestería que heredó de su madre

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la cacique Juanita González con
la cacique Juanita González con uno de los collares que elaboran en su comunidad

“Lindos vientos” es el significado de la expresión Yvytú Porá, nombre de la comunidad del pueblo indígena Mbyá Guaraní de Misiones. No es una aldea como cualquier otra: Juanita González, de 54 años, es una de las pocas mujeres líder mburuvicha kuña -cacique- en la zona. Vive sobre Ruta 7, a 16 kilómetros de distancia de Aristóbulo del Valle, comarca de más de 30 mil habitantes, ubicada casi en el centro de la provincia. En esas tierras se asentaron en el pasado remoto inmigrantes europeos -alemanes, austríacos, ucranianos y polacos- pero mucho antes que ellos en épocas precolombinas vivieron las comunidades guaraníes, sometidas al yugo conquistador. Siendo parte de las provincias de Misiones y Corrientes, habitantes también de Paraguay y Brasil, los guaraníes sobreviven en el presente ya sin ser nómades y con su propia organización local.

Juanita reside monte adentro, un lugar casi sin señal de celular, algo que dificulta su trabajo de artesana: debe salir a la ruta o ir hasta Aristóbulo del Valle para hablar sin dificultades. Lejos de estar aislada, sin embargo, teje lazos de interacción económica y social como cacique. Hace unos años, su comunidad de casi doscientas personas ganó un premio provincial por la invención del sendero interpretativo “Eco Cultural Comunidad Yvytu Porá”, una travesía novedosa del llamado ecoturismo en Misiones. Allí los guías de la comunidad transmiten sus experiencias y sabiduría ancestral.

Juanita se especializa en cestería.
Juanita se especializa en cestería. Aquí, en pleno trenzado de la cubierta de un termo

“Es el único recorrido de este tipo en las comunidades asentadas en la región del Valle del Cuña Pirú y además de lograr que el visitante conozca, permite que aprenda y valore la cultura Mbyá Guaraní, su sapiencia y su destreza”, dice Juanita en perfecto español, aunque con sus pares no deje de hablar en mbyá guaraní. El recorrido dura dos horas por caminos a lo largo de la selva misionera, y allí se muestran las trampas que los guaraníes usaban para cazar, las plantas medicinales para curarse, la recolección natural de frutas silvestres, junto a una exposición y venta de orquídeas autóctonas y hasta un avistaje de aves.

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Según un reciente censo del Gobierno misionero, la población Mbyá Guaraní ronda entre 10.800 y 11 mil habitantes, con 127 comunidades conformadas en toda la provincia. De esas comunidades hoy ocho son lideradas por mujeres, cuando hace unos años no existía como posibilidad. Los mbyá hablan el idioma mbyá o ayvú, que difiere del guaraní criollo, tanto en la fonética como en la morfosintaxis y el léxico. “Nosotros somos buscadores de la Tierra sin Mal, que para los guaraníes es un espacio de felicidad eterna. Por eso defendemos la solidaridad, el amor y el cuidado de la naturaleza”, dice con tono sencillo la cacique Juanita González, elegida hace siete años por su comunidad. “Fue una sorpresa, justo el día de la Madre. No me lo esperaba”, recuerda, con cierta emoción en su voz.

¿Qué actividades son las que emprende diariamente una cacique? Así lo define la propia Juanita: “Son muchas tareas. Hacer reuniones con las familias, y si hay necesidades, resolverlas entre todos. Mi comunidad está muy a contramano, no llegan víveres ni servicios. Pero hablando todos nos entendemos. La palabra es muy importante. Como estamos entre dos municipios, a veces voy a buscar algo y me derivan al otro lado, pero como me conocen al final los intendentes me terminan ayudando. Y después tengo que coordinar con otros caciques para resolver los problemas, como las adicciones en los jóvenes. Por lo que estoy todo el tiempo ocupada, siento una linda responsabilidad por mi gente”, enfatiza Juanita, que hace once años vive allí: antes moraba en el paraje indígena El Pocito.

La cacique en el cartel
La cacique en el cartel indicador de su comunidad, Yvytú Porá, sobre la ruta 7 a 16 kilómetros de la localidad de Aristóbulo del Valle

Integrante de la Fundación Artesanías Misioneras, que la ayuda a comercializar y vender su obra, vive en la comunidad con sus nueve hijos y se ha especializado en el arte de la cestería. Las mujeres moldean la paja y los hombres tallan. Juanita destaca el creciente empoderamiento. “La mayoría de los caciques en las comunidades indígenas son hombres, pero es algo que va cambiando. Somos pocas mujeres, pero con la ley de igualdad de género eso empezó a modificarse. Dos comunidades nuevas, por ejemplo, acaban de elegir a dos mujercitas caciques. Pasito a pasito, pero vamos yendo”, dice con el canto de los pájaros de fondo, mientras resalta que por el último temporal se rompió la antena de Wi-Fi en la zona. Y lamenta no haber podido comunicarse con personas que buscaron su contención.

La vida en la comunidad es levantarse con las primeras luces del alba y acostarse bien temprano. Aprendió de su mamá el oficio de la cestería: a los trece años empezó a ayudarla. “Me decía que era un trabajo para sobrevivir, para que no pasen hambre mis hijos en el futuro. Siempre me gustaba aprender más. Hoy se vende bien, mis piezas están en toda la provincia. Además de canastos, hago mayormente forrados de mates y termos, eso sale mucho. Y llegan encargos también de Buenos Aires, hace poco me dieron un pedido de 48 vasos para que los forre. Estoy aprendiendo cómo hacer los envíos, no es fácil desde aquí. Todavía no tengo Instagram ni nada, sólo por mensajes de celular, pero mis hijos me van a ayudar prontito con eso”.

Una de las estaciones del
Una de las estaciones del sendero interpretativo “Eco Cultural Comunidad Yvytu Porá”, una travesía ecoturística. Allí los guías de la comunidad transmiten sus experiencias y sabiduría ancestral

La materia prima proviene del monte misionero, donde se extrae la paja para la cestería. Mujeres y hombres, organizados a la par. Existe una división del trabajo: el hombre se interna en la profundidad, buscando tacuaras a través de distancias hostiles, y la mujer luego la corta, la mide, la limpia. Para las artesanías emplean tacuaras denominadas “tacuapí”, “isipó” y “tacuarembó”. “A veces traen mucha pero no toda sirve. Ahora hay brotecitos nuevos y recién en diciembre va a estar lindo el material para la cestería”, explica. “Las mujeres indígenas tienen derechos como el hombre dentro de la sociedad, pero se sufre mucho la discriminación para trabajar. Entre todas tenemos que luchar por nuestros derechos, y ese es el mensaje que llevo”, disertó Juanita en un Encuentro de Mujeres del Norte de hace unos años.

Los canastos y cestos para diversos usos conservan la tradición del pueblo guaraní, únicos en el país. Suele ser una tarea minuciosa, esforzada y de muchas horas de inmersión que no siempre se paga bien en las ferias, salvo cuando aparece algún encargo de un turista extranjero. Sin la organización local, en la que Juanita es cacique, es difícil que el Estado reconozca sus realidades. Ese micropoder ancestral activa el circuito de supervivencia en el mundo actual: a partir de allí se llega a una exposición como la Feria de Artesanías del Mercosur celebrada todos los años en Puerto Iguazú o la participación en la Feria de Mujeres Artesanas Indígenas “Creadoras del tiempo”, realizada recientemente en el Centro Cultural Kirchner y donde Juanita recibió la visita del presidente Alberto Fernández y se reunió especialmente con Fabiola Yáñez, la primera dama.

Una muestra de la exquisita
Una muestra de la exquisita cestería que produce la comunidad de Juanita. Mujeres y hombres se organizan a la par. El hombre busca las tacuaras para fabricar la paja con que tejen y las mujeres las cortan, la miden y las limpian

Las caciques mujeres lograron, además, que la Legislatura misionera promulgara el Día Provincial de la Mujer Mbya Guaraní cada 5 de septiembre, en consonancia con el Día internacional de la Mujer Indígena, en honor al fallecimiento de la guerrera indígena Bartolina Sisa. “Ellas constituyen el pilar de la cultura y la memoria de sus pueblos. Y ahora también los lideran. Su rol es esencial para la preservación de su lengua y su espiritualidad, respetando su identidad social, sus costumbres y tradiciones”, rezaba un fragmento del dictamen. “Poder representar a las mujeres Mbyá es algo muy importante. Gracias a esta ley se van a escuchar cada vez más las voces de la Nación Mbyá Guaraní”, había dicho en ese momento Juanita González, cacique de la comunidad Yvytú Porá.

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La lengua madre no está perdida, dice ahora Juanita. En la comunidad la hablan todos los días, y en las escuelas hay maestros que la están aprendiendo: aspiran a una educación bilingüe. De raíces amazónicas, Juanita enfatiza que su pueblo hoy lucha, entre otras cosas, contra el desmonte de las industrias madereras y la conservación del agua. “Nos quieren sacar más y más tierras en nombre del progreso, pero nosotros estamos para cuidar la biodiversidad. Es un mandato ancestral, no lo vamos a permitir”.

En Buenos Aires poco se conoce Misiones salvo por las Cataratas, el mate y algún recital del Chango Spasiuk. Tierra colorada y de la yerba mate y el té, de campesinos con machete, de selva y tareferos, de exuberancia tropical con sus pinos y palmeras, orquídeas y azaleas, de jesuitas y chámame, de hacheros y pescadores, de lluvias torrenciales, tabaco y desmontes, de sequías y escuelas rurales en una punta septentrional del mapa argentino. La principal economía de la provincia es la ocupación agrícola, por el cultivo de la yerba mate, té y tabaco, así también como la producción de aserraderos, ganadería y la piscicultura y la apicultura. El turismo deja poco a los productores locales salvo por el consumo directo en las ferias, que se reactivó después de la pandemia.

Juanita González en la profundidad
Juanita González en la profundidad de la selva misionera

A Juanita le afecta ver la pobreza en las ciudades, la falta de solidaridad y la codicia de los poderosos. “La tierra es buena. Lo que tires, crece. Acá la tierra, al final, siempre te salva”, dice con una sonrisa, rescatando la vida en comunidad. Y luego confiesa que aún falta un largo camino por recorrer, pero que las mujeres indígenas son el pilar del desarrollo comunitario, la preservación de la lengua, la cultura y la vida. “La unión de las mujeres cambiará lo que hoy está pasando. La base para combatir las desigualdades se revierten con una participación plena, igualitaria y equitativa”, se despide, a la vez que prende y apaga el celular para recuperar la señal.

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