60 años de la inmigración coreana en la Argentina: historias de tres generaciones que apostaron por nuestro país

Desde octubre de 1965 hasta principios de los ‘90, la ola migratoria fue en aumento y residían más de 40.000 coreanos en distintas ciudades de nuestro país. Los padres de Ari Cho Yong y Teban Kim, vinieron de Seúl, al igual que los abuelos de Anita B. Queen, pero cada familia pasó por diferentes desafíos

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Ari Cho Yong, Anita B. Queen y Teban Kim, tres generaciones distintas y sin vínculo entre sí charlaron con Infobae en el marco del 60° aniversario de la inmigración coreana
Ari Cho Yong, Anita B. Queen y Teban Kim, tres generaciones distintas y sin vínculo entre sí charlaron con Infobae en el marco del 60° aniversario de la inmigración coreana

Este año se conmemora el 60° aniversario de la inmigración coreana en la Argentina, y durante el mes de octubre se celebró la relación bilateral que mantienen ambos países a través de distintos eventos. En este contexto, surgen conceptos como “fusión”, “integración”, y “búsqueda de identidad” en las historias familiares que cuentan Ari Cho Yong, Anita B. Queen y Teban Kim: tres generaciones distintas que transitaron diferentes vivencias con respecto a su descendencia. Sin conocerse entre sí, sus testimonios tienen algunos puntos en común. En diálogo con Infobae, cada uno cuenta su experiencia, las raíces que los acompañan desde su infancia y las decisiones que los diferenciaron del mandato familiar.

En pleno auge del K-Pop, con series surcoreanas que lideran el ranking de Netflix en nuestro país, marcando tendencia durante varios meses, queda en evidencia que el intercambio cultural está más vivo que nunca. Y sin ir más lejos, hace exactamente un año el Senado de la Nación declaró el 22 de noviembre como el Día Nacional del Kimchi, tras una votación unánime con 47 votos a favor, bajo el argumento de “valorar el aporte cultural y social de los inmigrantes coreanos” y darle un merecido reconocimiento al superalimento coreano que surge de la fermentación de varios vegetales.

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Los festejos que se organizaron a lo largo de este mes toman como referencia el 14 de octubre de 1965, día en que arribaron trece familias provenientes de Busan que se instalaron en Choele Choel, provincia de Río Negro, durante la primera oleada inmigratoria de la que hay registro. Según los datos que ofrece la Dirección Nacional de Migraciones, el pico máximo se dio entre 1984 y 1989, cuando otorgaron un total de 11.336 permisos de ingreso. Se calcula que para inicios de los ‘90 residían en la Argentina más de 40.000 coreanos, que vivían en Córdoba, Rosario, Tucumán, Puerto Madryn, y en la provincia de Buenos Aires. Sin embargo, con el tiempo el 80% se radicó en la capital porteña, y actualmente la cifra que comparte el Gobierno de la Ciudad mediante la iniciativa “BA Colectividades” desciende a 25.000 inmigrantes nacidos en Corea.

En cuanto a las actividades económicas, muchos se dedicaron al comercio mayorista y minorista de alimentos, al igual que a la industria textil mediante la confección de indumentaria. La gran cantidad de locales concentrados en la Avenida Avellaneda, del barrio de Flores reflejan la dedicación y constancia que mantuvieron en el rubro, y la mayoría de los emprendimientos involucra a varios miembros de la familia llevando las riendas de cada negocio.

Teban Kim: de Seúl a Tierra del Fuego

Teban Kim llegó a la Argentina cuando tenía 3 años: sus padres venían de Seúl (Instagram @tebankenobi)
Teban Kim llegó a la Argentina cuando tenía 3 años: sus padres venían de Seúl (Instagram @tebankenobi)

Tenía tres años cuando llegó con su papá, su mamá y sus dos hermanas a Ushuaia. Vinieron de Seúl, y aunque habían escuchado de algo así como el Argentinian dream –”el sueño argentino”, en una analogía con “el sueño americano-, en su caso no estaban en búsqueda de un mejor futuro económico, sino de un cambio de vida más profundo. “Veo fotos de cuando yo era bebé y tenían un buen pasar en Corea: él tenía un chofer y mi mamá una niñera, un lujo para ese entonces”, detalla Teban.

Hoy tiene 50 años y trabaja en la agencia creativa THET Studio, pero también toca la guitarra, y tiene alma de artista, algo que aplica tanto en el mundo del diseño gráfico, la publicidad y su pasión por la música. Cuenta que el nacimiento de sus dos hijos fue el hecho bisagra que cambió su forma de pensar y lo movilizó a nivel espiritual. “Empecé a investigar de dónde vengo, porque quería que ellos sepan de dónde es su papá, y cuáles son sus raíces”, explica. Así surgieron algunas charlas con su padre, quien falleció hace tres años, y atesora los recuerdos que pudo reconstruir con la información que le brindó.

“Me pareció súper interesante toda la cuestión histórica de él: de pronto me encuentro con una persona que a fines de los ‘70, comienzos de los ‘80, dejó todo y se fue al fin del mundo”, reflexiona. Y agrega: “Creo que tenía un espíritu aventurero, que lo heredé yo también, y se atrevía a tomar decisiones que no eran comunes en ese entonces”. En cuanto a los motivos que lo llevaron a dejar el confort y arriesgarse a vivir en otro país sin hablar siquiera el idioma, Teban comenta que no hubo una respuesta definitiva o esclarecedora por parte de su papá, pero reconstruye en su mente los fragmentos de todo lo que alguna vez le dijo.

“Él me contestaba que necesitaba una búsqueda, que se sentía achanchado, y quería una nueva vida, más tranquila y más virgen, pero yo siento que de alguna forma también se escapó de algo, vaya a saber de qué”, sostiene. Era contador de profesión, pero no pudo ejercer en Tierra del Fuego por la barrera idiomática, y recurrió a otros oficios. “Empezó a pintar, fue albañil, trabajó en muchas fábricas como operario, y como estaba acostumbrado a la cultura asiática del esfuerzo, trabajaba 14 horas por día, todo en pos de la familia”, rememora Teban.

"Yo heredé el espíritu aventurero de mi viejo", asegura Teban, sin dejar de lado su faceta rockstar, y comparte su historia familiar (Gentileza Teban Kim)
"Yo heredé el espíritu aventurero de mi viejo", asegura Teban, sin dejar de lado su faceta rockstar, y comparte su historia familiar (Gentileza Teban Kim)

Analizándolo en perspectiva, cree que su papá fue al lugar más indicado por su fanatismo por la pesca y la naturaleza. “Cuando yo tenía 11 años él se iba a pescar y traía unas truchas gigantes de 12 kilos y lo primero que hacía era filetear como un sushiman experto, cuando ese término todavía no era conocido”, comenta. “Lo limpiaba, le sacaba las escamas, lo fileteaba y nos daba a sus hijos sashimi con salsa de soja, y encima tenía wasabi”, recuerda con el mismo asombro que sentía cuando era niño.

“Se ve que él iba a los puertos donde había barcos japoneses a pedirles, y yo no entendía como en mi casa siempre había, entonces parece que iba a garronear wasabi, porque extrañaba la comida de allá”, expresa. Y revela que en pleno descubrimiento de sus raíces supo que su padre en realidad era japonés, a pesar de que tenía un apellido coreano: “Por la guerra él ocultaba su pasado japonés, y se casó con mi mamá, una mujer coreana 100%; así que ellos fueron una mezcla de culturas de cierta forma antagónicas. Y curiosamente yo formé una familia similar en ese sentido, porque mi esposa tiene raíces polacas”.

En un análisis más profundo, reconoce que durante su infancia tuvo una lucha interna. La pregunta que más lo descolocaba era: “¿De dónde sos?”. Y se cuestionaba: “Nací en Seúl, pero vivo en Argentina, y soy fueguino, ¿entonces qué soy?”.

El papá de Teban fue un gran aficionado de la pesca, y después de traer truchas de hasta 12 kilos, fileteaba el pescado para darle sashimi a sus tres hijos, cuando todavía no estaba en boga el sushi
El papá de Teban fue un gran aficionado de la pesca, y después de traer truchas de hasta 12 kilos, fileteaba el pescado para darle sashimi a sus tres hijos, cuando todavía no estaba en boga el sushi

“Me daba mucha vergüenza estar con mi papá y que me hablara en coreano delante de mis compañeros de escuela, y le respondía en español”, ejemplifica. Lo mismo le pasaba cuando iban al puerto: “Tenía miedo de que algún vecino del barrio nos viera comer pescado crudo, porque qué iban a decir si veían a los Kim comiendo pescado crudo”.

Quince años después se puso de moda el sushi, algo increíble que vino para quedarse”, contrasta. Además cuenta que uno de los motivos por los que su padre hacía horas extra sin parar era para juntar dinero para su educación: “Como no hablaba español, mi papá tenía la fantasía de que tenía que ahorrar mucho para nuestros estudios, y no sabía que en la Argentina se podía estudiar gratis”. Tenía como referencia la odisea que representa para un padre coreano que su hijo pueda ingresar a una universidad, y mucho tiempo después supo de la educación pública.

Teban asegura que no fue víctima de bullying en la escuela, pero que sí había mucho desconocimiento: “Decías que eras coreano y no sabían de dónde eras, te repreguntaban si eras chino o japonés, no había otra opción”. En Ushuaia pudo forjar su grupo de amigos, el mismo que mantiene hasta la actualidad.

Antes de culminar la charla, recalca que encontró en la gastronomía una oportunidad para reunificar culturas. “Compartir una mesa invita a la unidad, y es maravilloso porque no hay fronteras en comer rico”. Celebra que ese idioma único donde todas las fusiones son válidas, fomenta la integración, y destaca que la cocina coreana representa ese concepto en todo su esplendor, porque cuando varias personas van a un restaurante, piden un plato abundante para degustar entre todos.

Teban en familia, con su esposa y sus dos hijos: "Vamos de vacaciones a Tierra del Fuego casi todos los años, porque quiero inculcarles también dónde creció su papá"
Teban en familia, con su esposa y sus dos hijos: "Vamos de vacaciones a Tierra del Fuego casi todos los años, porque quiero inculcarles también dónde creció su papá"

En la casa de Teban –que se mudó a los 17 años a Buenos Aires para estudiar diseño gráfico y se instaló en la capital porteña desde entonces- también son amantes de la comida israelí, armenia y judía. Conviven distintas opciones gastronómicas y celebra que así sea. “Hasta hoy en día cuando veo a mis hijos con pelitos rubios y ojitos achinados me parece increíble; creo que afortunadamente estamos en camino a un mundo de más apertura, y que las nuevas generaciones van a desmitificar la segmentación y van ir por algo más global”, proyecta.

Aquella clásica pregunta que lo atormentaba, ahora tiene una respuesta concreta: “Me siento fueguino, porque pasé toda mi infancia ahí, y también tengo mis raíces asiáticas”. Y concluye: “Tenemos que saber de dónde venimos para poder definir hacia dónde vamos, y ya hice las paces con mi historia familiar. Lo que antes me daba cierta vergüenza, ahora me da orgullo”.

Ari Cho Yong: el arte como mensaje

Ari Cho Yong en el Centro Cultural Recoleta cuando hizo una muestra de barriletes coreanos intervenidos con diarios argentinos en el marco del Bicentenario de nuestra Independencia (Gentileza Ari Cho)
Ari Cho Yong en el Centro Cultural Recoleta cuando hizo una muestra de barriletes coreanos intervenidos con diarios argentinos en el marco del Bicentenario de nuestra Independencia (Gentileza Ari Cho)

En su documento figura el nombre Cho Yong Hwa, pero desde hace muchos años firma sus obras como Ari Cho Yong. “Si soy un coreano argentino me parecía que tenía que tener un nombre que combinara eso también, como un agradecimiento a mi formación, y fue una maestra particular de Paraguay la que me preguntó si podía llamarme Ariel, y desde ahí me quedó el apodo de Ari”, explica.

Su padre era oriundo de Corea del Norte, y fue veterano de la trágica guerra que comenzó en 1950. Después llegó al Sur como refugiado, y ahí conoció a su futura esposa, con quien fue padre de cinco hijos. Entre ellos, Ari Cho, que cuando llegó a la Argentina ya era un adolescente, y le resultó todo un desafío continuar con su educación secundaria en otro idioma.

“En la década del ‘70 el Gobierno de Corea promocionó que la gente vaya a otros países, cuando estaban saliendo de una súper pobreza, y aunque actualmente hay mucha población, en ese momento para su superficie ya era un país superpoblado”, recuerda. Toda su familia vivía en Seúl, y había algunos institutos privados donde se enseñaban idiomas, pero el español era algo “exótico”, tal como él define, a diferencia del inglés, el chino y el japonés.

Llegué contando hasta 14 nada más, me costaba decir 15″, rememora, y cuenta que primero estuvieron durante casi un año en Paraguay, pero su padre no se adaptaba al caluroso clima y decidieron mudarse a Buenos Aires. “En toda la escuela había solo dos orientales, así que éramos extraños seres que llamábamos la atención”, confiesa. Sin embargo, tuvo compañeros que lo ayudaron a afrontar los exámenes y cada verano preparaba las materias que más le costaban.

En la inaguración de "Barrileteada por una Corea", un proyecto de Ari Cho, en el hall central de la Facultad de Derecho
En la inaguración de "Barrileteada por una Corea", un proyecto de Ari Cho, en el hall central de la Facultad de Derecho

Mis profesores veían que me esforzaba mucho por aprender, y era bueno en educación física, en matemática, música, plástica, pero lengua y literatura eran muy difíciles para mí, porque me faltaba toda la base de leer y escribir”, detalla. La única solución fue estudiar de memoria para las materias sociales, al mismo tiempo que ayudaba a sus padres en el almacén que abrieron en pleno centro de Almagro.

“Antes de venir, mi papá era comerciante en Corea, y cuando llegamos consultamos con amigos que ya estaban acá, porque como éramos muy pocos había mucha solidaridad en la colectividad”, explica. Les recomendaron ir al bajo Flores para incursionar en la industria de la costura, pero después de visitar varios lugares optaron por el rubro de la despensa.

“En ese momento se hacía mucha ropa para la comunidad judía de Once, pero mi papá pensó que si nos dedicábamos a eso no íbamos a tener contacto con la cultura argentina”, remarca. Con la convicción de que tener trato diario con los argentinos que compraran en el almacén los iba a ayudar a socializar, toda la familia ayudó en el proyecto que perduró por varios años.

Ari Cho hizo el bachillerato con orientación en Ciencias y Biología, porque su padre soñaba que fuera médico. “Él decía: ‘Un doctor tiene que haber en la familia’, pero yo tenía mi inquietud por el arte”, revela. A la hora de elegir qué estudiar, primero intentó cumplirle ese deseo, y se anotó en la Facultad de Medicina para la carrera de Odontología.

“Me costaba mucho la química, y en ese tiempo que estaba intentando ingresar a medicina, un profesor de plástica me dijo que me anotara en la Escuela Nacional de Bellas Artes, porque sabía de mi interés”, cuenta. Y atesora las palabras que le dijo: “Con tu nivel seguro vas a entrar”. Estaba en lo cierto, y fue un camino de ida.

En la previa a la muestra que llamó "¡Argentina vuela!" hizo una sesión de fotos, y lució la bandera celeste y blanca con el tradicional Sol de Mayo (Facebook Ari Cho Yong)
En la previa a la muestra que llamó "¡Argentina vuela!" hizo una sesión de fotos, y lució la bandera celeste y blanca con el tradicional Sol de Mayo (Facebook Ari Cho Yong)

“Encontré mi vocación, pero se lo oculté durante seis meses a mis padres, hasta que se dieron cuenta y les tuve que decir”, confiesa. No tuvo su apoyo en un primer momento, pero luchó para convencerlos y pudo graduarse de la profesión de sus sueños. Luego fue profesor en el IUNA en extensión durante ocho años, y en simultáneo siguió trabajando con sus padres, que finalmente se sumaron a la industria textil, y considera que esa experiencia fue muy valiosa para aplicar todo lo que había aprendido del mundo del arte.

Desde hace dos décadas se especializa en pintura, y tiene su taller en Palermo, pero es un artista integral que incursionó en escultura, y también fusionó sus raíces coreanas con su amor por la Argentina en muchas de sus muestras. “Empecé haciendo paisajes de San Telmo, de la Reserva ecológica de Costanera Sur; pinté también calesitas de Buenos Aires, y después trabajé mucho con el simbolismo del barrilete tradicional coreano”.

Y agrega: “Los campesinos coreanos montaban barriletes en la primera Luna llena de cada año, y cuando estaban bien alto cortaban el hilo y pedían un deseo: que los males se vayan y pedían buen augurio y prosperidad para el año venidero”. La característica forma rectangular, el agujero circular en el centro y la ausencia de la cola, es diferente a otros cometas y se convirtió en una tradición. Ari quiso rescatar la idea del deseo de la buenaventura, y poco después del bicentenario de nuestra independencia, presentó una muestra de barriletes intervenidos que lo enorgullece: “Hice 200 barriletes con diarios argentinos de diferentes ideologías y pinté sobre ellos el Sol de Mayo, y se llamaba: ‘¡Argentina vuela!’”.

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En noviembre de 2018 llevó a cabo el proyecto “Una barrileteada por una Corea”, ideado por él, que tuvo como objetivo difundir y concientizar sobre la reunificación pacífica de Corea, una Nación dividida hace siete décadas. Participaron casi 200 artistas que convocó para que sumaran su barrilete, y la exposición ya ha sido expuesta trece veces en diferentes partes del país, incluyendo Ushuaia. Representa su identidad bicultural cada vez que lo invitan a exponer sus obras en el exterior, y su prestigio lo posiciona como un renombrado artista de la cultura coreana argentina.

“Todavía no hablo perfecto el español, pero fue a través de mis hijos que aprendí más, porque cuando ellos iban a la escuela me decían: ‘Papá, no se dice la mapa, se dice ‘el mapa’’, y así me fueron enseñando”, cuenta con humor. Cuando resume su historia familiar, y la odisea de haber cambiado de estilo de vida por completo, elige dos conceptos: esfuerzo y constancia. No fue un camino sencillo, pero hoy solo siente gratitud hacia sus compañeros del Bellas Artes, y la comunidad artística que lo recibió con los brazos abiertos.

Anita B. Queen: la vocación de ser DJ

Haciendo lo que ama, Anita B. Queen, hija de dos coreanos de Seúl que se conocieron en la Argentina (Instagram @anitabqueen)
Haciendo lo que ama, Anita B. Queen, hija de dos coreanos de Seúl que se conocieron en la Argentina (Instagram @anitabqueen)

Ana Belén Kim tiene 26 años, y es conocida en sus redes sociales por su nombre artístico, Anita B. Queen. Es hija de dos coreanos que se conocieron en Buenos Aires, y nació en la Argentina. “La familia de mi mamá y la de mi papá eran de Seúl, y los dos vinieron de muy chiquitos, son la llamada generación 1.5, porque emigraron con mis abuelos cuando eran pequeños”, detalla.

Ellos se separaron, yo soy su única hija en común; después cada uno tuvo hijos cuando rehicieron su vida”, explica, y comenta que la “familia ensamblada” no era un concepto de amplia aceptación por ese entonces. “Era re loco que eso pase, porque había un mandato muy fuerte de familia, y cuando eso se rompió no estaba bien visto, pero por suerte les importó más lo que sentían”, celebra.

Lo considero un acto valiente, porque por un lado se enfrentaron al qué dirán, y por el otro le dijeron que sí a sus deseos y sueños, que es lo que al final te hace feliz”, agrega. Reconoce, además, que tuvo algunas diferencias con sus papás a la hora de elegir qué quería ser en su vida. “Desde siempre la música me atravesó, creo que pasa por mi cuerpo y me mueve completamente”, indica.

Durante su niñez iba todos los fines de semana al coro de una Iglesia, y se volvió parte de su rutina estar en contacto con la creación de sonidos. Esa experiencia la hizo darse cuenta de que sentía una conexión especial. “En mi mente era como honrar a Dios con el don que me había dado, pero ahora lo veo diferente, y creo que era lo mejor que podía hacer, lo más auténtico posible”, reflexiona.

Mientras buscaba trabajo supo de una productora de eventos que necesitaba personal, y así inició su camino. “Mis papás tenían miedo de que me dedique al arte, de que ganara dos pesos, lo veían muy dudoso y se preocupaban mucho”, reconoce. Y aunque lo considera una reacción natural, por los temores sobre su futuro, aclara que eligió mantenerse firme y seguir su intuición.

“Hice un trabajo personal muy grande para dejar de buscar aprobación, porque obvio que uno quiere caerles bien a sus papás, y de cierta forma tuve que demostrarles que estaba todo bien”, expresa. Y agrega: “Cuando se dieron cuenta de que me gustaba mucho lo que hago, y que empezaba a generar mis propios ingresos, soltaron sus miedos”.

"Me considero una persona bastante deconstruida, y hago lo que me gusta no por presión, sino por pasión", asegura Anita B. Queen, de 26 años
"Me considero una persona bastante deconstruida, y hago lo que me gusta no por presión, sino por pasión", asegura Anita B. Queen, de 26 años

Por estos días siente que la relación con sus padres está enriquecida por todas las enseñanzas que se transmitieron mutuamente. Esa transformación fue paralela a su incursión como DJ. “Fui bastante autodidacta; en mi cabeza decía: ‘Quiero que algo suene así, y voy a buscar el medio para que suene lo más parecido posible a lo que quiero’, pero el desafío era cómo lograrlo, encontrar el método”, describe.

“Tuve la suerte de que a mí criterio conocí a quienes en ese momento eran los mejores para aprender, trabajando al lado de ellos, y estando en el detrás de escena me fui animando”, cuenta entusiasmada. Probó mezclar distintos sonidos, al principio de electrónica y después los fusionó con estilos urbanos. “Un día me llamaron para una fiesta y ahí arranqué”, recuerda, y la invade la alegría por formar parte de ciertos cambios que se están dando en la industria: “Sigue siendo un mundo muy masculino el de los DJs, pero de a poco se va habiendo la brecha y vamos bien”.

“Después me sumé a Instagram, porque mis amigos me decían que no me podían recomendar sino tenía nada para mostrar en las redes, y entendí que tenía que poner fichas ahí”, comenta. Exponer contenido y crear una estética personal fue otro proceso: “Hoy me siento muy cómoda conmigo misma, antes no me sentía muy bien con la forma en que me expresaba; y es como dicen, que uno primero tiene que hacer el cambio adentro para expresarlo hacia afuera”.

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Me considero una persona bastante deconstruida, y creo que nadie vivió esta vida y revivió para dar cátedra de cómo vivirla. La vida es la de cada uno, para eso existe la libertad y la individualidad”, sentencia. Al consultarle si hay influencias asiáticas en las mezclas que crea, asume: “Soy bastante porteña, lo más coreano que tengo es mi cara, mi cuerpo, y mi paladar, porque no puedo vivir sin comer comida coreana durante mucho tiempo”. En este sentido, agradece los platos típicos que prepara su mamá, y que la tradición de compartir un momento en la mesa no se haya perdido.

“En el plano musical ya le haré honor a mis raíces cuando llegue el momento, en el futuro, porque por ahora siento que todavía necesito abrazar mi divergencia dentro de la comunidad”, dice en tono reflexivo. Por ahora se concentra en disfrutar de las oportunidades que fueron surgiendo, ya que incluso llevó su música a Europa, algo que solo imaginaba en sus sueños.

En sus publicaciones también expresa su apoyo a la comunidad LGTB+, musicalizará el camión de lesbodramas y velcro en la Marcha del Orgullo el 5 de noviembre. También dirá presente en el Primavera Sound en Under club, y en diciembre estará en los shows de Ca7riel y Paco amoroso en el estadio Obras. “A medida que van pasando las generaciones creo que se van ablandado algunos conceptos, sobre todo lo estricto de la sociedad de llegar a un objetivo, que te lo marcan desde afuera. Hay mucho miedo a lo desconocido, pero no hay un horario ni un tiempo para sentirse realizado, cada proceso es personal”, concluye Anita.

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