Varios años más tarde de su partida del Ministerio de Economía, Adalbert Krieger Vasena confesará que el plan que aplicó durante la gestión del presidente de facto Juan Carlos Onganía se parecía con el que aplicó el general Charles De Gaulle –”que no sabía nada de economía”—en Francia a partir de 1958 luego de convocarlos a Jacques Rueff y a Antoine Pinay. “Yo veía una situación parecida: un estado muy grande e ineficiente, una lucha sectorial por la distribución del ingreso, igual que en Francia, una falta de inversión en sectores importantes y fuga de capitales.” La consigna francesa fue: “tenemos que terminar con esto, para empezar de nuevo”. Hoy suena a sacrilegio porque Krieger diría: “Entonces pensé que ya teníamos un general De Gaulle, el general Onganía, que tenía un gran prestigio en las fuerzas armadas y que el golpe de 1966 había sido aceptado sin violencia, porque todo el mundo aceptó la caída de Arturo Illia, no hubo lucha, no hubo pelea en la calle, no hubo estado de sitio.” Con la mirada de hoy se comprobó que Onganía no era De Gaulle y que los acontecimientos de Córdoba hicieron saltar por los aires a su plan económico.
Krieger Vasena observará que “el año 1969 se presentaba brillante para la Argentina. Estaba lejos, atrás la inflación… lejos, atrás el tema de las huelgas en el país, había plena ocupación, los salarios habían crecido.” Para el ex ministro al “cordobazo” se lo agrandó por razones políticas, exageradamente.” Según Krieger “fue un disturbio en la calle, comparado con lo que la Argentina tuvo que padecer en los años setenta. Se sobre dimensionó […] creo que el tema fue mal manejado por el gobierno del general Onganía.” “Cuando la crisis yo no tenía ningún plan político, pero sí sabía que el presidente tenía que reorganizar su gabinete. Y como yo era la gran figura del gobierno, con éxito, fui a ver al general Onganía y le dije: ‘Presidente, presento mi renuncia’ y me respondió: ‘Usted no tiene nada que ver con esto, usted ha tenido éxito, el cordobazo no tiene nada que ver con la cuestión económica, es un tema netamente político, de carácter subversivo’. Krieger le respondió que tenía que reestructurar su gabinete “y yo le voy a facilitar las cosas presentándole mi renuncia”. Ante esas palabras Onganía le pidió que no la presentara y afirmó: “La huelga de las fábricas de automóviles no está justificada porque tienen los salarios más altos del país y hay plena ocupación.” Sin embargo, varios días se emitió un comunicado aceptando la renuncia de todos los ministros.
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En ese instante, según Krieger, el presidente de facto cometió “un grave error, porque el país quedó desarmado. Para reemplazarlo, Krieger aconsejó a Dagnino Pastore, director del CONADE. “Un buen economista, un hombre serio.” El error político de Onganía, según Krieger, fue reemplazar a Borda por el general Francisco Imaz en el Ministerio del Interior. Era un hombre “sin ninguna idea, él tenía que haber nombrado un político o un militar con condiciones políticas como Osiris Villegas, para que le armara gradualmente una salida política. Yo había hecho una apertura económica, desde el punto de vista económico la Argentina ya había emitido bonos en el mercado mundial, no créditos bancarios. Habíamos podido colocar bonos en Alemania, Suiza y estábamos muy cerca de poder hacerlo en los Estados Unidos, como en las viejas épocas de los años veinte. Faltaba la apertura política porque nadie podía pensar conscientemente que podíamos quedarnos con un gobierno militar ‘for ever’…y al año siguiente sale la estrafalaria figura del general Roberto Marcelo Levingston” y más tarde (Alejandro Agustín) “Lanusse, que hizo un mal cálculo sobre el futuro de Perón.”
Lanusse asumió el gobierno de la Revolución Argentina en su tercera versión. Solo le quedaba organizar una salida política, una retirada ordenada y, si era factible, presentar su candidatura presidencial para las elecciones de 1973. Contrariamente, el desplazado Levingston aspiraba a gestionar seis años más. Cinco meses después de asumir Lanusse el teniente general Julio Alsogaray declara: “La Revolución Argentina tal cual fue planeada no se realizó y podría decir que no se va a realizar. Habrá que buscar una solución. No quiero usar la palabra salida, porque salida es como escaparse. La Revolución Argentina ya no existe.” Como agudamente observó el intelectual español Pablo Mariano Ponza “el gran acierto político de Lanusse fue observar con claridad que la mejor manera (sino la única) de descomprimir la situación social, desactivar la guerrilla y la amenaza de divisiones irrecuperables en el seno de la corporación militar, era propiciando una salida democrática.”
En grabaciones que se conocerán décadas más tarde, el 8 de abril de 1971, el presidente Richard Nixon conversa con Alexander Haig, del Consejo Nacional de Seguridad, y se escucha a Nixon insultar a Juan Domingo Perón, mientras se refiere a la situación política de los países de América latina: “¡Qué diablos es América latina!; Colombia, ¿tienen que cambiar de partido cada cuatro años?; México es un sistema de un solo partido; Venezuela..., y el resto es caos, con la excepción de Brasil, que tiene relativa estabilidad...; la Argentina, eso es una tragedia, tragedia porque, maldito sea, tendría que ser el segundo mejor después de Brasil y de repente, ese hijo de puta de Perón dejó... dejó... residuos”. Dos años más tarde el presidente de los EE.UU. diría otra cosa cuando buscó un encuentro con el mandatario argentino. También las grabaciones de Henry Kissinger aportan información, como informó La Nación más tarde, sobre otra mirada de Washington en esos días. La voz de Kissinger se escucha en una reunión del 17 de junio de 1971, cuando interrumpe a Donald Kendall, un empresario de Pepsi que era muy amigo de Nixon. Kendall se estaba refiriendo a Grecia y Kissinger acotó que el desempeño de la economía brasileña también era muy elogiable. El empresario siguió adelante con una comparación entre Grecia y la Argentina. “Pero en Grecia, la economía está en un boom. Están encaminados, y si se pueden olvidar de las elecciones por un tiempo, el país estará de nuevo en la ruta económica. Y eso no pasará en la Argentina, que es un ejemplo típico... redujeron la inflación del 30 al 7 por ciento, pero el gobierno se debilitó, dijeron que no podían mantener la política, y en doce meses volvieron al 30 por ciento.”
El domingo 1° de agosto de 1971 el matutino La Opinión anunció que el país carecía de reservas. No se entiende, lo publicó en su página 13 y no en la tapa. Solo es explicable porque en ese momento el matutino era “amigo” del gobierno militar. Así explicó el drama en un artículo sin firma: Era el resultado al que había llegado el gabinete presidencial el jueves anterior y era consecuencia del gobierno “porque para evitar conflictos con cualquiera de los sectores sociales que componen el país, trató de satisfacer una parte sustancial de los reclamos sociales o económicos. Aumentó los salarios obreros, dio crédito y protección a los empresarios, suspendió la veda a los ruralistas, aumento la tarifa del autotransporte, etc.” Con esta actitud “el gobierno actuó convencido de que podía volcarse por entero a elaborar el Gran Acuerdo Nacional sin perder tiempo en otra cosa que no sea poner limites a la guerrilla urbana”. Para los parámetros de la época nada era alentador: El costo de vida al terminar los siete primeros meses de 1971 ha crecido en 24%; el Banco Central se ha quedado sin reservas; la economía creció entre 3,2% y 3,6% durante el primer semestre; el salario real promedio de los trabajadores puede caer, comparando 1971 con 1970, en casi un 15% y la participación en el PBI de alrededor del 40 al 36%.”
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Con los datos de organismos nacionales, el diario se “permite afirmar que la inflación, que a fines de año alcanzará una tasa del 45%, convivirá con un bajísimo nivel de actividad económica y previsibles conflictos sociales, que comenzarán a manifestarse en agosto o septiembre, si el gobierno no cambia el rumbo de su gestión.” La respuesta oficial a los malos augurios la dio el propio Lanusse: “Nadie tiene la verdad económica” y su atención principal se volcó a los resultados de los acuerdos políticos que permitieran un final auspicioso al régimen castrense. Con el paso de los días salieron a la superficie opiniones poco alentadoras. Ricardo Grüsneisen, presidente del Banco Central, declaró que se oponía a la actualización salarial de los salarios como una manera de evitar la pérdida del poder adquisitivo de los ingresos, una de las premisas de Lanusse. Afirmó que no compartía el impuesto al dólar para turismo, aunque se quejó de la elevada cifra de gastos turísticos que arroja el balance de pagos del país (un 12% de las exportaciones totales) y estimó que el precio del dólar debería llegar a 520 pesos si los salarios aumentan un 20%. En horas se declaró un feriado cambiario porque la gente salió a comprar la moneda extranjera, mientras los medios informaban que en julio la desocupación había alcanzado el 6,3%, el nivel más alto desde 1967. Como consecuencia de sus opiniones, Lanusse le pidió la renuncia a Grüneisen, siendo reemplazado por Carlos Brignone, mientras la CGT reclamaba un 29% de aumento salarial y congelamiento de precios hasta fin de año.
Días más tarde de la devolución, en Madrid, de los restos de María Eva Duarte a su esposo, el lunes 13 de septiembre el gobierno suspendió totalmente las importaciones sin informar por cuánto tiempo se extendería la medida porque “la situación de la balanza de pagos es extremadamente crítica” abriendo un tiempo de “tregua”, sin medidas complementarias, hasta elaborar una nueva política económica. La Argentina y su dirigencia estaba más ocupada en resolver su gran problema político, tanto es así que el ingeniero Álvaro Alsogaray ponderó la conducción de Lanusse y llamó a superar “el estado emocional que engendra la influencia casi mítica de Perón.” A pesar de lo que sostenía la prensa, en octubre Lanusse tuvo que enfrentar una sublevación militar de la que salió victorioso por el apoyo de la dirigencia política y su compromiso de llamar a elecciones generales en marzo de 1973. Mientras, el gobierno marchaba hacia su partida poniendo parches y a los tumbos.
El 2 de febrero de 1972, el ministro de Justicia Ismael Bruno Quijano viajó a Washington por disposición de Lanusse con la misión de destrabar varias gestiones ante los organismos internacionales que no habían podido concretarse a pesar de los esfuerzos del presidente del Banco Central, Carlos Santiago Brignone. No llevaba un plan económico del gobierno y sí varias promesas. Tenía que agilizar los trámites ante el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial, más la banca privada, y además lograr el otorgamiento de un crédito por parte del Fondo por la suma de mil millones de dólares. El lunes 7 de febrero, a las 17.30, gracias a la gestión de Alejandro Orfila (más tarde embajador de Perón), Quijano se entrevistó con Henry Kissinger, y le solicitó su apoyo ante los bancos privados y Kissinger contestó que de inmediato se pondría en contacto con el secretario del Tesoro, John Connally. El martes 8 por la mañana, Quijano habló por teléfono con el First National City Bank para concertar con su directorio una reunión en Nueva York. Entonces se le informó que, el lunes por la noche, John Connally ya había hablado por teléfono con David Rockefeller, presidente del Chase Manhattan Bank, para solicitar su apoyo a la gestión argentina. Es decir, Kissinger ya se había manifestado y los niveles de decisión del gobierno norteamericano habían entrado a funcionar en forma rápida y eficaz. El miércoles 9 se entrevistó con Connally y la conversación tuvo un tono marcadamente cordial. En primer lugar, Bruno Quijano le agradeció su apoyo haciéndole conocer que sabía de su gestión ante Rockefeller y luego le aseguró a él también la decisión argentina de hacer efectivo el proceso de institucionalización democrática. Después de escucharlo con atención, Connally le expresó su preocupación por la posible peronización de este proceso y por la gravitación de Juan Domingo Perón en el mismo. De inmediato, Connally contó que el día anterior había estado conversando con Nixon sobre la Argentina, recordando la estupenda situación económica hasta la Segunda Guerra Mundial y la dificultad de entender qué había ocurrido luego para que la Argentina se paralizara en su progreso y dejara de crecer con el ritmo que todos esperaban de ella. Sin embargo, años más tarde se conocieron otros diálogos grabados en el Salón Oval de la Casa Blanca. En una de las mismos, Connally planteó al presidente que se debería mejorar sus relaciones con los países de América Latina, “en particular con los de origen europeo”, y en “especial” con la Argentina: “Le tenemos que decir a esta gente en forma directa, le tenemos que decir a la Argentina: miren, no los vamos a tratar como tratamos a Honduras”.
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