El 19 de octubre se celebra el Día Internacional de la Lucha contra el Cáncer de Mama, y en una jornada que remarca la importancia de la prevención, la periodista Clara Salguero brinda su testimonio como sobreviviente, en el sentido integral de la palabra, por su actitud frente a todas las adversidades que enfrentó. En diálogo con Infobae, la conductora de Lo justo y necesario (A24), habla a corazón abierto sobre el día en que recibió el diagnóstico de carcinoma maligno a fines de 2015, y la preocupación que la invadió por su situación familiar. Sus dos hijos aún eran menores de edad: el más chico tenía 10, y el mayor 17. A eso sumaba que todavía se estaban reponiendo de una pérdida muy dolorosa: en 2007 quedó viuda, tras la muerte de su compañero de vida.
Del otro lado del teléfono Salguero aclara que esta será la primera vez que contará en detalle lo que vivió, y explica que antes no había encontrado la forma de ponerlo en palabras, porque no deja de ser un recuerdo imborrable que transitó junto a sus seres queridos, invadida por temores y pensamientos que no había contemplado hasta ese instante. “Afrontarlo, pensarlo, reconocerlo, es algo que duele, porque ninguna persona está preparada para enfermar, o para un diagnóstico que se siente como fatal, que hoy por hoy, el cáncer de mama no es fatal en la mayoría de los casos, gracias a que se ha avanzado mucho en la medicina y con una detección a tiempo es totalmente curable”, expresa.
Así comienza la íntima charla con quien se define como periodista social, una vocación que la atraviesa como ser humano desde siempre. Tiene una impecable trayectoria como especialista previsional, caracterizada por brindar servicio con información. Pero más allá de su profesión, Clara es una mujer predispuesta a ayudar en todas las áreas de su vida. “Siempre fue muy metódica en cuanto a los controles ginecológicos, y desde muy joven una vez al año realizaba los controles médicos, porque soy de las que valora la importancia de la prevención”, detalla antes de dar a conocer las batallas personales que enfrentó desde el fallecimiento de Daniel, su marido durante 17 años.
“Me quedé sola con dos nenes muy chiquitos. Tenía 7 años mi hijo mayor y el menor era un bebé, así que me volví aún más respetuosa y atenta de mi salud, y me cuidaba más que nunca porque en mi familia no había plan B, aún enfermándome de una gripe no había quién me suplante”, confiesa. Y remarca: “Me cuidaba en todo, y eso es lo que de alguna manera me salvó”. En septiembre de 2014 se hizo estudios ginecológicos de rutina, tal como venía haciendo, y acudió sin ningún tipo de preocupación previa porque tampoco tenía antecedentes médicos que la alarmaran.
“En una ecografía mamaria ven una imagen de algo que se presenta como un quiste, y fui a mostrárselo a mi ginecólogo, que me dijo: ‘Mirá, acá hay una imagen que no está muy clara, el estudio sugiere realizar una biopsia, y te la tenés que hacer, porque a esto que estamos viendo hay que darle un nombre, y sino va a quedar en una cuestión indeterminada’”, recuerda. Siguió ese consejo a rajatabla, y el 25 de octubre tuvo la consulta que quedó sellada en su memoria, donde las palabras que salieron de la boca del profesional fueron: “Esto es un cáncer de mama”. Salguero destaca que conocía al médico, porque había sido el mismo que la asistió durante sus dos embarazos, así que estaba al tanto de su situación familiar, y rápidamente la derivó a una mastóloga.
“Me dijo que me tenía que operar, y mi primera reacción fue: ‘Quiero operarme ya, quiero sacarme este tema de encima urgente, no quiero tenerlo en la cabeza’; me acuerdo que la cirujana me preguntaba en qué centro podía realizarme la cirugía y yo le decía: ‘Donde haya quirófano, donde haya cama y me operes vos, mañana mismo si querés’”, cuenta, y revive aquella premura que la invadió, combinada con un miedo completamente desconocido. “Ella me pidió que me organizara para tener vacaciones después de pasar por el quirófano, porque iban a tener el resultado completo de lo que me extirparan, y ahí iban a saber si tenía que hacerme rayos, quimioterapia o cómo seguir”, detalla.
Luego de aquella cita con la médica, fue a un bar para tratar de reaccionar y comprender lo que estaba pasando. A pesar del shock, una sola idea rondaba en su mente: “No pensé en mí ni en lo que me pudiera pasar, sino que mi temor era cómo se lo decía a mi familia, la misma que recién se había recuperado del fallecimiento de mi marido, y me preguntaba: ¿Cómo les caigo ahora con esto a mi mamá, a mi hermana y a mis hijos?”. Sentía que el reloj marcaba los segundos en su contra, y tomó decisiones rápido, las que en ese entonces consideró las más indicadas. “En un contexto así hay que hacer lo que te indican los doctores, ya queda solo encomendarse a sus manos y a Dios”, expresa.
“No dije nada por un par de días, y el 3 de diciembre de 2015 fue el día de la operación. A mi mamá no le dije nada, y hablé con mi hermana primero. También con mi hijo mayor, que le dije que cuando yo me despertara de la anestesia lo iba a llamar para que trajera al más chiquitito y viera que mamá estaba bien”, detalla. Y le hizo un especial pedido a la médica: que le comunicara solamente a ella el diagnóstico más completo después de la cirugía, para no preocupar a su familia. “Cuando me desperté me dijo que el tumor era pequeño, que medía 3 milímetros y era altamente nocivo, pero que por el seguimiento que me venían haciendo todo parecía indicar que no había llegado a hacer micrometástasis”, revela.
Faltaban los resultados de otros estudios más profundos, pero las primeras impresiones arrojaban un pronóstico favorable de recuperación. La Nochebuena del 24 de diciembre la mastóloga la llamó para reafirmarle las novedades: “Clara, el tumor no llegó a hacer metástasis, no vas a tener que hacer quimioterapia, pero sí vas a tener que hacer un tratamiento de rayos largo y tomar medicamentos durante cinco años”. Comenzaba otra etapa, y a medida que pasaban los días tomó conciencia de que aunque su cuadro de salud era alentador, todavía faltaba mucho.
“Me di cuenta que no iba a estar curada hasta que el médico así lo determinara, e hice cuatro meses de rayos, que fue el proceso más difícil porque me encontraba con gente en el lugar muy enferma, que me conocía de la televisión, me contaban cosas, y a veces al otro día volvía y no estaban más, habían fallecido”, narra, y la invaden las lágrimas por todos aquellos con los que entabló una última conversación. En ese tiempo se le debilitaron las uñas y le dejó de crecer el pelo, pero agradece que conservó su larga cabellera, aunque estuviera más débil que nunca.
“No quería molestar a nadie para que me acompañara a rayos. Mi mamá era grande, mi hermana había tenido un bebé hacía poco y no quería cargarla con eso; entonces me compré un libro de viaje porque siempre me gustó conocer lugares, y por situaciones de la vida no pude hacerlo tanto como me hubiera gustado”, confiesa. Siendo partidaria de proyectar a futuro aún en las circunstancias más difíciles, se propuso la meta de que si recuperaba fuerzas y el tratamiento salía bien, iba a viajar con sus hijos.
“Me lo acuerdo y todavía lloro, porque todos me quisieron: sentí compasión de todos lados. Por parte del equipo médico de cada especialidad, porque a mí me lo detecta el ginecólogo, me opera una mastóloga y me traté con un oncólogo, y hubo momentos muy dolorosos, como la marcación previa a la cirugía en la que te inyectan un líquido en el pezón, donde me decían: ‘Si querés puteame, pero pensá que estoy tratando de salvarte la vida’”, recuerda con la voz quebrada por la emoción. La gratitud la invade también hacia los pacientes con los que compartía las horas de terapia de rayos, que cuando fue su última sesión le regalaron una bolsa llena de golosinas light con una dedicatoria que no olvida: “Volvé a la tele, volvé a brillar, volvé con tu pelo hermoso”.
El tratamiento después del diagnóstico
“Los cinco años que siguieron fueron complicados, porque tuve controles semestrales, y a veces retrocedía. Veían manchas o microcalcificaciones, y me tuve que hacer una biopsia dos veces más. Tomé medicación que me provocaba acidez, dolor de estómago, y me engordaba”, relata. En este sentido, valora las lecciones de su hijo mayor, que al verla decaída porque aumentaba de peso, le dijo una frase más que contundente: “Mamá, mejor estar hinchada que muerta”.
“Tuve mucho miedo, porque tenía temor a que se pudiera repetir algo, y cada cosa que veían rara era terrorífico hasta que llegaban los resultados”, se sincera. En 2017 cumplió su promesa y tras ahorrar algo de dinero se fue un mes a Europa con los dos adolescentes, momentos que la recargaron de energías y le brindaron esperanza. La siguiente fecha que guarda en su corazón con mucha alegría es la del 18 de junio de 2021, cuando el oncólogo la citó una vez más. “Me pidió los estudios de siempre, pero me agrego dos más que me preocuparon: un ecodoppler y un electrocardiograma, algo que nunca me habían pedido, y cuando me vio la cara me dijo: ‘No tenés de qué preocuparte, te pedí esos dos estudios para poder cerrar tu expediente”, explica conmovida.
“Y mirá lo que es la vida... que me dieron el alta y tres días después, el 21 de junio aparecen mis hermanos buscándome”, cuenta, haciendo referencia al reencuentro familiar que vivió después de 50 años separados, viviendo en continentes distintos, algo que también contó en la pantalla de A24. Su padre tuvo dos hijos más con otra mujer, algo que siempre supo, pero jamás había dado con el paradero de sus parientes, y la inesperada unión se dio en el momento más indicado. “El encuentro con ellos se pospuso hasta este año porque en la pandemia no se podía viajar, y en el medio falleció uno de ellos, pero cuando pudimos estar mi hermana, mi hermano y yo juntos, fue uno de los momentos más felices de mi vida”, celebra.
“La vida compensa, porque fuimos los cuatro hijos de un papá que abandonó, y uno espera que los padres nos digan cosas lindas, que reafirmen positivamente, y no siempre es así”, reflexiona. En este sentido, comparte otra anécdota que la moviliza: “Mi hermano ahora me sigue por las redes sociales y se enteró de las nominaciones que tengo en el Martín Fierro de cable -está ternada en las categorías de mejor programa de servicios y labor periodística femenina en A24- y me llamó para decirme: ‘Yo estoy orgulloso de vos, todo lo que te ganaste en la vida lo conseguiste con mucho esfuerzo porque tuvimos una vida muy dura, vos sos genial’; y yo, que tengo 59 años, capaz esperé toda la vida que eso me lo dijera mi papá, y aunque nunca pasó, me lo dijo mi hermano, que me re emocionó con esas palabras”.
Sus hijos actualmente tienen 17 y 24 años, y fueron su motor en todo momento para mantenerse en pie. Son su devoción, su tesoro más grande, y a su vez, ellos tienen muy presente las lecciones que aprendieron como familia. “Le buscamos la vuelta a la vida y le pusimos mucha garra tratado de ser felices, porque siempre decimos que no hay que ponerse en el lugar de víctima; uno tiene que pensar que ninguna vida ni historia es perfecta, que nadie tiene toda la felicidad o toda la desdicha”, resume Clara, y agrega: “La vida son luces y sombras, y hay que enfrentarlas de la mejor manera, porque si te quedás en la victimización, cuando te llegan los momentos felices no los disfrutás”.
Sobre el final destaca la importancia de los controles médicos, del autochequeo en las mamas, de no dejarse gobernar por el miedo, de comprender que el tiempo es el elemento más valioso en todas las áreas de la vida, y más aún cuando se trata de salud. “Yo tengo una cicatriz que cada vez que me baño la veo, cuando me visto, y son marcas de todo lo que pasé, que me recuerdan que como periodista tengo que dar una información muy precisa: el cáncer de mama si se diagnostica a tiempo, se cura”.
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