Juan Domingo Perón transformó los 17 de octubre en verdaderas fiestas cívicas, comparables a actos oficiales como el 25 de mayo o el 9 de julio, y en espacios de diálogo con la multitud que año tras año colmaba la Plaza de Mayo.
El de 1946 fue organizado por la CGT pero con evidente apoyo estatal. Desde una semana antes las radios comenzaron a machacar con discursos de dirigentes sobre la celebración que se venía y en las escuelas primarias los maestros recibieron la directiva de dar clases especiales sobre el significado del 17 de octubre.
Con un marco de edificios aledaños embanderados, Perón expresó que “me preguntan dónde estuve el 17; y frente a esa insistencia he de decir la verdad. Estuve preso en Martín García. Todavía no he tenido tiempo de preocuparme de averiguar quién fue culpable, porque en lugar de detenerme en pensar en el pasado he preferido mirar hacia el porvenir y realizar siempre una obra en provecho de mis queridos descamisados”.
Ese jueves abrió con la celebración de una misa de campaña en Plaza de Mayo, convocada por la Unión de Intelectuales Peronistas. Mientras que Perón, acompañado por Evita dejaban una ofrenda floral en la tumba de José de San Martín en la Catedral, se celebraba otra misa en Santo Domingo.
Al mediodía desde los balcones de la Casa Rosada, el presidente presenció un desfile de un millar de ómnibus, organizado por el sindicato de choferes. Culminó con bailes populares en los barrios de la ciudad organizados por la municipalidad.
En mayo de ese año, Perón había dispuesto la disolución de las fuerzas políticas que lo habían llevado a la presidencia: el partido Laborista, la Unión Cívica Radical Junta Renovadora y el Partido Independiente, y anunció la creación del Partido Unico de la Revolución Nacional. Todos acataron la medida menos una fracción del laborismo, especialmente el trabajador de la carne Cipriano Reyes. “Perón se cree que somos unos pobres negros de los frigoríficos. ¡Somos nosotros los que lo sacamos de Martín García el 17 de octubre!”, se quejaba. Ellos organizaron su propio acto, al que llamaron “Día del pueblo” y lo hicieron en la ciudad de La Plata. “¿Con qué derecho viene la CGT a celebrar el 17 de octubre, si no quería la huelga y le importó diez cominos Perón y Mercante?”, se preguntó un Reyes enardecido. Sería el último año que pudieron hacer.
El de 1947 fue un viernes que se asemejó más a una fiesta patria, ya que se lo asoció al 25 de mayo de 1810. Perón recibió el saludo protocolar de autoridades e invitados especiales, y se anunció el ascenso de categoría de miles de empleados públicos.
Un presidente en camisa -tradición que había popularizado durante la campaña electoral del 46- hizo la presentación en sociedad a su esposa, que hasta entonces era una figura secundaria y hasta ninguneada por la mayoría del gabinete. El relato oficialista decidió incluirla con un protagonismo que no tuvo en las jornadas de octubre de 1945.
Hubo nuevamente misa de campaña con un altar un poco más espectacular que el armado el año anterior.
A medida que pasaban los años el acto se concentraba en la figura presidencial y en la de su esposa y se notaba una mejor organización. Puestos de comida, asistencia médica y pasajes gratuitos en tren para que la gente pudiera llegar sin problemas a la ciudad. En la de 1948 se entregaron, por primera vez, la Medalla de la Lealtad Peronista, destinada a reconocer servicios extraordinarios de argentinos en sus diversos ámbitos: empleados, policías, militares, deportistas.
En el acto de 1949 la misa fue dejada de lado. La vedette fue la Marcha Peronista, cuya letra y música es casi un copy paste del himno del Club Barracas Juniors, pieza salida de la inspiración de su socio número 578 Juan Raimundo Streiff, quien le había puesto música, mientras que el turco Mufarregui se había ocupado de la letra.
En 1948 se la apropió el sindicato de gráficos y Oscar Ivanissevich, ministro de Educación, se encargó de cambiarle algunas palabras y la tituló “Los Muchachos Peronistas”. Acompañado por la orquesta de Domingo Marafiotti, el cantante Hugo del Carril la interpretó en vivo ese 17 de octubre desde los balcones de la Casa Rosada.
La celebración de 1950 fue más doctrinaria, ya que el presidente leyó las “20 verdades peronistas”. En su introducción expresó que “he querido reunirlas así para que cada uno de ustedes las grabe en sus mentes y sus corazones; para que las propaguen como un mensaje de amor y justicia por todas partes; para que vivan felices según ellas y también para que mueran felices en su defensa si fuera necesario...”
Ribetes inolvidables para los peronistas tuvo el acto de 1951. Por imposición del matrimonio presidencial que quería sí o sí la televisación de la concentración, Jaime Yankelevich voló a Estados Unidos a comprar los equipos, y Enrique Telémaco Susini, su amigo y colaborador, fue el director artístico. Por una antena instalada en el edificio del ministerio de Obras Públicas, con estudios en el subsuelo de Ayacucho y Posadas, y con una cámara instalada en el edificio del Banco Nación, se realizó la primera transmisión televisiva del país. Nacía Canal 7. Desde unos días antes, los pocos que disponían de un aparato de televisión lo único que veían era la imagen congelada de la esposa del presidente.
Ese acto fue dedicado a Evita, ya gravemente enferma.
Por su sueño trunco de convertirse en vicepresidenta, la CGT le otorgó una distinción al Merecimiento, que era un laurel de gloria, y en su discurso el secretario general de la central obrera la elevó a la categoría de los mártires y de los santos por su renunciamiento. Luego de que el secretario administrativo de la presidencia leyera los fundamentos, Perón colgó del cuello de su desconsolada esposa la gran medalla peronista en grado extraordinario. Ell,a que apenas podía mantenerse en pie, se abrazaron en medio del clamor popular. Tenía un discurso preparado y el locutor pidió “el más absoluto silencio para evitarle forzar la voz”. Aun así debió leerlo su marido.
Después ella pronunció unas palabras. “Yo les aseguro que nada ni nadie hubiera podido impedirme que viniera, porque tengo con Perón y con todos ustedes, con los trabajadores, con los muchachos de la CGT, una deuda sagrada y a mí no me importa si para saldarla tengo que dejar jirones de mi vida en el camino”.
Se anunció que, en honor a ella, al día siguiente no sería “san Perón”, sino “santa Evita”.
Perón aprovechó el acto para recordar el desbaratamiento del golpe encabezado por el general retirado Benjamín Menéndez del 28 de septiembre anterior. Dos días antes del acto habló por radio y denunció que detrás de los golpistas estaba la mano de los Estados Unidos. El 11 de noviembre eran las elecciones presidenciales y hubo un intento oficial de reeditar el lema “Braden o Perón”.
Al año siguiente, el núcleo del acto giró en torno “a la memoria de la Señora”. El 16 de agosto se estrenó el cortometraje “Eva Perón inmortal”, rodado por Luis César Amadori y producido por la Subsecretaría de Informaciones del gobierno. El film, que dura treinta minutos, narra los 16 días del velorio de Evita.
José Espejo, el secretario general de la CGT -que el año anterior había sido el principal promotor de la candidatura de Evita a la vicepresidencia- no pudo hablar en el acto por los gritos y la silbatina. Tres días después debió renunciar. Con la muerte de la esposa del presidente, había perdido su único apoyo político.
La escenografía fue distinta. El balcón de la Rosada permaneció cerrado y de su frente colgaban grandes crespones negros, junto a los escudos del Partido Peronista y de la CGT. Por los altoparlantes fue leído un capítulo de “Mi Mensaje”, el libro que Evita habría dictado en sus últimas semanas. El fragmento elegido fue “Mi voluntad suprema”, en la que designaba a Perón y al pueblo herederos de sus bienes.
El de 1953 Perón compartió el centro de la escena con el dictador nicaragüense Anastasio Somoza, que había llegado al país el 12. Amante de las carreras de caballos, quedó maravillado con el hipódromo de San Isidro, que había pedido conocer.
Desde el balcón instó a la multitud a rodear a Perón. “Pensad que Perón es la reencarnación de la patria, que Perón lleva a la Argentina a pasos agigantados a ser la mejor patria del mundo. Pueblo argentino: ¡Cuidad a Perón, porque cuidando a Perón estáis cuidando vuestro destino!”. Antes de dejar el país al día siguiente, exclamó: “La vida por Perón”. Se llevaba la Gran Medalla Peronista que tenía grabada la leyenda “Al leal amigo”. Somoza lo retribuyó con la Orden de Rubén Darío.
Para 1954 estaba en plena ebullición el conflicto con la iglesia. El 11 de septiembre la Unión de Estudiantes Secundarios organizó en Córdoba un acto por el día del maestro, al que fueron un millar de personas. Diez días después la Acción Católica hizo el suyo por el día de la primavera, también en Córdoba y reunió cien mil personas, y en el gobierno no cayó nada bien. Sospechó de una maniobra de la iglesia y contraatacó: el 30 de septiembre el Congreso votó la ley que equiparaba los derechos de hijos legítimos con los ilegítimos.
En el domingo del acto, el presidente remarcó que había tres enemigos: los políticos, los comunistas y los embozados. Estos últimos “son como la bosta de paloma; y son así porque no tienen ni buen ni mal olor. Y los enemigos disfrazados de peronistas, que también los hay. A estos los vamos conociendo poco a poco, y eliminando de toda posibilidad”.
El de 1955 no pudo celebrarse porque un mes antes un golpe de estado lo desalojó del gobierno. Cuando volvió a ser presidente en las elecciones de septiembre de 1973, no hubo acto oficial por el clima de violencia que se vivía.
Un 17 de octubre memorable por el triste espectáculo que se brindó y que dio la vuelta al mundo fue el de 2006. Ese día serían depositados en la quinta “17 de Octubre” de San Vicente, los restos del ex presidente. Antes de las 8 de la mañana la cureña transportando el féretro partió del cementerio de la Chacarita, hizo un alto en la sede de la CGT y se dirigió hacia su morada final. A las tres y media, se registraron los primeros incidentes en la puerta de la quinta entre grupos de camioneros y de la Uocra cuando un chofer del sindicato de camioneros comenzó a disparar. Luego, los disturbios se repitieron cuando la cureña estaba ingresando al predio. Militantes sindicales, todos peronistas, se disputaban el protagonismo, en medio de una lluvia de piedras, palazos y golpes de puño. Bajo el grito de “ni yankis ni marxistas, peronistas”, la descomunal batahola terminó con más de cuarenta heridos. El presidente Néstor Kirchner, el gobernador Felipe Sola y Raúl Alfonsín decidieron no concurrir al acto donde desde el palco Antonio Cafiero, le hablaba al féretro, diciéndole a Perón que estaba acompañado por el pueblo y que descansase en paz.
Aunque no lo pareciera, era el día de la lealtad.
Fuentes: Rituales políticos, imágenes y carisma: la celebración del 17 de octubre y el imaginario peronista 1945-1950, de Mariano Plotkin; Historia del peronismo, de Hugo Gambini; Laborismo. El partido de los trabajadores, de Santiago Senén González; Archivo General de la Nación.
SEGUIR LEYENDO: