Los grandes momentos de la historia también pueden ser la réplica a minúsculas decisiones administrativas que, sumadas a otras, terminan gestando un corte con el pasado. El sábado 6 de octubre de 1945, el ignoto Oscar Nicolini, cuñado de María Eva Duarte, es designado como nuevo Director de Correos y Telecomunicaciones, cargo al que aspiraba otro ignoto, el teniente coronel Francisco Rocco, jefe de una de las unidades de Campo de Mayo. El hecho provocó un vendaval de protestas en la unidad de batalla más importante del país. Ante el visible malestar de la oficialidad, el general Eduardo Ávalos que hasta horas antes era un aliado de Perón (como hemos visto ayer) tuvo que solicitarle al presidente Edelmiro J. Farrell la remoción del nuevo funcionario. Sin decidir nada, Farrell logra que Ávalos se encuentre con Perón para tratar el asunto en su departamento de la calle Posadas entre avenida Callao y Ayacucho. Durante el encuentro los dos jefes militares acuerdan un encuentro con miembros de Campo de Mayo el lunes 8 de mayo. En la oportunidad Perón iba a escuchar las opiniones de sus camaradas. Si la oficialidad no lo respaldaba el dueño de casa dijo que pediría su retiro, en caso contrario Ávalos debería irse a su casa.
El 8 no era un día cualquiera para Perón, era el día que cumplía 50 años. Cerca del mediodía comenzó la reunión y Perón habló poco, con firmeza, y luego se retiró para dejar que los presentes tomen una decisión. Mientras, él bajo a celebrar su onomástico con otros oficiales y suboficiales en el sótano del Ministerio de Ejército de Viamonte y Callao.
Cuando volvió a subir se encontró con un resultado a su favor: los que lo impugnaban se encontraban en minoría y Ávalos se sintió descalificado. A su vuelta a Campo de Mayo la reacción de la oficialidad fue intempestiva y amenazó con una posible marcha sobre Buenos Aires para reclamar el alejamiento de Perón. Como hemos visto ayer, el Ejército estaba dividido y estaba listo para una “patriada”. Al día siguiente, Ávalos, Farrell, varios generales y el Ministro del Interior, Hortensio Quijano, mantuvieron una cumbre en Campo de Mayo. Esta vez los críticos de Perón iban por todo. “Estamos cansados de los engaños y los procedimientos equívocos del coronel Perón” y exigieron su retiro de la fuerza oficialmente. Farrell se limitó a preguntar si debía retirarse solamente del Ejército y Ávalos, tajantemente, dijo: “No señor, nos referimos al alejamiento de todas sus funciones públicas. Al Ministerio de Guerra, la vicepresidencia de la Nación y a la Secretaría de Trabajo y Previsión”. Poniendo cara de sorpresa, Farrell preguntó: “¿Entonces ustedes quieren el alejamiento definitivo del coronel Perón?” La respuesta fue un “¡sí señor…y que renuncie hoy!” a los gritos.
Loa escena terminó más tarde en el despacho del propio Perón que se fue llenando de gente. Tras el arribo de los generales Pistarini, von der Becke y el ministro Quijano, se le comunico que Farrell había tomado la decisión de relevarlo de todos los cargos. Sin perder su actitud, el coronel tomando un lápiz y papel redactó la renuncia a sus cargos, el retiro del Ejército y salió del salón para volver a su casa donde lo esperaba su pareja. Con la jugada por Nicolini, Perón había cometido “uno de los más grandes errores de su carrera política, semejante a las consecuencias que pudo tener, al error cometido en 1955 cuando entró en lucha contra la jerarquía eclesiástica, causa determinante de su caída”, comentó Bonifacio del Carril en sus Memorias dispersas. Agregando que no solo se debió a eso, sino también a su relación íntima con Eva Duarte.
Mientras los militares continuaban discutiendo sobre quién sería el Ministro de Guerra, entre Ávalos o Humberto Sosa Molina, medio centenar de dirigentes sindicales se reúnen en Quilmes para considerar su solidaridad con el depuesto coronel. Entre una cosa y otra brota la idea de que Perón se despida de su cargo en Trabajo y Previsión en un acto a realizarse con la presencia de obreros. No fue una simple reunión, a la cita asistieron 60.000 almas y su discurso se transmitió casi en cadena nacional. Sus palabras crearon efervescencia y un entusiasmo generalizado. En Campo de Mayo el acto y algunas actitudes de Farrell cayeron muy mal y volvieron las amenazas de avanzar sobre la Capital Federal, y también se reclamaba un cambio de gabinete presidencial y la detención de Perón. Para bajar las tensiones el viernes 12 de octubre el gobierno difundió el llamado a elecciones nacionales para el 7 de abril de 1946. Previendo ser detenido, la noche del jueves 11, con el conocimiento del coronel Domingo Mercante, Perón, Eva, su hermano Juan Duarte y “Rudi” Freude se van a San Nicolás. Durante el trayecto Freude lo convence de ir a una casa que tenía su padre en el Tigre y horas más tarde una comisión policial irá a detenerlo por orden de Farrell con la excusa de un posible atentado a su persona. De allí fue llevado a su departamento de Posadas y luego en un buque naval a la isla Martín García. Mientras, frente al Círculo Militar, cientos de civiles no dejaban de gritar por “el gobierno a la Corte”, algo que continuaría el día siguiente, mientras el gobierno trataba de poner orden sin resultados a la vista en su gabinete. En esas horas, Juan Álvarez, Procurador General de la Nación, recibe de parte del presidente Farrell la instrucción de armar un gabinete presidencial y el coronel Mercante recorre los sindicatos alentando una huelga general para el 18 de octubre.
Todo parecía un sainete fruto de la confusión y la improvisación generalizada. Mientras los delegados obreros trataban la situación del coronel preso e intentaban sin tomar real conciencia dejar atrás “la vida blanca” insípida y mediocre de la que hablaba Eduardo Mallea, Álvarez, considerado por “Noticias Gráficas” un “ministro en función a la europea”, llenaba la lista de eventuales ministros con grandes personalidades del pasado: Carlos Saavedra Lamas, Alberto Hueyo, Federico Pinedo, Melo e Iturbe. Eran el resultado de las gestiones con la oposición, mientras se declaraba que “los cambios habidos recientemente en el gobierno de facto no han modificado en forma alguna su esencia” y reclamaba el gobierno a la Corte. ¿Y los Estados Unidos? En Washington, el embajador Spruille Braden era nombrado Secretario Adjunto para Asuntos Latinoamericanos. Luego sería, embajador en Buenos Aires, un furioso enemigo de Perón.
La Confederación General del Trabajo (CGT) declara una huelga general para el 18 de octubre. La decisión fue trabajosamente discutida. Sin nombrar a Perón, por 21 votos contra 19, se dispone la huelga contra la entrega del gobierno a la Corte y contra todo el gobierno de la oligarquía; por un gobierno que consulte las aspiraciones de los trabajadores; elecciones libres; levantamiento del estado de sitio y además el Estatuto del Peón. En un encuentro con sindicalistas, el presidente de facto dice que Perón no está detenido, solo está protegido contra un atentado. Durante el 15 y el 16, la Policía informó de manifestaciones en la zona de Berisso y con un ardid, una excusa médica, Perón logra salir de Martín García e internarse en el Hospital Militar Central. En las primeras horas del 17 de octubre columnas de trabajadores comienzan a llegar a la Plaza de Mayo reclamando la libertad de Perón. Vienen del interior (Tucumán por ejemplo) y el conurbano bonaerense, caminando o en cualquier medio de transporte. Se estaba por concretar una de las jornadas más significativas de la historia argentina, que borraba la marcha de la Constitución y la Libertad del mes anterior, mientras la dirigencia opositora no entendía lo que pasaba. Los militares de Campo de Mayo que habían exigido la destitución de Perón quedaron desconcertados y anulados, escribió Bonifacio del Carril. El general Raúl Tanco, partidario del coronel Perón, en sus prolijos apuntes relata que con otros amigos de Perón se acercan al Hospital Militar Central y logran reunirse con él, recién llegado de la prisión en la isla Martín García. “En un momento estábamos Quijano, Velazco, Antille, Pistarini, De la Colina, Benítez, Lucero, Molina, Uriondo, Herrera y yo -la gente entraba y salía-, también estaba el doctor Mazza y algunos que no recuerdo: le transmitimos las informaciones que teníamos, le hicimos conocer nuestra emoción y la seguridad de que la situación estaba dominada.-Las llamadas desde la Casa de Gobierno se sucedían. Farrell quería calmar a la muchedumbre. En determinado momento, Perón, volviéndose hacia mí, me preguntó: -¿Hay mucha gente? ¿Realmente, hay mucha gente, che?-Nunca me había tuteado. Pero su creciente entusiasmo se comenzaba a apreciar en su cambio físico y espiritual”.
“En un momento, como dicen sus apuntes, le aconseja al coronel Perón que no debe ceder a las presiones. No aflojar “un tranco de pollo”, mientras la Plaza de Mayo esta cada hora más llena de gente reclamando su presencia”.
Perón deja el Hospital Militar y va la Casa de Gobierno y se entrevista con Farrell. Le dice: “Mi general, lo que hay que hacer es llamar a elecciones de una vez. ¿Qué están esperando? Convocar a elecciones y que las fuerzas políticas se lancen a la lucha…”.
“Eso está listo –contesta Farrell- y no va a haber problemas”.
“Bueno, entonces me voy a mi casa”, dijo Perón.
“¡No, déjese de joder! Esta gente está exacerbada, nos van a quemar la Casa de Gobierno…Venga, hable”. Perón se dirigió al balcón y pronuncio un discurso, todo lo demás es reiteradamente conocido.
La dirigencia opositora estaba sumergida en la confusión y el desasosiego. La embajada de los Estados Unidos informará de un comunicado del radicalismo, firmado por Cisneros, en el que afirma que “la manifestación no fue espontánea sino organizada por la Policía Federal y la Secretaría de Trabajo… y el 50% de los presentes eran mujeres y niños”. El partido comunista hablará de “bandas de terroristas peronistas” y la embajada sostendrá que “existen informaciones fehacientes de que muchos de los manifestantes recibieron dinero para concurrir”. Todos los informes estaban enmarcados en una ceguera bíblica.
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