El día que le otorgaron el Nobel de la Paz a Adolfo Pérez Esquivel, una derrota que la dictadura no pudo ocultar

El 13 de octubre de 1980, el Comité Nobel del Parlamento Noruego elegía a un luchador por los derechos humanos argentino para darle el galardón. Su nombre, conocido internacionalmente, era casi desconocido en el país, donde la dictadura lo había tenido encarcelado hasta el año anterior

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Adolfo Pérez Esquivel tenía 49
Adolfo Pérez Esquivel tenía 49 años cuando recibió la distinción y se lo conocía mucho más en el mundo que en la Argentina censurada por la dictadura militar (Télam)

La palabra “paz” salía como figurita repetida en las tapas de los diarios de la mañana del lunes 13 de octubre de 1980, seguida de cerca en los cómputos por “reconciliación”. Eran las que había pronunciado una y otra vez el día anterior monseñor Paolo Bertoli al leer el mensaje que el papa Juan Pablo II había enviado para la clausura del Congreso Mariano.

Las palabras contrastaban con las imágenes que les hacían compañía y mostraban al dictador (a quien, claro, no se llamaba así en los diarios) Jorge Rafael Videla acompañando al cardenal durante la celebración o de rodillas en concentrada oración.

La palabra “paz” -se podía suponer- se repetiría en las portadas del día siguiente, porque ese lunes Videla y Bertoli estaban reunidos en la Casa Rosada y se esperaba que la repitieran después del encuentro. Por otro lado, también se esperaba que el parlamento noruego anunciara el nombre del ganador del premio Nobel de la Paz, que el año anterior le había correspondido a la monja Teresa de Calcuta.

En las redacciones había mucha más expectativa por la reunión de Videla con el enviado del papa Wojtyla que por el premio, aunque se tenían listas breves biografías de los candidatos que parecían “fija”, los que nombraban las agencias de noticias internacionales como posibles ganadores.

Nadie imaginaba una sorpresa.

Pérez Esquivel siempre fue un
Pérez Esquivel siempre fue un pacifista, mentor de los movimientos de liberación no violentos de comienzos de la década del '70. Lo encarcelaron las dictaduras de Brasil, Ecuador y la Argentina (Télam)

¿Y ése quién es?

La noticia entró por la sala de cables del diario intervenido por la dictadura a la tarde temprano de ese lunes y obligó a una reunión apurada entre el director y el jefe de redacción. El despacho de la agencia española EFE informaba que el parlamento noruego había otorgado el Premio Nobel de la paz a un argentino.

También incluía una breve biografía de ese hombre -pintor y escultor- prácticamente desconocido en el país y utilizaba términos impublicables como “lucha por los derechos humanos”, “desaparecidos” y “dictadura”. Además, decía que el hombre había estado 14 meses preso sin que se esgrimiera un solo motivo.

El autor de esta nota, que por entonces era un novel cronista dedicado a cubrir accidentes de tránsito o refritar noticias de la sección Información General, fue entonces testigo de un diálogo que todavía recuerda:

“¿Y ése quién es?”, preguntó casi en un grito el director interventor, un hombre que había saltado meteóricamente de la sección Deportes a la cabeza del diario.

“Un tipo de derechos humanos”, contestó el jefe de redacción y consultó: “¿Qué hacemos?”.

“Esperemos el cable de Télam”, respondió el director.

En casos como ése -porque esta información era excepcional y no podía ocultarse- reproducir, sin cambiarle una coma, el despacho de la agencia oficial de noticias -controlada por la dictadura- era un reaseguro para no sacar los pies del plato. Es decir, para no correr riesgos que podían costar caros.

Adolfo Pérez Esquivel fue enviado
Adolfo Pérez Esquivel fue enviado a su domicilio el 23 de junio de 1978; tan sólo dos días antes de la final entre Argentina y Holanda. La presión internacional hizo que fuera sacado de la cárcel 14 meses después de su detención (Télam)

El cable de Télam demoró en llegar. Era corto -apenas unos pocos párrafos-, lavado y confuso. Quien lo leyera no sabría bien por qué le habían dado el Nobel a ese hombre y, por supuesto, no leería expresiones como “violaciones de los derechos humanos” o “dictadura”.

“¿Dónde lo publicamos?”, le preguntó el jefe de redacción al director.

“Donde van todos los nóbeles (sic), en Internacionales”, fue la respuesta.

La dictadura cívico militar encabezada por Jorge Rafael Videla llevaba más de cuatro años en el poder y ya enfrentaba gravísimas denuncias internacionales por el plan sistemático de represión ilegal que venía perpetrando para eliminar a toda disidencia política, gremial y social.

Para entonces las Madres y las Abuelas de Plaza de Mayo eran conocidas en todo el mundo y el año anterior el gobierno no había podido evitar la visita de una delegación de Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH).

Pero lo que anunciaban los cables de noticias de las agencias internacionales era todavía peor -e inocultable- para la desgastada imagen de los dictadores.

Adolfo Pérez Esquivel era presentado
Adolfo Pérez Esquivel era presentado como arquitecto, pintor y escultor de 49 años. En las notas se aclaraba que sus méritos artísticos eran escasos. También se señalaba que era el director del Serpaj, el Servicio de Paz y Justicia (Télam)

Dar la noticia

El hombre distinguido con el Premio Nobel de la Paz se llamaba Adolfo Pérez Esquivel, tenía 49 años y se lo conocía mucho más en el mundo que en la Argentina censurada por el incansable trabajo en defensa de los derechos humanos que llevaba adelante desde el Servicio de Paz y Justicia.

Al día siguiente, el diario intervenido por la dictadura no llevó esa noticia en la tapa. Otros medios, con un poco más de pudor, sí lo hicieron. Uno de ellos tituló: “Otorgaron el Premio Nobel de la Paz a un argentino”, con la foto de un hombre de pelo largo y anteojos de marco grueso.

En la bajada decía: “Adolfo Pérez Esquivel, escultor de 49 años, casado y padre de tres hijos -que residen en San Isidro-, fue premiado con el Nobel de la Paz 1980 por su defensa de los derechos humanos a través de métodos no violentos en América Latina”.

Y agregaba: “La distinción, otorgada por Noruega, fue recibida con sorpresa en nuestro país”.

Era verdad. Con la excepción de los militantes de los organismos de Derechos Humanos y algunos otros sectores resistentes a la dictadura, nadie lo conocía.

Pérez Esquivel no estaba sospechado
Pérez Esquivel no estaba sospechado de haber integrado ninguna organización armada, había estado cerca de las “Madres de la Plaza”, integraba la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos y era alguien muy cercano a la Iglesia (Télam)

Arte y religión

Hijo de un inmigrante español de Combarro, Galicia, y una descendiente de guaraníes, Adolfo Pérez Esquivel nació en Buenos Aires el 26 de noviembre de 1931. La familia, con cuatro hijos y sostenida a duras penas por el padre, Cándido Pérez González, vivía en Humberto Primo y Defensa, en el barrio de San Telmo.

Adolfo era muy chico cuando su padre -agobiado por las penurias y quizás alentado por los vientos de esperanza de la Segunda República Española- regresó a Galicia para trabajar en su oficio original, el de pescador, y así enviar dinero a la Argentina.

La familia se disgregó y Adolfo fue internado como pupilo en el Patronato Español, en el barrio de Colegiales, donde además de recibir la educación formal aprendió a tallar madera en uno de los talleres a los que destinaban a los alumnos.

No terminó allí la primaria, porque se fue a vivir con su abuela materna, Eugenia -que le hablaba en guaraní porque casi no manejaba el español-, y cursó un año en una escuela estatal; después volvió a reunirse con toda la familia en San Telmo y terminó sexto grado en un colegio franciscano.

Estudiaba y trabajaba. “Éramos muy pobres, así que muchas veces me acostaba sin comer. Otras, el boliche nos tenía que fiar un café con leche. Para no acostarme con la panza vacía había que trabajar. Vendí diarios en el tranvía, después fui cadete de oficinas, peón de jardinería, y más tarde, me dediqué a proyectitos de instalación de negocios hasta que pude vender algún cuadrito”, recordará muchos años después.

Con los franciscanos, Pérez Esquivel encontró una religiosidad que lo marcó para siempre, así como las tallas en madera del Patronato Español lo llevaron a encontrar una vocación artística que lo llevó a estudiar -a pesar de las dificultades económicas- en la Escuela Nacional de Bellas Artes Manuel Belgrano.

Allí, cuando tenía 15 años, conoció a Amanda Guerreño, con quién luego se casó, cuando ya estudiaban los dos en la Universidad Nacional de La Plata, donde ella se recibió de profesora superior de piano y composición y él se formó como pintor y escultor.

"Les hablo de mi Argentina
"Les hablo de mi Argentina donde por causas que remiten a estructuras de injusticia se ha derivado en situaciones de violencia de izquierda o de derecha que han dejado una secuela de muertos, lisiados, desaparecidos, torturados, presos y exiliados", dijo al recibir el Premio Nobel de la Paz

El dolor de los otros

Al mismo tiempo que se formaba como artista, Pérez Esquivel descubrió la militancia social. Para él, las dos cosas iban de la mano y las empezó a canalizar llevando arte a los sectores obreros, en los que se reconocía. “Tratábamos de hacer exposiciones, ir a las barriadas, hacer participar a los chicos. Hicimos muestras en fábricas y tratamos de que los obreros comenzaran a expresarse, a hacer sus propias obras”, recordó más de una vez.

El cristianismo de base y los curas del Tercer Mundo le abrieron la posibilidad de amalgamar esos intereses con su religiosidad.

Los comienzos de la década de los ‘70 lo encontraron participando en movimientos de liberación no violentos. En 1973 fundó en Buenos Aires el periódico Paz y Justicia, y un año después, en Medellín, Colombia, lo eligieron coordinador general del Servicio Paz y Justicia para América Latina.

Esa militancia lo llevó a sufrir sus primeras experiencias en la cárcel. En 1975 fue detenido por la dictadura brasileña cuando desembarcó en el aeropuerto de Sao Paulo como parte de una delegación del Movimiento Internacional de la Reconciliación. Liberado y expulsado del país, al año siguiente fue nuevamente encarcelado en Ecuador junto a un grupo de religiosos latinoamericanos y estadounidenses que participaban de una protesta por violaciones a los derechos humanos.

Detenido por la dictadura

Cuando se produjo el golpe del 24 de marzo de 1976, Pérez Esquivel ya estaba en la mira de los organismos represivos por su participación en la creación del Movimiento Ecuménico por los Derechos Humanos (MEDH) y la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos (APDH). Desde allí y desde el Servicio de Paz y Justicia (SERPAJ) colaboró desde un principio con las Madres de Plaza de Mayo, las Abuelas de Plaza de Mayo y Familiares de Detenidos y Desaparecidos por Razones Políticas.

Lo detuvieron el 4 de abril de 1977 cuando fue a renovar su pasaporte en el Departamento Central de Policía. Allí mismo fue torturado, y después lo trasladaron a la Superintendencia de Seguridad Federal, donde volvieron a golpearlo y picanearlo en una habitación en una de cuyas paredes -según testimoniaría después- había una gran cruz esvástica y la palabra “nacionalismo”.

Le dijeron que lo iban a poner a disposición del Poder Ejecutivo, una fórmula utilizada por la dictadura para mantener a las personas detenidas sin tener que explicar razones, pero antes debió pasar por una experiencia siniestra.

Las declaraciones de Pérez Esquivel
Las declaraciones de Pérez Esquivel fueron serenas, se mostró moderado y hasta conciliador. Pedía restauración de la ley y la lista de los desaparecidos. Reiteraba los postulados cristianos en los que creía

Un vuelo de la muerte

En junio de 2010, cuando declaró en una causa relacionada con las violaciones de derechos humanos cometidas en la Unidad 9 de La Plata, Pérez Esquivel recordaría la experiencia límite a lo que lo sometió la dictadura en mayo de 1977, un mes después de su detención.

“El 5 de mayo de 1977 me ponen las esposas y dicen que me van a trasladar. Me sacan de la Superintendencia y me llevan al aeródromo de San Justo. Me encadenan en un avión que carretea en la pista y vuela hacia el Río de la Plata. Veo las luces de Colonia, de Montevideo, de La Plata, es decir, el avión da vueltas. Pregunto qué va a pasar conmigo, porque sabía que arrojaban los prisioneros de los aviones. Nadie me contesta y, después de mucho tiempo, el piloto llama al oficial y le dice: ‘Tengo orden de llevar al detenido a El Palomar’, la base aérea de Morón”, relató ante el tribunal.

El avión regresó a Morón y desde allí fue trasladado en un celular hasta la Unidad 9, donde un oficial penitenciario lo recibió con estas palabras: “A usted no lo va a salvar ni el Papa. Somos señores de la vida y de la muerte y a usted ni los obispos lo van a salvar”.

Lo llevaron directamente a una de las celdas de castigo que la jerga penitenciaria denomina “chanchos”.

“Ahí pasó de todo desde una presión psicológica muy fuerte, hasta las requisas, en las que la guardia golpeaba las celdas, nos hacía desnudar, poner las manos contra la pared, las piernas abiertas, revolvían las celdas y tiraban todo lo que había”, relató durante su testimonio.

La presión internacional obligó a la dictadura a liberarlo cuando se estaba disputando el Mundial del ‘78.

Había una campaña muy fuerte por mi liberación, yo sabía que me iban a largar, pero no sabía cuándo, porque unos días antes ponen en libertad al maestro Alfredo Bravo, que estaba en el mismo penal”, explicó Pérez Esquivel a los jueces.

“Por una nueva sociedad”

El despacho distribuido por la agencia oficial Télam la tarde del 13 de octubre de 1980 no consignaba ninguno de estos hechos: los noruegos le habían dado el Nobel de la Paz a un escultor argentino y no se sabía bien por qué.

Lo que la dictadura no podía hacer era impedir que fuera a recibirlo.

En su discurso ante el parlamento noruego, Pérez Esquivel explicó que no recibía esa distinción a título personal, sino “en nombre de los pueblos de América Latina, y de manera muy particular de mis hermanos los más pobres y pequeños, porque son ellos los más amados por Dios; en nombre de ellos, mis hermanos indígenas, los campesinos, los obreros, los jóvenes, los miles de religiosos y hombres de buena voluntad que renunciando a sus privilegios comparten la vida y camino de los pobres y luchan por construir una nueva sociedad”.

Cuarenta y dos años después, a los 90, Adolfo Pérez Esquivel sigue incansable en ese camino.

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