El 12 de octubre de 1948 fue martes. En algún hospital público del sur de la ciudad de Buenos Aires nació el segundo hijo de Diana Preciosa Juana Di Fiore y Juan Carlos Esteban Coppola. Lo llamaron Guillermo y le anexaron el tercer nombre de su padre: los dos primeros se los había llevado su hermano cuatro años mayor. El 12 de octubre de 2022 es miércoles y el cumpleaños número 74 de Guillermo Esteban Coppola. Lo recibirá en su casa de avenida Libertador, tan cerca y tan lejos de Tacuarí 1593, su primer hogar del barrio de Constitución, sede de la Asociación Mutual de Empleados del Ministerio de Marina, donde su tía y madrina, encargada de cuidar el caserón, le cedió una habitación a su hermano.
“Yo crecí en un barrio humilde y después me tocó vivir, como digo yo, una vida de película, una vida que no vivió ni (Jeff) Bezos ni (Steve) Jobs. Yo la viví gracias al fútbol y a Diego Armando Maradona. Nada me confundió, ni haber vivido al lado del tipo más conocido del planeta. Nunca me olvidé de dónde vengo”, dice mirando por el balcón la avenida del Libertador, el Rosedal y la bandera de los Estados Unidos de la residencia del embajador.
Ocho plataformas -tres argentinas, cuatro internacionales- quisieron reconstruir su trayectoria. Coppola tendrá su propia biopic. Ya presume de su propio libro llamado Guillote, editado por Planeta en 2009, y de su propia película documental llamada Coppola, el representante de Dios, publicada por Infinito en 2011. Ahora, una serie autobiográfica de seis episodios retratará su vida, su obra, desde sus inicios laborales en un banco hasta el epílogo del siglo XIX, con la doctrina noventista como trasfondo. Se llamará Guillermo Coppola, el representante y el protagonista será interpretado por Juan Minujín.
Es su regalo de cumpleaños. “Cumplo 74 y sigo en carrera. Seguramente me van a regalar cosas: una ropita, un vinito, un champagne. Me gusta festejar los cumpleaños porque me gusta celebrar la vida, es algo que siempre hice, a pesar de que tuve buenas y malas, altas y bajas”, reflexiona. En esas transiciones, le resulta inevitable referirse al hombre que atravesó la vida de todos los argentinos y particularmente la suya. Se abalanza sobre la partida física de Diego y sobre trascendidos acusatorios. Lo rememora al fiel estilo Coppola, con una segmentación del relato, sin preposiciones, sin conectores.
“La muerte de Diego. Un golpe durísimo. Si bien no estábamos juntos había una conexión. Lo vio todo el mundo en el Boca-Gimnasia, cuando Boca sale campeón. Diego pisa el césped como técnico de gimnasia, se acerca al palco preferencial. ‘Llamame Guillote, llamame’. Yo había estado en el vestuario con él y no era el mismo Diego de diez días antes cuando Gimnasia jugó Copa Argentina en cancha de Quilmes. Un Diego riéndose a carcajadas. Entramos y salimos de la cancha juntos. Esa era la conexión”, dice e insiste: “Yo era pierna, hermano, padre, representante y el socio que cuando me separé e inmediatamente devolví poderes, sociedad, todo lo que sentí que no me correspondía”.
Siente el vigor de despojar incordios: sugiere que “alguno todavía se quedó en el tiempo del ‘me robó la plata de mis hijas’, porque eso también lo dijo”. Desempolva la acusación que Maradona desató alguna vez sobre su gestión como agente. Es el preludio de la otra faceta, del otro Diego que lo aduló cuando dijo, tras coquetear con la muerte aquel fatídico 4 de enero del año 2000 en Punta del Este, “Guillermo me salvó la vida”. Coppola recurre al dato y dice que los hechos no mienten, que una cosa es la ficción y otra la realidad: “Muere su padre y había 1500 personas en el entierro. El cajón tiene ocho manijas y él me llamó para que yo llevara una: yo el hombre que le robó la plata de sus hijas”, rememora en tono sarcástico.
La escena del cajón se repite en la última semana del noviembre negro de 2020. Coppola la recrea para sostener su verdad: “Hay que despedir a Diego. Momento durísimo. ¿Quién lleva la primera manija de Diego, yo o Juan Minujín? Hijas, esposas, hermanas, hermanas, sobrinos, cuñados, la familia toda. La manija del cajón, la primera. ‘Nadie mejor que vos para que lleves esa manija’, fue el grito de un familiar. Realidad y no ficción”.
En la ficción, la suya que no es de él sino de Disney, del director Ariel Winograd y de los guionistas Mariano Cohn y Gastón Duprat, tal vez no aparezca Maradona: no lo sabe o no lo confiesa. En su memoria prevalece el desagrado de haber simulado la figura del “villano” en la serie Maradona: sueño bendito, cuando en el verano uruguayo del 2000 la ficción lo retrató más interesado en eludir el revuelo mediático que preocupado por la sobredosis del astro argentino. “Acá los villanos no existen. Es una serie buena onda. Son seis películas, no seis capítulos. Hay gente que no quiso estar y tienen todo el derecho a no estar. Sería injusto de mi parte obligar o hacerlo sin autorización. Acá están los que quieren estar”, dice, en alusión a los reparos que presentaron dos de sus ex esposas, Analía Franchín y Amalia Yuyito González.
“Quieren que alguien interprete a Susana Giménez. ¿Qué hice? La llamé y le pedí permiso. Lo mismo con Daniel Scioli y con Carina Rabolini: les pedí permiso. Tengo respeto por el otro. De mí que pongan lo que quieran, de los demás no. A mí no me importa cómo quedo en la serie”, precisa. Lo tranquiliza la devolución cotidiana, su recepción en la calle, la reacción instantánea de la gente común. Lo palpó estas últimas mañanas en las que acudió a la clínica Rossi para someterse a chequeos médicos. “Los pacientes, los enfermeros, la seguridad, la gente, los vecinos, es todo cariño. Lo percibo. Buscá alguno que te hable mal de mí. Antes de Diego representé a 200 futbolistas. Que digan lo que quieran, yo sé quién soy y cómo viví”.
Quién es y cómo vivió es algo que no puede transcribir. “La vida me dio la posibilidad de dormir en el Palacio de Mónaco y en el Palacio del rey Fahd en Arabia Saudita. Pero nunca me olvidé que dormía en una cama con toda mi familia y que hacía mis necesidades de parado en una letrina de la calle Tacuarí 1593″. Su infancia sobrevive en cuatro barrios del arrabal porteño: Constitución, San Telmo, La Boca y Barracas. Su recorrido profesional no distingue fronteras y tiene un prolífico compendio de travesuras. La vorágine maradoniana lo condujo. Pero de algo está arrepentido. Lo cerciora el último día de sus 73 años, con efecto retroactivo: “Soy muy amigo de mis amigos. Pero tal vez me arrepienta de no haber compensado los tiempos con mis hijas y los tiempos con mis amigos. No haber hecho mejor esos cálculos. No haber estado más tiempo con mis hijas. No haber tenido una marcha más por aquellos que me han hecho feliz. Incluso Diego”.
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