El tenor napolitano Enrico Caruso era uno de sus habitués. Se había enamorado de Buenos Aires desde su primera visita en 1899 y su debut en el Teatro Opera de la calle Corrientes le otorgó la consagración artística que en su propio país entonces le había negado. En honor a tal distinguido cliente, la confitería Los Dos Chinos bautizó un postre con su nombre.
El local funcionó en la calle Chacabuco esquina Alsina, en los tiempos que en ésta se llama Potosí. Cambió de nombre en 1878 en homenaje a Adolfo Alsina, gobernador de Buenos Aires y vicepresidente de Sarmiento. En sus orígenes fue una confitería abierta por un par de inmigrantes franceses, que se habían ganado la vida como mayordomos en barcos que cubrían el trayecto a Asia. Abrió el 11 de octubre de 1862.
De uno de esos viajes habían adquirido un par de figuras de yeso, que representaban a dos chinos, con sus largas trenzas, finos bigotes que caían largos más allá de la comisura de los labios, y puntiagudos bonetes que coronaban sus cabezas y las colocaron a cada lado de la entrada. A los vecinos les llamaba la atención a las que veían entre exóticas y curiosas y fueron ellos los que terminaron imponiendo el nombre.
En 1873 el negocio fue comprado por Carlos Gontaretti, un inmigrante italiano, repostero de profesión, en tiempos en que el barrio aún estaba frescos los estragos producidos por la epidemia de fiebre amarilla, desatada dos años antes. Gontaretti la convirtió en un lugar de referencia de los amantes de los dulces y en escuela de reposteros.
En julio de 1890 trasladó el negocio a la esquina del frente, donde hasta 1864 había funcionado la reconocida escuela de Juan Andrés de la Peña, donde se formaron hombres de tres generaciones, muchos de los cuales hicieron historia.
Los Dos Chinos estaba en un barrio emblemático. Enfrente estaba la farmacia de Los Angelitos -uno de los pocos edificios de alto en la ciudad- donde los jefes de los 33 orientales tuvieron reuniones para organizar su intentona de liberar a la Banda Oriental del dominio brasileño por 1825.
A media cuadra, sobre Chacabuco, funcionó por muchos años la redacción de la revista Caras y Caretas.
El barrio respiraba los últimos resabios rosistas porteños. Como reseña la revista Caras y Caretas, sobre Alsina había vivido el matrimonio Lucio Mansilla y la bella Agustina Rosas, hermana de Juan Manuel. En Tacuarí y Alsina había nacido Mansilla. Sobre Bolívar tenía su casa Mercedes, otra hermana de Rosas, casada con Miguel Rivera. En la calle Perú había nacido Vicente López y Planes, el autor de la letra del himno y en Moreno al 600 vivió Nicolás Avellaneda.
Asociada desde sus comienzos con la aristocracia argentina, todos los políticos de entonces se deleitaban con las exquisiteces que salían del talento de Gontaretti. Empezando por los vecinos Domingo F. Sarmiento, conocido por su debilidad a los dulces; Luis Sáenz Peña y Manuel Quintana, siguiendo por Bartolomé Mitre, Nicolás Avellaneda, Julio A. Roca y tantos otros.
En las épocas de las fiestas de fin de año, era famoso su pan dulce en sus dos variantes, el milanés y el genovés. Los elaboraban de uno, uno y medio, dos, tres y cuatro kilos.
También eran muy buscados los turrones tipo Alicante, de Jijona y los mazapanes.
Organizaban recepciones, lo que con el tiempo se popularizó con la palabra “catering” y hacían envíos no solo en la ciudad sino a todo el país, tarea de la que se encargaba la sección “Expedición”.
Ofrecía un surtido de bombones con más de 120 gustos, conocidos como “Bonbons Extra”, promocionados como los fabricados “con los cacaos más selectos y los azúcares y frutas más finas del país”. Por 1918 los vendían a seis pesos el kilo.
Tuvo sus mozos que se convirtieron en curiosos personajes de la ciudad de Buenos Aires. Es el caso de Rafael Gómez, que le gustaba decir que trabajaba en la sección “masas”. Cuando llegó al país en 1911, su primer trabajo fue como cajero en una confitería del barrio de Plaza Constitución y luego jefe de la estación Assunta, en el Ferrocarril Pacífico. Había nacido en Montilla, en la provincia de Córdoba, pero de Andalucía. Era de baja estatura, en su país era aficionado a los toros y parece que en el país se hizo fanático burrero.
Se definía como “picador de corazones femeninos” y se destacó por los versos que recitaba. Ayudó a llevarlo a la fama Natalio Botana, director del diario Crítica, quien por 1928 le publicó varios versos. Gómez guardaba la hoja del diario como un verdadero tesoro.
Cuando en 1917 Hipólito Yrigoyen intervino la provincia de Buenos Aires, intimó a los hipódromos de La Plata, Temperley, Mercedes, Nueve de Julio y Azul a ponerse al día con sus abultadas deudas que mantenían con la Dirección de Rentas. En caso contrario, serían cerrados. Fue famosa la súplica del mozo para que no lo hiciera.
Luego de cuarenta años de trabajo, en 1933 Gontaretti falleció y sus hijos continuaron con el negocio.
Cuando en noviembre de 2014 se subastaron, en Londres, un lote de cartas de Enrico Caruso, algunas de ellas recordaron un romance que habría tenido con una argentina, Vina Velázquez. “Mil besos muy fuertes en tu boca adorada de la pequeña Vina, que pone sus labios voluptuosamente por todas partes. Te quiero todo mío”, le escribió ella. Poco se supo de esta mujer, posiblemente viviera en Europa, y nunca se casaron.
Conocido por no cumplir sus promesas de casamiento, Caruso dejó varios recuerdos en ese Buenos Aires de antaño, hasta un postre hecho por una confitería que fue emblema de calidad y distinción en un barrio de vecinos ilustres.
Fuente: Revista Caras y Caretas.
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