Cuando el oficial de policía, alto y corpulento, intentó cerrarle el paso, la Madre de Plaza de Mayo Susana Leguía, mujer de cuerpo pequeño pero acciones decididas, trató de hacerlo a un lado y seguir avanzando. El policía Carlos Gallone la atrajo hacia sí para neutralizarla, pareció que la abrazaba. A pocos pasos, otra Madre, Nora Cortiñas, le gritó para que la soltara y las dejara pasar.
Dos fotógrafos dispararon sus cámaras y registraron la escena. No sabían que sus fotos harían historia.
Faltaba un años y 25 días para las elecciones presidenciales que permitirían recuperar la democracia en la Argentina cuando, por primera vez, el jueves 5 de octubre de 1982 todas las organizaciones de derechos humanos se unieron para realizar una movilización conjunta, la “Marcha por la vida” y la vigencia integral de los derechos humanos.
Pese a que la dictadura estaba en retirada, quiso impedirla. “Prohíben una marcha hacia Plaza de Mayo”, titulaba esa mañana el matutino de mayor circulación. Se trataba de un tema sensible para los militares que habían perpetrado el plan sistemático de desaparición de personas para destruir toda oposición a su proyecto político: querían dejar el poder con la impunidad garantizada para sus crímenes de lesa humanidad.
Poco más de un mes antes, el 1° de septiembre, el dictador Reynaldo Benito Bignone había promulgado la ley 22.924, llamada pomposamente de “Pacificación Nacional”, un engendro legal que apenas encubría su verdadera intención: una autoamnistía anticipada para esos crímenes, que impediría juzgarlos en el futuro.
El tema también atravesaba el último tramo de la campaña política, donde según las principales encuestadoras, el radical Raúl Alfonsín y el justicialista Ítalo Argentino Luder se disputaban cabeza a cabeza la intención de voto de los argentinos.
El candidato peronista se había pronunciado por la validez de la ley, mientras que Alfonsín prometía derogarla y juzgar por esos crímenes a las juntas militares del Estado terrorista impuesto el 24 de marzo de 1976.
La marcha iba a poner nuevamente el tema en las calles. Los organizadores pretendían llegar a la Plaza de Mayo y entregar un petitorio en el que exigían la aparición con vida de los detenidos-desaparecidos, la restitución de los niños secuestrados y privados de sus identidades, la libertad de los presos políticos y gremiales, el levantamiento del estado de sitio y la supresión del aparato represivo que seguía sin ser desmontado.
La acción unificada de los organismos, a los que se sumarían militantes de partidos políticos y argentinos hartos de las violaciones de los derechos humanos, podía inclinar la balanza. Visibilizaría como nunca esos reclamos a nivel nacional y también en el plano internacional.
Eso querían impedir los dictadores, pero los hechos de ese día les infligirían una durísima derrota. La decidida actitud de los manifestantes, encabezados por las Madres y las Abuelas de Plaza de Mayo, y una fotografía azarosa llevarían los reclamos a las portadas de los medios más importantes del mundo.
El festival trunco
La tarde anterior a la marcha, la dictadura había impedido la realización de un festival convocado por el mismo reclamo. Ese miércoles, a las 7 de la tarde, Abuelas de Plaza de Mayo, la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos, Familiares de desaparecidos y detenidos por razones políticas, Madres de Plaza de Mayo, el Centro de Estudios Legales y Sociales, la Liga Argentina por los Derechos del Hombre, el movimiento Ecuménico por los Derechos Humanos y el Servicio Paz y Justicia para América Latina, con la adhesión de cientos de organizaciones y personalidades del país y del exterior, debían realizar “Canciones y poemas del reencuentro”.
Se trataba de un festival en la Federación Argentina de Box, para “reafirmar los reclamos por la aparición con vida de los detenidos-desaparecidos y la libertad de todos los presos políticos y gremiales”.
La Policía Federal impidió la reunión. Montó un operativo sobre la calle Castro Barros y en la esquina de la avenida Rivadavia se instalaron carros de asalto de la Guardia de Infantería.
Con eso, además de impedir el acto puntual, trató de disuadir a los organismos de realizar la marcha masiva convocada para la tarde siguiente, cuya prohibición ya había dictado.
Avanzar con decisión
Ni las intimidaciones ni la prohibición funcionaron. El jueves, poco antes de las 17, manifestantes y dirigentes comenzaron a concentrarse frente a la sede del Movimiento Ecuménico por los Derechos Humanos (MEDH), uno de los organismos organizadores de la marcha, en Libertad al 200.
De allí salió una columna, encabezada por los obispos Jaime de Nevares y Jorge Novak, el metodista Federico Pagura, el ex vicepresidente Vicente Solano Lima, el premio Nobel de la Paz Adolfo Pérez Esquivel, los referentes de organismos de derechos humanos Alfredo Bravo y Federico Westerkamp, y varios dirigentes del arco político como el intransigente Raúl Rabanaque Caballero, la peronista Nilda Garré y el candidato de Izquierda Unida Néstor Vicente.
Al llegar a la Avenida de Mayo, el grupo desplegó un gran cartel con la consigna “Marcha por la Vida” mientras centenares de personas se sumaban a la columna y se escuchaban aplausos, no solo de los participantes sino también de los transeúntes.
Allí, también, empezaron los obstáculos. La nota publicada al día siguiente en el matutino Crónica lo contó así: “Luego de caminar una cuadra por la Avenida de Mayo, a los largo de la cual se agregaron a la columna inicia entre dos mil y tres mil personas, el grupo se detuvo para conferenciar con el jefe del Operativo de Seguridad, comisario inspector Humberto Domínguez, que se desprendió a tal efecto de los numerosos efectivos, que se encontraban en el lugar y que, entre fuerzas a caballo y pelotones de Guardia de Infantería, sumaban varios centenares”.
Pese al intimidante operativo represivo, los manifestantes cruzaron la 9 de julio y llegaron a Tacuarí, donde encontraron una barrera de carros de asalto y policías a caballo que les impidió el paso. Los manifestantes, que según Crónica a esa altura superaban los cinco mil y poco después sumarían diez mil, doblaron por Tacuarí hacia Belgrano.
Al llegar a la calle Perú marchando por Belgrano, ya eran alrededor de quince mil.
La barrera hostil
“Debimos haber sido unas quince mil personas y el objetivo era llegar a la Plaza, pero no se pudo porque vallaron Avenida de Mayo y también desde Perú y Belgrano hasta la plaza. Estaba lleno de policías. Llegamos hasta Perú luchando para poder pasar y la policía nos cerraba el paso. Me acuerdo de una compañera que le decían la gallega que le había agarrado el cinturón a un policía que quería cerrar la bajada del subte y ella lo agarraba del cinturón y lo tiraba para atrás. Fue de mucha resistencia de todos los compañeros, de todos los organismos para poder llegar”, recordó muchos años después Graciela Lois, de Familiares.
En Defensa y Belgrano, quienes encabezaban la marcha intentaron dialogar con el comisario Domínguez para que los dejara continuar hasta la plaza. El policía respondió que sólo dejaría pasar a veinte personas para que entregaran el petitorio.
Las crónicas del día siguiente reprodujeron este diálogo con Pérez Esquivel:
-No tenemos ningún petitorio que entregar. Solamente queremos llegar a la Plaza, cantar el Himno y retirarnos en orden como hemos estado hasta ahora – le respondió el premio Nobel.
-No puedo dejarlos pasar – se plantó el policía.
-Usted ha faltado a su palabra y eso es muy grave – le dijo el premio Nobel.
Y el comisario respondió, amenazante:
-Peor sería que ordenara reprimir y tirar gases…
Entonces Pérez Esquivel se trepó a los hombros de otro manifestante y gritó, dirigiéndose a la multitud:
“El objetivo de llegar a la Plaza de Mayo no es posible, pero esto que hicimos hoy ha llegado a la conciencia del país. Hay una propuesta de los obispos y de las Madres de que permanezcamos sentados aquí un rato, cantemos el himno y nos desconcentremos, porque no queremos que se reprima al pueblo y que los jóvenes vuelvan a ser víctimas de todas estas cosas”.
La foto que recorrió el mundo
Para entonces, un episodio que pasó inadvertido en el momento potenciaría la magnitud de la protesta, llevando el reclamo a escala mundial con una sola imagen.
Uno de los uniformados alto, de físico intimidante, puso el cuerpo delante de las Madres y cuando una de ellas, Susana Leguía, lo increpó, el policía la atrajo hacia su pecho para neutralizarla.
Dos fotógrafos que cubrían la marcha, Marcelo Ranea, de la agencia DyN, y Jorge Sánchez, de la estatal Télam, dispararon sus cámaras y tomaron varias fotos de la escena. Una de ellas, tomada por Ranea, fue portada de uno de los diarios del día siguiente, que la ancló con el título “Pacífica concentración en el centro”. Las tomas de Sánchez nunca fueron publicadas.
La escena fue mostrada por muchos medios locales como un “abrazo” que simbolizaba la “reconciliación de los argentinos”.
“La fotografía tuvo inmediata trascendencia mediática y se utilizó para sostener una supuesta política de reconciliación entre las organizaciones de derechos humanos y las fuerzas represivas que, en los hechos, jamás existió”, escribió en un análisis la investigadora fotográfica Cora Gamarnik.
La otra cara de la imagen
La realidad había sido muy diferente. Eso es lo que mostraba una de las fotos tomadas por Sánchez, que la dictadura impidió publicar. En la foto del reportero gráfico de Télam, además del supuesto “abrazo” se veía como otra Madre, Nora Cortiñas, increpaba al policía que trataba de impedirles el paso.
“Habían dispuesto que no íbamos a entrar más a la Plaza. Era un matrimonio, él había sido jugador de fútbol… ahora no me acuerdo el apellido… y su esposa tenía un salón de belleza y una peluquería, entonces no podía venir nunca a la Plaza y no sabía los códigos. El primer código era que un policía no te pusiera ni un dedo encima, de lo contrario, si te tocaba, le decías: ‘Andá a la mierda, dejame…’. Ninguna se tenía que dejar empujar, ni ayudar, nada; menos si se trataba de un policía. Ella quería empujarlo al tipo. Resulta que estaba llorando y lo empuja; lo empuja con la flojedad del llanto… y él aprovecha para abrazarla. Estaba lleno de fotógrafos. Así quedó como que era bueno. Ahora está preso. Era un torturador. Ese día era policía, estaba de guardia, pero después actuaba en campos de concentración. La cara de asco es porque no tuvo más remedio frente a la madre que se le abalanzó”, recordó el año pasado en una entrevista Nora Cortiñas.
También el año pasado, Sánchez compartió su foto con un texto que decía: “Esta imagen la comparto hoy después que fue censurada en aquel mismo día por el presidente de la agencia Télam, el coronel (Rafael) De Piano cuando, detrás de su escritorio, sin mediar dialogo se escuchó con voz de mando: ‘Esto de acá no tiene que salir publicado por su bien y retírese’”.
Sánchez fue secuestrado dos días después y fue sometido a intimidaciones, maltratos físicos y verbales hasta que lo liberaron horas más tarde.
Lo que nadie supo ese día -ni las dos Madres de Plaza de Mayo ni los fotógrafos- fue quién era el policía de la foto. Se llamaba Carlos Gallone, y años después se lo identificaría como uno de los responsables de la ejecución de 30 detenidos y detenidas de la Superintendencia de Seguridad Federal el 20 de agosto de 1976, en lo que se llamó “la Masacre de Fátima”. El “abrazador” era en realidad un violento engranaje de la máquina del terrorismo de Estado dictatorial.
Gracias a esa foto, el reclamo de los manifestantes que el 5 de octubre de 1982 no pudieron llegar a la Plaza de Mayo fue conocido en todo el mundo.
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