“Y he repetido antiguos caminos
como si recobrara un verso olvidado”
Jorge Luis Borges
El Peugeot 404 es su propio Delorean. Pablo Delonghi se sube a la butaca, pone primera y viaja en el tiempo. Mientras maneja solo, mientras pasa a sus costados el verde interminable de la pampa húmeda, se detiene la vida. O mejor dicho, se dispersa. Se expande en múltiples fases temporales. El auto va para adelante y el automovilista avanza hacia atrás. En una seguidilla de fragmentos que es toda la existencia, Pablo se ve a sí mismo por el espejo retrovisor, retoma el camino que vendrá: el niño con el corte Balá está sentado en el asiento trasero.
Son los años ‘70, rutas argentinas hasta el fin. El viento caliente se mete por las ventanillas bajas y despabila al Delonghi del siglo XXI. Ya tiene 52 años. Canas. Es empleado ferroviario hace casi tres décadas. Le encantan los trenes, los autos, los vinilos, los objetos tecnológicos del pasado. Así que en sus días libres se mete en su propia cápsula de Volver al futuro.
El rugido blanco del motor del Peugeot a 3.000 revoluciones une los tiempos del conductor (Pablo adulto) y del acompañante (Pablo niño) en una sola fascinación. En ese acto maquinal se funden el pasado y el presente continuo. Como una forma de perpetuarse, Delonghi siempre piensa en volver a andar en el 404 de su viejo Héctor.
“La idea era tener el mismo auto de mi infancia para salir a dar unas vueltas los fines de semana. Un auto de paseo, sentir un auto viejo, salir por la zona, mirar los motores”, cuenta Delonghi de lo que arrancó como un fetiche compartido con otros fanas del clásico auto francés diseñado por Pinifarina a principios de los ‘60 y aparecido en el país sobre la segunda mitad de esa década.
Pero las vueltas comenzaron a ser cada vez más largas, directamente proporcionales al tamaño de su curiosidad y su inevitable magnetismo con la nostalgia. Entonces Pablo, desde Cardales, donde vive, empezó a trazar en los mapas de papel y digitales trayectorias extensas, lugares a los que el tren ya no llega y se apagan, pueblitos donde una señora cocina las pastas para toda la comunidad, viejas estaciones de servicio abandonadas, pulperías con los clientes de siempre, plazas sin niños.
“Mi trabajo en el ferrocarril hizo que me lanzara a los pueblos. Trabajo en Tráfico de la línea Mitre hace 27 años. Cuando el tren dejó de pasar los pueblos murieron. Y quiero ir a estos lugares a ver qué pasó con la gente que vive ahí desde que dejó de pasar el tren. No tienen colectivos, los accesos son de tierra. Emigró la gente joven. Hay casas vacías”, relata.
Pablo recorre los pueblos fantasma de la provincia de Buenos Aires. “Los jóvenes se fueron a estudiar y formaron familia y quedan los viejos. Y la verdad que la mirada es de tristeza. Hasta que preguntás por el tren y se les ilumina la cara de vida. Me llama mucho la atención”, cuenta.
Pablo deja constancia de su paso. Retrata lugares, personas, recolecta testimonios cuando tiene la dicha de cruzarse con personas. “A veces no ves a nadie”, ríe. Su objetivo es mostrar fachadas de casas viejas, lugares curiosos y conocer la historia de los sitios que visita. Con esa info, después postea en su cuenta de Instagram, donde el Peugeot siempre es el protagonista.
Lo primero que hace Delonghi cuando entra a un pueblo por el que pasó el ferrocarril es ir a la estación. En ese lugar se desarrolla su hipótesis sobre lo que verá. “Si la estación está conservada o cuidada, el pueblo también. Me pasó encontrar estaciones destruidas y así estaba el pueblo. Hay muchos pueblos que las reutilizan en centros culturales, o hay comisarías, en esos casos están mantenidas”, se acongoja.
Claro que la llegada de un auto de los años 60 llama la atención de los habitantes de estos lugares, que, normalmente, eran jóvenes cuando el 404 era un auto de la calle. “Sé que la gente de los pueblos es muy cerrada, de no contar, no abrirse pero la llegada del auto cambia, el auto invita a la charla. Se te acercan, te cuentan cosas de los autos”, sonríe y admite que lo que hace, de alguna manera, “es un viaje en el tiempo, una manera de recordar, encontrás autos viejos en los pueblos que están andando, me pega mucho”.
El Peugeot de Pablo es modelo 67 y tiene un color indefinido. Depende cómo le dé la luz puede verse gris, o azul, o incluso verde. Tiene la palanca de cambios en el volante. Es idéntico al que compró Héctor, su papá, en 1969, un año antes de que naciera Pablo.
Delonghi conserva una foto de aquellos años. Está en brazos de su abuelo Juan, habrá sido en el 71 ó 72. Detrás, reluciente, se ve el auto. Pablo recuerda sus viajes en el asiento de atrás, o acostado en la luneta. Se le viene a la cabeza la foto de él, de niño, metido en el baúl, sonriendo a la cámara de fotos.
Todo eso, el sentido de viajar en el tiempo, lo llevó a buscar un 404 y retomar aquel antiguo camino, los versos olvidados. “Estuve ocho años buscando. Había visto otros muy lindos, pero no me daban los números. Y al final lo conseguí cerca de mi casa, a 30 cuadras. Modelo 67. Prácticamente igual al de mi viejo. El auto estaba bien estéticamente, que es lo más caro de restaurar”, detalla.
Durante esos ocho años de búsqueda, encontró el auto de su familia. Lo buscó porque recordaba de memoria la patente. Lo halló en una casa de Castelar, en el conurbano oeste. Encontró la dirección en Google y por las fotos del sistema Street View lo redescubrió estacionado, en “no tan mal estado”. Y fue hasta allá, ilusionado de reencontrarse con el auto que la familia conservó hasta 1977.
“Fanstaseaba con encontrar el de mi viejo y lo encontré en 2019. Claro, la foto de Google era de 2015. Cuando llegué estaba estacionado, prácticamente no tenía color. Lo habían abandonado, le crecieron plantas adentro. Pensé en que aunque sea pudiera quedarme con el espejo en el que se miraba mi viejo, pero no había nada rescatable, así que solo le saqué una foto”.
“Fue muy fuerte verlo. A uno le queda la imagen del auto en condiciones, con ese estado me puso triste. Miraba el baúl y me imaginaba metido ahí, como tengo en las fotos, el asiento de atrás. Mis viejos no viven. Mi papá falleció en 2012, yo le decía que algún día iba a comprar el auto y me respondía ‘estás loco’. Es un homenaje a él, a las vacaciones, a las visitas a los abuelos”, se emociona Pablo.
“Soy un nostalgioso”, se autodefine entre risas. Por eso colecciona vinilos y los escucha en equipos de la época, por eso conserva el pasacasetes en el 404: “En todo esto hay muchas cosas relacionadas con la infancia. Es volver a esos momentos lindos”.
Cuando viaja Pablo vuelve. “No hago terapia pero es para ir a terapia”, ríe y agrega: “El viaje en soledad es la terapia que yo hago. Cuando agarro la ruta se me despeja todo, se me aclara el panorama, me da fuerza para arrancar la semana. Voy pensando con lo que me voy a encontrar, me voy despejando, cambiando el chip”.
Delonghi viaja y mientras viaja recuerda, descansa, vuelve a los momentos felices. Muchas veces se dice a sí mismo mientras cruza la pampa: “Este aire puro, esta llanura son para mí. Lo quería para mí y acá lo tengo. Conocer lugares y gente te enriquece mucho.
Pablo anhela darle un sentido a su viaje sentimental. Su cuenta de Instagram creció mucho en los últimos tiempos y entonces intenta ayudar a los pobladores de esos pueblos agonizantes. Difunde acciones, lugares, recomienda dónde comer. Lentamente, este ferroviario sentimental se convierte en un influencer del turismo de “escapadas”.
Y Pablo busca lo imposible arriba de su 404: escaparle al tiempo. “A los coches viejos hay que usarlos, como la vida misma. Hay que moverse”, sonríe, sentado en su butaca. Pone primera y se va.
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