Madre Isabel Fernández, la monja que vivió y murió entre los pobres de Argentina y podría ser Santa

Se cumplen 80 años de la muerte de la religiosa española, que llegó a nuestro país a los 12 años. Fundó un colegio y una capilla en Villa Raffo, partido de Tres de Febrero. Y creó una congregación que lleva el nombre de San Francisco Javier. El papa San Juan Pablo II la declaró Sierva de Dios, abriendo la posibilidad que se inicie su proceso de canonización

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La madre Isabel Fernández en su ataúd (Foto: Maximiliano Luna)
La madre Isabel Fernández en su ataúd (Foto: Maximiliano Luna)

En 1893, Isabel y Encarnación, las hijas de don Buenaventura Fernández y Antonia Sánchez provenientes de Málaga llegaron a la Argentina, España. La situación económica en aquel país era muy crítica y por eso la familia Fernández se vio obligada a buscar mejores horizontes. Isabel contaba entonces con apenas doce años, y su hermana en cambio era ya una joven de veintiséis años. Ambas fueron educadas en un ambiente profundamente cristiano, donde reinaba la unión, el amor y se compartían momentos de alegría y de preocupación. Esto ayudó a Isabel a lograr una personalidad sólida, firme, y a adquirir muy pronto una madurez y responsabilidad en todo lo que emprendía.

Desde muy jovencita se despertó en ella el celo por la ayuda a los demás. Admiró y trató de imitar desde su adolescencia, a los grandes santos que todo lo entregaron por amor al prójimo. Tomó como lema de su vida una frase evangélica: “Buscad el reino de Dios y su justicia y todo lo demás se os dará por añadidura” (Mt. 6, 33).

Apenas instalados en la ciudad de Buenos Aires comenzó a preocuparse por los niños que vivían en los conventillos con grandes carencias en el orden moral, espiritual y material. Su sensible corazón le hacía perder el sueño, el pensar cómo sacar de esa miseria tanto material como espiritual a estos pequeños. A ellos les enseñó a leer y escribir, las nociones de higiene y los rudimentos de la fe con la ayuda de su hermana Encarnación y algunas buenas amigas que Isabel logró reunir.

La partida de bautismo de Encarnación, la hermana de Isabel (Foto: Maximiliano Luna)
La partida de bautismo de Encarnación, la hermana de Isabel (Foto: Maximiliano Luna)

A los quince años comenzó a trabajar en la ayuda social y pastoral con los padres jesuitas de la iglesia del Salvador de Capital Federal. A medida que fue creciendo, descubrió su proyecto de vida. Sus ansias de “ayudar a muchos” la llenaban de alegría, y ponía todo su empeño en lograr estos objetivos. Comenzó a trabajar como telegrafista y pudo vivir de primera mano el maltrato para con la mujer en el campo laboral en aquellos primeros años del S. XX.

Con el correr del tiempo, Isabel fue madurando una vocación religiosa para poder ayudar mejor al prójimo, en sus necesidades básicas y sobre todo a las mujeres explotadas, muchas veces con signos que marcaron fuertemente su vida: el poder observar la degradación de la mujer tanto en los trabajos inhumanos que por centavos trabajaban muchas horas como en antros de la época. Convencida de ello, entró en la congregación del Buen Pastor hacia el año 1911, a dos años del fallecimiento de su madre.

La congregación de Nuestra Señora de la Caridad del Buen Pastor es una congregación religiosa fundada por santa María Eufrasia Pelletier y son de derecho pontificio, cuyo gobierno es ejercido por una superiora general y se dividen en dos grupos: las Hermanas Buen Pastor Apostólicas (religiosas de vida activa) y las Hermanas Buen Pastor Contemplativas. Estas religiosas se dedican a la rehabilitación de las prostitutas y de las mujeres que han caído en la trata de personas, a la pastoral penitenciaria en las cárceles femeninas y a la contemplación, carisma que era lo que Isabel deseaba fervientemente.

La Madre Isabel, sentada a la izquierda, con sus primeras compañeras de la Congregación del Buen Pastor y un sacerdote jesuita
La Madre Isabel, sentada a la izquierda, con sus primeras compañeras de la Congregación del Buen Pastor y un sacerdote jesuita

Estuvo allí muy poco tiempo. Por motivos de salud se vio obligada a abandonar el convento donde había sido extremadamente feliz pudiendo socorrer a las mujeres más necesitadas y a las personas más desvalidas. Siempre guardó gran admiración por la fundadora y por las hermanas de dicha obra, con la cual nunca cortó los lazos definitivamente.

Isabel, de fe inquebrantable, supo esperar con confianza la concreción de sus anhelos. Restablecida su salud, emprendió nuevamente la marcha en busca de aquellos que vivían alejados y olvidados, con una fe ferviente y una afán de ayuda al más necesitado recorrió los lugares de Sáenz Peña, Devoto, que por aquella época eran los arrabales más alejados y olvidados de la ciudad de Buenos Aires. Su tarea para lograr la dignidad iba siendo conocida por muchos que admiraron en estas dos hermanas el espíritu de sacrificio y de entrega. Durante todo el año y aún en los meses de verano, no descansaban, buscando ayudar a todos e intentando subsanar las injusticias entre los patrones y sus empleadas.

En 1913 Isabel fue invitada a trabajar en Villa Lynch, (pleno campo por aquellos años, pero rodeado por quintas llena de jornaleros) en donde existía un pequeño oratorio. Allí le ofrecieron abrir un centro catequístico y de educación para la preparación a los primeros sacramentos y enseñar a leer. Pero ante la realidad de tantos niños que aún no sabían leer ni escribir Isabel vio dificultada su acción porque eran demasiados para ellas dos. Esto no hizo retroceder a Isabel, que salió en busca de otros caminos. Así, pensó levantar una escuela para lograr una formación integral de la niñez. Con muy pocos recursos materiales pero con gran fe, se lanzó al logro de este objetivo y abrió una pequeña escuela.

Retrato de la Madre Isabel Fernández
Retrato de la Madre Isabel Fernández

Lamentablemente, no se dieron allí las condiciones para que esto perdurara, y después de un tiempo, ante la falta de lugar para desarrollar las distintas actividades, tuvieron que trasladarse a la calle Sanabria de Capital Federal. Esto no le impidió seguir trabajando y reuniendo allí a los niños, aún de lugares muy distantes. Isabel iba viendo cada vez más claro el plan de vida en ella que además de trabajar en misiones como laica, sería el de fundar una congregación religiosa nueva. Esta nueva congregación llevaría el carisma misionero de ayuda a los demás; de dignificación de las tareas laborales, y de la predica de su fe. Muchos fueron los que alentaron y apoyaron sus nobles ideales aunque también tuvo que afrontar graves dificultades. No era fácil a una mujer enfrentarse al establishment religioso y social de la época para dignificar la labor de la mujer. El 1º de junio de 1924 recibió el permiso de fundar una congregación religiosa que llevaría el nombre de un gran misionero: san Francisco Javier, y el 3 de diciembre del año 1925 fundó la congregación tan deseada con sede en Villa Raffo, Sáenz Peña, partido de Tres de Febrero, provincia de Buenos Aires. La madre Isabel contó con la generosidad del Sr. Raffo, quien donó los terrenos.

El 7 de Julio de 1927 la Sra. Carolina Pombo de Barilari visita a las hermanas. las que vivían en extrema pobreza, estas les presentan un presupuesto para la construcción de una capilla. Ante la sorpresa de las religiosas, la Sra. De Barilari queda muy sobrecogida por la pobreza de las hermanas, por su tarea de ayuda a los niños pobres y defensa contra los abusos para con las mujeres y en ese mismo momento les dice que ella costeará la capilla; aprueba el presupuesto presentado, y dedicó la capilla al su difunto marido el Almirante Emilio Barilari.

La Sra. De Barilari donó un busto marmóreo de su marido y solicitó a las hermanas estar presente en la bendición de los cimientos de la futura capilla. A la bendición de dicho busto y cimientos acudieron el R. P. José Llusá S.J., rector del seminario de Villa Devoto, el Rdo. padre Fanego SJ., la Sra. Dolores de Elortondo, la Sra. María Bunge Guerrico de Zavalía; y demás invitados ilustres, al concluir la Santa Misa, el Sr. Obispo entonó él Te Deum.

La madre Isabel Fernández con alumnas de la escuela fundada por ella (Foto: Maximiliano Luna)
La madre Isabel Fernández con alumnas de la escuela fundada por ella (Foto: Maximiliano Luna)

La construcción de la capilla tardó solo dos años. El modelo a tonar del mismo, es el de la capilla de las Hermanas del Buen Pastor, actual Parroquia del Buen Pastor de Buenos Aires, que hoy se encuentra totalmente remodelada.

La solemne bendición fue el 13 de junio de 1930. La capilla del Carmen se veía desde muy lejana distancia como un faro para los que transitaban por el campo, desde la ciudad de Buenos Aires hacia el pueblo de San Martín.

El grupo escultórico que se ostenta sobre el baldaquín, fue traído desde Barcelona, y representa a Santa Teresita y a la Virgen del Carmen; el altar de doble, es decir que daba una parte al pueblo y otra a las hermanas reunidas en el coro, fue construido por la Casa Majó de Buenos Aires y es único en la región bonaerense. A los costados del baldaquín se encuentran cuatro ángeles dorados de gran tamaño con lampadarios.

El altar de la capilla de Nuestra Señora del Carmen en Villa Raffo, partido de Tres de Febrero, que construyó la Madre Isabel Fernández
El altar de la capilla de Nuestra Señora del Carmen en Villa Raffo, partido de Tres de Febrero, que construyó la Madre Isabel Fernández

Varias de las imágenes fueron traídas de España y donadas por la Sra. Sagasti de Eguía. La imagen de Santa Teresita fue donada por la Sra. Adela Raffo de Pereyra en memoria de su esposo.

Los Vitrales, que representan los quince misterios del Rosario, fueron realizados el París y se comenzaron a colocar el 27 de diciembre de 1932. Los tres vitrales del ábside de la capilla fueron donados por la Sra. De Barilari. El primer misterio doloroso fue donado por las alumnas del Instituto en 1940. En 1949 la Casa Struch realizó el gran vitral que da al coro alto y que fue donado por fieles amigos de la congregación. Y recién en 1950 se concluyeron todos los vitrales de la capilla, cubriendo en el atrio cerrado con dos vitrales que representan a san Francisco Javier y al beato Roque González S. J.

La capilla se divide en dos por medio de un baldaquín imponente, y una reja que separaba el coro bajo de los fieles. El baldaquín fue realizado en madera estucada esta coronado por la estatua de la Sma. Virgen del Carmen sentada con el Niño Jesús sobre su regazo entregando un ramo de flores a Santa Teresita del Niño Jesús. Ambas poseen aureolas de bronce con lámparas. En el centro del baldaquín se encuentra el escudo del congreso eucarístico nacional, celebrado en la ciudad de Buenos Aires en 1934 por el delegado papal Mons. Eugenio Pacelli, que luego será el Papa Pio XII. Debajo de este baldaquín, se encuentra un capulín de bronce trabajado que encerraba una custodia magistral, hoy día, ese espacio es ocupado por una cruz de bronce. A los lados del baldaquín dos ángeles de madera estucada y dorado a la hoja mantienen sus alas plegadas en señal de adoración silenciosa. Debajo del Baldaquín se halla el tabernáculo, totalmente realizado en bronce dorado, y el friso del altar (el cual es doble) el que da al pueblo representa “El tránsito de San José” y el que da al coro “La muerte de San Francisco Javier frente a las costas de China” estos altorrelieves están trabajados en madera dorada y estucadas en láminas de oro.

Hermanas de la congregación de San Francisco Javier junto al féretro con los restos de su fundadora, la Madre Isabel Fernández (Foto: Maximiliano Luna)
Hermanas de la congregación de San Francisco Javier junto al féretro con los restos de su fundadora, la Madre Isabel Fernández (Foto: Maximiliano Luna)

Al no poseer cúpula, se realizó un fresco a manera de un trampaojo (también llamado trompe l’œil, único en la provincia). En él están representados a manera de pechinas los cuatro evangelistas y el cielo se muestra abierto con la paloma del Espíritu Santo que lo sobrevuela. En los lunetos se leen frases de los evangelios escritas en latín y el estilo de las letras son Art Noveau.

El ingreso al templo se hace por la “nave del pueblo”, que posee una entrada de madera de cedro labrada, y dos columnas que sostienen el coro alto. En las repisas, sobre los laterales, se ubican a la izquierda las estatuas de San Ignacio de Loyola y San José con el Niño; y a la derecha Santa Isabel de Hungría y la Virgen de Lujan, copia exacta a al original venerada en el santuario homónimo. Entre ambas estatuas se encontraban dos puertas, pero una fue cancelada: en el vado se ubicó un Cristo Rey sentado con dos ángeles. La pintura detrás de la imagen fue realizada por el muralista argentino Luis Corradi. Es cada rincón de la nave central se encuentra, sobre la izquierda, la imagen de la titular de la capilla, la virgen del Carmen con corona de bronce y aureola, y frente a ella, a la derecha, la imagen de san Francisco Javier predicando.

El exterior de la Capilla es de estilo neo-gótico y presenta tres grandes vitrales con la figura de Jesús y los niños (”Senite parvulos venite at me”), dos ventanas ciegas una a cada lado, y arriba de los vitrales un gran rosetón. Sobre el techo de la capilla hay una estatua de la Virgen del Carmen y se lee: “Regina Decor Carmeli, ora pro nobis”, flanqueada por dos pequeñas agujas. Por sobre el ábside se puede observar una pequeña espadaña con su campana. La capilla fue declarada monumento histórico municipal y provincial.

Reliquia de la Sierva de Dios Isabel Fernández que se guarda en la capilla de Villa Raffo (Foto: Maximiliano Luna)
Reliquia de la Sierva de Dios Isabel Fernández que se guarda en la capilla de Villa Raffo (Foto: Maximiliano Luna)

En 1936 la congregación fue aprobada canónicamente, contando ya con un importante número de hermanas. Su radio de acción se extendió por las zonas de Santos Lugares, Caseros, Lanús, Bella Vista y se fundó la primera casa filial en Colón, Entre Ríos. Pero cuando la Congregación más necesitaba de su presencia murió 28 de septiembre de 1942. Su funeral fue un desfile de niños, empleados, obreros, sacerdotes y muchas gentes que allá había ayudado en su vida. En las honras fúnebres se mezclaron desde la sociedad porteña más acaudalada hasta las personas más simples y humildes. Algo nunca visto en esta región. Llevaron sus restos al cementerio de la localidad de Gral. San Martin, y la aglomeración de gente era impresionante.

Y acá es donde comienza otra historia: la fama de santa de la Madre Isabel corre como reguero de pólvora por la región. Muchos solicitaban gracias y favores por su mediación: vale la pena aclarar que para la Iglesia católica ni la Virgen María ni los santos “hacen” milagros, sino que son solo mediadores ante Dios. Tanta era su fama y el clamor que sus restos, con el permiso del obispo y del intendente, fueron llevados desde el cementerio de san Martin hasta la capilla de Ntra. Sra. del Carmen de Villa Raffo y se depositaron en el coro de la misma capilla.

La lápida de la tumba de la Sierva de Dios Isabel Fernández en la capilla de las hermanas de la congregación de San Francisco Javier en Villa Raffo (Foto: Maximiliano Luna)
La lápida de la tumba de la Sierva de Dios Isabel Fernández en la capilla de las hermanas de la congregación de San Francisco Javier en Villa Raffo (Foto: Maximiliano Luna)

Pero no quedó solo ahí, los fieles insistieron en que se inicie la causa de canonización. Y así fue, el 24 de noviembre de 2000, al haberse cumplido los setenta y cinco años de la fundación del congregación de las Hnas. Misioneras de San Francisco Javier, la congregación para la causas de los santos de la Santa Sede otorgó el “nulla obstat” es decir que nada impide que se inicie dicho proceso. Y se la declara “Sierva de Dios”. También se la reconocerá “ciudadana ilustre post-morten” por los municipios de Gral. San Martin y Tres de Febrero.

Este 28 de septiembre se cumplirán 80 años del fallecimiento de la Madre Isabel, y para los creyentes que concurren cada 28 de cada a rezar a su sepulcro es una fuente inagotable de gracias y favores obtenidos, los cuales no dejan de maravillar aún a los más escépticos, convocando cada vez a más y más personas, a honrar y venerar la memoria de una simple mujer que solo cumplió con generosidad la misión que debería cumplir cada cristiano.

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