Era una ventana doble, laminada y corrediza de 2,90 metros de ancho por 1,90 de alto. Aunque fue hace una década, Nicolás Bargagna se acuerda bien del dato porque es el que de alguna forma lo trajo hasta acá. Acá es una obra moderna y ambiciosa que avanza sin descanso para cambiarle la cara al food hall del Alcorta Shopping. El recorrido entre un punto y otro de la historia está cargado de serendipia, esa palabra casi mágica que define la suerte por accidente cuando se busca una cosa distinta. Y a Nicolás romper esa ventana accidentalmente le marcó el destino y la carrera. La suerte.
Sentado en una oficina improvisada con lo que serán los muebles de Casa Paradiso, el multiespacio gastronómico de 2500 metros con el sello de Donato De Santis que abrirá en noviembre en el tercer piso del shopping con una inversión de cerca de US$2,5 millones, el responsable de los after-office que reúnen hasta 50.000 personas por mes en la terraza del Dot, dice que en realidad aquel vidrio no lo rompió él.
Una noche agitada
Era febrero de 2012, tenía 18 años y había puesto su casa para festejar el cumpleaños de un amigo aprovechando que sus padres estaban de viaje. En algún momento perdió el control de la situación y, a la mañana siguiente, cuando se despertó, supo que uno de sus invitados había tirado una botella de Fernet por el balcón del piso 25, con tan buena puntería que fue a dar justo en el ventanal del penthouse de un edificio vecino, que estalló sobre la pileta, la llenó de vidrios diminutos y la tiñó de marrón. Pudo haber sido una tragedia, pero no.
A Daniel Elsztain el llamado lo sorprendió de vacaciones. Acababa de volver de dos años de trabajo en Nueva York y su departamento de Belgrano todavía estaba alquilado. Al teléfono, su inquilino estaba desesperado: “Daniel, hubo un atentado”, le dijo. El empresario, hermano menor de Eduardo, y director de IRSA, el grupo al frente de los centros comerciales más importantes en todo el país, dice a Infobae que llamó a su vez al jefe de seguridad de la empresa y le pidió que averiguara qué había pasado. Su hombre de confianza no tardó en descubrir que el responsable de los destrozos no era un terrorista, sino un chico de 18 años. Y que además decía que se iba a hacer cargo, pero, por favor, que no quería que se enteraran los padres.
“Yo estaba para llamar a la fiscalía y hacer un juicio, pero le dije que, si se hacía cargo, lo bancaba”, cuenta Elsztain. Nicolás tardó tres meses en reunir la plata para reponer la ventana; para hacerlo organizó fiestas cada semana con su hermano en Crobar y Punta Carrasco. Cuando lo logró, se ocupó de toda la logística –complicada, porque había que subir el paño hasta un piso alto sin que se partiera en el trayecto– y dividió a los proveedores del vidrio, el flete y la colocación para abaratar los costos. Además, durante el tiempo que le llevó toda la operación, también se encargó de contener a los inquilinos del empresario.
“Podés comprar tiempo poniendo la cara; si la gente te ve, ganás confianza”, dice ahora Elsztain a modo de máxima, y recuerda que cuando vio el trabajo terminado quedó sorprendido por la forma en que ese adolescente había resuelto todo. “Era lo que correspondía, pero no es tan normal que la gente haga lo que corresponde. Y él no sólo había arreglado lo roto, sino que hasta el inquilino estaba contento. Así que lo llamé, le dije ‘Mucho gusto, te felicito. Lo que hicieron estuvo muy mal, si hacés una fiesta tenés que controlar que estas cosas no pasen, pero lo resolviste bien. Y él me contestó, ‘Tuve que hacer muchas más fiestas para juntar la plata’”, se ríe sentado junto a Nicolás en la obra del Alcorta.
Asunto: “vidrio roto”
Impresionado como estaba, el empresario citó entonces al chico en su oficina para devolverle el dinero que le había pagado el seguro. “¿Qué hacés de tu vida?”, quiso saber en ese encuentro. Bargagna estaba arrancando primer año de Economía Empresarial en la Universidad Torcuato Di Tella, la misma carrera y la misma universidad en la que había estudiado Elsztain. “Bueno –le dijo–. Cuando te recibas, mandame tu curriculum”. Dice que se dio cuenta de que era un chico que sabía hacer las cosas, cuando lo primero que hubiera hecho otro en su lugar habría sido decir “Papá, ¿me ayudás?”.
Exactamente cuatro años más tarde y con el título en la mano, Nicolás le mandó por mail su CV. En el asunto escribió “vidrio roto”. El empresario, que hoy es padre de cuatro hijas de entre 21 y 9 años, se acordó enseguida de su joven vecino. “Pero pasó por todo el proceso habitual de selección, no es que le di un trato especial tampoco –aclara–. Yo sólo dije que para mí tenía lo que hacía falta, pero no hice nada más. Igual nadie me creía: todo el mundo pensaba que Nico estaba acomodado”, cuenta. Bargagna, que entró a trabajar entonces al área de comercialización de IRSA, recuerda que los otros empleados le decían: “Vos sos el pollo de Daniel, el que le rompió el vidrio”. Siempre respondía: “No, yo se lo arreglé”.
Ahora dicen a dos voces que nunca se enteraron de quién había sido el verdadero autor de los destrozos. “Tenés que encontrarlo para agradecerle”, bromea Elsztain, y un segundo después se pone algo más serio: “Por favor, que nadie tome la idea para conseguir trabajo, eh”.
Los tres años que Nicolás estuvo en IRSA fueron una escuela: “Comercializar los locales de los shoppings te da un entendimiento general de todo el negocio, porque un día te juntás con un banco, otro con una cafetería, otro con una marca de ropa, y hay que saber qué hace cada uno para cobrarle un alquiler con el que no te quedes corto ni lo mate”. A veces, se cruzaban en los pasillos; a veces Daniel preguntaba a sus jefes cómo le estaba yendo, “de curioso, para ver si la promesa estaba dando resultado”. Pero no tuvieron un trato frecuente mientras Nicolás estuvo en la compañía: “Yo era un vendedor, y él el CEO”, dice Bargagna.
En 2017, vio una oportunidad de negocios diferente: alquilar él –junto a su hermano Agustín y su amigo Lucas Trevisi– un local en la terraza del Buenos Aires Design y abrir un bar con su hermano. Pero no podía estar de los dos lados del mostrador, así que decidió renunciar a su puesto en IRSA. Con la decisión tomada, sintió que tenía que hablar con el hombre que le había dado su primera oportunidad. “Me acuerdo que le dije: ‘La compañía pierde un valor, pero a vos te va a ir muy bien’”, dice Elsztain. “Pero le serví más afuera que adentro, porque terminé alquilándole locales”, agrega Bargagna.
“Cuando arrancó con su emprendimiento, rápidamente tuvo apoyo no sólo de los equipos de Comercialización que lo querían porque habían trabajado con él, sino de la Dirección. Cuando uno entrega un espacio grande como el que él tomó en la Terraza del Design –dice Elsztain–, hay que tener confianza en que lo van a operar bien, en que van a cumplir con las normativas y no vas a tener problemas, y en que te paguen, pero con él nadie cuestionó nada, ¡entró sin garantías!”. Estaba, claro, el respaldo de conocerlo desde chico: “Si cuando no tenía nada, se hizo cargo del vidrio, ahora iba a cuidar su negocio”.
Eso fue hace cinco años, y Elsztain –que mantiene un estricto perfil bajo y no suele dar notas, pero accedió a la charla por el cariño que le tiene a esa promesa cumplida que es para él Bargagna– se sorprende de la velocidad con la que creció la empresa de Nicolás. De los primeros locales de Maldini y Aribau en el Design, a convertirse en el espacio de gastronomía y entretenimientos con mayor convocatoria en todos sus shoppings. En la terraza del DOT, sus fiestas están cambiando la cultura en cuanto a lo que se puede hacer en un centro comercial: “Se convirtieron en un destino masivo de after-office, que era algo impensado”. El food hall del Alcorta –donde Bargagna es socio de los hermanos Marcos y Nicolás Caputo (h)–, tendrá un acceso exclusivo desde el estacionamiento para que se pueda entrar y salir también entrada la noche, cuando los otros locales están cerrados.
“Al principio Nico no quería hacer lo de DOT, le parecía muy grande, pero nosotros soñábamos con ese lugar hacía años, y finalmente habíamos encontrado al operador indicado”, cuenta Elsztain. Ahora es un éxito, al igual que el “bar de playa” del Distrito Arcos. “Fue la visión de Daniel, yo sólo respondí”, suma Nicolás. “Es algo que está pasando en todo el mundo, porque los shoppings son lugares cómodos y preparados para que la gente tenga servicios y seguridad, que se adaptaron a la necesidad de ofrecer una experiencia”, dice el director de IRSA.
No oculta su orgullo: “Yo soy muy creyente, creo que nada pasa por casualidad. El tema es en qué se enfoca uno, si en lo bueno o en lo malo de las cosas que pasan. Si me quedaba con la bronca del vidrio roto, me perdía la alegría de sentirme parte del desarrollo de alguien que sin querer hizo algo que no estaba bueno, pero lo transformó en algo buenísimo”. La magia de la serendipia.
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