Fue canillita y vendió café en la calle hasta que saltó a la pasarela como modelo top en París y fotógrafo de moda

A Franco Musso le gustó ganarse la vida desde muy chico, no por necesidad. Disfrutaba ser independiente. Quería tener un puesto de garrapiñadas, pero su novia le mostró un aviso de cafetero. Gracias a ese trabajo, alguien lo paró en la calle para cambiarle el destino. Caminaba 30 kilómetros por día, pero nunca imaginó que llegaría tan lejos

La vida de Franco Musso cambió de repente, mientras vendía café en la calle. Primero fue modelo y más tarde, fotógrafo. En la izquierda, una foto actual en las sierras de Córdoba, su lugar en el mundo. Es un amante de la naturaleza

Franco Musso (47) es conocido como uno de los fotógrafos dedicados a la moda más destacados del país, junto a su socia y mujer Luciana Val. En su moderno estudio de la calle Habana, en Villa Pueyrredón (CABA), se cocinan las campañas de importantes marcas y diseñadores, incluso para revistas internacionales. Lo que pocos saben, es que Franco, antes de ser fotógrafo, fue modelo de pasarela en París, Nueva York y Milán. Y mucho menos, cuál era su trabajo anterior: vendía café en termos, con un gran carro por las calles de Palermo.

De muy chico aprendió a ganarse la vida. No porque lo necesitara. Sus padres de clase media cubrían todas sus necesidades y más. “En esos tiempos era importante ser independiente”, explica Franco. Su variopinta vida laboral, arrancó a los 14 años. En medio de su estudio con fotos en blanco y negro de estilo retro, hace memoria sobre su primer trabajo: canillita. Pero no en un kiosco de revistas. Vendía la sexta edición de La Razón en las paradas de colectivos. Después, con un socio con el que no duró mucho tiempo, vendieron sábanas. También fue ferretero y tuvo dos jefes que le bastaron en su vida. “Uno me decía una cosa, y el otro que hiciera lo contrario”, recuerda riéndose.

Una imagen de los tiempos de estudiantes de Franco y Luciana, cuando iban a la escuela de Bellas Artes. Cuando se conocieron ella tenía 19 y él, 16

Musso nació en diciembre de 1974 en San Miguel de Tucumán, de casualidad, porque su abuelo era ingeniero en rutas y su familia viajaba mucho. Podría haber nacido en Necochea, el destino siguiente. Su mamá, que había quedado embarazada a los 16, lo crió con ayuda de su abuela hasta los ocho años. Después, su mamá se casó con quien hoy es su padre y le dio su apellido, Musso. Primero vivió frente a la Plaza del Congreso y más tarde en la céntrica Esmeralda y Paraguay. A su padre biológico lo conoció a los 15 años porque sintió curiosidad por saber quien era. “Recién ahí él le blanqueó a su mujer que tenía un hijo desde antes de conocerla”, cuenta. Nunca más volvió a verlo. Mucho no le interesó la cuestión porque no le gustan las “telenovelas”.

El sueño de Franco era ser artista y su look de estudiante era medio “zaparrastroso”, de estilo grunge de feria americana. Asistió a la Escuela Nacional de Bellas Artes Manuel Belgrano, un bachiller de tres años con magisterio, pero no llegó a completar los cinco años, por falta de interés en el estudio. En esa escuela, conoció a Luciana, su actual mujer, tres años mayor. Desde ese entonces son inseparables y compañeros de aventuras. Ella sabía que en esa época Franco quería tener un puesto de garrapiñadas, pero vio un aviso de cafetero y le preguntó si le interesaba.

Franco cuenta esta historia, de cuando tenía 20 años, sentado en la barra de su estudio, mientras prepara un café intenso, porque nunca puede faltar en su vida. Su recorrido con un carro cargado con 15 o 20 termos, partía del Abasto. Tenía clientela fija a la que le llevaba el desayuno y las panaderías le hacían precio por las medialunas. Continuaba por Guardia Vieja hasta Mario Bravo, para abarcar la parte de Palermo, entre Santa Fe y Avenida Córdoba. Un día calculó que caminaba 30 kilómetros por día. Y fue gracias a esas larguísimas caminatas que había logrado un excelente estado físico. Con su 1,90 mts., pesaba 80 kilos. “Antes de ese trabajo, andaba por los 100 kilos. Es decir, que si no hubiese sido por el trabajo de vendedor de café, jamás hubiese sido modelo”, continúa sacando conclusiones.

En su recorrido habitual con los termos, lo detuvo en la calle Santiago Sáez, el dueño de la marca de indumentaria Ona Sáez. " Al principio pensé que me quería levantar porque me pasaba muy seguido. Tengo mucho arrastre con los gays. Pero no. Me ofreció hacer las campañas publicitarias de su marca y me dejó su número de teléfono en un voucher de esos de tarjetas de crédito”, recuerda.

En los diarios, en las revistas, en las pasarelas de Europa y Estados Unidos. En todos lados aparecía la cara angulosa de Franco Musso

Y aceptó. Y por mucho menos esfuerzo, ganaba en un día, lo que le costaba recaudar en tres semanas con el carro de café. Pero ese carro era su trabajo y lo que le daba sustento. El trabajo de modelaje era “una changa”.

Haciendo fotos, conoció a otro modelo, que le estaba yendo más que bien. “Era Daniel Rossi Había hecho un video con Madonna (Rain), era el novio de la actriz Julieta Ortega. Y sobre todo, un tipazo. Me recomendó que me presentará a una agencia de modelos para trabajar como él en el exterior”, explica. Y así lo hizo. La agencia PHone (que dejó de existir) lo contrató para llevarlo a París. Franco se anticipó de inmediato. “No tengo un peso”. De todos modos, lo llevaron en un viaje de tres meses. Luciana iba con él. “Donde come uno, comen dos. Nos fuimos con 150 dólares”, relata.

Su primer desfile fue para la firma japonesa del diseñador Issey Miyaki en París y con exclusividad. No hablaba francés, tampoco inglés. La primera pasada fue para el olvido. Tanto que no quiso ver el video porque, él que no tenía idea lo que era un desfile en pasarela, tenía que sacarse la camisa y quedarse posando, mirando a la tribuna de fotógrafos para la lluvia de flashes. Pero de los nervios se olvidó de lo último, miró para abajo y se dio vuelta enseguida. Y los fotógrafos se lo hicieron notar.

“El modelo masculino, en comparación con las mujeres, gana chaucha y palito. Y solo queda el 33% de lo que se gana, entre los impuestos y comisiones”, cuenta cuando se le pregunta si ganó mucho dinero. La profesión nunca le colmó, tampoco le encandiló el ambiente. “No ves ningún mundillo si no te interesa”. Y supo de qué se trataba buena parte del trabajo: hacer largas esperas entre desfile y desfile. Eso sí, la ropa que lucía estaba buenísima y supo apreciarla.

En total le dedicó 8 años al modelaje. Vivió como un nómade entre París, Milán y Nueva York, siempre al lado de su mujer, Luciana. Una campaña que hizo para Gucci, le terminó de coronar para integrar el grupo de los elegidos, los que hacían los mejores desfiles. Lo había entrevistado Tom Ford, en ese momento, director creativo y fotografiado Mario Testino, quien le había presentado al diseñador. También posó para otro célebre fotógrafo de moda, Richard Avedon. “Hoy me arrepiento de no haber sabido quién era ese tipo en su momento. Sabía que era un groso. Estuve tres horas parado como un estatua. Veía todas las luces, porque si hay algo que me fascinó era chusmear todo”, destaca. Tenía 22 y todavía su futuro como fotógrafo profesional estaba lejos.

¿Si lo acosaron? Mucho. Eran otras épocas. “Me tocaron el culo 550 mil veces. Y también a Luciana, a los dos cuando ya éramos fotógrafos, los dos en ese ambiente”, recuerda todavía con evidente fastidio. “No me acosté con Testino, no le seguí el rollo. Una vez me invitó a una fiesta estando en Nueva York, le dije que no y así y todo, seguí laburando con él. No me cerró la persiana”, asegura. Y agrega: “En esa época los límites eran difusos. Nada que ver con lo que es hoy”, manifiesta.

La pareja durante sus años en París

Durante el tiempo en que Franco desfilaba, Luciana hacía los portfolios de modelos de los chicos nuevos que ingresaban a la agencia de modelos y cada vez iba perfilándose como fotógrafa de moda de revistas. Y Franco, empezó a involucrarse en la fotografía de objetos en el año 2000. Eran los comienzos de una nueva etapa.

En 2001, con la crisis argentina, se alquilaron un departamento minúsculo en París y empezaron a trabajar juntos en la moda combinando sus especialidades, modelos y naturaleza muerta. Llegaron a París con casi lo puesto. Mochilas con poca ropa. Un colchón inflable. Y la primera noche pasaron frío. No tenían acolchados, el lugar estaba helado y se cubrieron con toallas. Lo que les abrió las puertas como fotógrafos fue haber ganado un festival internacional de fotografía Hyères, en el sur de Francia, que está dedicado a la fotografía de moda. Cuando consiguieron el premio inciaron una carrera de conquistas de marcas de lujo y editoriales de moda en las principales revistas europeas. Como punto de partida, habían entrado a la agencia de fotografía de Katy Barker.

Trabajaron para Viktor and Rolf, hicieron catálogos para Louis Vuitton, Yves Saint Laurent. Después, fotos de joyas para Dior. Con el tiempo, desde París levantaron su propio estudio en el barrio de Villa Pueyrredón, en una antigua fábrica de transformadores. Y hasta 2019 estuvieron con un pie en el avión, yendo y viniendo de Europa, entre producciones argentinas e internacionales.

En La Unión, la huerta que fundó la pareja con unas pocas personas y hoy son 30

Del glamour de la moda pasaron con su mujer a hundir las manos en la tierra los sábados, en un proyecto de huertas urbanas. Con la llegada de la pandemia, como eran muchos los que estaban trabajando en el mismo espacio, decidieron fundar su propia huerta, La Unión. al costado de las vías del Ferrocarril Mitre. “Eramos cuatro y ahora somos 30 los que estamos trabajando. Hoy la huerta cumple 2 años”, cuenta sobre un nuevo aspecto de su vida que le da mucha satisfacción. Al mismo tiempo, están construyendo una cabaña en San Javier, Traslasierra, con intención de volcarse de lleno a la naturaleza. “El plan es hacer los trabajos de pre producción y post producción de fotografía, con la sierra de fondo”, revela el ex modelo y ex cafetero y mucho más. La pareja va en busca de su próxima aventura.

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