Paula Reynoso (31) y su pareja, Walter Berella viven en Villa Paranacito, en la isla número nueve desde el inicio de la pandemia. Pusieron en alquiler sus departamentos de Morón y huyeron del encierro. Ella hacía home office para la compañía de seguros en que trabaja y no dudó un segundo en este cambio de hábitat. Vivirían en la casa de una isla de Entre Ríos, que habían construido sus padres hace casi 20 años. Walter se ocuparía del emprendimiento turístico en el lugar: armaron un camping, dormis y además tienen un almacén. Su madre Mariana y su hermano Agustín (18) fueron de la partida. Su papá, que vivía en México, había muerto en 2018.
Ya sin necesidad de presentarse todos los días en las oficinas Merlo, de repente se encontró en el día a día rodeada de una naturaleza exuberante. Lo que no se esperaba era su nueva vida acompañada de carpinchos. Las fotos pueden verse en su Instagram (@carpinchurros). Se ven imágenes con la especie más grande de roedores, que fueron noticia también durante la pandemia al circular por los jardines de las casas de Nordelta, situación que generó una grieta entre los vecinos.
El carpincho (Hydrochoerus hydrochaeris) es el emblema de los humedales áreas que se inundan de agua de forma estacional o permanente – como lagos, lagunas, ríos, turberas, marismas, deltas– y son fundamentales para el funcionamiento del ecosistema. Este roedor está presente en el centro y norte del país y vive en manadas de 10 a 20 ejemplares. Tiene un pelaje áspero, marrón, una cola apenas visible y los dedos están unidos por una pequeña membrana interdigital que mejora su desplazamiento en el agua.
Antes de que llegaran los carpinchos a su vida, los días transcurrían frente al río, en su playa, debajo de sus arboledas y en medio del ir y venir de turistas y pescadores. Durante el verano, aumenta el movimiento y los visitantes se bañan en el arroyo La tinta, que surca esa isla.
“En octubre del año pasado, me llamó una amiga, que vive de otro lado del río, pero que es pueblo y no tiene tanta naturaleza como de este lado y me dijo que había encontrado un carpincho bebé y tenía miedo de que se lo comieran perros de caza. ‘¿Te lo llevo?’, me preguntó. Suponemos que habían matado a la madre y quedó huérfano”, relata.
Y sin tener idea sobre cómo rescatar un carpincho, Paula y su novio fueron a buscarlo. Recibió muchos consejos de los isleños para alimentarlo, era todo nuevo y confiesa que hizo algo mal: “Durante los primeros seis meses durmió en nuestra cama. Sé que está mal. Me juzgaron mucho. Pero era muy chico para dejarlo libre, acá se los comen, repito, no sé, un perro se lo iba a comer”, asegura.
El carpincho rescatado recibió un nombre de mascota. Se llama Churro. La familia muy limpia y ordenada, le puso un sanitario en el baño. Una bañadera donde hacía sus necesidades cual gato. Cabe aclarar que la familia tiene perro y gato también. Ahora es toda una gran familia integrada.
“Cuando el carpincho cumplió seis meses, lo íbamos sacando todos los días para que conociera el río, su hábitat. Nunca se alejó. Siempre anda detrás nuestro. Cuando empezó a hacer calorcito, empecé a dejarlo afuera en el deck de mi casa con la reja abierta. El iba y venía. Y después, empezó a hacer la vida de un carpincho normal”.
En Instagram, la acusan de mascotismo, pero ella vive reiterando a quienes la atacan que lo rescató, porque se lo iban a comer. “Molesta el mascotismo, pero no se respeta la ley. Hay una ley que los protege de la caza. En zonas rurales se alimentan de carpincho. Y en las casas de artesanías, la mayor parte es de cuero de ese animal”, expresa con enojo. La joven se refiere a la Resolución 237/79 de Entre Ríos que prohíbe la caza del carpincho, Gato Montés y desplume de Avestruz o Ñandú.
“Cuando lo rescaté fue un lío. Le daba pan con leche. A la semana le arrancaba pasto. Buscaba camalotes, unas plantas que están en el río. Las ama. También le gusta la manzana, las zanahorias. Hago lo que puedo. Y como pecado confiesa que alguna que otra vez vez le dio una galletita. Ya sé que no se debe”, dice la mujer, que habla de “el churro” como si fuera un perro.
Paula asegura haber recibido asesoramiento por una veterinaria de animales exóticos que iría a verla este fin de semana. “El churro últimamente aparece cuando quiere. Mi casa está al lado de la balsa, al lado hay dos casas que tienen un canal, en esas casas ya los conocen, ellos están chochos en ese arroyo. Ellos me vienen a ver cada dos días”, explica.
Habla en plural, porque también llegó a su vida “La Churra”.
“En marzo, tuve una situación similar. Me habla un amigo de la isla, que la hermana tenía dos carpinchos, no sé si los habíá encontrado, porque no estaban en su ambiente. Eran dos hermanitos divinos y uno desapareció, no sé si algún turista ‘gracioso’ se lo llevó a la casa. A ellos los crié más salvajes, en el deck afuera, y ya la tenía más clara, sabía que tenía que darles camalotes. Eran crías, un poco más grandes que el primer carpincho, que tenía 15 días.
Churro ahora tiene un año. Debe pesar unos 50 o 60 kilos. “Es un montón, pero he visto carpinchos en la ruta y eran enormes y no creció tanto. Es muy cariñoso. Son animales muy amorosos con todos, explica. Y cuando lo acaricia emite un sonido como un gru gru gru, parecido a un ronroneo. “Juegan en el agua como si fuesen chicos, te morís de amor. Lo voy a visitar al arroyo donde están”, cuenta.
Yo grabo toda la cotidianidad del carpincho, no es que lo obligo a meterse en mi casa. Abro la puerta y se mete en la cama, se sube al sillón. La relación se dio naturalmente. Nadie forzó nada. Lo que hice fue intentar salvarle la vida. Los animales son increíbles”, concluye.
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