
A mediados de la década del 60, Antonio Caló entró a trabajar en la fábrica metalúrgica La Baskonia en Villa Soldati e inició una larga e inagotable carrera en el sindicalismo argentino. “A mí el gremialismo me gustó siempre, ya desde chico”, cuenta Caló. Una tarea de la que no se pudo desprender a lo largo de toda su vida porque “es una pasión”, como él mismo define. En La Baskonia fue delegado, miembro de la comisión interna de su fábrica y, en ese ámbito de militancia, con base en la Unión Obrera Metalúrgica (UOM) de Villa Lugano, conoció a José Ignacio Rucci.
Por aquellos años, más precisamente en 1969, se produjo el asesinato de Augusto Vandor, secretario general de la UOM nacional y, luego de su muerte, la seccional Capital metalúrgica se dividió en dos facciones: una, comandada por Lorenzo Miguel, que pertenecía a la UOM de Villa Lugano como Caló, y la otra, que respondía a Avelino Fernández, de la fábrica Volcán. Pese a tener un buen vínculo con el líder de la segunda facción, Caló se quedó junto a Lorenzo porque “era de la UOM Lugano, como yo”, recuerda. Lorenzo Miguel resultó ganador y la nueva comisión directiva de Capital “se quedó sin colaboradores viejos, entonces empezamos a entrar los jóvenes”, explica. “Fue una oleada nueva de dirigentes”. En 1971, Lorenzo lo nombró colaborador de la UOM de villa Lugano, ubicada en la calle Riestra y Pilar, donde conoció a los sindicalistas más importantes de la época.

El recuerdo sobre Rucci
La primera vez que Caló vio a José Rucci fue el día en que asumió como secretario general de la CGT. “Acá la CGT va a ser peronista y yo voy a trabajar por el regreso del general Perón a la patria”, rememora Caló sobre el discurso del dirigente peronista. Otro de los mayores recuerdos que tiene sobre Rucci fueron las ocasiones en las que lo acompañaron a Ezeiza antes de emprender sus viajes a España para reunirse con Perón. “Le di un abrazo y ahí empezamos una relación”, cuenta Caló. “Una vez nos trajo una foto de Perón firmada para mis compañeros de fábrica”. Incluso tenía un buen vínculo con su familia, entre quien destaca a la mujer de Rucci, apodada Coca. “Peleador, buen amigo, compañero, verborrágico”, así lo define, afectuoso, Caló. Al líder de la CGT no le había tocado una tarea fácil, ya que fue el encargado del regreso del General al país y tenía, prácticamente, canal directo con él. “A José lo mataron por peronista, no me cabe duda, no tenía pelos en la lengua para categorizar a los adversarios”, manifiesta.

Después de la muerte de Vandor, el sindicalismo vivía con miedo. Eran tiempos difíciles y las figuras sindicales más renombradas lo tenían claro. Pero nuestra defensa por los trabajadores y por el peronismo estaban primero. “Siempre hubo miedo”, afirma. El 17 de noviembre de 1972, Caló y los delegados de la UOM se dirigieron a Ezeiza para recibir a Perón en la Argentina, “pero no pudimos llegar por la represión policial. Cuando vimos a Rucci con el paraguas abrazándolo a Perón, lloramos como niños”.

“Fue un día de felicidad para los trabajadores metalúrgicos, porque el gremio y José lucharon muchísimo durante 17 años por el retorno del jefe”, cuenta y continúa: “pero también quiero destacar, el rol de Juan Manuel Abal Medina, por quien tengo un profundo respeto y cariño, ya que en su juventud se jugó la vida y con José, fueron a abrazar a Perón apenas bajó del avión”. Ya con los pies en su patria, el único gremio que decidió visitar el General fue la seccional porteña metalúrgica en el barrio porteño de Caballito, donde concurrió acompañado por Isabel. “Son cosas que no te olvidas, lo vi pasar junto a Isabel por adelante mío”, recuerda emocionado. Ese día, su tarea era trabajar en la seguridad para que el líder peronista pudiera realizar su visita sin mayores problemas.
El último brindis
Aquel domingo 23 de septiembre de 1973, Caló no imaginaba que sería su último encuentro con Rucci. No era un día cualquiera, sino que era una importante jornada electoral, sobre todo, para el peronismo porque Perón era candidato para ocupar la presidencia por tercera vez. Aquel mediodía, José Rucci compartió un asado con dirigentes metalúrgicos en la UOM de Villa Lugano mientras se desarrollaba la votación en la que Perón resultó ganador. Al finalizar el almuerzo, Rucci, rodeado por los dirigentes metalúrgicos Lorenzo Miguel, Alberto Onetto, Juan Avolio y Antonio Caló, entre otros, alzó la copa y brindó por el futuro del gobierno peronista. “Cuando se iba le digo: ‘Che José, tené cuidado’, y me respondió: ‘Quédate tranquilo tano, yo me cuido’, y no lo vi más”, cuenta sobre su última charla. “El martes 25 de septiembre me enteré que lo mataron”, agrega sobre el triste final. “Todos lloramos porque, aparte, lo mataron con saña”. De su velorio en Chacarita participaron importantes figuras políticas, sindicales y el electo presidente: “Las lágrimas de Perón me quedaron marcadas, le mataron a un hijo”, manifiesta.

Ese doloroso y lamentable desenlace continúa en la memoria de Antonio Caló, quien considera que la figura de Rucci debe servir de ejemplo para llamar a la unidad del peronismo. “Cuando nos peleamos entre nosotros, los que sufren son los trabajadores”. Y cierra con un final reflexivo: “Como decía el General, para un peronista no hay nada mejor que otro peronista”.
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