Tal vez porque nunca terminó de integrarse con sus compañeras de la Escuela Misericordia de Recoleta, en Buenos Aires, donde cumplió desde el Jardín de Infantes hasta la secundaria, Melina Tévez, que en 2006 era una niña tímida y de bajo perfil, solía pasar horas sumergida en los juegos en red.
Tenía 12 años y prefería permanecer en la computadora frente al videojuego Counter-Strike, un entretenimiento de disparos que le encantaba. Las “chetas” del curso, recuerda, la aburrían.
Fue así que una tarde se cruzó online con un rival mendocino llamado Yoel, oriundo de Alto Salvador, en el departamento San Martín, alguien que aún siendo muy joven –14 o 15 años-- trabajaba para ayudar a su familia. No obstante, este chico fachero, simpático y entrador, siempre se hacía un tiempo para ir al ciber.
Lo cierto es que ya sea como dupla o como contrincantes solían interactuar prácticamente todos los días. El “mano a mano” se había convertido en rutina. A través del Messenger, un día él inició la primera charla en privado.
“De a poco nos hicimos amigos y confidentes. Yo siempre fui soñadora y con él me sentía una princesa de cuentos. Mi mente volaba y, como toda adolescente, solía inventar poemas o canciones, escribir su nombre en las carpetas o en la arena cuando iba a la playa. Era una relación utópica, imposible, pero seguía soñando…”, recuerda, en diálogo con Infobae, esta maestra jardinera de 28 años.
Durante dos años la relación se consolidó al punto de continuar la charla a través de teléfonos celulares que hoy recuerda como “antiguos y espantosos”, como el CTI.
Es que, por entonces, relata, no existía el Whatsapp, y la manera de comunicarse era a través de mensajes de texto, por lo tanto el crédito se agotaba enseguida.
“Mis viejos tenían un kiosco y yo le cargaba la tarjeta cuando quedaba en cero. Eso sí, a las pocas horas me lo devolvía. Había confianza, largas conversaciones y mucha complicidad: hasta me hacía sonar el teléfono para despertarme e ir a la escuela. Compartíamos la pasión por el heavy metal y, claro, siempre matizábamos con alguna partida de Counter-Strike”, evoca.
El primer “bache” entre ambos fue cuando se pusieron de novios (con otras parejas, claro). Ella tuvo algunas relaciones pasajeras y él, en cambio, con el tiempo formó una familia. Estuvieron años sin hablar. Más tarde hubo otro contacto, nuevas llamadas, muchas charlas y luego nuevamente el silencio.
“Yo sufría muchísimo cuando no sabía nada de él, sufría de verdad…”, reconoce ella. Por entonces, Yoel ya tenía dos hijos y trabajaba en la cosecha de uva.
Un día, mucho tiempo después y libres los dos --él se había separado-- volvió a escribirle a su amiga virtual. Melina no lo dejó pasar.
“Sentí que éramos lo suficientemente adultos como para decidir encontrarnos. Preparé todo para ir a visitarlo, alquilé un departamento en Mendoza y partí”, recuerda. Antes tomó los recaudos necesarios dejándoles teléfonos y direcciones a su familia. En definitiva, agrega, nunca lo había visto en persona y, aunque estaba convencida de que era buena gente, no dejaba de ser un riesgo, máxime con todo lo que sucede detrás de las redes.
Melina bajó del micro en la terminal de Mendoza el mediodía del 22 de enero de 2021. La ciudad ardía de calor, pero ella estaba tan nerviosa que ni siquiera se dio cuenta. Eso sí, quedó maravillada con el paisaje cordillerano. Se instaló en el centro y con el corazón al galope esperó que Yoel saliera de su trabajo y le golpeara la puerta. Hacía 15 años que anhelaba conocer a ese “príncipe” que la había conquistado de niña.
“Abrí la puerta y lo besé de inmediato. Fue como si nos conociéramos de toda la vida. Compartimos tres días en los que nos sentimos como en las nubes, hablando de la vida, recorriendo los puntos turísticos de esa hermosa provincia, termas, bodegas, parques y calles céntricas. Nos la pasamos riéndonos a las carcajadas de nuestras charlas infantiles”, evoca ella.
Durante esos escasos días supieron enseguida que se amaban y a la vez eran conscientes de que iniciaban un camino de obstáculos. Algo les decía, de todos modos, que iban a superarlo.
Melina intentó buscar opciones para radicarse en Mendoza, aunque más tarde decidieron planear un futuro en Buenos Aires, precisamente en su Recoleta natal, donde ella tiene su departamento y al menos no tenían que pensar en la vivienda. Además, en la Capital Federal, concluyeron, había más posibilidades de trabajo y mejores salarios.
Durante un año y medio, con gran esfuerzo económico y logístico, sortearon esos 1050 kilómetros como pudieron.
Melina sostiene que lo veía a Yoel inmerso en una “meseta”, en una vida rutinaria y monótona. Por eso lo ayudó a planificar un futuro mejor con proyectos y estudio, siempre apostando al amor y al compañerismo, “única manera de construir una relación de pareja sólida”, sintetiza, mientras exhibe incontables fotos del tiempo que llevan juntos.
Yoel, que tiene 31 años y es un hombre de pocas palabras, no había podido finalizar la secundaria. Alentado por su novia, finalmente cuenta que se decidió a dar el paso, mudarse a Buenos Aires y progresar todo lo que no había podido antes, aún con el peso de dejar a sus hijos en Mendoza.
Hay fechas que quedarán grabadas a fuego en el corazón de estos protagonistas de una novela: una de ellas es aquel 22 de enero, cuando Melina bajó del micro convencida en haber seguido el mandato de su corazón.
La otra, sin dudas más definitiva y trascendente, el 4 de mayo de 2022, cuando Yoel tomó el vuelo rumbo a Aeroparque para iniciar un capítulo nuevo en su vida.
“Estaba súper nerviosa, salí de trabajar y fui volando a esperarlo producida de punta a punta. Bajó del avión y lloré como una loca, desconsolada, porque pasó por mi cabeza toda la película desde nuestra infancia. Le llevé un oso con un corazón rojo, un peluche que sigue siendo nuestro amuleto, nuestro acompañante y testigo de todo lo que hemos luchado para estar juntos”, relató.
Es que Melina cree firmemente en el amor, pero no en los milagros. Porque, según aclara, de nada sirven las frases hechas si uno realmente no se juega entero por los sueños.
Para ninguno de los dos esta decisión resultó fácil, ya que implicó –explican-- cambiar completamente sus vidas. Yoel, que se da maña para los oficios, ya empezó a trabajar en algunas obras y pronto iniciará un curso de refrigeración.
Mientras espera ingresar oficialmente a algún jardín de infantes, Melina trabaja como cajera en una peluquería. “Necesitábamos un ingreso fijo y lo tenemos gracias a un amigo que nos dio una mano”, aclara.
¿Si la familia de Melina incorporó a Yoel? Ella asegura que sí; que sus tías --hermanas de su mamá-- fueron desde siempre sus grandes confidentes y que, al conocer la historia desde el inicio, los apoyan incondicionalmente.
La convivencia resulta “hermosa y relajada” y los videojuegos siguen formando parte de sus vidas, aunque hoy se vuelcan al Free Fire, un juego de ssupervivencia mundialmente conocido y el más descargado a nivel global en 2019.
Yoel, fanático de River Plate, asegura que encontró al amor de su vida y que el haber empezado de cero, más allá de las complejidades, tiene su recompensa.
“Es la primera vez que siento que alguien es exactamente para mí, jamás me decepcionó, aún en los momentos más difíciles. Me cuida, me valora, me ama y lo demuestra. Creo que estoy viviendo un amor verdadero, un amor que me merecía desde hacía mucho tiempo”, reflexiona Melina, siempre optimista y esperanzada en que todo irá saliendo cada día mejor.
Hace un tiempo, ella le cumplió una ilusión: le regaló la entrada para ver el partido de River contra Sarmiento, el pasado domingo 31 de julio. “Conocer el Monumental era el sueño de su vida, ahorré y pude darle esa sorpresa. Me encanta agasajarlo, soy muy feliz a su lado”, asegura.
Melina y Yoel pudieron cristalizar una historia que parecía imposible pero que, a fuerza de amor y perseverancia, hicieron realidad.
“Siento que nadie me regaló nada, que la vida pasa rápido y que las oportunidades llegan una sola vez. Cuando uno está convencido debe actuar y jamás mirar hacia el costado”, subraya y finaliza: “Aprendí que se puede seguir soñando, que los deseos se cumplen y que en la vida hay que jugársela por completo”.
“Nadie, excepto nosotros –concluye-- tomará las riendas del camino hacia la felicidad”.
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