Odiaba estudiar y el oficio de reciclado de muebles antiguos la apasionó: hoy triunfa en su taller escuela

La rosarina Lucía Giraudo llegó a Buenos Aires para tomar clases de teatro. Se alojó en un hostel de San Telmo y consiguió trabajo de vendedora de vestidos de fiesta. La búsqueda de una actividad que la apasionara tuvo muchas vueltas pero valió la pena. “Quiero esto para mi vida”, pensó en sus primeras clases de tapicería

Lucía Giraudo vino a Buenos Aires a estudiar teatro, pero no sentía la pasión necesaria para ir a los ensayos. Estudió varias carreras hasta que descubrió su vocación (Foto Gabriela Cicero)

No a todos les gusta ir a la universidad. No a todos les resulta fácil descubrir su vocación, pero una vez que sucede, la vida puede cambiar por completo. Eso le ocurrió a la rosarina Lucía Giraudo (34), que estaba un poco perdida a los veinte. Sabía que no estaba hecha para sentarse a estudiar y que disfrutaba de sus clases de teatro.

El camino hacia sus actuales oficios, recicladora de muebles antiguos y tapicera fue largo y sinuoso. Hoy está sentada entre los muebles de su taller escuela en Colegiales, sin poder creer hasta donde llegó en seis años como emprendedora. Entra la luz por los vitraux, no hay nada que sea nuevo en ese gran living. Hay una mesa rectangular de madera, donde reposa una butaca de pana verde inglés, un compresor al lado para la engrampadora, un perchero con los delantales de sus alumnas y un patio con la puerta abierta que deja entrar luz y aroma a jazmín.

Hay días que trabaja dentro de la casa, otros en el patio. El reciclado de muebles ocupa todo su tiempo (Foto Gabriela Cicero)

La casa es enorme y fue reciclada por completo hace un poco menos de un año. Tiene más espacios en habitaciones donde hay sillas de estilo y no tanto, a la espera de volver a tener una segunda, tercera vida o más. Desde otra habitación, saluda Maxi, quien se ocupa de lavar la madera de los muebles, remover las lacas viejas. Lucía le enseñó esa tarea cuando se quedó sin trabajo durante la pandemia. Milena es otra parte fundamental del equipo. Era la encargada del local de Patio Bullrich donde Lucía fue vendedora de ropa y hoy está atenta a lo que las alumnas necesitan, además de llevar su propio emprendimiento de velas.

La casona es un espacio luminoso donde muchas mujeres van a despejar su mente de preocupaciones, a desconectar del teléfono y recuperar muebles con historia, que pertenecieron mayormente a seres queridos. Las manos están ocupadas con martillos, pinzas, pinceles. Ahí se charla, se lija, se pinta, se engrampan telas y también se comen facturas. En la cuenta de Instagram, de 23 mil seguidores, puede verse el taller, el equipo, el encanto de la casona y cada mueble que pasa por el lugar (IG: luciagiraudo_muebles)

“Me vine a Buenos Aires en 2008 a estudiar teatro. Hacía comedia musical en Rosario. Yo era del mundo artístico. Muchos de mis compañeros se vinieron para acá. Como necesitaba hacer una carrera estudié un año cine”, cuenta la tapicera.

En el centro de la escena, Lucía de niña, precisa en sus movimientos, en una demostración de comedia musical

Abandonar Rosario, sola, no fue nada simple para una chica de su edad. Estudiar teatro era también una excusa para irse, salir de su casa. Sus padres se habían separado. Tenía mala relación con su papá y vivía con tres hermanas y una madre desbordada. Se alojó en un hostel de San Telmo y por una recomendación consiguió trabajo en una tienda que estaba en Patio Bullrich dedicada a los vestidos de fiesta. “Empecé a vender ropa y para mí era muy fácil. Con todo el teatro que tenía encima me desenvolví muy bien. Ahí trabajé durante cinco años, mientras estudiaba con Raúl Serrano, donde iban mis amigos rosarinos”.

También estudió un año cine. Descubrió que la carrera era más técnica de lo que pensaba. Lo que más le había gustado hacer había sido una maqueta. Por lo que se decidió a probar con Bellas Artes. “Fui me anoté y me encontré con que no era un taller. Era una facultad. Había mucho que estudiar y a mi estudiar nunca me gustó. En el colegio odiaba las materias, me gustaban las actividades prácticas. Para que te des una idea, cuando me compré la máquina de coser, no leí el manual. Me puse a probar. Aprendo haciendo”, explica alguien que logró conocerse muy bien.

Con una sonrisa de oreja a oreja, Giraudo en su primer curso de tapicería, en un lugar que dejó de existir: Aires de bohemia

Mientras sus compañeros se juntaban a ensayar obras de teatro los domingos o hasta tarde, se dio cuenta de que esa actividad tampoco le apasionaba. No podía hacer ese esfuerzo extra que se necesitaba. Así que se dedicó a hacer “cursitos” de esto y de lo otro. Hizo una de armado de vidrieras, confección de zapatos, de carteras y cayó en una escuela muy conocida en ese entonces, Aires de Bohemia, que dirigía Virginia Escribano, que marcó un estilo en el reciclado de muebles. “Virginia es muy reconocida en el medio. Se retiró para dedicarse a sus hijos. Tengo ahí su libro”, dice sobre la recicladora de muebles que la inspiró.

Como me cambió el mundo, porque todo era arte, en un lugar chiquito. Había detalles antiguos, cosas recicladas. Y yo ese bichito del reciclado lo tengo desde muy chica, no tiraba las cosas de mis abuelos. Era de juntar, muy de reciclar, forrar una caja de zapatos, libros con tela. Les hacía regalos a mis amigas bordando corazoncitos. Siempre fui muy manual. Y era una necesidad”,explica. Cuando se anotó en tapicería y reciclado de muebles antiguos, en las primeras clases se dijo: “Quiero esto para mi vida”. Le gustaba todo. El aire que ahí dentro se respiraba es lo que busca recrear en su propia casona taller.

Lucía con resortes de sillones antiguos en el patio de su casona de Colegiales. (Foto Gabriela Cicero)

Todavía en su vida había replanteos. Había descubierto su vocación, pero tenía temas que resolver. Ya había cumplido 25. Se separó del novio que tenía en esa época, y se dedicó a viajar: visitó 10 países y 22 ciudades, sola con su mochila. De regreso, volvió plena, con mayor autoconocimiento y con ganas de reconciliarse con su papá. Le había encantado Europa pero quería irse a vivir a Brasil. Su plan era irse.

Sin embargo, el destino tenía preparado dos sorpresas. El chico que tanto le gustaba, Juan, le escribió de la nada para invitarla a salir. Ella estaba en Rosario otra vez. Y un sillón roto en lo de su madre, fue el disparador de toda su carrera. Con el simple curso que había hecho de banquetas se le animó al sillón, que tenía unas esterillas rotas a los costados. El arreglo era sencillo. Lo hizo con materiales que tenía a disposición. Las fotos que hizo para sus redes sociales significaron nuevos trabajos. Sus amigos le hacían encargo y ella iba a domicilio.

Una amiga de Buenos Aires le había encargado el arreglo de su sillón americano. Ese sí fue un desafío. No tenía idea por dónde empezar. Lucía comparte el secreto de su aprendizaje: el mismo destapizado va enseñando cómo volver a armar la pieza. Le hacía fotos a todo mientras desarmaba. “Y Brasil puede esperar”, se decía mientras le ocurría todo junto. De manera que viajó a Buenos Aires para empezar sus dos nuevas relaciones: el chico y el oficio de tapicería. El boca a boca fue fundamental. Y con un maletín lleno de herramientas e incluso pinturas, comenzó a viajar entre las dos ciudades. En su Instagram Lucía se denomina como “rescatista de muebles”.

La recicladora de muebles antiguos pintó ella misma su patio para dar clases, colgándose de escaleras y haciendo sus propios colores

“Si no apostás, no ganás”, expresa Lucía bajo el techo de la casona que alquiló completamente deslucida pero con mucho potencial. La recicló solo con pintura y con su energía descomunal, trepada a una escalera que da miedo. Más tarde, aplicó su fórmula en el ambiente principal para darle el carácter de un hogar: una alfombra antigua, una lámpara de luz cálida y una planta.

“Acá todavía no recuperé todo lo que puse. Estoy laburando un montón para que esto camine pero estoy convencida de que va a funcionar y si no funciona, para mí funcionó. La casona es una apuesta fuerte que hizo sin ningún tipo de ayuda. Antes había hecho otra, muy jugada. Fuen en su regreso a Buenos Aires por segunda vez. Alquiló un departamento para vivir y trabajar, sin contar con un sueldo. Y le fue bien. Tomaba encargos de trabajo, que cobraba barato mientras aprendía en diferentes institutos.

Para su propio emprendimiento obtuvo un subsidio de CAME que había aprobado su proyecto, que le permitieron profesionalizarse en su taller con las herramientas adecuadas. Ya no más engrampadoras manuales. No más tendinitis. “Me compré lo mejor, lijadoras eléctricas, caladoras, alicates, martillos. Yo no tenía nada así que empezó a cambiar mi trabajo porque se profesionalizó”, relata.

Su referente era Virginia Escribano, y fue a conocerla personalmente en una Feria de Libro, porque tiene publicado un título Muebles recuperados. Se presentó y le contó su historia, y todo lo que su escuela Aires de Bohemia la había inspirado. Después de ese primer contacto, Escribano la llamó un día para ofrecerle ser docente de su equipo, en el lugar de sus sueños. No lo podía creer. Esa fue su mejor carta de presentación con el tiempo.

Cinchas, engranpadora neumática y un novio actor, Juan Speroni (a la izquierda), con sus ensayos. La vida de Lucía Giraudo.

Su relación con el teatro hoy se mantiene viva por su pareja Juan Speroni, que es actor. Mientras ella trabaja en su segundo taller, dentro de su casa, observa los ensayos de su pareja. Esa es su vida. “Trabajo mientras mi novio ensaya”.

Cuando hizo un curso de formato virtual, durante la pandemia, para una plataforma internacional puso en práctica su experiencia actoral. “Al momento de filmarlo, ya estaba ahí como pez en el agua, sacándome fotos, jugando cuando me filmaban. Disfruté mucho esa cosa televisiva”, cuenta. Recuerda el canal Utilísima con cierta nostalgia. Giraudo considera que debería volver con una nueva versión, pero adaptado para la formación de emprendedores. Considera que también hacen falta más escuelas de oficios gratuitas en cada barrio para que muchos puedan tener un trabajo digno, porque las que existen son pocas. “Miles de personas buscan un plomero que haga bien su trabajo o carpinteros que están todos con mucha demanda y tardan tres meses en tomar el pedido”, argumenta.

Lucía en la casona donde da clases, con los vitrales de fondo que la enamoraron

Con sus 15 alumnas fijas y los workshops que ofrece se encuentra en su punto justo. Le gusta que haya un clima distendido y de disfrute. Casi terapeútico. La docencia la combina con los encargos de trabajo que recibe. “Maxi destapiza y lava la madera. Yo tapizo”, explica quien tiene asociada la tapicería al mundo femenino. “No sé porque era tan masculina, porque aparte, no hace falta tener fuerza, puede ser delicado. Y si te cansás, lo hacés con tiempo y disfrutás del proceso”, aconseja.

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