Malvinas: una visita emotiva para recordar a un amigo muerto y leer la carta de la madre de un veterano

Desde que terminó la guerra y se habilitaron los viajes de argentinos a las islas, fueron muchos los que, en forma individual o en grupos, las visitaron. Para algunos fue la primera vez, para otros fue revivir profundos recuerdos, esos que no se borran más. Esta es la historia de cuatro hombres que visitaron Malvinas para honrar la amistad que los une

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El Mono, el Tucu, el Rucho y el Rorro, como insisten en identificarse, en Malvinas, en las ruinas de Top Malo House.
El Mono, el Tucu, el Rucho y el Rorro, como insisten en identificarse, en Malvinas, en las ruinas de Top Malo House.

Rucho, Tucu, Rorro y Mono, todos precedidos por “el”, tercera persona del singular, son amigos inseparables desde los 13 años, cuando se conocieron en el Liceo Militar General Roca, de Comodoro Rivadavia.

A pesar de que tenían más o menos 6 años cuando estalló la guerra, Malvinas los marcó. A Guillermo Ruiz -el Rucho- a pesar de su corta edad, le quedaron grabadas en su mente los operativos de apagones y los simulacros de bombardeos. Ese dos de abril de 1982 recuerda a su papá colgando la bandera argentina en la puerta de la casa. Es ingeniero, casado y tiene tres hijos.

Para él, Malvinas siempre fue un tema presente, tanto que para uno de sus cumpleaños -el 24 de mayo- pidió que la torta tuviera forma de un portaaviones con los colores de la bandera argentina.

Cristian Nicolás Díaz, el Tucu, vivía entonces en Córdoba y tiene el recuerdo de escuchar los comunicados por radio cuando regresaba de la escuela. Vivió la guerra como un hecho lejano y cuando conoció a sus amigos, su perspectiva cambió. Trabaja en logística en una petrolera en Neuquén, también casado y tres hijos.

En la semana que permanecieron en las islas, recorrieron los distintos escenarios de los principales combates.
En la semana que permanecieron en las islas, recorrieron los distintos escenarios de los principales combates.

El papá de Martín Sabater -el Mono- era médico y jefe de barrio en Comodoro Rivadavia durante el conflicto. Martín era el responsable de cortar el gas en el aula del Colegio Salesiano Deán Funes donde estudiaba. Relata que con su hermano se asomaban a la puerta de la casa a ver pasar filas de blindados y transportes militares, y tiene presente que en los simulacros o alarmas se metían debajo de la mesa. Es Licenciado en Administración de Empresas, trabaja en una petrolera, está casado con tres hijos.

Rodrigo Duarte -el Rorro- también trabaja en una petrolera y estuvo enrolado ocho años en la Legión Extranjera. Sus recuerdos de aquellos años son muy fuertes porque su papá había ido a combatir. Las noches de rezos junto a su mamá y su hermana e ir corriendo a ver la tele donde mostraban imágenes donde aparecía un joven teniente primero Duarte, su papá. Es especialista en seguridad y tiene una hija.

Para los cuatro, Malvinas siempre fue una causa sagrada.

A finales del 2013, a Rucho se le ocurrió visitar Malvinas y pensaba hacerlo solo. En una reunión de familias y amigos en la casa del Mono, en Comodoro Rivadavia, comentó su proyecto de viajar en el verano. “Yo voy con vos”, respondió el tucumano. “Solo no vas”. Su suegro es el coronel retirado Dante Prina, veterano de guerra.

La bandera que los hijos de Cristian le dieron a su papá. Lo acompañó durante todo el viaje.
La bandera que los hijos de Cristian le dieron a su papá. Lo acompañó durante todo el viaje.

En ese momento Rucho y su esposa esperaban el tercer hijo.

El Mono, que era el que hacía el asado, enseguida respondió que él también sería de la partida. En un momento se plantean que también tendrían que sumarse Rodrigo, Cristian y Diego Peralta -el Poroto- que al final no pudo ir.

Los cuatro amigos se pusieron de acuerdo y diagramaron los circuitos que harían en las islas, a fin de visitar los principales lugares donde se habían librados combates. Pero lo que querían visitar sí o sí eran las ruinas de la casa de Top Malo House, donde se había librado un intenso combate. Era una construcción precaria de madera y chapa usada en la explotación ovina. Los cuatro amigos habían devorado la bibliografía sobre este hecho, lo consideraban un episodio no tan conocido.

El 30 de mayo de 1982 la primera sección de la Compañía Comando 602 al mando del capitán José Vercesi volvían de una misión en Monte Simón y se dirigían a Fitz Roy. Debido al frío y la lluvia, decidieron pasar la noche en Top Malo House. Al día siguiente, lunes 31, fueron sorprendidos por 23 británicos. Se entabló un intenso combate de una media hora de duración, en la que fallecieron el teniente Ernesto Espinosa y el sargento Mateo Sbert, y media docena de comandos fueron heridos. “Una fiera y breve batalla”, la describieron los británicos, que siempre sembraron un manto de misterio sobre las bajas que sufrieron.

Top Malo House, o lo que queda de ella.
Top Malo House, o lo que queda de ella.

Guillermo y Nicolás sacaron sus pasajes. Rodrigo propuso sumar a su papá, José Martiniano Duarte, quien había combatido como teniente y jefe de la primera sección de la Compañía Comandos 601, cuyos compañeros y amigos habían combatido en Top Malo House. Duarte fue el encargado de establecer los principales puntos de la isla donde se combatió, sirvió como una suerte de guía que explicó in situ los distintos combates. Completó el grupo Arturo Canero -al que todos conocían como Pelusa- un renombrado geólogo y ex rector de la Universidad Nacional de la Patagonia San Juan Bosco, cuya trayectoria es muy conocida en el sur. Entonces era el suegro de Rodrigo.

El Tucu y Rucho, sabiendo que tendrían que soportar largas caminatas en la soledad malvinense, recuperaron estado físico en Comodoro Rivadavia todos los días caminando unos 16 kilómetros hasta un cerro donde, una vez en la cima, cumplían el mismo rito: mirar en dirección hacia las islas.

Al momento de fijar fecha, coincidieron que debían estar allá para el 2 de abril. Viajaron el sábado 29 de marzo del 2014. Frente al aeropuerto alquilaron dos camionetas, una Toyota y un Land Rover y les advirtieron que no se saliesen del camino, de lo contrario deberían pagar altos recargos. Se alojaron en el Hotel Waterfront.

En varias oportunidades se cruzarían con un contingente de veteranos argentinos, pertenecientes al gremio bancario.

El picaporte de la puerta de Top Malo House. Fue asido por los comandos argentinos que combatieron el 31 de mayo de 1982.
El picaporte de la puerta de Top Malo House. Fue asido por los comandos argentinos que combatieron el 31 de mayo de 1982.

Visitaron San Carlos, Darwin, Monte Longdon y otros puntos donde se desarrollaron combates, matizadas con las explicaciones de Duarte. El día que decidieron visitar Top Malo House salieron temprano. Al grupo se había adosado John Merryl, que decía ser un norteamericano que estaba en las islas sin un propósito visible. Ellos siempre creyeron que estaba para vigilarlos. El grupo lo aceptó, ya que caía muy bien por su simpatía y por las historias que contaba en las largas sobremesas después de la cena.

Con los dos vehículos llegaron hasta el cruce del arroyo Malo. Sin prestar atención a las advertencias de los que les habían alquilado los vehículos, intentaron seguir campo traviesa por una huella, pero a los pocos metros una de las camionetas se hundió en la turba. Mientras los tres hombres mayores -Duarte, Canero y el norteamericano- se quedaron para conseguir ayuda, los cuatro amigos prosiguieron caminando, guiándose por fotos tomadas de internet -hasta tenían una fotografía de la casa tomada en el 1900- y de coordenadas tomadas de Google maps.

Era por demás cansador y trabajoso caminar por la turba, a la que comparan con una esponja. Martín comprendió lo que debieron vivir los soldados argentinos, sin contar los pequeños ríos de piedra con los que se cruzaron. Todos terminaron con sus ropas mojadas.

Un encargo muy especial: Nicolás leyendo la carta de una mamá de un soldado caído en combate.
Un encargo muy especial: Nicolás leyendo la carta de una mamá de un soldado caído en combate.

En un momento pararon a descansar y vieron a Duarte, que se sumó. Alguien de una estancia los había ayudado a remolcar la camioneta. Estaban por demás cansados y hasta de malhumor. Continuaron la marcha pero la casa no aparecía. En un momento se toparon con escombros, fierros retorcidos y creyeron que estaban en el lugar. Es más: en un momento decidieron tomar esos vestigios como los de la casa y regresar al hotel.

Pero Guillermo y Rodrigo no se dieron por vencidos y siguieron, hasta que vieron sus restos. Lo único que se mantenía en pie era la base de la chimenea de ladrillos. Al contarlo, Guillermo se emocionó: “La sensación interna es fenomenal, se me vino a la cabeza las veces que habíamos escuchado lo que vivieron acá los comandos”.

Le hicieron señas al resto. Disponían de poco tiempo porque estaba por oscurecer, y era riesgoso regresar a Puerto Argentino de noche. Es que les llamó la atención que, salvo en la capital, nunca veían ni se cruzaban con nadie y muy a las perdidas pasaba algún vehículo.

El amigo que ya no estaba pero que, de alguna manera, viajó con ellos. Su medalla quedó enterrada en la turba.
El amigo que ya no estaba pero que, de alguna manera, viajó con ellos. Su medalla quedó enterrada en la turba.

Entre los escombros, hallaron proyectiles, muchas esquirlas y lo que ellos consideran un verdadero tesoro: el antiguo picaporte de la puerta de la casa. Solo pensar que los integrantes de esa patrulla de comandos la habían tocado, le otorgaba un valor por demás especial. En un primer momento la habían descartado pensando que era la manija de una plancha antigua.

Se convirtió en el símbolo del viaje.

José Duarte estaba extenuado. Era la primera vez que volvía a las islas desde la guerra. Visitar el sitio donde habían combatido sus compañeros le produjo una honda impresión. Para él ese puñado de escombros en el medio de la nada era una tumba sagrada, ya que ahí quedaron los restos de Espinosa, pulverizado por una granada lanzada por un fusil M-79 que le impactó en el pecho y que además hizo explotar las granadas que llevaba colgadas de su correaje.

Si bien la visita a Top Malo House fue duro, a Martín lo shockeó en las recorridas por los campos de batalla los gritos y los llantos del grupo de veteranos, que combatieron en distintas unidades, que rompían el silencio reinante con exclamaciones cuando descubrían las posiciones que habían ocupado. Uno hasta encontró la suela de su zapatilla, con su nombre escrito. Se abrazaban y lloraban todos juntos.

El cuadro que Rodrigo hizo armar con todos los recuerdos que se trajo de Malvinas.
El cuadro que Rodrigo hizo armar con todos los recuerdos que se trajo de Malvinas.

Los cuatro amigos tenían un quinto, Gustavo Castro, Pepe, un par de años mayor. Lo definen como un malvinero de aquellos, persona íntegra y de alma noble, que había fallecido un par de años antes de un ataque cardíaco mientras practicaba natación. Pepe no solo había nacido un 2 de abril sino que había fallecido el día del cumpleaños de Nicolás y el de la hija de Rodrigo.

Martín está aún seguro que hubiera sido de la partida y se propuso que, de alguna forma, había que llevarlo. Sin adelantar nada al resto del grupo, antes de viajar visitó al padre y a la hermana de Gustavo y le dijo que le gustaría llevar algo de Pepe para dejar en las islas. El padre no lo dudó: le dio uno de los tesoros más preciados de un liceísta, que es la medalla que recibe en cuarto año cuando juran la bandera.

Antes de regresar al continente, Martín buscó un lugar y comenzó a cavar con sus manos. Sus amigos se le fueron acercando y, en silencio, todos cavaron. Nadie dijo nada: cumplieron en depositar en la turba malvinera la medalla, que los había acompañado todos esos días. Martín dijo que si alguien dijo algo, fue en silencio.

Pero esa no sería la única sorpresa.

Rucho dándose el gusto de bañarse en las aguas donde tuvo lugar el desembarco el 2 de abril.
Rucho dándose el gusto de bañarse en las aguas donde tuvo lugar el desembarco el 2 de abril.

Cuando se estaba preparando el viaje, Nicolás se planteó qué podía hacer para darle un valor agregado. Como en 1989 había vivido en el Regimiento 25, buscó por la web la lista de soldados caídos de esa unidad. Después de vencer no pocas resistencias, logró dar con la mamá de uno de ellos. Café mediante en un bar en Comodoro Rivadavia, estuvo dos horas convenciéndola que solo quería hacer algo, y se ofreció a llevar a la tumba alguna ofrenda. Días después, la mujer le alcanzó una carta en un sobre cerrado. Ella sabía que la tumba de su hijo no estaba entonces identificada y le pidió que eligiese una cualquiera y que la leyera. Puso una condición: que nunca hiciera publicidad ni su nombre ni el de su hijo. Era una acción privada que debía quedar entre ellos dos.

El 2 de abril sabían que debían estar en el cementerio. Nicolás contó a Infobae que sintió una sensación especial. Un silencio que aturdía, sentía más que nunca sus pasos sobre el ladrillo molido que marcaba el camino hasta el cenotafio, donde está la imagen de la Virgen.

Para cumplir el encargo de la madre del soldado, eligió la tumba del teniente primero Estévez. En la carta encabezada con un “hijo querido”, la mamá contaba que pensaba en su hijo todos los días, que lo quería mucho, que lo extrañaba y que para la familia era un orgullo que hubiera participado en la guerra. La mujer agregó que había un “buen hombre” que se había ofrecido a llevar la carta y que ella accedió porque no vio ningún interés detrás. Por ese motivo, Nicolás se excusó con Infobae en revelar el nombre del soldado.

Una cita obligada: el cementerio de Darwin. La hicieron el 2 de abril y cantaron el himno con otros veteranos de guerra.
Una cita obligada: el cementerio de Darwin. La hicieron el 2 de abril y cantaron el himno con otros veteranos de guerra.

Cuando los amigos vieron a Nicolás frente a una tumba con papel en la mano, comprendieron, y lo dejaron solo. “Fue complicadísimo leerla por la emoción”.

Guillermo se sorprendió con lo que interpreta como un rezo, cuando en el recorrido por las cruces, se encontró con la del mayor Juan José Ramón Falconier. Casi sin pensarlo, le contó al aviador, integrante del Escuadrón Fénix -derribado sobre la isla Borbón el 7 de junio de 1982- que había sido compañero y amigo de su hijo en el liceo y que hasta se habían peleado a las trompadas.

Junto a veteranos que habían combatido en distintas unidades, cantaron el Himno. Luego escucharon sus historias de la guerra.

Aún no se explican cómo pudieron traer al continente los recuerdos que habían recolectado, que incluía hasta partes de un Chinook, como hizo Rucho. De Top Malo House y de todos los lugares que visitaron, el que más vestigios recogió fue Rorro: vainas, cargadores, cantimploras, pedazos de capotes, esquirlas. Ante el temor de que esos valiosos testimonios se terminasen perdiendo, le encargó a la artista plástica Sonia Burgos un cuadro alusivo a Malvinas y que incluyera esas piezas. Hoy ese cuadro está colgado en su departamento.

En la semana que estuvieron en las islas, visitaron Goose Green.
En la semana que estuvieron en las islas, visitaron Goose Green.

Nicolás se trajo turba dentro de un tubo donde vienen envasadas las papas fritas, astillas de madera y vidrios de Top Malo House.

Martín solo tomó tierra, arena y el picaporte. No recuerda dónde, pero en un momento se puso a pescar y cumplió con el rito de tirar la caña en cada punto del país que visita. Sacó un pez de unos diez centímetros que no sabe explicar qué era.

Rucho llevó su traje de neoprene porque quería bañarse en las aguas de Pradera del Ganso. Pero el día que visitaron el lugar se lo olvidó en el hotel y antes de abandonar las islas, se metió en las aguas de la playa -solo un par de minutos, porque más no se aguanta- donde ocurrió el desembarco de la Operación Rosario.

Antes de partir, enviaron postales a familiares y amigos desde Puerto Argentino. Llegaron a destino un mes después.

Por el momento, el picaporte está en custodia del grupo de amigos, pero no descartan que sea exhibida en un museo de una institución representativa.

El grupo completo: de izquierda a derecha, el Mono, el Rorro, Rucho, Pelusa Canero, el Tucu y en la punta Duarte.
El grupo completo: de izquierda a derecha, el Mono, el Rorro, Rucho, Pelusa Canero, el Tucu y en la punta Duarte.

Ya pasaron ocho años del viaje y los cuatro amigos coinciden en recordar aquellos días como si hubiesen ocurrido la semana pasada, y cada uno de ellos le aporta su mirada personal.

Para Rucho este viaje corona una historia de amistad. Para él, es algo así como la película “Cuenta conmigo”. Nicolás, que le mandó a sus hermanos fotografías casi personalizadas de varios lugares del archipiélago, asegura que sus amigos son lo más grande que le dio la vida, que este viaje fue lo mejor que les pudo pasar y lamenta que a medida que pasa el tiempo, siente que están más separados, que ya no se ven como antes.

Para Rodrigo, que habla con devoción de sus amigos, tiene sensaciones encontradas al comprobar in situ que en la guerra de 1982 se pudieron haber hecho las cosas de otra manera. Para él, fue muy impactante haber escuchado las historias de los veteranos con los que se cruzaron.

Para Martín el viaje empezó en febrero de 1989 cuando se hicieron amigos. Porque en definitiva, este fue una travesía en homenaje a ese sentimiento inquebrantable que es la amistad.

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