Mientras toma mate frente al mar, en Umag, Croacia, muy cerca de la frontera de Eslovenia, Ezequiel Gignone (28) se toma un descanso de su bici. Hace cinco años que está pedaleando de manera incansable en un viaje que iba a ser por Sudamérica y terminó convirtiéndose en una vuelta al mundo. Sabe que el próximo destino es Turquía, pero todavía no está seguro por dónde continuará su viaje. “Hago lo que siento en el momento”, explica el aventurero, que vive con un presupuesto de 10 euros por día y solo gasta para comer, porque duerme en carpa. Sus seguidores en las redes, lo acompañan y asisten a donde vaya. Su cuenta en Instagram (@ezequielgignone) es seguida por 75 mil personas, su cuenta de TikTok, casi 60 mil y la de YouTube 116 mil suscriptores.
Hace 9 meses murió su compañero de viaje, Manchita. Un perrito que rescató cuando vivía en Ecuador o como prefiere decirlo Ezequiel, al revés, la mascota que lo rescató a él. Juntos vivieron experiencias extraordinarias, en lugares únicos por Perú, Bolivia hasta llegar a Ushuaia. El perro iba en una silleta, por los caminos con él, aunque hubiese que pedalear duro. Sus seguidores acompañaron los momentos en que tuvo que llevar al perro a la veterinaria, dandole apoyo afectivo y económico. A Ezequiel nunca lo dejan solo. Su mascota estaba vacunada, bien cuidada, pero le infectó la sangre una garrapata y no lo resistió. Así lo despidió: “Vuela alto mi amigo. Conquistaste no solo el mundo arriba de una bicicleta, sino el corazón de miles de personas y me enseñaste mucho sobre el amor. Extrañaré el sonido de tu respiración sobre mi oreja mientras dormíamos juntos adentro de nuestra bolsa de dormir”. Sus seguidores lloraban con él.
Ezequiel estaba bajoneado, en una vereda, con su bici, recordando la fecha de la pérdida de su fiel e inseparable amigo. Estaba en un lugar increíble, cerca de Venecia, en Fontaniva. “Estaba mirando el celular, con un ánimo re bajo, y de repente un auto se estaciona. Era una abuelita que después me llamó y yo mucho no le entendía. Me preguntó ¿vos comiste? No, le contesté, le dije la verdad. Y me invitó a su casa.
Tenía la comida hecha que había preparado ella, lasagna, pollo, pancito casero. Y estuvimos charlando. Fue una experiencia hermosa y me desconectó de ese momento. Fue muy lindo”, recuerda sobre día que le reconfortó el alma. El video lo subió a su TikTok, donde se puede ver a esta nonna italiana, que lo trató como un nieto. Ella le manifestó la “gioia” (alegría) que le daba que estuviese ahí en su mesa. “Mangia mangia. Buon appetito”, le repetía. Seguramente lo habrá visto delgado. Ezequiel mide 1,81 mts y pesa no más de 60 kilos.
Dice el aventurero que cuando se viaja en bici, la gente te ayuda. “Cuando hacés un viaje en bici estás desnudo al mundo y pasan cosas maravillosas. Comí en casas de familia muchas veces”, asegura.
Otro de sus videos, lo muestra siguiendo a un hombre en un rincón de Suiza, en una bicicleta con los pedales donde normalmente está el manubrio. Cuando se enteró de que iba a dormir en una plaza, lo invitó a su casa donde tenía una habitación extra. Ya caía la noche, y el argentino lo siguió casi una hora con su bici. Y mientras pedaleaba decía a su audiencia: “Me siento seguro porque estoy en Suiza. ¿Ustedes confiarían en un desconocido?”.
Todo salió mejor de lo esperado. Pasó varios días en el lugar porque este ciclista y sus amigos le encargaron la preparación de unas 315 empanadas. Tantas que con ese trabajo pudo reponer una cámara de fotos que le hacía falta. Y de eso sabe bastante Ezequiel, que en Ecuador se había convertido en un especialista en empanadas con emprendimiento gastronómico propio.
Antes de salir a conocer el mundo, Ezequiel vivió cinco años en Ecuador, junto a su papá Gabriel. Que no fue quien lo crió, porque su madre y abuelos maternos se lo impedían. Sus padres se separaron cuando él tenía 3 años, en Catamarca, el lugar donde habían elegido para vivir. El chico había nacido en el campo. Después volvió a Buenos Aires con su madre y su vida no fue precisamente un lecho de rosas. Especialmente, durante la adolescencia.
“Cuando tenía 16,17 años mi vida estaba andando bastante mal. Mi padrastro en ese momento estaba con una adicción a las drogas y mi madre tenía depresión, e incluso me dijeron que padecía esquizofrenia. Nunca lo pude pude confirmar. Lo cierto es que estaban los dos muy mal. Para ese entonces, yo había dormido dos noches en la calle”, relata. Su madre había tenido una depresión postparto, cuando había nacido su medio hermano, que ahora tiene 12. “En ese momento tenía mucho miedo y me sentía más seguro en una plaza. Una señora que trabajaba en una estación de servicio me invitó a su casa y ahí me quedé un mes, pero luego volví a casa. Al parecer estaba todo mejor. Ella estaba mejorando, él se veía mejor, pero pasaron unos meses y volvieron a recaer. Las peleas eran muy fuertes”, recuerda.
La violencia se volvió extrema cuando su padrastro lo amenazó con un cuchillo por haber ido a buscar la medicación psiquiátrica que le había ordenado el médico. “Yo tenía 17 años ya, había quienes decían que las tome y otros que no. Yo como un adolescente, fui hacia uno de los centros psiquiátricos donde ella estuvo internada y les presenté la prescripción médica. Me dieron las pastillas y cuando regreso él se había recalentado porque no quería que mamá tomara esa medicación. Y empezó a empujarme, a gritarme y me tiró al piso. Había agarrado un cuchillo intentando amenazarme y ahí fue cuando me fui de la cocina y me quedé en el patio, en estado de shock”. Un familiar cercano le aconsejó que lo mejor era que se fuera de esa casa porque era muy peligroso. Y lo escuchó.
Su padre no se había enterado por lo que estaba pasando. Los abuelos maternos lo habían mantenido alejado de él: “Nunca quisieron que él me viera”. Mi abuela había echado en su momento a mi madre de la casa, cuando salía con mi papá. Tenía 17 o 18 años. Decían que él era un hippie o un viajero. Así que ella le tocó la puerta a mi padre y se fueron a Catamarca por una oportunidad de trabajo”, cuenta sobre el pasado de sus padres.
Cuando se separaron, Ezequiel tenía tres años y con su mamá se fueron a la casa de sus abuelos. “Mi padre decidió seguir viajando y cuando llamaba por teléfono, le cortaban la llamada”. Finalmente pudo reencontrarse con él, con quien encontró grandes afinidades (el diseño, la fotografía, los viajes y la naturaleza), y no le guarda rencor a su madre ni a su pareja, quienes encontraron refugio en una iglesia evangélica y con el tiempo lograron recuperarse. En uno de sus videos que Ezequiel compartió en sus redes puede verse el emotivo abrazo con su joven madre después de ocho largos años.
Cuando volvió su padre a su vida, de todos los momentos, hace hincapié en un viaje que fue muy revelador. Había cumplido 18. “Él me dijo, ahora sos una persona independiente. Estuvimos tres meses acampando al lado de un río, el Quilpo, en San Marcos Sierra en Córdoba, Fueron tres meses de mucho aprendizaje para mí, más que nada, conectar con la naturaleza, aprender a respetarla. Hacíamos fogatas todos los días porque nos alimentamos cocinando con leña, tomando agua del río. Entonces, yo tenía un problema: todavía no podía sonreír por todo lo que había vivido”, asegura.
Después de tres meses, Ezequiel volvió a mirarse en el espejo de un baño enorme y casi que no se reconoció. Si antes se veía como un chico pálido, triste, escondido detrás de su flequillo, se vio bronceado, muy musculoso por las actividades diarias de la búsqueda de agua y leña. Vio su espalda derecha y no una joroba. Se había rapado y meditaba. “Como que me amé en quien me transformé. Mi padre me decía ‘entraste a ese lugar ese río sin saber nada, como un niño y bueno, saliste como un hombre’. Decirlo me da como vergüenza, pero es una frase que él dice”, expresa el aventurero. Los buenos tiempos comenzaban y al chico volvía a dibujársele la sonrisa en la cara. Recuerda que se dio cuenta mientras estaban pescando y sintió un pique, después de una larga espera. El padre le dijo: “Volví a verte las encías”.
Antes de irse a Ecuador con su papá, vivieron en Rafaela, Santa Fé, donde Ezequiel vio mejorar sus notas, no solo de la división, sino de la escuela. Ya en el país andino, padre e hijo vivieron en casas separadas, pero a una cuadra de distancia. A Ezequiel le pareció bien sentirse independiente. Durante ese tiempo se dedicó al rubro gastronómico, que era lo que mejor rendía y llegó a abrirse un negocio de empanadas.
Así fue que un día su padre le dijo que quería volverse a la Argentina, mientras que Ezequiel se preguntó qué quería hacer. Había pensando que por elección quería vivir en Brasil pero antes quería viajar. Una cosa llevó a la otra, terminó vendiendo todo y por consejo de su padre, en lugar de irse solo con la mochila, se llevara la bicicleta, aunque era muy pesada para ese propósito. “Me fui con la bicicleta a entregar unos panes y cuando estaba andando feliz, iba sin manos, sentí una brisa en la cara, un sensación de libertad y pensé que tenía que hacerlo así”.
Con su perro Mancha viajaron juntos por Ecuador, el desierto de Perú, Cuzco con tremendas subidas, Después recorrieron Bolivia, con sus paisajes de sal. En la Argentina, pasó por Catamarca para conocer el lugar donde había nacido. Sus seguidores aumentaban kilómetro a kilómetro y fue financiando el viaje con la venta de fotos y stickers de él con su mascota, los cafecitos que recaudan plata y más. Todos conocen su historia. En Ushuaia los sorprendió la pandemia y el amor de Milagros, oriunda de Tandil. Con ella empezaron a recorrer Europa y ahora mantienen una relación a distancia, esperando volver a verse.
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