Por 1785 Antonio José Escalada, un vecino influyente y funcionario del Cabildo, mandó construir su casa sobre la actual calle Hipólito Yrigoyen, que empezaba en Defensa y ocupaba parte de la cuadra. Cuando allí se celebró el casamiento entre José y Remedios era una de las pocas casas “de altos” de la ciudad, esto es, que tenía un primer piso. En la planta baja había armado una serie de locales, uno de ellos ocupado por la fonda de la catalana, donde los porteños concurrían a saborear una de las especialidades, el mondongo.
Antonio José Escalada con su primer matrimonio -enviudó en 1784 de Petrona Salcedo- tuvo tres hijos: María Luisa, María Eugenia y Bernabé. En 1788 se casó con Tomasa de la Quintana y agrandó la familia: Manuel, José Ignacio, María de las Nieves, María de los Remedios y Mariano.
La niña Remedios era su hija consentida, a la que no le negaba nada. Había nacido el 20 de noviembre de 1797. Para 1812 era una adolescente descripta como “una niña no muy alta, delgada y de poca salud”.
Estaba comprometida con Gervasio Antonio Josef María Dorna. Cuando el joven no era requerido por la milicia, trabajaba en el comercio. Había instalado una tienda en la calle de Santo Domingo gracias a un préstamo de una de sus tías. El local, donde se podía adquirir telas, ropas y armas, lo inauguró el 12 de abril de 1812.
La vida de Gervasio cambió para siempre en marzo de ese año.
Después de cincuenta días de navegación, el 9 de marzo arribó al puerto la fragata inglesa George Canning, que había partido de Londres. Por las noticias que traía, los porteños se enteraron del estado de anarquía en la península, la disolución del ejército de Galicia y el convulsionado clima político que hizo que muchos buscasen emigrar.
Entre sus pasajeros, se encontraban el teniente coronel de caballería José de San Martín, primer ayudante de campo del general en jefe de la isla marqués de Coupigny; el capitán de infantería Francisco Vera; el alférez de navío José Zapiola, el capitán de milicias Francisco Chilavert, el alférez de carabineros reales Carlos Alvear y Balbastro, el subteniente de infantería Antonio Arellano, el primer teniente de guardias valonas Barón de Holmberg. Todos llegaban a brindar sus servicios a la causa del país.
San Martín regresaba a la tierra donde había nacido, a la que había dejado siendo un niño a fines de 1783.
Traía en su mente el plan de libertar América. Pero en Buenos Aires no conocía a nadie. Fue Carlos María de Alvear quien lo introdujo en la sociedad porteña y le presentó a personalidades influyentes de la política local, entre ellos Antonio José Escalada, que por entonces se había mudado a una casona en San Martín y Perón, frente al Consulado, en lo que hoy es el microcentro porteño.
A todos les llamaba la atención ese hombre alto, flaco, morocho, de fuerte acento español, de conversación agradable, de 34 años. Cuando fue presentado a Remedios, de 14, la chica se deslumbró. El papá no opuso demasiada resistencia cuando la niña le pidió romper el compromiso con Gervasio. El muchacho, humillado, se enroló en el Ejército del Norte, al mando de Manuel Belgrano, y fue uno de los 300 muertos patriotas en la batalla de Vilcapugio.
La que no quería saber nada con esta unión era la madre de la chica, Tomasa de la Quintana, a quien nunca le cayó bien San Martín, y a quien unía con la madre de la niña un lejano parentesco: Manuela de Larrazábal, tía abuela de la madre de Remedios se había casado con Jerónimo Matorras, primo de la madre del futuro libertador.
Para ella era “el soldadote” o “el plebeyo”. Y parece que la antipatía era mutua. En una cena en lo de los Escalada, acudió acompañado de su edecán, a quien enviaron a comer a la cocina. Y él, para mostrar el desagrado, decidió comer con él.
El enlace con una familia tradicional venía perfecto para el militar. Tenía una tarea titánica por delante. Debía, en primer lugar, lograr la organización de un regimiento. La adhesión de las principales familias era importante. Sus futuros cuñados, Manuel y Mariano serían futuros granaderos. En mayo la pareja se comprometió.
El sábado 12 de septiembre de 1812 María de los Remedios y José Francisco se casaron con la bendición del padre Luis Chorroarín en una sencilla ceremonia en la catedral porteña. Fueron testigos Carlos María de Alvear y su esposa Carmen Quintanilla. El 19 del mismo mes se celebró una misa de velación, mediante la cual se rezaba para que los hijos de la pareja se educasen en la religión cristiana.
En dos meses ella cumpliría 15 y él, tal vez para que se note menos la diferencia de edad, dijo tener 31.
La fiesta fue en la casa de sus suegros. Los recién casados fueron de luna de miel a una quinta en San Isidro, que era de María Eugenia, la hermana mayor de la novia, casada con José Demaría.
Su única hija, Mercedes Tomasa, nació en Mendoza el 24 de agosto de 1816, mientras su papá se desempeñaba como gobernador de Cuyo. Vivían en una casa que el cabildo local le alquilaba a la familia Delgado. El solar está ubicado en la calle Corrientes 343, de la ciudad de Mendoza, ocupado por años por un taller mecánico. Trabajos arqueológicos dieron con los pisos originales y el lugar luego abrió como museo.
San Martín envió a su esposa y a su pequeña hija a Buenos Aires. Su esposa ya tenía problemas de salud, debilitada por la tisis. Él le escribió a O’Higgins: “Remedios partió hacia Buenos Aires, pues este país no le probaba. Aquí me tiene usted hecho un viudo”.
Del regreso del Perú, el Libertador supo que su esposa estaba grave. Pero temía ser asesinado. Aconsejado por sus amigos, permaneció en Mendoza. Remedios falleció el 3 de agosto de 1823 a los 25 años en la quinta que la familia tenía en avenida Caseros y Monasterio, en Parque Patricios. Esperó hasta último momento ver a su marido, lo que provocó un profundo resentimiento en la familia, y especialmente de su suegra Tomasa. Ella quedó al cuidado de su nieta.
San Martín llegó a la ciudad el 4 de diciembre. Antes de partir al exilio europeo, hizo grabar una placa que se colocó en la tumba de su esposa. “Aquí yace Remedios de Escalada, esposa y amiga del general San Martín”.
Con los años, los “Altos de Escalada”, se transformó en uno de los primeros inquilinatos de la ciudad, que era conocido como “la cuartería” o “la balconada”, por su balcón corrido. La construcción terminó siendo demolida en los últimos años del siglo XIX. Poco y nada quedaba del hogar en la que había nacido esa muchacha frágil, delgada y de poca salud al que su papá le daba todos los gustos.
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