La Justicia nunca investigó nada, pero fue el atentado más sangriento de los 70 en la provincia de Santa Fe. Hace cuarenta y seis años, el domingo 12 de septiembre de 1976, un coche bomba de Montoneros destruyó un micro cargado de policías en Rosario, mató a nueve uniformados e hirió a otros veintitrés y al chofer del vehículo.
También murieron otras dos personas: un fotógrafo social, Walter Ledesma, y su esposa, Irene Dib, que circulaban detrás del ómnibus en un Renault 12 junto a su hija adolescente, que fue herida y nunca se recuperó de esa tragedia; tanto que, cuando pudo, se mudó de Rosario. La familia Ledesma volvía, precisamente, de señar un salón para la fiesta de quince años de Andrea, que se salvó solo porque viajaba en el asiento de atrás.
El ataque ocurrió a las 18 y 15 del domingo. El micro venía de la cancha de Rosario Central, donde el local había derrotado 2-1 a Unión de Santa Fe con goles del mediocampista Osvaldo Potente. Los policías muertos fueron jóvenes agentes y suboficiales; la mayoría, hijos de militantes peronistas e hinchas de Central que habían pedido ir al Gigante de Arroyito a vigilar el partido del equipo de sus amores.
El detalle sobre la filiación de los padres de las víctimas mortales guarda relación con el origen y la evolución de Montoneros: se dieron a conocer como militantes peronistas cuando secuestraron y asesinaron al general Pedro Eugenio Aramburu, pero luego se distanciaron de Juan Domingo Perón, el fundador del Movimiento, con quien se pelearon en un acto en la Plaza de Mayo el 1°de mayo de 1974.
Dirigido por Alfio Basile, Central tenía un buen equipo con Aimar, González, Killer, Pascuttini, Van Tuyne, Andreuchi, Benito y Agüero; en Unión, que descontó a través de Oscar Víctor Trossero, debutó aquel domingo un arquero que luego triunfaría en River Plate y en la selección nacional: Nery Alberto Pumpido.
Las víctimas fatales del ómnibus estaban todas sentadas en el sector izquierdo del vehículo de la Guardia de Infantería. Al llegar a la esquina de las calles Junín y Rawson, dos guerrilleros apostados a cien metros hicieron detonar los explosivos que habían colocado en un Citroën 3 CV colorado estacionado casi en la bocacalle.
“Yo venía sentado en la parte derecha del colectivo, en el tercer asiento del lado de la ventanilla. Todos los que venían sentados del lado izquierdo del colectivo murieron. Fue una explosión tremenda. A mí me pegó un ruleman en la cara. Otra esquirla me partió el casco y me rompió el cráneo”, le dijo Omar Olivera al diario La Capital en 2018.
“Me acuerdo de un muchacho que estaba prácticamente destrozado, unos ayudaban a otros. Fue tremendo. Yo me bajo y trato de reaccionar un poco y él me preguntaba si se iba a morir. Yo le decía que no, que estaba bien, pero tenía todas las tripas afuera”, agregó Olivera.
Los cuerpos quedaron tan destrozados porque Montoneros utilizó también bolas de acero y clavos, que al momento de la explosión salieron despedidos en una ráfaga que mutiló a todas las personas en su radio de muerte. Esas bombas tenían un nombre: vietnamita, y el objetivo era sembrar un terror adicional.
Nunca hubo sospechosos ni detenidos, y la Justicia no investigó el atentado, ni en la dictadura ni luego de que la democracia fue recuperada, en 1983.
Los intentos de los familiares de las víctimas de abrir una investigación han chocado contra la interpretación de la Justicia argentina de que solo los delitos cometidos desde el Estado son de lesa humanidad y, por lo tanto, no han prescripto.
Desde ese punto de vista, el estallido del coche bomba en Rosario es un delito común y ya prescribió por el mero paso del tiempo.
Aquella Argentina ya estaba gobernada por los militares, con el general Jorge Rafael Videla a la cabeza, que el 24 de marzo de 1976 había derrocado a la presidenta Isabel Martínez, la viuda del general Juan Domingo Perón, fallecido dos años antes.
Luego del golpe, la cúpula de Montoneros -que tenía un origen peronista- lanzó la Cuarta Campaña de Ofensiva Táctica: consistía en atacar el “centro de gravedad” del enemigo, que para ellos estaba localizado en la policía, los representantes cotidianos del enemigo en las grandes ciudades.
Ya había formado un “ejército popular”, el Ejército Montonero, con uniformes azules y grados. Su jefe era el comandante Horacio Mendizábal, muerto en 1979, que reportaba a la Conducción Nacional, encabezada por los comandantes Mario Firmenich y Roberto Perdía, quienes lograron sobrevivir.
Los guerrilleros habían recibido el golpe de Estado con entusiasmo; sostenían que ellos lograrían resistir la ofensiva militar y que, luego de un tiempo, estarían en condiciones de dirigir una contraofensiva que les permitiría tomar el poder para concretar una revolución socialista o comunista.
Estaban convencidos de que el pueblo terminaría siguiéndolos en esa marcha inexorable a la Revolución, una vez que, comparados con los militares, se convenciera de que eran ellos quienes mejor defendían sus intereses y deseos.
En lo inmediato, esa Cuarta Campaña de Ofensiva Táctica perseguía tres objetivos: mostrar la vulnerabilidad del enemigo, frenar la represión y las torturas, y favorecer los brotes de resistencia popular.
Además, se trataba de acciones espectaculares sobre objetivos emblemáticos del enemigo -personas o edificios-, que no podían pasar desapercibidos ni ser ocultados por los medios de comunicación, sometidos a la censura de la dictadura, salvo algunas honrosas excepciones.
El coche bomba en el centro rosarino fue uno de los cuatro grandes ataques de Montoneros aquel año contra la policía.
El primero de ellos fue la llamada Operación Cardozo, el asesinato del jefe de la Policía Federal, general Cesáreo Cardozo, el 24 de junio a la madrugada, con una bomba vietnamita que una amiga de su hija había enganchado al elástico de la cama matrimonial, en su departamento en el barrio de Belgrano.
El último atentado ocurrió en La Plata el 9 de noviembre, en el despacho del subjefe de la policía de Buenos Aires: murió un oficial y hubo once heridos, entre ellos el número dos de la repartición, el coronel Ernesto Trotz, que perdió un brazo.
El ataque más cruento fue el bombazo que destruyó el comedor de la Policía Federal el 2 de julio, a la hora del almuerzo, en Moreno 1417, que mató a veintitrés personas e hirió a ciento diez. Fue el atentado más sangriento de los 70 y de toda la historia argentina hasta la voladura de la AMIA, en 1994.
También en este caso se utilizó una bomba vietnamita del tipo Claymore, que fueron inventadas por los militares de Estados Unidos durante la Guerra de Vietnam y luego resultaron copiadas creativamente por otros países y por diversos grupos guerrilleros.
El nombre con el que fueron bautizadas indica que ese tipo de artefactos no solo buscaba matar sino también despedazar los cuerpos: Claymore eran las temibles espadas de doble filo que pesaban un kilo y medio y debían ser manejadas a dos manos por los guerreros de las tierras altas de Escocia contra los invasores ingleses durante la Edad Media.
* El autor es periodista y escritor. El texto es extraído de su último libro: Masacre en el comedor.
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