Mas allá de elucubraciones acerca de la veracidad de la epopeya o la infame posibilidad de que todo haya sido un truco cinematográfico pergeñado por los americanos para poner un final a la estrambótica carrera espacial que así le ganaron a los rusos, nadie supo explicarme jamás si de algo sirvió alunizar.
Mientras tanto, en esos mismos días, acá en Buenos Aires se hervía el caldo cultural más importante del siglo pasado.
En un país sin inflación, gobernado por mediocres militares que se especializaban en perseguir jóvenes, los teatros y los cines estallaban de público, la actriz española Nuria Espert lograba llenar todas las noches el teatro Cervantes con una puesta memorable de Yerma, de Garcia Lorca, el Di Tella le daba espacio a creadores de la talla de Marta Minujín, Almendra, Edgardo Giménez, Federico Manuel Peralta Ramos, Luis Felipe Noe o Antonio Berni, entre otros cientos jóvenes que, semana a semana desbordaban artes disruptivos y los carnavales eran fiestas populares de muchedumbres que durante la misma noche disfrutaban de Joan Manuel Serrat, Jimmy Cliff, Sandro, la Joven Guardia y Los Gatos, uno atrás de otro, sin querellas.
Quizás el fenómeno más deslumbrante fue el éxito impresionante de Leonardo Favio, que la verdad empezó a cantar para pagar las deudas que le dejaban sus geniales películas, que nunca recibían apoyo oficial, casi obviamente.
La carrera musical de Favio durante un par de años colisionó con sus ansias de cine, dedicándose tiempo completo a sus discos y shows que no paraban de venderse, no solo aquí sino en toda Latinoamérica donde batía records de venta y difusión.
Favio tenía una banda impresionante, que generaba climas introspectivos en el escenario de un club Velez Sarsfield con 20.000 personas gritando o hacía bailar acompasadamente a los del ballet del programa de televisión de Pipo Mancera, que estaban algo lejos de Julio Bocca y Eleonora Cassano.
Pasó lo que iba a pasar.
Un día Leonardo decide retomar su carrera cinematográfica, entonces junta a la banda, les da las hurras mientras le anuncia que todo terminó y amigos quedamos para siempre.
Los de la banda, que eran unos músicos imbatibles, deciden seguir juntos, hacer una carrera en serio componiendo y cantando sus propios temas hasta lograr el éxito total. Como masterplan no está nada mal, si tenés con que encarar claro.
Estos tipos tenían todo, tocaban bárbaro, tenían talento, eran buena gente, habían recorrido miles de kilómetros sumando los escenarios en los que se habían presentado y sobre todo, estaban absolutamente informados de todas las nuevas tendencias musicales que surgían en el hemisferio norte.
Algo no muy sencillo en un mundo de tele en blanco y negro, sin redes ni celulares, solo viajar te daba las llaves de ese mandala, o tener fluido contacto con gente allá.
Decidieron un nombre que los definía, personal y musicalmente hablando. Se llamarían Alma y Vida.
Eran Carlos Mellino cantando y en el piano, Alberto Hualde baterista, Mario Salvador por poco tiempo con la trompeta para ser reemplazado por Gustavo Moretto, el bajista Carlos Villalba, en la guitarra el maravilloso Juan Barrueco y sumaron al saxofonista de Sandro, que era amigo, cambiándoselo a la banda del gitano mandándole un guitarrista, Bernardo Baraj.
Debutan en un show de domingo a la mañana en 1970 en el teatro Opera, abriendo un festival que seguiría con Manal, Vox Dei y Arco iris.
Cuentan los que estuvieron que de entrada los chiflaron, no era habitual ver una banda de rock con saxo y trompeta, mucho menos ver a seis tipos vestidos normal sin hacer espamentos. Los mismos cuentan que después de escucharlos bajó la ovación del pullman al escenario, lo que les valió su primer contrato para grabar un disco en Mandioca, el sello de Jorge Alvarez y Pedro Pujó.
Graban Niño color cariño que se integra a la lista de temas de uno de los discos más raros del rock argentino entero.
Pidamos peras a Mandioca es una recopilación recobrada afortunadamente para ser reeditada en vinilo hace un par de años. Allí hacen su debut, además de Alma y Vida, Pappo con Nunca lo sabrán y Tanguito con Natural.
De ahí en adelante el derrotero de Alma y Vida no descansa.
Vienen los discos, el primero con cierta repercusión aunque no la esperada, para dar a conocer la segunda placa al poco tiempo y ahí si, Don Quijote de barba y gabán más Hoy te queremos cantar toman el aire radial por asalto. Ya era 1972 y el rock argentino estaba por dar su primer gran salto cualitativo, era lo que venía.
El cenit llegaría en 1973, con Artaud, de Spinetta, el debut de Sui Generis y Pappo´s Blues Volumen 3 aparece Del gemido de un gorrión, el esperado tercer disco de Alma y Vida.
Ese disco, y esa canción especialmente, consagran definitivamente a esa banda de músicos de jazz beatlescos en el podio de la popularidad juvenil.
Ritmos bastante complejos, al estilo de esas grandes bandas, big bands de jazz rock como Chicago o Blood Sweat & tears tan en boga en esos años previos al rock sinfónico. Más letras con cierto compromiso social solapado, que hablaban de opresión y libertades cercenadas, fueron el coctel explosivo para que Alma y Vida se convierta en referencia ineludible, infaltable, cuando se habla de la evolución del rock argentino en los años 70´s.
Del gemido de un gorrión nació grande. Tanto el álbum como la canción. Con música de Carlos Mellino y letra de su hermano Esteban, gran comediante que se haría popular años después desde la televisión, pero que por esos años era una celebridad en el circuito de teatros under porteños, la canción logra conmover aun hoy por la brillante performance vocal de Carlos al frente de la banda más poderosa en escena que alguna vez se hubiese visto por estos lares en escena, y ahora en este disco descomunal.
Admiro y quiero con la misma intensidad a Carlos Mellino, así que me sentí con la libertad absoluta de preguntarle por esta canción. Del gemido de un gorrión, que tremendo tema, también muy mágico. Tuvo un gran peso histórico que aun hoy se percibe. “Nació en el estudio de grabación, en ese momento en que todavía están preparando todo. Es un momento en que los músicos se sientan lejos de su instrumento original, el baterista toca un poco el bajo, el guitarrista agarra los palos de la batería, a mí me pasó que por una cuestión de inercia natural me senté en el piano. Teníamos que grabar el último tema del disco, y estaba planeada otra canción”, cuenta.
“Ya terminaban de acomodar el cablerío en la sala, estaban probando el sonido individual y esas cosas, actuó otra vez ese lanzallamas que tenés en la cabeza haciéndome aparecer unos acordes nuevos. Me hablaban, me preguntaban, y yo nada, seguía dándole a esos acordes. Estaba metido adentro del tema totalmente abstraído de lo demás.
En eso dan la orden de empezar a grabar y yo digo – ‘discúlpenme, me tengo que ir a mi casa a terminar esto.’-
Había urgencia para terminar ese disco que ya tenía fecha planeada porque Alma y Vida estaba arrasando, pero podíamos grabar ese último tema otro dia.
Amparado por el apoyo y respeto de mis compañeros me voy a casa, como fue siempre. Y terminé esa melodía haciendo una especie de sanata americana que es donde mejor me he sentido siempre.
Ahí lo llamo a mi hermano y le pedí la letra. Le digo esto debería tratar de tal y tal cosa, siempre lo condicionaba para que pueda cantarlo después. Lo entendió tan rápido que a los dos días me llamó para decirme que estaba lista la letra. A los cuatro días lo grabamos.
Eligiendo entre todos después cual canción iría a las radios no hubo un minuto de discusión, el tema era Del gemido de un gorrión, ninguna otra composición del álbum podía ser.
Era ese tema. Que con el tiempo nos llenó de historias, Alma y Vida transitó mucho con esta canción, algún dia lo voy a contar...”-
La letra, la voz inigualable de Carlos, los arreglos musicales, la atmósfera lograda hacen que aun hoy, 50 años después de haber aparecido, suene original.
Con la acepción de original oriental, lo que no puede imitarse, imitar el sonido que tenía Alma y Vida, el timbre de Mellino, los solos de Moretto y Baraj, hacen imposible el tributo, afortunada y gloriosamente.
Eran únicos tocando y componiendo.
-” De las líneas de su mano voló un gorrión
Y un grito de madrugada,
De pronto tuvo su voz.
Tendido en el empedrado un borracho lo bebió
Para robarle los sueños,
Que con su mano ganó.
Yo volé con él
Yo grité con él
Yo soñé también.
Sabor amargo el que tiene un gemido de dolor
Mi pueblo estaba gimiendo
Y hubo quien no lo escuchó.
Yo volé con él
Yo grité con él
Yo soñé también.”-
Me sigue contando Carlos Mellino:
-” Sabés que pasa Bobby, hablar de Alma y Vida es hablar de lo mas grande de mi vida profesional, como cantante, como músico, como compositor. Una vez que fuimos Alma y Vida nunca nos imaginamos que íbamos a conocer el éxito, el respeto de tus pares, la comprensión del público, a nuestros 20 años.
Eramos honestos, no planeamos ni elucubramos, simplemente nos juntamos seis tipos que se admiraban mutuamente en una sala de ensayo, para hacer un grupo que rompiera todo lo que había hasta ahi.
Sino para hacer lo mismo que todos, no hagamos nada, nos afloraban las cosas, las ideas, una atras de otra. Jamas pensando en vender, sino en hacer lo mejor que podíamos.
Asi es fueron dando las cosas.
Algún dia voy a contar la historia completa.”-
Tuve la suerte de ver Alma y Vida en vivo, pero era demasiado chico para disfrutar todo lo que generaban estos tipos desde un escenario.
El tiempo me fue marcando las rayas del cerebro, básicamente esas que van de un oído al otro, y fue entonces cuando pude notar la magnitud de esta banda de rock, que algunos puristas que nunca faltan tildaban de comercial, básicamente porque eran los que mas discos vendían y los que más teatros llenaban.
Volvieron un par de veces, siempre llenando teatros aunque sin material nuevo, porque no lo necesitaban.
Si lo que hacían ellos solamente podían tocarlo ellos.
Esa quizás sea la síntesis más acabada de lo que fue Alma y Vida.
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